Rafael Loyola Díaz: reconocimiento y remembranza

Fernando I. Salmerón Castro
CIESAS Ciudad de México


Fernando Salmerón, Teresa Rojas y Rafael Loyola. Fotografía cortesía de Teresa Rojas

Conocí a Rafael Loyola cuando, recién llegado a la Dirección General del CIESAS, en 1996, visitó la unidad Golfo del CIESAS. Habíamos hablado por teléfono unos días antes y nos reservamos un buen espacio para conversar durante su visita. Siempre nos preguntamos por qué no nos conocimos antes, puesto que era amigo y había compartido residencia con varios de mis compañeros de la licenciatura. Tenía amplias referencias mías y rápidamente establecimos una buena relación.

En Xalapa yo había logrado galvanizar a casi todos mis colegas. No sólo debía dejar la coordinación de la Unidad, sino que también parecía conveniente explorar otros horizontes de residencia. Por razones personales y familiares había explorado la posibilidad de reubicarme en el CIESAS Occidente y todo indicaba que era el camino a seguir. Cuando el Dr. Loyola se enteró de mis planes, me pidió pensarlo de nuevo. Después me invitó a que colaborara con él en el equipo de la Dirección General. En ese momento le propuse que me permitiera organizar un programa de licenciatura en el CIESAS. No logré convencerlo y, a cambio, solicitó que me hiciera cargo de impulsar un nuevo programa de Doctorado en Antropología. Comencé en Xalapa, desde el segundo semestre de 1996 trabajé con un equipo de colegas de todas las unidades y, después de trasladarme a la Ciudad de México, en el verano de 1997, preparamos el programa que inició sus cursos en septiembre de 1998. En todo el proceso, Rafael Loyola siguió puntualmente cada paso del desarrollo del programa, con ojo crítico revisó todos los documentos y encabezó las negociaciones con el Conacyt para su reconocimiento y formalización. Fueron dos años de trabajo intenso bajo la coordinación de Carmen Icazuriaga, primero, y de Marta Eugenia García Ugarte, después, pero siempre con la participación directa e interesada del Director General.

A partir de septiembre de 2000, Loyola me invitó a hacerme cargo de la Dirección Académica, que ocupó hasta agosto Virginia García Acosta. En este puesto tuvimos una cercanía mucho mayor. Logramos impulsar muchos programas nuevos y cambiar algunas cosas. Fueron años de mucho trabajo en los que cultivamos una amistad cercana. Gracias a ello podíamos con intercambios breves establecer acuerdos de trabajo para construir equipos para las tareas ejecutivas y de planeación académica. Algunos que él coordinaba directamente, otros que compartíamos o que me dejaba la responsabilidad. Una de las grandes experiencias fue el proyecto de intercambio con Cuba. Rafael lo imaginó y consiguió el financiamiento, pero me hizo responsable de darle forma y de conducirlo. Otro proyecto que trabajó con mucho entusiasmo fue la posibilidad de establecer programas conjuntos con universidades de otros países; particularmente trabajamos con las universidades de Paris-Nanterre, en Francia, y la de California, en Estados Unidos. Proyectos de otra época, cuando veíamos instituciones y actividades de investigación en crecimiento, con enlaces fuera de México para el fortalecimiento colaborativo de las disciplinas y las instituciones que las cultivaban.

Loyola sostenía la máxima de que “Los proyectos tienen que tener nombre y apellido”. Sobre esa base, encargaba a una persona la coordinación del equipo y la responsabilidad del proyecto, o identificaba proyectos en los que veía viabilidad y oportunidad para buscarles apoyos de redes y financiamiento que los hicieran llegar lejos. Impulsó, desde la Dirección General, muchos proyectos con distinto éxito y, con algunos fracasos. Para mí fueron años de grandes aprendizajes y de una colaboración cercana y enriquecedora por los que siempre estaré agradecido.

Rafael fue primordialmente un constructor de instituciones. Cuando impulsaba proyectos, les buscaba financiamiento o enlazaba a los responsables con otras iniciativas, le interesaba el proyecto mismo, pero, en general, tenía la mirada puesta en los efectos que ese proceso tendría para el fortalecimiento institucional. No únicamente de la institución en la que estaba anclado el proyecto, sino también en aquellas con las que establecía vínculos y, en última instancia, en el desarrollo de la ciencia y la tecnología en México.

Antes del CIESAS, había impulsado estrategias de cambio institucional en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y en la FLACSO. Además intervino con entusiasmo en la Academia Mexicana de Ciencias y en el Foro Consultivo Científico y Tecnológico. Mientras estuvo en el CIESAS trabajó con los directores de los otros centros + en el desarrollo de la política científica nacional. Después del CIESAS, convenció a la UNAM y al CONACYT de impulsar otros centros de investigación con un carácter mixto en varios sentidos: con la participación del Conacyt y también de las universidades públicas, con investigación multi e interdisciplinaria para atender problemas urgentes, como el deterioro ecológico, el cambio climático y la sustentabilidad. Con este propósito promovió la creación, en Villahermosa, Tabasco, del Centro del Cambio Global y la Sustentabilidad A.C., que tenía programas orientados al funcionamiento de los ecosistemas y la conservación de la biodiversidad, recursos hídricos y manejo de cuencas en la zona costera del Golfo de México, sustentabilidad energética, mitigación, adaptación a los riesgos del cambio climático, y desarrollo regional sustentable. Dirigió este centro hasta diciembre de 2020 y estaba a punto de pasar la estafeta al nuevo Director General cuando la muerte lo sorprendió.

A partir de esta trayectoria, durante los últimos dos años había iniciado una reflexión sobre las políticas de ciencia, tecnología e innovación. A fines de 2020 concluyó un libro coeditado con Judith Zubieta que iban a presentar en los primeros días de enero (Vaivenes entre innovación y ciencias. La política de CTI en México, 2012-2018. Coordinación de Investigación Científica-UNAM-Miguel Ángel Porrúa) y había iniciado los preparativos para establecer un seminario permanente de investigación sobre ciencia tecnología e innovación. También, en su estilo característico, arrojado, iconoclasta e, incluso, temerario, publicó varios textos en La Silla Rota con críticas a la política actual sobre ciencia y tecnología y algunas de las decisiones recientes del Conacyt (el último del 21 de diciembre). Textos que nos recuerdan, sin duda, algunos de los que publicó como “Editorial” en el Ichan Tecolotl en 2003 y 2004, cuando se discutía la política científica impulsada por el gobierno de Vicente Fox. Uno de estos últimos textos, escrito para el número de aniversario del CIESAS, en septiembre de 2020, no vio la luz porque fue rechazado por el Ichan Tecolotl por considerarlo demasiado “incendiario”. Me escribió: “Mi querido Doctor, aunque creo me había excedido un poco, te comparto el texto que había escrito para el aniversario del CIESAS, a petición del Ichan.” Consideraba que, por duro que hubiera sido su texto, en un escenario como el que viven actualmente las instituciones de investigación era importante pronunciarse.

Conversar con Rafael, lo que no dejamos de hacer durante casi un cuarto de siglo, desde que nos conocimos, fue siempre un placer y una fuente de aprendizaje. A pesar de que nuestras actividades impedían vernos con frecuencia, durante el periodo en que yo estuve en la Secretaría de Educación Pública y él en la conducción del Centro del Cambio Global en Tabasco, nunca dejamos de reunirnos para comer, cenar, disfrutar una copa y una larga conversación. “Tejíamos chambrita”, como él decía, nos poníamos al corriente y comentábamos novedades de lecturas, cine y política e instituciones, nuestro gran tema. Lo extrañaré muchísimo.