La mudez del turista en la elocuencia del viaje: impresiones visuales y escritas de Egipto (segunda parte)

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Mauricio Sánchez Álvarez
Laboratorio Audiovisual CIESAS


 

Temprano una mañana, nuestro grupo aborda un vuelo que va de El Cairo a Luxor, a cientos de kilómetros hacia el sur, desde donde arrancará un recorrido en barco de varios días por el Nilo hasta Aswán, casi en la frontera con Sudán. Lo monumental y sofisticado de un pasado considerado glorioso, de templos y figuras míticas, se encuentra con un presente más paradójico, en que coexisten tradición y modernidad, el acero y el arado, como los ferrys repletos de turistas, como nosotros junto a las barcas de pescadores y los veleros de comerciantes. Un mosaico singular alimentado por el río que corta el gran desierto como un tajo, dando vida y también quitándola. Sus extraordInarias crecientes, provocadas por las lluvias en sus nacientes, movilizan cantidades innombrables de limo y agua que no sólo han renovado el suelo, haciendo posibles grandes civilizaciones. A su paso también han inundado y arrasado poblados y ciudades antiguas, llegando incluso a enterrarlos, dejándolos para el olvido mientras tiene lugar el rescate arqueológico. No sin razón, en la travesía se pasan esclusas reguladoras, similares a las del Canal de Panamá, en donde la nave transita de un nivel a otro. Y durante la travesía, días antes de arribar a Aswán, altas torres de tensión advierten la presencia de la presa hidroeléctrica, que uno posteriormente visita, y detrás de la cual está el Lago Nasser, el cuerpo de agua construido más grande del mundo.

En Karnak y Luxor se tiene cierto acercamiento a la vida cotidiana y la estética de la antigüedad, y que no es posible establecer en las pirámides de Giza, que son construcciones funerarias. Se aprecia el trazado de la urbe, la arquitectura de las construcciones y muchos detalles escultóricos y pictóricos. Dominado por corredores de columnas de unos tres metros de ancho por veinte de alto, uno va de un amplio patio a otro pasando por templos, admirando los bajorrelieves y las pinturas de los pocos techos que aún quedan, así como las acequias y la alberca en los bordes del emplazamiento. Tiempos después, ordenando las imágenes del viaje, y curioseando en internet, me enteraré que estas edificaciones y figuras estaban revestidas de pinturas. Qué espectáculo el que debió haber sido.

Ese espectáculo pictórico nos aguarda al día siguiente cuando visitamos el Valle de los Reyes: tumbas reales milenarias cavadas en las honduras de unos cerros desnudos, cuyos socavones y recintos funerarios, presevados aún, dejan ver una riqueza y destreza singulares de diseño y color que lo dejan a uno boquiabierto. Eso, y la profundidad cosmogónica que expresan: el viaje al inframundo mediado por el juicio del personaje en cuestión por parte de las deidades, quienes pesaban el corazón del difunto poniendo en la otra parte de la balanza una pluma. Si el corazón llegaba a pesar más que la pluma, el muerto no podía disfrutar la vida eterna.

Al día siguiente, habiendo pasado las esclusas, en el muelle ribereño nos aguardan carruajes tirados por caballos que rápidamente nos conducen a Esna, una antigua ciudad, rescatada de más de varias decenas de metros de profundidad de limo del Nilo. Curiosamente, este estado de dormitación fue clave para que quedara preservada. Los capiteles de las columnas de su patio están esculpidos con representaciones de papiro, la planta de cuyo tallo, como se sabe, se haría el papel en que se plasmarían los registros escritos y gráficos del antiguo Egipto. Y los bajorrelieves de las paredes en el interior de los templos, aunque ya han perdido su color, son exquisitos, tan finos como sensuales.

El útimo destino es Aswán, la urbe portuaria y comercial que domina el sur del país y en donde permaneceremos un par de días. Si hasta entonces las visitas habían sido a sitios arqueológicos, ahora cruzaremos el Nilo en velero, iremos a ver un mercado, pasearemos por el jardín botánico (que hace valorar aún más lo verde en medio de tanta aridez), andaremos a lomo de camello (medio asustados, la verdad) y deambularemos por una aldea del pueblo nubio, fijándonos en lo colorido de sus casas. Allí, me asombra en particular la cercanía de la gente con los cocodrilos, lagarto rey del Nilo, entronizado en bajorrelieves, y que —pequeños (no vimos grandes)— se guardan en jaulas con candados para ser exhibidos a los visitantes, mientras se bebe té.

De Aswán emprendemos el regreso por barco a Luxor, y de allí en avión a El Cairo, para seguir al día siguiente a México. Me percato de que la visita es apenas un atisbo de lo que Egipto y su mundo pueden ser. Uno va como dentro de una burbuja, siempre mediada por el guía, pero que no es del todo hermética. Las pocas incursiones no previstas —unas caminando en busca de algo, otras mirando desde la ventana de una camioneta y otras en la tele— dejan ver un país, sí, muy pintoresco y vital, de gente muy amable. Pero también dejan la impresión de un gran control —mucha seguridad—, militares apostados en iglesias cristianas posiblemente amenazadas y un presidente (visto en la tele) rodeado de un séquito, no de funcionarios, mientras atiende una ceremonia. Hay tantas preguntas que nos quedarán para un después que no será. La sensación es de un rompecabezas que seguirá construyéndose en la cabeza de uno, a miles de kilómetros y varios mundos de distancia.