La inmigración coreana a México: ayer y hoy

Alfredo Romero Castilla
Profesor emérito de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales-UNAMalfredo.nolelo@gmail.com

México no es un país de inmigración de la manera en que lo son Argentina, Australia, Brasil, Canadá y Estados Unidos. Esta aseveración de ninguna manera significa que en el decurso de la historia mexicana no haya habido, desde tiempos remotos, desplazamientos poblacionales que produjeron interacciones entre pueblos y culturas. Pero el fenómeno de la migración en su actual connotación, data de los siglos XIX y XX, cuando arribaron al país grupos de inmigrantes provenientes de distintitos orígenes nacionales.

En este periodo se inscribe la llegada de la inmigración coreana a México cuya historia se divide en dos etapas que representan dos tiempos y espacios muy diferentes. La primera se remonta a finales del siglo XIX y principios del XX y la segunda a las últimas décadas del siglo XX. El itinerario de estos dos movimientos migratorios recorre un camino en el que se entrecruzan las condiciones históricas del reino de Choson y las de la República de Corea, con las de la República Mexicana. El primero dejó de existir por la anexión colonial japonesa en 1910, y una vez terminada ésta, el vacío que dejó no pudo ser llenado porque su existencia nacional tomó el rumbo de la separación en dos entidades políticas de signo contrario.

En México, el programa de atracción de inmigrantes fue impulsado por la política migratoria emprendida por el gobierno de Porfirio Díaz, el que, después de 1910, fue desplazado por el gobierno de un régimen revolucionario que tomó la decisión de suspenderlo y a renglón seguido, adoptó el criterio de nacionalidad restringida con el que se vetó el ingreso de los asiáticos y extranjeros de otras nacionalidades.

En Corea, el final del reino de Choson a mediados del siglo XIX, junto con la forzada “apertura” del país por Japón en 1876, provocaron una crisis en la agricultura, aunada a otra de carácter político que se hizo más grave por la intervención militar extranjera y sus presiones económicas, hechos que impelieron a un sector de la población a desplazarse hacia otros entornos extranjeros donde pudieran encontrar mejores oportunidades de vida.

La primera corriente migratoria emprendió el camino hacia Manchuria y Siberia. En el caso de Manchuria, el movimiento de población coreana tiene antecedentes más remotos que datan del siglo XIII, pero la presencia de los ancestros de la actual migración se remonta al siglo XVI y su incremento ocurrió a mediados del siglo XIX (Piao, 1990: 44-50). El asentamiento de inmigrantes coreanos en Siberia se inició antes del establecimiento de relaciones diplomáticas entre el reino de Choson y el imperio zarista ruso en 1884. Los inmigrantes se ubicaron en la llamada zona marítima de Rusia que comprende Vladivostok, Nikol’sk-Ussuriiskii, Khabarovsk y Nikolaevsk-na-Amure quienes hasta 1921 sumaban 57 289, de los que 17 476, se habían naturalizado (Hara, 1987: 2-3).

La segunda ola de inmigración se inició en 1903 con la llegada de los primeros trabajadores coreanos contratados para trabajar en la industria azucarera de Hawái. Su arribo provocó el descontento de Japón porque interfería en su proyecto de preservar a este lugar como zona exclusiva para la migración japonesa. Japón demandó al gobierno de Choson que impidiera la salida de nuevos trabajadores, exigencia que fue acatada. En este asunto tuvo un papel incidental la partida de los primeros inmigrantes coreanos que se embarcaron rumbo a México, cuya salida ocurrió tres días antes de la promulgación del edicto de prohibición, emitido el 7 de abril de 1905 (Patterson, 1988: 139).

En México la política de migración del gobierno porfirista se formuló con el propósito de atraer inmigrantes de origen europeo por considerar que la población originaria era un lastre que obstruía la modernización del país. A pesar de los incentivos ofrecidos, el proyecto no prosperó y esta coyuntura abrió el camino para la contratación de trabajadores migratorios extranjeros; entre estos grupos llegaron los chinos y los japoneses (González, 1960).

Es pertinente asentar la actitud ambivalente de xenofobia y xenofilia, según la define González Navarro, manifestada entre quienes impulsaban la migración hacia los inmigrantes y los que se oponían a ella, según lo muestra el caso de los chinos, quienes fueron simultáneamente aceptados y rechazados, mientras que los japoneses fueron vistos con más simpatía (González, 1994).

Así lo ilustra la polémica habida entre Francisco Díaz Covarrubias y Matías Romero. El primero consideraba a la inmigración japonesa “realmente benéfica para la agricultura y para la creación de algunas industrias” (Peña, 1971: 63), una posición que iba en detrimento de los chinos. Por su parte, Matías Romero fundaba su opinión favorable hacia los chinos aduciendo que “eran la raza original de nuestros indios” y si se les ofrecieran tierras en las costas ellos podrían trabajar con ahínco (Valdez, 1981: 182 -183).

Estos antecedentes son el contexto histórico del arribo de los primeros inmigrantes coreanos contratados para trabajar en las haciendas henequeneras de Yucatán. Su llegada a este lugar ocurrió cuando el cultivo y comercio del henequén estaban en un momento de gran auge, iniciado desde mediados del siglo XIX y coincidió con el proyecto modernizador del gobierno de Porfirio Díaz, que impulsó el desarrollo de nuevas industrias de exportación con base en la apertura de puertos y la construcción de ferrocarriles ligados al capital extranjero.

En el caso de Yucatán los hacendados privilegiaron la extracción de la fibra del henequén, que tenía gran demanda en el comercio internacional, lo cual requería contar con suficiente mano de obra, que en la opinión de los propietarios de las haciendas, era escasa (Romero, 1997 y 2005).

Este argumento no era real, la población maya era numerosa. Lo que acontecía es que ésta mostraba una abierta oposición a ser sometida al sistema de trabajo forzado que privaba en las haciendas, mientras que quienes poseían sus propias tierras no tenían necesidad de vender su trabajo.

Por otro lado, puede aducirse que también había un trasfondo ideológico-cultural de carácter étnico que resultaban ajenos a la ideología “modernizadora” sobre la que se buscaba impulsar el cultivo del henequén (Alanís, 1997: 79-94).

La composición demográfica de Yucatán durante el Porfiriato era de 300 mil habitantes, formada por 250 hacendados y el resto por otros sectores y los mayas (González, 1979). Se estimaba el número de mano de obra disponible en cerca de 111 mil que incluía mayas, chinos, coreanos y yaquis. De este número aproximadamente 80 mil eran trabajadores endeudados y 60 mil trabajaban en la región henequenera, información recabada por Erik Villanueva Mukul y citada por Alanís Enciso (1997: 122).

Los primeros trabajadores asiáticos contratados fueron los chinos, quienes se retiraron una vez cumplidos sus contratos. En 1904 se buscó contratar a un nuevo grupo de chinos y la Junta de Inmigración de Yucatán comisionó a John Meyers, un traficante de ascendencia holandesa nacionalizado británico, para viajar a China y concertar una nueva contratación. Una vez llegado a este país, Meyers no pudo lograr su cometido porque tanto en China como en Estados Unidos se había corrido la voz sobre los malos tratos de los que eran objeto los trabajadores migratorios.

Luego de este fracaso se dirigió a Japón donde tampoco pudo reclutar trabajadores y fue ahí donde se enteró del proyecto de contratación de trabajadores coreanos para laborar en Hawái y se dirigió a Corea. Meyers arribó a Seúl en agosto de 1904. De inmediato logró establecer contacto con el director de la compañía japonesa encargada de reclutar trabajadores para ir a Hawái, quien comisionó a un subalterno y a su asistente coreano para que lo ayudaran en la realización de su empresa. Establecieron oficinas en las ciudades de Seúl, Taedong, Kwangju, Mokpo, Pusan, Kunsan, Inchon, Pyongyang, Kaesong y Chinnampo.

Meyers cambió la estrategia de reclutamiento y esta vez buscó la contratación de familias con la idea de poder arraigarlos en Yucatán. Sus mecanismos de operación fueron leoninos: una publicidad engañosa que insinuaba la ubicación de México como si fuera parte del territorio Estados Unidos y pintaba al país como una tierra de bonanza. Por otro lado, jamás se preocupó de informar debidamente al gobierno de Choson de su operación y no recabó los permisos de salida. Logró obtener los pasaportes a través de una turbia maniobra diplomática ejecutada por el representante del gobierno francés. Cuando las autoridades de Choson se percataron de todas estas irregularidades, el barco que transportaba a los inmigrantes ya se había hecho a la mar.

La información arriba referida se encuentra en el libro colectivo, coordinado por María Elena Ota Mishima (1997), dedicado al estudio de las migraciones asiáticas a México, siglos XIX y XX. En él se describen los pormenores del proceso de incorporación a la vida social mexicana de este primer grupo de migrantes que abandonaron la tierra de sus ancestros para establecerse en los plantíos de henequén en Yucatán, sus penurias de vida como peones acasillados y su ulterior dispersión, una vez concluidos sus contratos de trabajo, por distintos rumbos de la geografía mexicana y Cuba (Romero, 1997: 123-166).

Este proceso de integración los incorporó a las estructuras económicas políticas y sociales del México revolucionario en la que empezaron a desarrollar su vida de manera paralela a la de la sociedad mexicana. En esos lugares pudieron encontrar la oportunidad de crear nuevas condiciones de vida que les ofrecían las condiciones específicas de los ambientes con los que se encontraron. Los rastros dejados por estos primeros coreanos en su recorrido por tierras mexicanas forman una historia todavía pendiente de ser escrita porque implica atar muchos cabos sueltos de su periplo para poder reconstruir sus itinerarios de vida, incluidos los de aquellos que viven en las comunidades de Mérida, la ciudad de México y Tijuana.

Los caminos de la investigación suelen deparar sorpresas. Cuando a mediados de la década de los noventa del siglo pasado, ultimaba los detalles para la edición del trabajo de investigación realizado sobre la primera inmigración coreana a México, me asombró escuchar la noticia sobre el asentamiento, en la otrora Zona Rosa de la Ciudad de México, de un nuevo grupo de inmigrantes procedente de Corea del Sur.

Pasé del desconcierto a la incertidumbre de saber lo que estaba ocurriendo. Vino a mi mente el final de la política de inmigración del Porfiriato en los albores del siglo XX que redundó en la suspensión de la llegada de nuevos inmigrantes, seguida de la adopción del criterio de “nacionalidad restringida” que se aplicó a los asiáticos y otros grupos nacionales.

Conocía también que desde la década de los años setenta se había exceptuado de este estatus a los ejecutivos japoneses de las compañías comercializadoras y que empezaba a acontecer lo mismo con los ejecutivos surcoreanos; pero estos nuevos inmigrantes no pertenecían a esta categoría.

Ignoraba que se habían operado cambios en la legislación mexicana en las últimas décadas del siglo XX y por ello se había abierto la posibilidad del ingreso de extranjeros que mostraran tener una solvencia económica que les permitiera establecerse y trabajar en el país, en calidad de pequeños empresarios, categoría en la que encajaban estos inmigrantes de origen surcoreano.

La llegada de este nuevo flujo migratorio planteaba de entrada un contraste con las condiciones que impulsaron la salida de los primeros migrantes en los albores del siglo XX. Esta vez no obedecía al deterioro económico y las presiones imperialistas que llevaron a la caída del reino de Choson e impelieron a sus súbditos a buscar refugio allende sus fronteras. Evidentemente los móviles de esta nueva inmigración eran otros y debían ser indagados.

Tenía noticias de que, desde mediados de la década de los años sesenta, había empezado a establecerse en Estados Unidos una primera oleada de inmigrantes, atraída por la influencia económica, política y cultural ejercida por este país e impulsada por las dificultades económicas y de control político que para esos años aquejaban a Corea del Sur. A este éxodo le siguieron otros que se esparcieron por el mundo, que para ese momento se estimaba sumaban más de cinco millones de personas viviendo en 140 países, entre los que figuraban Argentina, Brasil y Paraguay en América del Sur y ahora México.

De esta manera empezó a ampliarse el horizonte del objeto de investigación, lo cual planteaba, por un lado, proseguir la indagación de las trayectorias de vida de los descendientes de la primera migración y, por otro, trazar otras perspectivas de estudio las que, junto con la historia, permitieran conocer el carácter de este nuevo movimiento migratorio proveniente de Corea del Sur; una tarea que no podía ser acometida por una sola persona.

Formar un grupo de investigación no resultaba fácil. En mi ámbito académico más cercano, la disciplina de las Relaciones Internacionales, los procesos migratorios no despertaban mucho interés. Transcurrieron varios años para que esto aconteciera. La ocasión se presentó en el año 2005 con la celebración del centenario de la llegada de los primeros inmigrantes, que despertó el interés de los mexicanos de ascendencia coreana por conocer más en detalle las circunstancias históricas del arribo e inserción de sus ancestros y empezaron a hurgar en sus memorias familiares.

El comité organizador de las celebraciones puso en manos de la escritora sudcoreana Yi Ja-Kyung los materiales de archivo de la Asociación México Coreana, A.C. con los que redactó un libro conmemorativo en un estilo narrativo que, siguiendo la secuencia histórica, dio vida a los testimonios recogidos de primera mano. La edición contiene, además, una copiosa selección de imágenes fotográficas, estampas que ilustran pasajes de la vida pasada y presente de los mexicanos de ascendencia coreana. Esta obra merece ser traducida al español y difundida entre el público no familiarizado con la lengua coreana (Yi, 2006).

Paralelamente, los editores del periódico The Christian Herald de Los Ángeles, coordinaron una colección de 6 tomos dedicados a la historia de la migración coreana asentada en el continente americano. El tomo dos es un texto bilingüe coreano-inglés ilustrado con fotografías de época (The Christian Herald, 2006) y el tomo seis es una edición bilingüe coreano español en la que se narra la historia del primer éxodo, su vida en Yucatán y su desplazamiento por el territorio mexicano, escrita por el pastor Nam Hwan-jo. La parte más novedosa de su contenido es la crónica de las actividades religiosas desarrolladas por los inmigrantes en Yucatán y otros lugares (Nam, 2005).

A mediados de 2005 la profesora Ko Hyeson organizó en la Universidad Dankook de Seúl el Seminario Internacional “Centenario de la Inmigración Coreana a México: Recuerdos y Perspectivas”. Los textos presentados por estudiosos de Corea del Sur, México y Estados Unidos se publicaron en su versión en español en la Revista Asia y América, de la Universidad Dankook (Ko, 2005).

Otro texto también relacionado con la conmemoración fue escrito por el ingeniero Suh Dong Soo en el que informa sobre su labor como presidente del comité organizador del centenario y hace entre otros tópicos, la narración de sus encuentros con las familias de ascendencia coreana que viven en Ciudad Juárez, Cuba, Tampico, Tijuana y Veracruz y anexa además algunos datos de su vida como inmigrante. Su testimonio es un atisbo a las distintas formas como se han organizado las comunidades de inmigrantes coreanos en México (Suh, 2005).

Por esa misma época Kim Hyoung-ju (2005), entonces profesor del Colegio de México, publicó el informe de los primeros avances de un proyecto de investigación basado en los resultados de las entrevistas hechas a los inmigrantes recién llegados. Desafortunadamente esta indagación no prosiguió.

El final de los festejos de la celebración me dejó con la impresión de que el interés suscitado en la inmigración decaería, lo cual no aconteció. En el Seminario de Seúl celebrado en 2005, participó un joven fotoperiodista yucateco llamado Javier Corona, en cuya ponencia señaló que desde sus mocedades tuvo la inquietud de conocer más a fondo la vida de sus ancestros y las de otras familias de ascendencia coreana residentes en Yucatán. Esta curiosidad se ha acrecentado y a partir de entonces ha realizado la labor de recopilación de documentos, fotografías y testimonios individuales con los que aspira a reconstruir la vida cotidiana de los yucatecos de ascendencia coreana.

Este feliz encuentro se entrecruzó con otro hallazgo, la visita del entonces estudiante de sociología, Sergio Gallardo, quien me mostró un proyecto de tesis de licenciatura sobre las prácticas de vida de la comunidad coreana recién establecida en la Zona Rosa (Gallardo, 2015); un objeto de estudio que por fin aparecía. Estos primeros pasos lo han llevado a proseguir la indagación de la vida de estos nuevos inmigrantes y sus resultados han quedado documentados en sus tesis de licenciatura, maestría, doctorado y otros textos (Gallardo, 2017a, 2017b, 2018a, 2018b, 2019, 2020a, 2020b).

Para mi sorpresa, no sólo Sergio tenía interés en el estudio de los nuevos inmigrantes surcoreanos, también me refirió los casos de otras jóvenes colegas antropólogas que habían emprendido la tarea de investigar distintos aspectos relacionados con la presencia de la inmigración surcoreana en nuestro país. Aprovecho esta coyuntura, para agradecer a Sergio su generoso gesto de compartirme un documento informativo sobre quienes han continuado el estudio de la migración coreana a México, tanto por investigadores e investigadores de México así como de origen extranjero, y permitirme utilizarlo en la redacción de la siguiente parte de este texto.

En primer lugar, haré mención a quienes que han proseguido la indagación sobre la llegada de los primeros inmigrantes y la vida de sus descendientes en Yucatán: el ya mencionado Javier Corona Baeza, el historiador José Luis Gutiérrez May y la investigadora Claudia Dávila Valdés. Corona ha hecho avances en la recopilación de documentos, testimonios y fotografías que han aparecido en varias publicaciones (Baeza, 2005, 2006, 2007 y 2015). Por su parte, la tesis de Gutiérrez May es tal vez la investigación mejor documentada con materiales de archivo de Mérida y la ciudad de México, ofrece una visión histórica de las causas de la inmigración coreana y las vicisitudes de su adaptación a la ruda vida de trabajo en las haciendas henequeneras (Gutiérrez, 2001a y 2011b).

Claudia Dávila Valdés es la autora de un último trabajo publicado sobre este rubro, un estudio comparativo de las experiencias migratorias de los libaneses y los coreanos, cuya integración a la sociedad yucateca reviste diferentes características en lo que respecta a su movilidad social, económica y geográfica. Los coreanos se ubicaron en el sector social más pobre mientras que los libaneses se insertaron en un medio más urbano y se dedicaron al comercio. Los libaneses llegaron de manera escalonada y el arribo paulatino de nuevos inmigrantes que incluía mujeres, les permitió formar familias y forjar vínculos de identidad. Los coreanos fueron un único grupo que terminó dispersándose por diferentes sitios de México y esta separación implicó la ausencia de mujeres que, consecuentemente, impelió la fusión con la población de Yucatán (Dávila, 2018).

En lo que respecta a los autores que han escrito sobre los nuevos inmigrantes surcoreanos, Alfredo Romero Castilla escribió en un libro dedicado a los inmigrantes en la Ciudad de México, un capítulo que en su última parte se ocupa de estos recién llegados. (Romero, 2009). Propiamente dicho, el primer texto específico sobre estos nuevos inmigrantes corresponde a Amaranta Castillo aparecido en el año 2010, en el que documenta los encuentros y desencuentros entre trabajadores mexicanos y coreanos en la industria petrolera de Tamaulipas que han motivado manifestaciones de violencia y discriminación por parte de los trabajadores mexicanos por sentir amenazada su fuente de trabajo (Castillo, 2010). Más adelante Amaranta hizo un estudio comparativo sobre masculinidades entre coreanos y mexicanos también en la huasteca tamaulipeca (Castillo, 2011)

El siguiente texto corresponde a la Tesis de Maestría en Antropología Social presentada por Gabriela Poox (2014) cuya motivación fue observar las prácticas culturales de los nuevos inmigrantes en los restaurantes, peluquerías, iglesias y escuelas establecidas en el denominado “pequeño Seúl” de la ciudad de México, que le dan una nueva fisonomía a esta parte de la ciudad contigua al Paseo de la Reforma, que en otros tiempos fuera publicitada como la “zona del arte y el buen gusto”. Este primer encuentro le permitió a Gabriela advertir otros rasgos de vida de los inmigrantes coreanos que la han llevado a explorar la cultura alimenticia coreana (Poox, 2018), las prácticas comerciales de los inmigrantes (Poox, 2019) y la cuestión de la identidad en los jóvenes inmigrantes (Poox, 2020).

Toca su turno a Sergio Gallardo quien, como ya se mencionado, ha emprendido una empeñosa labor de investigación iniciada con su tesis de licenciatura en la que indagó la integración social en el espacio de la «Zona Rosa» (Gallardo, 2015), mapeando interesantemente sus viviendas y establecimientos, continuado investigando otras facetas en sus subsecuentes proyectos de investigación en sus estudios maestría y doctorado. El primero versa sobre las prácticas comerciales de los inmigrantes en la ciudad de México (Gallardo, 2017b); le siguen un estudio general sobre la migración coreana (Gallardo, 2017a) así como otros textos sobre la identidad masculina en la minera El Boleo en Baja California Sur (Gallardo, 2018b); la trayectividad de los inmigrantes sudcoreanos en la Ciudad de México (Gallardo, 2018a); las actividades comerciales de los inmigrantes surcoreanos en Tepito, Mixcalco y La Merced (Gallardo, 2019); la impronta maya en los descendientes coreanos en Yucatán (Gallardo, 2020b) y una ponencia en vías de publicación sobre los mexicanos-coreanos residentes en Tijuana (Gallardo, 2020a).

Otra importante contribución etnográfica son los trabajos relativos al papel de las iglesias coreanas en la cohesión de la vida de los inmigrantes surcoreanos, escritos por Dinorah Contreras. El primer trabajo es su Tesis de Licenciatura en Etnología en la que dio cuenta de la conformación trasnacional de la vida religiosa de los inmigrantes. Su hallazgo principal en el estudio de una iglesia establecida en la Ciudad de México es que ésta funge como nodo de una vasta estructura religiosa (Contreras, 2017).

Este primer trabajo es una aportación a la comprensión de los vínculos de cohesión de los flujos migratorios coreanos, sobre los que abunda después en otro texto (Contreras, 2019) y de una manera más completa en su tesis de maestría en estudios culturales, la autora reconstruye la historia de las iglesias coreanas en Tijuana y en ella descubre las diferencias de su modus operandi entre las iglesias fundadas por los descendientes coreanos y los nuevos recintos religiosos establecidos por misioneros provenientes de Estados Unidos y Corea del Sur (Conteras, 2020).

En lo que respecta a los proyectos de investigación emprendidos por investigadores de origen extranjero figura, en primer lugar, Rachel Lim. Ella es investigadora de origen coreano-estadounidense, quien también se ocupa del estudio de las iglesias coreanas establecidas en México. En sus indagaciones ha encontrado que hay una articulación a partir de la espiritualidad de las redes migratorias e imaginarios culturales que le ha permitido construir el concepto “iglesia hemisférica” en el que convergen la etnicidad y la identidad de las comunidades coreanas esparcidas por América Latina.

Rachel también ha incursionado en otros temas relacionados con las diásporas de Corea del Sur, específicamente sobre la manera como los patrones de movilidad afectan las lógicas nacionales y raciales de entender su identidad coreana y tienen efectos consecuentes en sus prácticas de asentamiento y definición sobre su homeland.

Recientemente, el doctor Chai-mun Lee se ha interesado en conocer el trasfondo histórico de la migración coreana a México, como un paralelo de sus estudios sobre las corrientes migratorias coreanas en Asia Central y otros lugares. En 2020 realizó trabajo de campo en la Ciudad de México, Puerto Progreso, Mérida y Champotón con el propósito de conocer el entrelazamiento de las condiciones y permanencias de la cultura coreana en las familias de descendientes de la primera migración. Con el material recogido pretende organizar un estudio comparativo con los casos de Brasil, Asia Central y la isla Sajalín. Cabe destacar que entre la información recabada atrajo particularmente su atención la impronta maya dejada entre los descendientes coreanos que aún viven en la península de Yucatán, resultado de la convivencia entre coreanos y mayas en las haciendas henequeneras y las uniones matrimoniales interétnicas.

La experiencia de Michael Vince Kim, fotógrafo argentino de ascendencia coreana, lo ha llevado a explorar a través del lenguaje y lo visual, los vínculos de los inmigrantes coreanos en Asia Central con México, como otra forma de aproximarse a los estudios migratorios. Con este propósito Michael ha realizado un trabajo fotográfico sobre los descendientes coreanos en México, Cuba y Kazajstán, también ha escrito un artículo alusivo, donde busca conocer hasta qué grado es posible mantener una identidad cultural coreana en la distancia histórica y geográfica de una Corea ahora inexistente, que prevalece anclada en sus memorias, costumbres y afectos (Kim, 2018).

Un último proyecto de investigación sobre la migración coreana a México del que se tiene noticia, lo está llevando a cabo la abogada estadounidense Michelle Ha sobre la comprensión histórica de las políticas migratorias de Estados Unidos y México hacia el reino de Choson, a principios del siglo XX, en particular en lo relativo a la llegada del primer grupo en 1905 (Ha, 2019).

Finalmente, merece citarse la reciente aparición de la edición mexicana, primera traducción al español, de la novela del escritor sudcoreano Kim Young-ha (2021), que si bien no es un texto de investigación, su argumento se basa en una interpretación de los hechos históricos mencionados, en un estilo literario que se inicia con la confusión de sentimientos que embarga a algunos de los personajes durante la travesía marítima y descubre los secretos de la historia que dejan atrás, sus diferencias de estrato social, las motivaciones de viajar a un lugar ignoto y el anhelo de un pronto regreso.

Después de este preludio, narra el desencanto brusco que representa la vida de penalidades en Yucatán y el infortunio de no poder retornar al solar natal que ha sido convertido en colonia japonesa. Esta novela ofrece a los lectores de habla hispana la oportunidad de tener un primer acercamiento a la experiencia de vida de este grupo primigenio de inmigrantes coreano; una historia cuyas secuelas están todavía en espera de su narrador (Kim, 2021).

A manera de conclusión, puede afirmarse que ha habido un notable avance en el estudio de la migración coreana a México, pero el objeto de estudio de ninguna manera se ha agotado y requiere ser repensado a la luz de una línea del tiempo que ha abierto un paréntesis histórico entre los primeros inmigrantes llegados a Yucatán y después diseminados por distintos puntos de México y los recién llegados. La distancia que separa a ambos movimientos migratorios es no sólo temporal sino social y cultural, lo cual impone la necesidad de trazar diferentes perspectivas de análisis.

Hasta ahora se ha investigado el episodio de su salida de Choson y su llegada a Yucatán, pero se requiere continuar la indagación para saber qué fue de la vida de los descendientes de los primeros inmigrantes esparcidos por distintos lugares del país, lo cual también incluye investigar la historia de las tres comunidades asentadas en Mérida, la Ciudad de México y Tijuana.

Todas estas personas han echado raíces en la población mexicana, fundado familias y realizado diversas actividades que han contribuido a dar forma al carácter multicultural de la sociedad mexicana. Por tanto, se debe hurgar en los acervos de los archivos nacionales, estatales y municipales, los del registro civil, los archivos de notarías, los archivos parroquiales, las hemerotecas y los archivos de los diarios y revistas periódicas nacionales y locales.

Los nuevos inmigrantes requieren otro tratamiento, que ya ha sido iniciado por las y los noveles antropólogos citados, pero se impone la necesidad de reflexionar si los criterios teórico-metodológicos hasta ahora utilizados resultan pertinentes y pensar también a los fenómenos migratorios como parte de procesos históricos que es necesario conocer más allá de la información derivada de las entrevistas y otras fuentes orales. La ruta está ya marcada, pero es necesario trascender la tendencia a la especialización en un solo tema. Sigamos investigando sin perder el ánimo de construir una visión más comprensiva del proceso migratorio coreano.

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