Vivir en México como chuzai in zuma: las experiencias de las mujeres japonesas en la región Bajío

Hiroko Asakura[1]
CIESAS Ciudad de México

Anuncio en el tramo de la carretera entre el aeropuerto del Bajío y León
Foto: Asakura, 2020.


Introducción

¿Qué imagen tenemos de las mujeres que migran como acompañantes de sus esposos “expatriados”? Ellos son ejecutivos de alto nivel enviados al extranjero por parte de la empresa para cumplir alguna misión corporativa. ¿Y sus esposas? La primera imagen sería, tal vez, de mujeres que disfrutan el nuevo estilo de vida en un país extranjero, sin preocupación alguna y con todos los privilegios: sobresueldo, estatus social, experiencia, entre otros. La migración expatriada es considerada como un tipo de migración calificada, ya que su nivel económico y educativo es mayor a otros tipos de migración laboral, que buscan los medios de sobrevivencia o una mejoría en el nivel de vida. Hay que reconocer que esta imagen estereotipada está muy arraigada en la población no sólo de la sociedad de acogida sino también de la emisora. Debo confesar que yo misma estaba incluida en esa mayoría, debido a la falta de conocimiento y problematización sobre este fenómeno.

A principios de este siglo, conocí a un grupo de mujeres japonesas en la Ciudad de México, cuyos esposos eran los kaigai chuzai in[2] que cumplían sus misiones laborales corporativas fuera de su país natal. La imagen de estas mujeres japonesas correspondía al considerado “ideal” de las esposas de los migrantes calificados, que trabajaban en conocidas –y reconocidas– empresas transnacionales y que ahora estaban claramente incrustados en este mundo globalizado. Ellas vivían en casas o departamentos de lujo en colonias de clase media alta y alta de la ciudad: Polanco, Del Valle, Lomas, Santa Fe, entre otras. Se dedicaban al hogar, lo que significa que tenían que organizar el mundo privado de sus maridos y de sus hijos/as (cuando los traían de Japón). Todas hablaban inglés de buen nivel y algunas podían comunicarse en español, aunque con cierta dificultad. La vida de ellas transcurría entre sus casas y diferentes lugares sociales o culturales en la ciudad: escuelas de sus hijos/as –frecuentemente el Liceo Japonés o colegios bilingües–, escuela de idioma (en caso de estudiar español), taller literario en español, actividades culinarias –ir a los restaurantes y tomar clases de cocina para conocer y saborear la comida mexicana– y eventos culturales como bailes y danzas, exposiciones de artes plásticas o de artesanías, etcétera. La actitud que solían mostrar al exterior era de júbilo, alegría y satisfacción. Parecía que estaban disfrutando plenamente el nuevo lugar, designado por las empresas donde trabajaban sus maridos. Algunas de ellas, habían vivido antes en otros países, tales como Italia, Brasil o Estados Unidos.

Esta impresión personal, que yo me formé hace poco más de 20 años, puede ser parcialmente cierta, ya que desde entonces estas mujeres japonesas acompañantes de expatriados tenían cierta facilidad para adaptarse a la sociedad de acogida, gracias a una serie de condiciones estructurales y sociales. En efecto, en la Ciudad de México ya estaba funcionando el Liceo Japonés, cuyo sistema educativo es el mismo que está vigente en su país de origen, había tiendas donde vendían productos japoneses, cuya variedad se ha incrementado significativamente en la actualidad, existían espacios sociales y culturales para convivir con sus paisanas/os. Sin embargo, las personas no siempre expresan lo que realmente están sintiendo. Más bien suelen mostrar lo que se espera de ellas en cada situación y contexto. En el caso de las y los japoneses, esta tendencia se refuerza más, ya que una de las virtudes culturales es la serenidad, traducida como no expresar el dolor ni las dificultades. En ese entonces, yo sólo estaba observando uno de los dos niveles de análisis que señala Cangià (2017): los sentimientos y las emociones expresadas siguiendo las reglas de exhibición dentro del contexto normativo dado. Así, estaba ignorando lo que la gente siente realmente en esa situación dada. Las expresiones y las imágenes que proyectaban las esposas de kaigai chuzai in podrían corresponder a las emociones que se esperaban de ellas socialmente: júbilo y excitación por descubrir nuevos lugares gracias a la movilidad “privilegiada” como la expatriación (Cangià, 2017). Sin embargo, yo no sabía ni me puse a explorar lo que realmente ellas sentían o pensaban de la vida que llevaban en México.

Academia de idiomas en León, Guanajuato

Foto: Asakura, 2019.


¿Quién se interesa en la vida de estas migrantes “privilegiadas”, “sin preocupaciones” económicas ni laborales? Esta imagen parcial y optimista, que ciertamente carece de perspectiva de género, ha influido mucho en el desarrollo –o retraso– de los estudios sobre las acompañantes de los migrantes expatriados y la migración calificada en el mundo en general y en México en especial. No podemos ignorar que, desde hace cuatro décadas, los estudios sobre migración femenina han cobrado importancia en el campo de los estudios migratorios en general. La primera etapa se centraba en visibilizar la presencia de las mujeres y su protagonismo en la movilidad humana; la siguiente correspondía a los esfuerzos por construir un marco teórico y metodológico consistente para una mejor comprensión del fenómeno; desde principios del siglo XXI, se ha desarrollado una nueva etapa, en la que existe una diversidad de subtemas y las miradas teórico-metodológicas se han complejizado (Ariza, 2000; 2007; Hondagneu-Sotelo, 2003, 2007; Szasz, 1999). Actualmente, nos encontramos en un período donde el fenómeno migratorio ha venido mostrando grandes cambios y nuevas complejidades, tanto en las formas de migrar –de individual a colectiva, por ejemplo– como en las modalidades –laboral, búsqueda de refugio o asilo– donde las mujeres, los niños y las niñas juegan un papel cada vez más protagónico.

Los estudios sobre la migración femenina en México han centrado su análisis en ciertas poblaciones (indígenas, centroamericanas u otras nacionalidades europeas o sudamericanas), ciertos sectores (el servicio doméstico y el sector agrícola en el noroeste mexicano) o en temas específicos, como la maternidad, la autonomía, entre otros.

Los estudios sobre la migración japonesa en México son pocos. La principal perspectiva para abordar esta temática ha sido histórica o la de comunidad, es decir, estudiar la población nikkei –descendientes de japoneses de segunda generación– con el fin de analizar los procesos de integración y, en algunas ocasiones, de asimilación. En estos estudios, no se ve la presencia de las mujeres más que numéricamente y mucho menos la de las mujeres japonesas como parte de la migración calificada. Como señala Hirai (2017), el tema de las empresas japonesas que envían a sus empleados a lugares estratégicos del mundo se ha estudiado desde diferentes ángulos, pero hay muy poca investigación que aborda a los migrantes expatriados en México. Entonces, las mujeres que acompañan a estos sujetos poco estudiados han sido altamente invisibilizadas. Sus voces, hasta ahora, no han sido buscadas ni escuchadas.

En la época actual, la movilidad humana se ha acelerado significativamente. Esta experiencia de vivir en un país que no es el propio es cada vez más frecuente, pero inevitablemente transforma no sólo la vida empresarial, familiar e individual sino también la subjetividad de las personas que se insertan en una sociedad distinta y desarrollan un proceso de adaptación e integración en el lugar de destino. Los procesos de integración social varían según las condiciones sociales y culturales de la sociedad receptora, así como de las relaciones sociales previamente establecidas con la pareja, la familia, los amigos y nuevas relaciones que se construyen en el lugar donde les toca vivir ahora. Por eso es importante tomar en cuenta los contextos socioculturales en el análisis de los procesos de integración social de la población migrante en general y las mujeres japonesas acompañantes de expatriados en particular.

La región del Bajío puede considerarse como un laboratorio interesante para observar y analizar las experiencias de una migración peculiar. Tal es el caso de las mujeres japonesas que se insertan en la sociedad de acogida como parte de la movilidad de capitales, que conlleva el desplazamiento de personas asociadas directa e indirectamente a las compañías transnacionales que los mueven. En México, la población japonesa se ha incrementado de 8 387 a 11 775 entre 2013 y 2018; es decir, en tan sólo cinco años, llegaron a residir a este país 3 388 personas, de las cuales 2 743 –ocho de cada diez– se instalaron en el Bajío (Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón, 2014; 2019). Además, entre las mujeres migrantes japonesas de esta región, el 62% corresponde a migración asociativa, en comparación con el 52% en el resto de la República Mexicana (Ibid.).

Las esposas de los migrantes japoneses expatriados son coloquialmente nombradas y autonombradas como chuzai in zuma,[3] que literalmente significa esposas –tsuma o zuma– de expatriados –chuzai in– y que se van a vivir al extranjero precisamente por el vínculo matrimonial. Las vivencias de estas mujeres en el Bajío varían de manera significativa, principalmente por la etapa en que llegaron a residir en la región, asociada con el proceso de expansión de las empresas japonesas –sobre todo la industria automotriz Mazda y Honda– y por la presencia de sus hijos e hijas en el lugar de destino.

Las mujeres japonesas que llegaron a México a principios de la segunda década del siglo XXI tuvieron más dificultades, en parte por la falta de información y, sobre todo, porque no había antecedentes de la migración de las esposas de kaigai chuzai in. En primer lugar, las viviendas recomendadas o asignadas por la compañía no se adecuaban a las necesidades de las familias, ya que se ubicaban cerca del lugar de trabajo del marido –un parque industrial, por ejemplo– y no de los diferentes servicios requeridos para la vida cotidiana: escuelas, supermercados, centros culturales, parques, etc. La información que les brindaban sus maridos sobre las necesidades básicas para llevar el hogar era realmente escasa. Muchos hombres acudían cotidianamente a restaurantes y su uso de tiendas de autoservicio era mínimo. Aunque sabían de la existencia de esos locales comerciales, no conocían muy bien qué artículos vendían ni mucho menos cuánto costaban. Además, los hombres que llegaron en esa etapa tenían la misión de echar a andar la oficina o la planta local. Trabajar en un ambiente y cultura laboral desconocidos de lunes a viernes e incluso fines de semana no les dejaba tiempo ni energía para explorar su nuevo lugar de residencia.

Además, la responsabilidad del cuidado y la educación de los hijos e hijas tradicionalmente ha recaído en los hombros de las mujeres. Las esposas acompañantes buscaban la información en línea desde que estaban en Japón. Se enfocaban en las escuelas internacionales bilingües –en general español-inglés– donde había mayor cantidad de materias en inglés, ya que todavía no existía una escuela dirigida a la población japonesa,[4] como el Liceo Japonés en la Ciudad de México. Al llegar a México, visitaban algunas escuelas ya identificadas en páginas de internet para conocer directamente la infraestructura, el ambiente, el personal docente, etc. Así empezaron a ver la presencia de niñas y niños japoneses en algunas escuelas locales.

La experiencia de las mujeres japonesas que llegaron a fines de esa segunda década ha sido diferente. Gracias a la presencia y el conocimiento de las mujeres que les antecedían, su inserción en la nueva vida en el Bajío no ha sido tan difícil en comparación con la de las primeras esposas de kaigai chuzai in. Debido a sus duras y difíciles experiencias como chuzai in zuma, han intentado facilitar la vida de las recién llegadas: compartían la información sobre las escuelas para sus hijos/as, sus contactos con maestras de español, tiendas dónde conseguir productos japoneses, lugares de entretenimiento tanto para sus hijos/as como para sí mismas, etc. Una mujer que llegó en 2019 a León, Guanajuato, sufrió una parálisis facial debido a un fuerte estrés generado por la incertidumbre que le provocaba un ambiente vital completamente desconocido. Según ella, gracias a la presencia y el apoyo de una mujer cuyo marido trabajaba en la misma compañía que su esposo, pudo manejar exitosamente el estrés y salir de un estado de salud y emocional crítico. Sus invitaciones para salir de la casa, conocer otras personas que compartían la misma condición –chuzai in zuma– y realizar otras actividades como tomar clases de español le ayudó a llenar las horas en las que esperaba a su marido en un contexto de soledad. Poco a poco, fue abriendo su horizonte vital.

Las experiencias de las madres japonesas son distintas. Para bien o para mal, la presencia de infantes o adolescentes a quienes deben atender y cuidar no les deja tiempo para sentirse solas. Buscar una escuela para sus hijos/as no es tan difícil como lo fue para las primeras esposas de los expatriados japoneses. Visitan –o incluso sin visitar– las escuelas donde hay niñas y niños japoneses y deciden cuál les parece mejor, ya que la información previa necesaria se habrá transmitido a través de sus antecesoras. Sin embargo, el avance tecnológico y la transformación de los medios de comunicación han generado otras dificultades para las madres extranjeras: los comunicados de la escuela a través de la aplicación de texto –por ejemplo, WhatsApp– en teléfono celular. La facilidad que ofrece este tipo de medios también genera un uso excesivo. Las mujeres japonesas son incluidas en el grupo de las madres de hijos/as que van a la escuela. Si tienen dos o tres hijos deben pertenecer a la misma cantidad de grupos de madres. Si de por sí les cuesta mucho seguir una conversación en español, incluso en textos escritos, los envíos por mensaje de texto hacen que se sientan abrumadas y desanimadas para seguir la conversación. Hay personas que pueden preguntar a otras, aunque su nivel de idioma sea limitado, pero hay otras que no se atreven a buscar ese apoyo. Una madre comentaba que ella consultaba todo en internet, introduciendo pocas palabras que entendía o imágenes enviadas a través de teléfono celular. Según ella, este avance tecnológico ha incrementado las expectativas sobre las madres extranjeras, tanto dentro como fuera del hogar. Se considera que pueden buscar cualquier información por sí mismas con el apoyo de las herramientas adecuadas de internet. Así, las madres japonesas desarrollan su capacidad no sólo lingüística sino también computacional, impulsadas por las necesidades vinculadas con la educación de sus hijos/as y la vida cotidiana.

Un factor que ha afectado sensiblemente la vida no sólo de las mujeres sino de toda la población japonesa expatriada es la inseguridad. Este clima empezó a instalarse en la región del Bajío hace aproximadamente 10 años, pero se agudizó a partir de 2018, cuando hubo 2 609 homicidios intencionales; la cifra significa un incremento del 202% con respecto a 2015 (Lorusso, 2019: 47). Muchas mujeres han tenido que restringir sus actividades, de por sí reducidas, para no exponerse a una situación de riesgo para sí mismas y para sus familias. Algunas evitan ir solas a ciertas zonas de la ciudad y otras no salen de su casa después de que se oculta el sol. Además, algunas empresas japonesas han prohibido explícitamente el uso de taxis, la salida a la carretera y, en los últimos años, el traslado de la familia desde Japón. Una mujer comentó, con un tono de decepción, que su marido, en su compañía, era el último caso que pudo traer a su familia.

Las experiencias de vivir como chuzai in zuma varían principalmente según en qué etapa llegaron al Bajío y la presencia o no de hijos/as en la región. Hay una serie de dificultades para adaptarse a un nuevo ambiente vital que, en todos los aspectos, es diferente a la vida que llevaban en Japón. El obstáculo principal, pero no el más difícil de resolver, es el idioma. La falta o insuficiencia de esta habilidad influye en todos los demás aspectos de la vida. Sin embargo, muchas mujeres han intentado romper con esta barrera. Se dan cuenta de que estar calladas no resuelve nada e intentan negociar con la escuela, dentro de sus capacidades de manejo de español e inglés, para que les envíen comunicados escritos, contraten a alguien con conocimiento de japonés, etc. Las restricciones laborales que tienen como acompañantes limitan sus actividades, pero algunas mujeres han buscado la manera de ampliar su margen de interacción tanto con la gente local como con la comunidad de connacionales: realizar intercambio de idiomas –enseñar japonés a mexicanos a cambio de clases de español–, enseñar yoga o pilates, buscar actividades culturales que no requieran tanto conocimiento lingüístico, etc. Sin duda alguna, renuncian a muchas cosas por haber dejado temporalmente la vida cómoda que tenían en Japón, pero ganan experiencias valiosas que se van acumulando como esposas de expatriados y como mujeres autónomas que saben resolver problemas de diversa índole en circunstancias inesperadas de la vida.


Bibliografía

Ariza, Marina (2000), “Género y migración femenina: dimensiones analíticas y desafíos metodológicos”, en Dalia Barrera Bassols y Cristina Oehmichen Bazán (eds.), Migración y relaciones de género en México, México, gimtrap/unam-iia, pp. 33-62.

Ariza, Marina (2007), “Itinerario de los estudios de género y migración en México”, en Marina Ariza y Alejandro Portes (coords.), El país transnacional: migración mexicana y cambio social a través de la frontera, México, UNAM-IIS, pp, 453-511.

Cangià, Flavia (2017), “(im)Mobility and the Emotional Lives of Expat Spouses”, en Emotion, Space and Society, núm. 25, pp. 22-28.

Hirai, Shinji (2013), “Migración y corporaciones japonesas en el noreste de México: las prácticas sociales y culturales de los migrantes y su salud mental”, en Lucía Chen y Alberto Saladino García (comps.), La nueva Nao: de Formosa a América Latina, t. II, Taipei, Universidad de Tamkang, pp. 71-100.

—————— (2017), “Costos socioculturales de la rotación de personal. Migración y empresas japonesas en México y retos para la construcción y el desarrollo de la comunidad”, en Magdalena Barros Nock y Agustín Escobar Latapí (coords.), Migración: nuevos actores, procesos y retos. Vol. I. Migración internacional y mercado de trabajo, Ciudad de México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, pp. 266-293.

Hondagneu-Sotelo, Pierrette (2003), “Gender and Immigration: a Retrospective and Introduction”, en Pierrette Hondagneu-Sotelo (ed.), Gender and U.S. Immigration. Contemporary Trends, Berkeley, Los Ángeles, yLóndres, University of California Press, pp. 3-19.

Hondagneu-Sotelo, Pierrette (2007), “La incorporación del género a la migración: ‘no sólo para feministas’ – ni sólo para la familia”, en Marina Ariza y Alejandro Portes (coords.), El país transnacional: migración mexicana y cambio social a través de la frontera, México, UNAM-IIS, pp, 424-451.

Lorusso, Fabrizio (2019), “Guanajuato: tendencias de la violencia, las desapariciones y los homicidios”, en Brújula Ciudadana 109, mayo 2019, pp. 45-58.

Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón (2014, 2019), Estadística de estudios sobre residentes japoneses en el extranjero, Japón, Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón.

Miura, Yuko (2019), “Estudios empíricos sociológicos sobre la comunidad expatriada japonesa: estudio de caso de las prácticas de vida cotidiana de las esposas de kaigai chuzai in”, Tesis de doctorado en Sociología, Universidad de Rikkyo, Japón.

Szasz, Ivonne (1999), “Perspectiva de género en el estudio de la migración femenina en México”, en Brígida García (coord.), Mujer, género y población en México, México, El Colegio de México, pp. 167-203.

  1. asakura@ciesas.edu.mx
  2. Kaigai chuzai in es el término en japonés para denominar overseas resident businessman o expatriados (migrantes laborales enviados por la empresa). Son aquellas personas que cambian su lugar de residencia para cumplir misiones corporativas por periodos de tres a cinco años, lo que significa que no hay una residencia permanente, ya que la rotación y reubicación del personal técnico y administrativo está en función de la estructura corporativa global de las empresas (Hirai, 2013).
  3. Las esposas de los japoneses expatriados se autodenominan de diferentes formas: “chu zuma”, “chuzai zuma”, “chuzai in no tsuma”, “chuzai in no okusan” (Miura, 2019).
  4. En abril de 2019, se inauguró el Instituto Educativo Japonés de Guanajuato, A.C. en Irapuato, Guanajuato, con la autorización y apoyo del Ministerio de Educación en Japón. Llegaron un director, un subdirector y 11 maestras/os a través de una selección rigurosa por parte de dicho ministerio para ofrecer el sistema educativo japonés en el idioma japonés. El primer año se inscribieron 126 estudiantes entre primaria y secundaria.