Jornaleros indígenas en dos regiones agroexportadoras de México y Estados Unidos

Abbdel Camargo Martínez
Cátedra Conacyt, Comisionado a El Colegio de la Frontera Sur, Ecosur, Unidad Tapachula | abbdel.camargo@ecosur.mx

Anna Mary Garrapa
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM | a.garrapa@sociales.unam.mx


Los autores expresan su agradecimiento a las jornaleras y los jornaleros de ambas regiones quienes con sus testimonios han dado cuerpo a este documento. De forma especial se agradece a todos los miembros y activistas de las organizaciones locales MICOP, Líderes Campesinas y CAUSE, en Oxnard, California; y a los representantes del SINDJA, de la Alianza de Organizaciones Nacional, Estatal y Municipal por la Justicia Social y de la Casa de la Mujer Indígena, en el Valle de San Quintín.

Este documento se lo dedicamos con nuestro respeto a los trabajadores del campo que, con sus acciones cotidianas han impulsado el reconocimiento de espacios en favor de la justicia social.

Vista de campo y montañas

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Vista de un campo agrícola con invernaderos en el Valle de San Quintín, México. Foto: Anna Mary Garrapa, 2017, delegación Camalú, Valle de San Quintín, Baja California, México.


Introducción

En las últimas décadas, el noroeste de México y el suroeste de los Estados Unidos (EE.UU.) han intensificado los intercambios comerciales a partir del impulso de una agricultura intensiva orientada a cubrir las necesidades de consumo de alimentos frescos de los países pertenecientes al llamado norte global. En este proceso, las cadenas agroalimentarias que se enlazan en ambas zonas, están fuertemente dominadas por las compañías distribuidoras vinculadas a las cadenas de supermercados que comercializan frutas y verduras en los EE.UU. Para ello, se han establecido procesos productivos que requieren la instauración de alta tecnología y la movilización de mano de obra barata capacitada en las labores del campo. La movilización de mano de obra indígena proveniente de regiones indígenas del sur de México ha sido fundamental para la consolidación de estos mercados de trabajo agroindustriales modernos. En ese aspecto, México tiene un valor dominante en la producción y exportación de hortalizas a nivel mundial; se ubica en el tercer lugar en el orbe y es el primero en el continente. Geográficamente, la zona fronteriza del noroeste de México representa el nodo regional de mayor producción en el país, destacando los estados de Sinaloa y Baja California en el rubro. Es en el noroeste de México donde se han consolidado enormes empresas hortícolas enfocadas a la exportación, a menudo con vínculos de colaboración e inversión con empresas extranjeras, como resultado del impulso del modelo de restructuración productiva en el país y debido a la cercanía geográfica con los EE.UU. En esta región fronteriza la complementariedad productiva se puede observar en dos regiones agrícolas: el Valle de San Quintín en Baja California, México; y los Valles Centrales y Costeros en el estado de California, EE.UU.

Baja California es uno de los estados productores de fresa más importantes del país, ubicándose en segundo lugar después del estado de Michoacán, la mayoría de las cuales son cultivadas en el municipio de Ensenada, en el área costera de San Quintín (OEIDRUS 2015). La dinámica económica del Valle de San Quintín se enfoca en la producción de bayas y hortalizas para la exportación a los mercados internacionales, principalmente para los países del norte (EE.UU. y Canadá). Su origen es producto de la dependencia de capital extranjero y del impulso tecnológico en la eficiencia de producción agroalimentaria. Por otro lado, la llanura de Oxnard, ubicada en el condado de Ventura, California, constituye una de las principales áreas agrícolas del estado y produce la mayor parte de las bayas y hortalizas del condado (Applied Development Economics, 2015). En ambos casos, el uso de la mano de obra indígena migrante representa una necesidad estructural para lograr la competitividad en los mercados globales.

La dependencia de esta industria de la mano de obra indígena migrante ha requerido su movilización y presencia permanente en ambas regiones. Para el caso del Valle de Oxnard, una característica adicional que abona a su competitividad ha sido el estatus migratorio de los trabajadores quienes, muchos de ellos, se encuentran como indocumentados.

La necesidad de disponer de mano de obra durante todo el año ha facilitado el asentamiento definitivo de estos trabajadores en los sitios de empleo. Así, desde mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado se han venido observando cambios en los patrones de migración y residenciales de los trabajadores agrícolas que se emplean en la agricultura industrial fronteriza, instalada entre México y los EE.UU. Este proceso está enmarcado por el crecimiento del sector agrícola de exportación, que requirió movilizar a amplios contingentes de mano de obra para cubrir las necesidades de producción tanto en el noroeste de México, así como en la California rural en el suroeste de los EE.UU.; desde entonces, numerosos nichos residenciales se han formado en los espacios laborales por donde circulan los migrantes en busca de empleo, generando la irrupción de colonias habitadas por los trabajadores indígenas.

Este trabajo pretende mostrar la dinámica del funcionamiento de estas zonas hortícolas desde el punto de vista de la integración laboral; para ello se establecen las condiciones de vida y trabajo de los jornaleros agrícolas en los dos espacios de interés (Valle de San Quintín y Oxnard). Además, se pone especial atención a la presencia de las compañías que producen los alimentos como parte de las estrategias económicas y territoriales de las grandes transnacionales de la agroalimentación; al mismo tiempo se describen algunos de los procesos que han orillado al asentamiento de los trabajadores y sus demandas reivindicativas. Este documento se basa en la implementación de metodologías cualitativas desarrolladas durante varias etapas de trabajo de campo realizadas por los autores entre los años 2014 y 2017.

1. Corporaciones transnacionales y condiciones laborales en el Valle de San Quintín y Oxnard.

El cultivo de bayas, sobre todo de fresas, representa un caso emblemático del modelo agrícola californiano, que actualmente se caracteriza por la producción intensiva de frutas y hortalizas con alto valor económico, el papel dominante de las grandes corporaciones transnacionales agroalimentarias y la difusión de trabajo agrícola migrante (Palerm, 2014, 55). Las estaciones productivas de la fresa se siguen en varios distritos rurales de Baja California y California estableciendo cierta circularidad anual. Es así que, durante los meses en que se acumula la oferta de fruta, los precios de venta pueden bajar considerablemente, debido a la gran cantidad de producto disponible en el mercado. Como mercados fronterizos integrados, la temporada de cosecha en la zona de San Quintín coincide con la de Oxnard; posteriormente se van encadenando otros territorios de la California rural en la siembra y corte del producto: primero Santa María en California, que entra a producir durante el verano; posteriormente el área de Watsonville, donde se trabaja hasta finales de otoño, para nuevamente volver a Oxnard durante el invierno y la primavera. Generándose así un ciclo de migración para cientos de jornaleros indígenas que se desplazan “siguiendo” el trabajo.

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Imagen 2: Jornaleros piscando fresas en un campo agrícola en la delegación Vicente Guerrero, Valle de San Quintín, Baja California, México. Foto: Anna Mary Garrapa, 2017, delegación Vicente Guerrero, Valle de San Quintín, Baja California, México.


Nuestro foco de atención se centra en estas áreas rurales transfronterizas debido a la creciente intervención de las corporaciones transnacionales de origen estadounidense en el desarrollo de estos mercados de alimentos frescos. Empresas como Driscoll’s, WellPict, Dole Berry, Andrew & Wiliamson (A&W) entre otras, poco a poco han ido rediseñado la estructura productiva y la organización del trabajo en ambas regiones. Estas compañías, que son a la vez que productoras, comercializadoras, pueden cultivar directamente en sus propias tierras o fungir como empresas de “acopio” al adquirir el producto de pequeños, medianos o grandes agricultores según las necesidades del mercado y de las fórmulas contractuales establecidas.

Driscoll’s, por ejemplo, es líder mundial en la comercialización de bayas frescas. Fundada en California como una pequeña empresa familiar a principios del siglo XX, actualmente produce y exporta en muchos países de América, África, Medio Oriente, Europa y Australia (Driscoll’s 2018). Esta compañía ha obtenido una ventaja competitiva particular a través de la inversión en innovación tecnológica y variedades patentadas de plantas, que son más resistentes a las enfermedades, adaptables a los cambios climáticos, con características estéticas valoradas por el mercado y con un rendimiento mayor. La compañía gestiona la producción de diferentes áreas rurales, a través de otras empresas agrícolas que le cultivan de forma exclusiva a través de mecanismos de subcontratación. De hecho, comercializa la fruta de una amplia base de productores independientes o reunidos en sociedades directamente vinculadas a ella, como sucede con Reiter Affiliated Companies (RAC) en EE.UU. y Berrymex en México (RAC, 2018). Proporciona las variedades de plantas a los agricultores, quienes son responsables de cultivar y entregar los frutos únicamente a Driscoll’s, asumiendo los costos de producción y la organización del trabajo agrícola. Finalmente es responsable de las actividades de marketing, venta y entrega de los productos a los clientes, que son básicamente las compañías de distribución minoristas.

Este modelo no es único y, de hecho, existen otras compañías transnacionales como Dole Berry o A&W, que comercializan variedades seleccionadas por la Universidad de California y desarrollan diferentes tipos de acuerdos con los suministradores, así como de organización productiva y laboral. Los testimonios recopilados durante el trabajo de campo resaltan la difusión de relaciones tendencialmente exclusivas y preferenciales entre agricultores y comercializadoras, que responden a la necesidad de las segundas de tener producción necesaria de alimentos durante todo el año y proteger sus intereses en un contexto internacional de fuerte competencia comercial. De hecho, el modelo de venta y consumo promovido por las grandes marcas de distribución minorista, como Wal-Mart y Costco, se basa en la oferta de una amplia gama de productos, en grandes cantidades estandarizadas, disponibles los 365 días a precios asequibles, con el fin de atraer al mayor número posible de clientes. Estas compañías, simplemente reciben la fruta ya empacada y lista para su presentación en los estantes de los puntos de venta minorista, definiendo los precios finales y trasladando a otros actores económicos los costos y riesgos, tanto de carácter productivo, como comerciales. Es por ello que resulta esencial para las cadenas de supermercados comprar a unos pocos grandes proveedores, que son competitivos en términos de precios y sobre todo capaces de asegurar el producto de forma continua. Estos procesos influyen en la organización del trabajo agrícola. En ambas regiones los jornaleros y jornaleras son reclutados y empleados directamente por las empresas agrícolas o indirectamente a través de una serie de intermediarios, como las agencias de suministro de trabajo temporal, enganchadores informales o contratistas. Las actividades de recolección se organizan a través de un complejo sistema de intermediación, necesario para gestionar la gran masa de jornaleros ocupados en diferentes actividades y ranchos. Este sistema multinivel favorece a las empresas agrícolas interesadas en emplear a reclutadores y mayordomos capaces de controlar a los trabajadores y evitar la propagación de acciones colectivas de reivindicación de derechos laborales. La división entre los propietarios de la tierra, las empresas agrícolas, las corporaciones comercializadoras y las distribuidoras minoristas, combinada con la multiplicidad de los niveles de intermediación laboral, dificulta la identificación de los actores económicos finalmente responsables de las condiciones de explotación vividas por los trabajadores. Aunado a ello, el desarrollo tecnológico, ‒sobre todo en los campos de Oxnard‒, ha conseguido una sustitución parcial del trabajo humano a través de la introducción de una máquina que facilita la selección de la fruta, su corte y embalaje directamente en los surcos del campo. Esta tecnificación del campo ha influido en el mantenimiento de las condiciones laborales precarias, tanto en términos de salario, como en la aceleración de los ritmos de trabajo. Muchos de los jornaleros, activistas y representantes sindicales entrevistados reportaron problemas frecuentes con el sistema de escaneo electrónico para el cálculo de las cajas entregadas, así como el estrés que genera el trabajar de forma apresurada por delante de una maquina cortadora.

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“Ponchadora” revisando y contando cajas de fresas al centro de una máquina que avanza frente a los jornaleros en un campo en Oxnard, Ventura County, California, EE.UU. Foto: Anna Mary Garrapa, 2016, Oxnard, California, EE.UU.


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Una cartilla donde el trabajador va registrando el número de botes de tomate que va cortando. Colonia las Misiones, Valle de San Quintín, México. Foto: Abbdel Camargo Martínez, 2014, Colonia Las Misiones, Valles de San Quintín, Baja California, México.


Es de resaltarse las condiciones de vida y trabajo en que viven los trabajadores en estos mercados. Particularmente en el caso de las mujeres, a la jornada agrícola extenuante hay que sumar los asuntos cotidianos y el trabajo en casa. Dos jornaleras, de origen mixteco y asentadas en el Valle de San Quintín desde hace más de diez años, cuentan su experiencia directa de la doble jornada laboral, como jornaleras y como madres de familia.

Todos los días salgo a las 5 de la mañana. Nos levantamos a las 3.30 para hacer lonche, con mi hija hacemos tortilla, hacemos comida, envolvemos los lonches, nos ponemos la ropa para trabajar y nos vamos. A las 5 de la mañana pasa el camión y allá a veces se cierra temprano el corte, pues venimos como a las 2 de la tarde, pero cuando hay mucha fresa hasta las 4, las 5, las 6 de la tarde regresamos a casa (jornalera, marzo de 2017, Camalú).

Apenas venía llegando y los niños estaban solitos. Llegaban de la escuela y la grande se encargaba de cuidarlos. Yo llegaba y lavaba la ropa y hacia todo a mano: lavar, hacer comida, forrar libros de mis niños y luego tenía que revisar que hicieran su tarea. No nada más era ir al campo, tenía pendientes en la casa y muchas veces llegué a la escuela de mi hijo con pañuelo: salía del trabajo y de ahí voy directa a la reunión de la escuela (exjornalera, julio de 2018, Del. Lázaro Cárdenas).

Trabajadores del campo subiendo al camión que los transportará al rancho de trabajo. Foto: Abbdel Camargo Martínez, 2014. Colonia Santa Fe, Valle de San Quintín, México.


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Una mujer regresa a su casa luego de un día de trabajo en el jornal. Foto: Abbdel Camargo Martínez, 2015. Colonia Las Misiones, Valle de San Quintín, México.


Otro aspecto a considerar en la dinámica laboral y en la organización de las familias es la diferencia salarial entre regiones. En California el salario mínimo establecido por la ley es de 10 dólares por hora. En el Valle de San Quintín el promedio salarial por jornada ronda entre 160 a 180 pesos mexicanos (9 o 10 dólares al día). Así, aunque los costos de vida son notoriamente más elevados en el territorio estadounidense, proporcionalmente al valor monetario, son igualmente de altos en el territorio mexicano, debido a la falta de servicios básicos que los jornaleros se ven obligados a pagar, como el agua potable, el transporte y el pago de renta o terreno en las colonias donde residen.

A nivel laboral los aspectos más críticos, reportados en las encuestas realizadas por las organizaciones sociales[1] en el área de Oxnard (CAUSE, 2015), tienen que ver con los siguientes temas: el robo de salario, ritmos de trabajo excesivamente rápidos y prolongados, la falta de pago de las horas extra, la dificultad de recibir compensación por gastos médicos alusivos a accidentes de trabajo, la aplicación de pesticidas en las proximidades de los trabajadores, la obligación de trabajar bajo la lluvia, el suministro inadecuado de agua potable, la escases de áreas de sombra para el descanso, baños sucios y distantes, acoso sexual hacia las trabajadoras y la discriminación racista asociada a la pertenencia étnica de los trabajadores.

Por su lado, en el Valle de San Quintín las demandas de los trabajadores tienen que ver con: aumento del promedio salarial diario; revocación de los contratos colectivos firmados con los sindicatos que prevén un salario ya integrado a las prestaciones; pago por separado del aguinaldo, de los días festivos, de la prima vacacional y el reparto de utilidades; respeto de las 8 horas laborales según la Ley Federal del Trabajo; descanso obligatorio al séptimo día y en días festivos, con posibilidad de tener vacaciones; efectiva afiliación al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) de todos los trabajadores y la eliminación del acoso sexual sufrido por las trabajadoras.

A las condiciones laborales precarias se suman las condiciones residenciales que padecen los trabajadores en las colonias donde residen y que no cuentan con todos los servicios públicos básicos; lo que dificulta el desarrollo de la vida en condiciones dignas y profundiza su estado de vulnerabilidad.

2. Condiciones residenciales y vida cotidiana de los jornaleros en San Quintín

Mucho se ha dicho que los jornaleros agrícolas migran siguiendo el trabajo. Y en efecto, la inversión tecnológica en los procesos productivos del campo facilitó la ampliación de los ciclos de cultivo y, con ello, las temporadas de trabajo se fueron ampliando, empleando a más miembros de las familias de trabajadores durante prácticamente todo el año. Así, desde mediados de la década de los setenta el establecimiento de campamentos construidos en los terrenos de los ranchos, así como el establecimiento de cuarterías instaladas en las colonias de la región, fueron una alternativa para permanecer en los sitios de trabajo de forma permanente. La migración estacional se convirtió paulatinamente en un proceso donde los trabajadores se fueron quedando y asentando de forma definitiva.

La presencia permanente de estos trabajadores implicó una fuerte transformación en la composición de la mano de obra que ya se encontraba disponible en el lugar de trabajo, difuminando parcialmente los sistemas de enganche. Este cambio residencial no sólo implicó la presencia permanente de una masa de trabajadores, sino que además modificó su espacio residencial, al salir de los campos ‒propiedad de los dueños de los ranchos‒ y formar sus propias viviendas en alguna de las colonias del Valle.

Este importante proceso se debió en buena medida a la movilización social que iniciaron los propios trabajadores al interior de los campos y a las alianzas establecidas con activistas y sindicatos en la región. El desenlace de tales movilizaciones propició la creación de colonias de trabajadores por toda la zona, modificando el perfil poblacional del Valle, configurando una fuerte transformación de los espacios físicos y desarrollando el sentido de nuevas comunidades locales.

Así, el proceso de migración y asentamiento vivido por los trabajadores en estos espacios agroindustriales puede mostrar cómo se ha ido construyendo la memoria de los lugares, el sentido de apropiación de los espacios y la definición de una identidad comunal ligada a la dinámica laboral, donde estos trabajadores se han empeñado en desarrollar el sentido de la vida.

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En una colonia de trabajadores, se realiza la celebración de una fiesta de 15 años de una joven. Foto: Abbdel Camargo Martínez, 2015. Colonia 13 de mayo, Valle de San Quintín, México.


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Una banda juvenil interpreta sus melodías en la iglesia recién construida para celebrar la fiesta del santo patrón. Foto: Abbdel Camargo Martínez, 2014. Colonia Las Misiones, Valle de San Quintín, México.


Nada fácil ha sido para estos trabajadores orientar sus esfuerzos en el desarrollo de un sentido colectivo que facilite un proceso de arraigo en el nuevo espacio residencial. La lucha cotidiana que hacen los habitantes de esta zona fronteriza frente a los constreñimientos sociales y económicos que este tipo de mercados globales traen consigo para su funcionamiento, ha requerido establecer límites a la explotación laboral, a la segregación residencial y a los mecanismos de discriminación de que son objeto como trabajadores indígenas y como migrantes; esto en buena medida ha sido posible gracias a la instauración de ciertas lógicas contestatarias por parte de los trabajadores.

3. Organización social y movilización laboral en Oxnard y San Quintín

El proceso de asentamiento de los trabajadores y las demandas que de este proceso se desprenden, ha facilitado el impulso de un grado de activación social y organización política de los trabajadores en los territorios de asentamiento (Velasco et al., 2014). En las dos regiones que aquí se abordan existen varios factores que inhiben a los trabajadores el reportar la serie de problemas que experimentan en la dinámica laboral cotidiana.

En EE.UU. se abona a esta problemática el hecho de que muchos de los trabajadores se encuentran como indocumentados, lo que imposibilita la denuncia y debilita todo intento de organización. Ello a pesar de que, inclusive como indocumentados, estos trabajadores pagan puntualmente sus impuestos vía descuentos de pago, sin recibir a cambio prestación social alguna. No obstante, estas condiciones tan desventajosas, no faltan los actos de reivindicación individual y colectiva que diversos contingentes de trabajadores han comenzado a realizar tanto al interior de las empresas como en el espacio público.

Es precisamente la explotación laboral y la discriminación racial ‒que atraviesa a diversos colectivos de trabajadores migrantes‒ lo que ha promovido la unión de personas y colectivos diversos, generando nuevas oportunidades para la acción colectiva, que se ve expresada en el impulso de dinámicas organizativas de tipo social, cultural, política y sindical (Fox y Rivera-Salgado, 2004). Un ejemplo de ello es que, en el estado de California, durante el año 2016, gracias a la coalición de varias organizaciones (MICOP, UFW, Líderes Campesinas, CAUSE), se presentó un proyecto de ley para los derechos de los trabajadores agrícolas (Farmworker Bill of Rights), que fue aprobada por la Asamblea de California el día 29 de agosto de 2016.[2] Entre las distintas exigencias que figuraban en dicha ley destacan la extensión al sector agrícola de la obligación para las empresas al pago adicional de las horas extra, más allá de 8 horas. El poder de presión política de los grandes actores económicos del sector agrícola ha impedido por mucho tiempo la adopción de esta propuesta de ley, sin embargo, la promulgación en sí resultó de la intensa actividad reivindicativa de los jornaleros y jornaleras, así como de las organizaciones sociales y los sindicatos.

Jornaleros y organizaciones sociales denunciando públicamente las condiciones de vida y de trabajo agrícola en California durante la marcha del 1° de mayo en Oxnard, California, EE.UU. Foto: Anna Mary Garrapa, 2016, Oxnard, California, EE.UU.


Por su lado, en el Valle de San Quintín, el progresivo arraigo de los jornaleros se ha acompañado de un proceso paralelo de disputa. De hecho, la vida comunitaria, que se ha desarrollado en los nuevos asentamientos, junto a la fuerte homogeneidad social y étnica que ha caracterizado su formación, ha constituido un terreno fértil para compartir el hartazgo social, crear organizaciones civiles y desarrollar un proceso de reivindicación colectiva para la mejora de las condiciones, tanto de vida como de trabajo. Este creciente movimiento de organización social se vio expresado en el año 2015, con un paro laboral masivo y la participación de miles de jornaleros en los múltiples bloqueos que surgieron el día 17 de marzo, a lo largo de cien kilómetros de la principal carretera que comunica y atraviesa a toda la península de Baja California.

Presentamos el testimonio de un representante sindical del Sindicato Independiente Nacional Democrático de Jornaleros Agrícolas (SINDJA), surgido después de la huelga, que describe los resultados conseguidos con esa masiva movilización.

Uno de los resultados inmediatos del levantamiento fue un aumento salarial, aunque después vino el desquite de los empresarios donde también aumentaron un poco más el trabajo. Antes pagaban de 90 a 100 pesos, el que pagaba más llegaba a 120 y ahorita pagan unos 200, el que paga más son 226 pesos, aunque tenemos ubicados varios allí que siguen pagando 140, pero aun así ya no hay sueldos de 90 o de 100 pesos. Otro logro fue que por fin el seguro social se volteó a ver y sí se pusieron a afiliar algunos compañeros. Es algo que no habían hecho en toda su vida y al menos ahora estamos vigilando mucho que coticen para que el día de mañana puedan pensionarse. Otro punto es que por primera vez se reconoce también el trabajo invisible que hacen las mujeres, que no tiene paga, pero que es arduo y se realiza a diario. Prácticamente laboran cuatro o cinco horas más, pero no se valora. Estamos trabajando para que puedan también alzar la voz y evidenciar las condiciones que viven. […] Con el paro se logra evidenciar ante los ojos no sólo de México, sino del mundo, las condiciones en que viven los jornaleros. Porque nadie conocía San Quintín, pero tampoco nadie hablaba de los jornaleros del país, nadie tomaba en cuenta quién era el que hacía posible que en la mesa de cada familia mexicana hubiera frutas y verduras. No tenían esa idea de quién hacía ese trabajo tan duro, tan sucio, tan pesado y tan mal pagado. Y por primera vez en la historia de México se logra el registro de un sindicato donde ya no están personas que no conocen las condiciones, sino personas que realmente son auténticos jornaleros, que han vivido una vida de explotación y lo único que los motiva es querer buscar cambios y dejarles un mejor futuro a sus hijos. Ahora estamos trabajando en diferentes estados para poder llevar este sindicato en cada rincón del país donde haya jornaleros (representante sindical, abril de 2018, delegación San Quintín).

Jornaleros representantes del Sindicato Independiente de Jornaleros Agrícolas (SINDJA) denunciando públicamente las condiciones de vida y de trabajo agrícola en el Valle de San Quintín, durante una etapa de la Marcha de las dos Californias en Ensenada, México. Foto: Anna Mary Garrapa, 2016, Ensenada, Baja California, México.


De hecho, una parte del movimiento de jornaleros reunido en la Alianza de Organizaciones Nacional, Estatal y Municipal por la Justicia Social y el SINDJA, ha venido realizado una serie de movilizaciones y caravanas, durante los años 2016 y 2017, para continuar reivindicando la mejora de las condiciones de vida y de trabajo en la región. Uno de los momentos culminantes de la llamada Marcha de las dos Californias es representado por el encuentro, en el muro fronterizo instalado en Tijuana, en la llamada esquina de Latinoamérica, entre jornaleros y activistas solidarios de México y EE.UU. Además, varios colectivos y organizaciones sociales han dado vida a una serie de iniciativas de boicot a las bayas de Driscoll’s, desarrolladas frente a los grandes supermercados de varios lugares de ambos países y particularmente de EE.UU.[3], en respuesta a las convocatorias repetidas del ¡Día de Acción Global para San Quintín!, lanzada durante diferentes etapas desde las organizaciones de San Quintín.

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Llegada de la Marcha de las dos Californias y encuentro entre jornaleros y activistas de México y EE.UU. Foto: Anna Mary Garrapa. Frontera en Playas de Tijuana, Tijuana, Baja California, México.


Imagen que contiene pintado, verde, pequeño, paraguas

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Jornaleros y organizaciones sociales lanzando un boicot binacional en contra de la comercializadora transnacional Driscoll’s, durante la marcha del 1° de mayo en Oxnard, California, EE.UU. Foto: Anna Mary Garrapa. Oxnard, California, EE.UU.


No ha sido un proceso sencillo el establecer una plataforma mínima de organización por los derechos laborales entre las jornaleras y jornaleros de ambas regiones, pero se ha ido estableciendo una conciencia particular entre los trabajadores respecto al papel de la mano de obra en estos mercados de alimentos frescos internacionales. Esta conciencia ha jugado en favor del potencial reivindicativo de los trabajadores inmigrantes y asentados presentes en ambos territorios, sobre todo porque han sido capaces de encontrar mecanismo de solidaridad, ayuda mutua y coordinación transnacional, tal y como lo han venido haciendo las grandes empresas contratantes.

Bibliografía


Applied Development Economics (2015), Food processing in Ventura County.

Driscoll’s. (2018), http://www.driscolls.com

OEIDRUS (2015) Fresa 2015. http://www.oeidrus-bc.gob.mx

Palerm, Juan Vicente (2014), “An Inconvenient Persistence: Agribusiness and Awkward Workers in the United States and California”, en Lois Ann Lorentzen (ed.), Hidden Lives and Human Rights in the United States: Understanding the Controversies and Tragedies of Undocumented Immigration, Oxford, Prager, pp. 55-119.

RAC (2018), http://www.berry.net

Siders, David y Jeremy B. White (2016), “California Farmworker Overtime Bill Signed by Jerry Brown”, en The Sacramento Bee, 12/09/2016. https://www.sacbee.com/news/politics-government/capitol-alert/article101400142.html

Scott Smith Associated Press (2016) “California Farmworkers on Edge over Historic Overtime Bill”, en The San Diego Union-Tribune, 15/03/2016. http://www.sandiegouniontribune.com/sdut-california-farm-workers-on-edge-over-historic-2016aug30-story.html

Velasco, Laura; Christian Zlolniski y Marie-Laure Coubès (2014), De jornaleros a colonos: residencia, trabajo e identidad en el Valle de San Quintín, Tijuana, El Colegio de la Frontera Norte.

  1. Entre las organizaciones activas en el área de Oxnard, institucionales, así como no gubernamentales, se destacan: Mixteco Indigena Organization Project (MICOP), Central Coast Alliance United for a Sustainable Economy (CAUSE), Coalition for Human Immigrant Rights (CHIRLA), parcialmente la United Farm Workers (UFW) y la organización Líderes Campesinas.
  2. Más información está disponible en línea (The San Diego Union-Tribune 2016, The Sacramento Bee 2016).
  3. En EE.UU. destacan las iniciativas desarrolladas en las ciudades de Nueva York, Chicago, Pittsburgh, Houston, Dallas, El Paso, Los Ángeles, San Diego; en México las de Tijuana, San Quintín, y en la Ciudad de México.