Entre el Covid y los cuidados: experiencia de campo durante la pandemia en Coyolillo

Irene Domínguez Beltrán
Posgrado en Antropología Social, CIESAS- Golfo | irene.dominguez.beltran@gmail.com

Plática de remedios para Covid-19 en Coyolillo (2020). Fotografía de Irene Domínguez Beltrán.


En una tarde calurosa, muy normal en Coyollillo, se escuchaba desde la bocina de anuncios comunitarios, que las y los coyoleños llaman “tocadiscos”, el mensaje: “Casa Coyolillo invita a todas las personas interesadas a la plática de remedios para Covid, que se llevará a cabo el día de mañana en las pilas, a partir de las cuatro de la tarde”. Ese día también pasamos casa por casa repartiendo las invitaciones personales que previamente habíamos hecho en cartulina escrita con plumones y aprovechamos para presentar a Olmo  ̶ quien es un conocedor de herbolaria procedente de la ciudad de México ̶. Las reacciones de la gente eran diversas, iban desde gestos sorpresivos, amables, atentos, hasta de indiferencia.

Era una charla que había estado planeando casi desde que comenzaron las medidas de confinamiento por la pandemia de Covid-19, con la intención de socializar, compartir e intercambiar conocimientos de remedios herbolarios o alternativos que conocíamos. La plática era muy elocuente a mi tema de investigación: el cuidado comunitario.

Por admirable que parezca, en medio de la incertidumbre y alteraciones de la vida diaria, la pandemia me ayudó a delimitar el tema que en esos momentos aún estaba disperso, lo orienté hacia las mujeres en movilidad laboral que trabajaban en la ciudad de Xalapa. Debido a la poca probabilidad de llegar a hacer trabajo de campo en Coyolillo, había amplia posibilidad de entrevistarlas en Xalapa. Mi pregunta de investigación se centró en la contribución de las mujeres coyoleñas, que se encuentran en situación de movilidad laboral, en el cuidado comunitario de Coyolillo.

Aclarada la relación e importancia de hablar de los remedios para la enfermedad de Covid-19 con el contenido del estudio, dicha plática la estuve postergando por meses esperando que se marcara, en el mapa de Covid difundido a nivel nacional por la Secretaría de Salud, el semáforo verde en Veracruz. Sin embargo, contrario a mis deseos, el amarillo que mantenía iluminado el estado parecía opacar mis ánimos de realizar trabajo de campo presencial, tal como lo había estado planeando en el proyecto de tesis: etnografía multisituada y feminista, estancia de campo por cuatro meses, entrevistas, conversaciones, observación participante, cuatro talleres con enfoque de investigación acción participativa, entre otras. O sea, un trabajo de campo de manera tradicional, aquel que no se imagina sin contacto directo con la gente.

Luego, por las mismas medidas restrictivas de cuidado institucional, me enfoqué en las herramientas de la etnografía digital, la búsqueda y acercamiento por redes sociales: conversaciones por WhatsApp, revisión de perfiles de las colaboradoras en Facebook, la vigilancia de publicaciones en Instagram ‒de la que tuve que abrir una cuenta-. Es decir, complementé la etnografía multisituada con lo digital, dado que en la web se deja una huella, aun cuando las personas están en movimiento. Asimismo, permite situarnos en diversos lugares y espacios virtuales para acceder a una multiplicidad de información que implican las búsquedas de bibliografía, fuentes hemerográficas, hasta las conversaciones, publicaciones y eventos en vivo transmitidos desde celulares y plataformas de videoconferencias, las cuales se convirtieron en una de las formas principales de comunicación, de encuentros y reuniones (Grillo 2019).

Tuve respuestas poco favorables de las jóvenes coyoleñas, con las que tenía mayor contacto, quizá por empatía generacional y su manejo de aparatos digitales, sobre la propuesta de realizar etnografía digital. Les comenté la idea de llevar a cabo entrevistas por videollamadas, individuales o grupales, inclusive, pensé que los talleres podían ser a través del uso de plataformas como Zoom o Skype. Ninguna de las chicas lo vio como una vía prudente ‒sumado a que me contestaban muy esporádicamente los mensajes‒, debido al limitado acceso a internet y al uso de teléfonos celulares adecuados para el soporte de ese tipo de aplicaciones en la localidad, especialmente de las señoras con las que quería trabajar. Estas dificultades me orillaron a seguir considerando el trabajo de campo presencial.

Así que continúe con la organización de la charla. Mientras eso ocurría, me hacía muchas preguntas con temor a no tomar la mejor decisión. Tenía tanto miedo que en mi cuerpo se expresaba con fuertes dolores de cabeza y palpitaciones intensas en mi pecho producto de la ansiedad. En mi mente, había una lucha constante entre los tiempos institucionales de entrega para avanzar en la investigación, la vivencia de la pandemia y lo que me pedían las colaboradoras ¡Dar algún aporte a la comunidad! ¡Estar presente en Coyolillo! Ese fue nuestro acuerdo inicial. Ahora, todo había cambiado: la vida cotidiana, el planteamiento del problema, la metodología ¿Cómo continuar con una etnografía colaborativa en un contexto de pandemia, donde los cuidados recobraron centralidad y atención?

Por un lado, debía asumir la responsabilidad del cuidado colectivo dictado o recomendado gubernamentalmente y, por otro, sentía un compromiso con personas de la comunidad, quienes no tenían inconveniente de recibirme en su hogar ¡¿Cuándo vienes?! –me decían señoras y jóvenes coyoleñas–. “¡¿Con quién tenemos que hablar en CIESAS para que te dejen venir?!” –me dijo Dani, integrante del colectivo “Casa Coyolillo”–. Gran parte de mí, estaba segura de que esa plática ayudaría mucho a las y los asistentes. Igual que ellas, confiaba en los remedios de la herbolaria y otro tipo de medicinas como la homeopatía, de la que ya existía un compuesto que funcionaba como vacuna. Al menos, con mi familia la tomamos y quería compartirles.

¡Luz verde al fin! Fue tanta mi convicción que, en un arranque de asertividad, un día me hallaba ahí, en “las pilas”, al aire libre, sobrepasando los miedos al contagio y escuchando la plática de Olmo, enfatizando en recobrar la sabiduría de las plantas de la medicina tradicional. “Las pilas” es un lugar emblemático para la gente de Coyolillo, no sólo por la ubicación de lavaderos donde las mujeres solían reunirse para lavar y los recuerdos de que se encontraba el nacimiento de un río actualmente seco, sino porque se halla un enorme nacaxtle, un árbol medicinal que da un fruto parecido a las orejas de elefante, con un alto nivel nutricional, cuyas extensas hojas nos refrescaban, cubriéndonos de los rayos férvidos del sol.

Esa tarde estaba rodeada mayormente de mujeres, niñas/os, algunas/os sentadas/os en el suelo, en las piedras o en banquitos, interesadas/os en la conversación. Asistió Cele, contándonos del preparado de té que tomó su mamá, y la familia entera, durante quince días consecutivos cuando se enfermó de Covid. Una mezcla de mozote blanco, cebolla morada, eucalipto y jengibre que, además, lo consumían los/as migrantes coyoleños/as en Estados Unidos. Ese caso fue el primero sabido y confirmado en el lugar. La familia fue muy cuidadosa, se mantuvieron por dos semanas siguiendo las indicaciones de confinamiento. Asombrosamente, nadie más se contagió o no hubo certeza de otro caso.

En esa reunión también informé de la existencia del nosode covid 200c, llamada por ciertos conocedores del tema “la vacuna homeopática”. Hicimos una lista, se apuntaron quienes querían beber el medicamento y nos organizamos para la toma en fechas posteriores. Acudieron por la dosis un total de 113 personas aproximadamente, familias enteras bebieron la sustancia que las protegió de resfriados y gripes por un tiempo prolongado. Todavía las recuerdo, todo un domingo, sentadas en la sala de casa de Hilaria mientras les daba indicaciones y resolvía sus dudas.

Siempre estuve respaldada por el colectivo “Casa Coyolillo”. No daba un paso sin consultarles mis propuestas. Primordialmente, fueron las mujeres que me abrieron camino a Coyolillo desde el principio. Ellas me dieron sostén en medio de los malestares que me provocó la pandemia y el factible riesgo de contagiar o contagiarme realizando trabajo de campo. Aunque admito que sí hubo muchas limitaciones en cuanto al acceso a entrevistas y convocatorias para los talleres. Mi trabajo de campo no se concentró únicamente en recabar información etnográfica, sino en promover acciones respecto a otras lógicas de cuidados.

En conjunto con el colectivo, organizamos actividades para la difusión de otras alternativas de cuidados ante la enfermedad de Covid-19, recurrimos a los conocimientos de la herbolaria que persisten en la memoria colectiva y otros sistemas de medicina como la homeopatía. Anteponiendo en todo momento el cuidado común. Sin duda alguna, la clave de la culminación de ese trabajo de campo presencial fue la colaboración y afectos de los/las coyoleñas que han acompañado de cerca la investigación.

Bibliografía


Grillo, Óscar (2019), “Etnografía multisituada, etnografía digital: reflexiones acerca de la extensión del campo y la reflexividad”, en Etnografías Contemporáneas, año 5, núm. 9. https://revistasacademicas.unsam.edu.ar/index.php/etnocontemp/article/view/525/607, consultado el 3 de agosto de 2020.