Huevito con chaya, tso’ots kij y reconfortándonos con un lóoch: La impronta maya en los descendientes coreanos de la península de Yucatán

Sergio Gallardo

Doctorado en Antropología Social, CIESAS Ciudad de México, y
co-fundador del Círculo Mexicano de Estudios Coreanos


Como motivo de conmemoración, escribo este texto con el fin de rescatar la esencia de uno de los programas iniciales de investigación del CIS-INAH (ahora CIESAS), llamado en aquél entonces por Ángel Palerm «minorías no étnicas de México», que buscaba dar cuenta de la diversidad cultural producto de las distintas inmigraciones a nuestro país y que han contribuido a la cultura regional y nacional.

Aún siento mi piel estremecer cuando releo las palabras con las que Alfredo Romero, a propósito del centenario de la inmigración coreana en México, resalta: “la historia de los coreanos en México aún falta por ser escrita” (Romero, 2006: 6). Me conmueve porque aún en 2020 se precisa de este autor, autora o autores que develen historias, acontecimientos y tantos vacíos sobre la presencia y contribuciones culturales de los coreanos a la sociedad mexicana. Aún falta mucho que contar. Por ejemplo, la impronta maya en los descendientes coreanos de la primera inmigración que arribó en 1905.

Desde hace ocho años he seguido distintas pistas y huellas de la migración coreana en México, pero no había tenido la oportunidad de ir a donde todo comenzó: Yucatán. A 115 años del primer arribo de pasos que poblaron con prácticas culturales y gastronómicas de la lejana dinastía de Choson, es que he arribado en búsqueda de sus huellas acompañado del Mtro. Alfredo Romero Castilla y el Dr. Chaimun Lee, ambos especialistas en estudios de la Tercer Corea[1]. Inmejorable compañía que guio mi andar en las fascinantes tierras del faisán y del venado.

Les presento este texto como una síntesis de los hallazgos y sorpresas registrados en mi diario de campo de una semana –del 8 al 15 de febrero de 2020- de experiencias y encuentros recorriendo las calles de Mérida, Puerto Progreso, Sotuta de Peón, Tecoh, Lepán y Pisté. Las líneas aquí expuestas son resultado en gran medida de la bienvenida y cariño brindado por los descendientes coreanos en Yucatán con los que tuvimos oportunidad de platicar. Quisiera aprovechar para agradecer enormemente a Javier Amado Corona Baeza, descendiente coreano, quien fue embajador y guía de nuestras pesquisas antropológicas.

Huevito con Chaya: la comida como testimonio

Mientras pájaros coas trinan, de una choza de paja seguimos a un par de pies que se deslizan en la tierra y se detienen para, dulcemente en lengua maya, pedir permiso por las hojas que serán arrancadas. Otro desliz de pasos y ahora estamos frente al chujtul/k’uchuk[2], de donde se toman un par de huevos que han resguardado las gallinas.

De los pies pasamos a las manos que con manteca de cerdo y cebolla morada fríen las hojas de chaya y luego agregaran un huevo, acompañado de frijol colado. Así presenta el cortometraje ‘huevito con chaya’[3] de Cine Janal, la preparación de un desayuno típico yucateco que en el film esta añorando un trabajador migrante que labora en un restaurante de Estados Unidos.

La chaya es una planta endémica y abundante en la península yucateca y Centroamérica, utilizada por los mayas en diversas recetas y usos medicinales. Este trabajador es representado por Juan-ki Durán (@juankiduran), descendiente coreano quien intercala chaya y kimchi en su alimentación cotidiana, quien nos comparte:

“Un día lo pusieron en el SAT de aquí [Mérida] para ver mientras esperabas tu cita. Ahí estaba un amigo y lo está viendo, todo orgulloso pensando que me conoce. Dos señoras que estaban a un lado de él, dicen:

-Ay, ¿ya viste ese video?

-Ah sí, ya lo ví. Pero ese chino ¿qué hace ahí?, ni yucateco es.

Ese tipo de cosas me gustan muchísimo porque la gente no está obligada a entender todos los contextos, de dónde venimos todos los yucatecos, pero así podemos mostrarnos y darnos a entender que somos diferentes y no vas a encajar en todos lados. Yo creo que ahí está mi consciencia coreana, desde dóndeme pienso y propongo aportar” (Entrevista personal con Juan-ki Durán)

Herencia fenotípica, alimenticia y lingüística. La coreanidad de estas familias ya nacidas en México se teje con bordados mayas en sus mesas, bocas, nombres y sonrisas, ante una sociedad yucateca -mestiza y ‘blanca’- que pasa inadvertida de la multiculturalidad que alberga.

José Luis Gutiérrez May, también descendiente e historiador sobre la migración coreana en Yucatán, de niño encontró en su historia familiar una distinción al resto cuando su mamá hacía el desayuno para sus amigos y al verla preguntaban: ‘¿De dónde son, porqué son diferentes?’. Aún más, de percibir que el propio desayuno y otras comidas eran diferentes, de acompañar siempre el poc chuc o relleno negro con arroz (blanco), ¿Acaso no todos los yucatecos comen kimchi?

Estas preguntas lo hicieron acercarse a descubrir en sendos archivos históricos de Mérida y Ciudad de México, la historia procesos y cambios de las condiciones de trabajo de aquellos migrantes provenientes del Este Asiático que, fueron separados por contratos colectivos en distintas haciendas henequeneras dentro de esta península mexicana.

Sus pesquisas concluyeron en una tesis y varias publicaciones[4] que han traído certezas y algunos datos innovadores que parecían haber sido borrados, el olvido obligado, por el racismo que llevó a estas primeras generaciones a no enseñar el lenguaje coreano a sus descendientes e incluso cambiarse los apellidos o nombres en sus papeles oficiales.

Don Arturo Nah Song hilando henequén en Sotuta de Peón.

Tso’osts kij: Tejer henequén y tejer la memoria

De acuerdo con mi amigo y egresado de la maestría en lingüística indoamericana del CIESAS –hablante maya–, Edber Dzidz Yam, tso’osts kij podría ser traducido como ‘pelos de henequén’ y hace referencia a la resistente fibra que se producían en sendas haciendas de Yucatán y que fue internacionalmente conocida como sisal debido al puerto desde donde se embarcaba para su exportación. La historia de los coreanos y del desarrollo económico de Yucatán en general no se puede explicar sin este ‘oro verde’ que abasteció de riquezas a sus hacendados y demandó una fuerte ocupación de mano de obra que llenó sus plantaciones de cuadrillas de trabajadores mayas, yaquis, chinos y coreanos. Aquí inicia nuestra búsqueda por los descendientes coreanos que llegaron a México a trabajar el henequén.

Para darnos una idea de cómo eran las condiciones de trabajo en estas haciendas henequeneras, Javier Corona nos llevó a Sotuta de Peón -45 minutos al sur de Mérida- donde, para sorpresa nuestra, quien recreó en el recorrido turístico el rudimentario proceso de hechura de las cuerdas con la fibra de henequén, era descendiente coreano. Don José Arturo Nah Song, conocido como ‘el chino’ en su natal Lepán, quien trabajó junto con sus familiares desde los 15 años el henequén, industria que en los años sesenta seguía viva pero paulatinamente se fue apagando.

Don Arturo se dedicó a diversos oficios relacionados al campo hasta que se empleó en el rubro turístico por sus amplios conocimientos empíricos del trabajo (en extinción) del henequén. Mientras el recorrido continuaba, platicamos intermitentemente con él, cada vez que tenía tiempo libre entre las múltiples paradas dentro de la gran hacienda que íbamos conociendo a través de su mirada.

Con un ejercicio de memoria que le costaba hilvanar, –nadie le había atosigado con tantas preguntas sobre su historia personal y familiar– nos contó que Lepán había sido una de las haciendas donde se habían asentado muchas familias coreanas pero que el registro material de sus ancestros se encontraba en la población contigua, Tecoh, pues Lepán no cuenta con un cementerio. Todos los coreanos y sus descendientes habían sido enterrados en Tecoh. Días después verificaríamos que en este pintoresco poblado las piedras hablan, sus lápidas nos mostraban la relación filial de las familias Song con las Nah, Dzul y Pech. Que las familias coreanas habían enterrado y cuidado a sus muertos debajo de un orden espacial en el cementerio que obedecía a familias de apellido maya, siendo testimonio de uniones y matrimonios, encuentros y desencuentros que habría entre esta minoría asiática y mayoría maya. No por nada, confiesa Aturo, muchas familias habían aprendido primero a comunicarse en maya que en castizo.

Para indagar más, nos desplazamos a Lepán para develar historias que aún guardan los muros y maquinaria oxidada de que daban vida al proceso industrial de las cuerdas de sisal. Al costado de esta decadente arquitectura, de lo que había sido su productiva hacienda, nos encontramos una escuela de coreano establecida por misioneros surcoreanos después del centenario de la inmigración coreana a México, en 2005.

Entrevista con María Eugenia Olsen Aguilar en Puerto Progreso

Para estos misioneros fue impresionante encontrar en esta población tantos descendientes coreanos, pero más impresionante que ninguno de ellos hablara coreano, solo maya. A inicios del siglo XXI, con la administración Roh Moo-hyun (2003-2008) –que vino a México en septiembre de 2005 y se reunió con diversas familias descendientes- se abriría una nueva faceta de la globalización de Corea del Sur, con programas estatales que fomentarían la multiculturalidad coreana a través del reconocimiento y acercamiento a distintas comunidades coreanas dispersas en el mundo y así fomentar los matrimonios interétnicos dentro de la península[5]. Bajo este ímpetu llegarían a México sendos reporteros, investigadores, académicos, documentalistas que buscarían retratar en películas, libros, foto-reportajes y hasta en la flamante apertura de un museo de la emigración coreana en Incheón, la historia de los coreanos que hicieron vida en nuestro país.

Desafortunadamente gran parte de esta apabullante producción no tuvo una traducción ni difusión en canales hispanohablantes, quedando aún como enigmas muchas chispas incandescentes de la historia que este revuelo logró avivar. Entendimos entonces que en las poblaciones cercanas a las haciendas henequeneras aún guardan retazos de historia que no podremos explicar sin entender primero el trasfondo histórico y cultural local de los mayas, con quienes se identificaron y mimetizaron en sus formas de hablar y habitar, pues el español y la cultura mestiza -en ese primer momento- era tan ajena a ellos ya que se encontraba dentro de las casas de los hacendados, fuera de las haciendas y detrás de las puertas de las lujosas mansiones sobre Paseo Montejo.

Si bien es cierto que cada hacienda mantenía condiciones de trabajo diferenciadas en sus plantaciones e industrias, hay que entender que esta estratificación social colocó en sus primeros años de trabajo forzado a coreanos y mayas como iguales: ‘motores de sangre’, diría el historiador Moisés González Navarro. Eso sentimos en sus narraciones, en sus tristes divagaciones, en sus cajones vacíos de fotos y diarios, en conversaciones en maya que no tienen rastro de hangeul. En Tecoh, Sotuta de Peón o Lepán, una memoria se teje y entrelaza entre la cultura maya y coreana como una historia común que no se podría entender una sin la otra.

Reconfortándonos con un lóoch: Los legados mayas y coreanos también se encarnan

Juan Durán Cong y Alfredo Romero en el Museo de la Inmigración Coreana, en Mérida.

“A todos nos vendría bien un lóoch que nos acomode el alma”, me dice el Mtro. Dzidz parafraseando a Mario Benedetti para explicarme el sentido profundo que tiene la palabra lóoch, que en maya significa abrazo, pero de aquellos que apapachan, reconfortan. Con esta palabra maya cerró su entrevista Amparo Kim Yam y su hija cuando nos tomábamos una foto, diciendo que nos juntáramos ‘así en lóoch, abrazándonos’. Entonces entendí uno de los rasgos comunes de esta Tercer Corea, que hizo que se mantuviera cierta identidad coreana que aún se preserva viva después de 115 años, entre sus descendientes: la cohesión a partir de los afectos.

No es sorpresa encontrar, tanto en los pocos textos académicos sobre migración coreana en México como en los árboles genealógicos de familias coreanas formadas en suelo mexicano, que buscaban casarse entre hijos o entre los mismos tripulantes del barco Ilford, es decir, de manera endogámica entre coreanos. Sin embargo, entre más charlas teníamos con diferentes familias, más nos dábamos cuenta de que no siempre fue así y que las uniones interculturales no restaban fuerza a la unión étnica, identidad coreana, al afecto cultural que continuaba comunitariamente en la comida, el baile, la música, incluso el oficio y la memoria.

Juan Durán Cong nos recordaría como en las calles del centro histórico de Mérida el oficio de hojalatero (reparar ollas, vasijas o herramientas de metal con latón u otros artificios) sería relacionado fuertemente con los coreanos: si eras hojalatero eras coreano o algún coreano te había enseñado el oficio.

Muestra de ello es el cariñoso testimonio que nos brindó Amparo Kim Yam, de 84 años de edad. Nos recibe en casa de su hija Yolanda Kim Pat, quién la ha adecuado para albergar las máquinas de coser que junto a su esposo usan para realizar vestidos, rebozos y bordados del típico atuendo yucateco de mestiza.

«Lo que yo recuerdo es que mi papá fue una persona muy trabajadora. Él tempranito me levantaba y me hacía caminar todo alrededor de la manzana donde vivíamos. Me preparaba un jugo de naranja y veía que yo me lo tomara todo. A las tres de la tarde me bañaba, me vestía y me sacaba a pasear; todo sin descuidar su trabajo que lo hacía viajar mucho. Trabajaba en Chichén [Itzá] con otros coreanos, ahí conoció a mi mamá Eulogia, ella era maya de Valladolid que había quedado viuda muy joven y por eso buscó trabajo con Don Tarsicio [coreano], quien tenía un restaurante cerca del hotel Mayaland para atender a los americanos que venían con el Dr. Morley[6]. Mi papá trabajaba cultivando las hortalizas para el restaurante, entre coreanos se apoyaban pero también entre mayas pues Don Tarsicio empleó a mi mamá y así se conocieron. Mi papá me compraba carne de venado, la hacía cocida debajo de la tierra, que traía para para vender aquí en Mérida» (entrevista personal, Amparo Kim Yam)

Miguel Kim Song nació en 1908, tres años después de la llegada de los coreanos a Yucatán. Tendría 28 años cuando nació Amparo, su primera y única hija. Transitó entre varios oficios hasta integrarse a cuadrillas de coreanos que iban cada 15 días a ‘trabajar el chile’ a Chetumal, actividad laboral que lo llevó aproximadamente en 1949 a vivir 15 años en la región de Uaxactún, Guatemala, donde se hizo testigo de Jehová. A su regreso acostumbraba visitar mucho a sus connacionales en Mérida, Champotón, Dzitáz y Tulum. Conocidos, connacionales y amigos que formaron una red de afecto que llenaban de atenciones a Amparo, aunque su mamá era maya y su papá viviera por un tiempo en Guatemala.

La comunidad coreana seguía unida pese a las distancias entre ciudades y poblados, manteniendo una cohesión que a la fecha distingue a la Asociación Coreana de Mérida –KorYuc que sesionaría de manera constante como Asamblea desde 1950–, centrada en la descendencia común de un legado cultural más que en un atributo de consanguineidad. La sangre llama, pero los cariños más.

Esto lo podemos ver manifestado también en Paloma Kuh, descendiente coreana de apellido Kim pero registrado ‘Eliodoro’ en el registro civil por razones aún no claras si fue por miedo a ser perseguido por hacendados henequeneros o por su predilección por la palabra griega para sol, ‘helios’, dado el significado de su apellido maya que habían adquirido sus relaciones de parentesco. De hecho Paloma abrazó su identidad maya y tiempo después conocería su ascendencia coreana a través de la música y la danza. Maestra de su propia escuela artística tiene conocimiento amplio de la lengua maya por sus padres que se dedicaron a la educación indígena maya en escuelas públicas, pero sería participando en festivales de baile que encontraría entre otras familias descendientes una historia común de sus raíces asiáticas.

Paloma Kuh en su escuela de música.

Como también lo hizo María Eugenia Olsen, descendiente noruega por parte de su abuelo y coreana por parte de su abuela: Victoria Lee, célebre dentro de la comunidad de descendientes. Eugenia, que ha hecho de la danza una expresión artística de su identidad migrante –llegando incluso a figurar como parte del prestigiado elenco del Ballet de Amalia Hernández–, busca transmitir su orgullo identitario a los jóvenes que participan en las actividades de la asociación de descendientes coreanos: “desde muy niña veía que a mi abuelita la entrevistaban y llegaban periódicos en coreano, yo quería expresar eso que me entusiasmaba al ver como eso la hacía feliz, bailaba de felicidad y eso fue, como que lo traía en el cuerpo”. Los legados coreanos se encarnan, no necesariamente fenotípicamente.

Más allá de una connotación racial, de pensar las herencias étnicas a partir de rasgos físicos como el legado inmediato de coreanos-mexicanos, la impronta maya de los descendientes coreanos en Yucatán demuestra que los legados se encarnan de manera distinta y multiculturalmente, en prácticas, atenciones, cadencias corporales y manifestaciones performativas: tanto en un lóoch que como en una danza coreana interpretada y reapropiada en el cuerpo a más de 100 años de distancia.

Amparo Kim Yam, retratos de 2020 (izqu.) y de 1952 (der.)

Referencias:

Entrevistas

Juan-ki Durán, descendiente coreano cuarta generación, actor, realizada en Mérida Yucatán el 15 de febrero del 2020.

José Arturo Nah Song, descendiente tercera generación, trabajador del henequén y servicios turísticos, realizadas en Sotuta de Peón y Lepán entre 8 y 14 de febrero del 2020.

Paloma Kuh, descendiente quinta generación, maestra de artes, realizada en Mérida el 13 de febrero del 2020.

María Eguenia Olsen, descendiente cuarta generación, bailarina y maestra, realizada en Puerto Progreso el 9 de febrero del 2020.

Amparo Kim Yam, descendiente tercera generación, costurera, realizada en Mérida el día 10 de febrero del 2020.

Bibliografía

Novelo, Victoria. 2009. Yucatecos en Cuba: Etnografía de una migración. Ciudad de México: Publicaciones de la Casa Chata.

Romero Castilla, Alfredo. 2006. “From indentured laborers to small entrepreneurs: 100 years of korean immigrants in Mexico”. En: Korea Institute, Korea Colloquium, organizado por Korea Institute y David Rockefeller Center of Latin American Studies, 18 de mayo del 2006. Massachusetts: Harvard University.

  1. Tercer Corea es el concepto que Alfredo Romero ha rescatado de la red francófona de estudios coreanos y acuñó para hacer mención en una visión más comprensiva de la historia y realidades correspondientes a la península coreana, de tres entidades con sus propios fenómenos, condiciones y lógicas inherentes que la comprenden: 1) Cora del Norte, 2) Corea del Sur y 3) las comunidades coreanas dispersas por el mundo. La Tercer Corea es pues aquella heterogeneidad de realidades de la península coreana que se le desprenden territorialmente a partir de sus diversos fenómenos migratorios.
  2. Incubadora, canasta o huacal, es el nombre en maya que recibe el lugar donde la gallinas empollan.
  3. https://www.youtube.com/watch?v=dFm7Hdx9pO4
  4. Su tesis se puede encontrar en la Universidad Autónoma de Yucatán y su más reciente publicación en el libro Cruzando Océanos y fronteras. Migración interna e internacional, compilado por Raquel Barceló.
  5. Como efectos inmediatos de esta política multicultural, podemos observar como en 2006 se da un estallido de matrimonios de varones coreanos con extranjeras, las cuales la mayoría provenían de China con ascendencia coreana (chosonjeok) .Para más información véase: Han, Geon-soo. 2007. “Multicultural Korea”, Korea Journal, 47 (4): 32-63.
  6. Sylvanus Griswold Morley (1883-1948) fue un reconocido arqueólogo estadounidense estudioso de la cultura maya, haciendo diversas excavaciones y hallazgos importantes en Chichén Itzá.