El Movimiento Zapatista: estudios, retos
y perspectivas

Xochitl Leyva Solano[1]
CIESAS Sureste

Fotografía: Francisco De Parres Gómez.

1. Impacto del movimiento zapatista en la vida institucional de la unidad sureste y del CIESAS

En Chiapas, hace casi treinta años, el 1 de enero de 1994, al tiempo que entraba en vigencia el Tratado de Libre Comercio de México con Estados Unidos y Canadá, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se levantó en armas y leyó la Primera Declaración de La Selva Lacandona donde proclamaba la guerra al gobierno y al ejército mexicano y nos invitaba a sumarnos al “plan del pueblo mexicano que lucha por trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz”.[2] De inmediato el gobierno se movilizó con la lógica de la aplicación del Plan DN-II (Plan de Defensa Nacional) con el que el ejército combate a un enemigo interno que atenta contra la soberanía y seguridad nacional.

Los primeros doce días de enero de 1994 se caracterizaron por la confrontación directa entre los dos ejércitos, pero el “No a la guerra” por parte de la sociedad civil movilizada obligó al presidente en turno a declarar unilateralmente el cese al fuego y ofrecer amnistía a los insurrectos. Ese mismo “no a la guerra” pero “sí a las demandas políticas zapatistas” condujo a las partes a establecer los Diálogos de Catedral, Las Mesas de Diálogo y Negociación y la firma de los Acuerdos de Paz en febrero de 1996.

La estrategia militar gubernamental no solo corría en paralelo de la política sino era altamente contrainsurgente. La Secretaría de Defensa Nacional (SEDENA) redactó el “Plan de Campaña Chiapas 94”. La historia de lo que viene después es larga y muy conocida y tiene que ver con una guerra integral de desgaste que hasta hoy, año de 2023, siguen padeciendo las comunidades zapatistas y que ahora se ha visto imbricada con otros tipos de guerras en curso: la mal llamada “guerra contra el narcotráfico”, la guerra en el cuerpo de las mujeres y las diversidades sexuales, la guerra contra los pueblos y contra la humanidad producto de la ofensiva neoliberal capitalista patriarcal. Guerra llamada por el neozapatismo IV Guerra Mundial, y por estudios recientes de académicos del ITESO, conflicto armado no internacional (CANI).

Bajo la situación de 1994 era imposible que la unidad sureste de CIESAS no se viera “afectada”, era imposible que el CIESAS y el país todo no se viera “afectado”. De hecho, desde los primeros días de 1994 llegaron a Chiapas simpatizantes, personas solidarias y hasta curiosos, atraídos unos por las demandas políticas zapatistas y otros por su dimensión revolucionaria, rebelde, de resistencia y de autonomía. De 1994 a la fecha, hemos visto pasar por Chiapas una cantidad impresionante de jóvenes provenientes de prácticamente todos los continentes. Yo en lo personal he tenido un trabajo político y académico con centenares de ellos(as), con los que compartimos no solo posicionalidades políticas sino también el habitar la zona tensionada generada en el cruce de academias comprometidas y activismos anti y alter.

Fueron dichos estudiantes los que mostraron un compromiso profundo, permanente y práctico con las comunidades zapatistas en resistencia. Muchos de esas y esos jóvenes vinieron solo como activistas solidarios con el zapatismo, pero en muchos otros casos, los y las jóvenes llegaron para hacer trabajo activista a la par que elaboraban sus tesis de grado o de posgrado como parte de una experiencia intersticial en la que se cruzaban lo académico, lo político y lo feminista. Conexiones, reflexiones y acciones que se tuvieron que desarrollar bajo condiciones de guerra, paramilitarización y contrainsurgencia.

Todo ello implicó muchos retos prácticos, teóricos, metodológicos, éticos, epistémicos tanto para nosotras las profesoras locales, para los y las jóvenes estudiantes locales, nacionales e internacionales, así como para el propio EZLN. Visto a distancia, podemos decir que todos(as) fuimos aprendiendo en el proceso mismo, a base de prueba y error, pero mucho a partir de lo que los y las zapatistas llamaron “el caminar preguntando”, el “¿escuchaaaaron?” y el “¿y tú qué?”, todas interpelaciones retadoras que iban lanzando en comunicados, movilizaciones y declaraciones políticas que muchas personas de los cinco continentes iban e íbamos leyendo ávidamente.

2. Contribuciones y tensiones

Lo primero que varias de nosotras sentimos en aquella segunda mitad de la década de 1990 fue que no contábamos con las herramientas adecuadas para realizar trabajo de investigación en situaciones de guerra y de violencia contrainsurgente o paramilitar. Muy rápido caímos en la cuenta de que muchos de nuestros métodos antropológicos de investigación no nos iban a servir de mucho. Así lo señalaron varios jóvenes extranjeros que nos solicitaron, entre finales de 2003 y mediados de 2004, tomarlos como estudiantes huésped, años en los que consiguieron el permiso zapatista para realizar su trabajo de tesis en territorio rebelde. En ese contexto empezamos a cuestionar abiertamente la etnografía clásica —método por excelencia de la antropología—, pues se convirtió en un arma de doble filo. Es decir, las descripciones con lujo de detalles de la región y de los miembros del movimiento zapatista podían ser usadas por los enemigos políticos para atacarlos psicológica, política o militarmente con más efectividad en el marco de la política contrainsurgente.

La situación de guerra poco a poco nos llevó a varias a hacernos preguntas básicas, tales como: ¿de dónde venían las metodologías antropológicas con las que trabajábamos? ¿a qué tipo de academia pertenecían ellas y nosotras? o ¿a qué intereses estábamos respondiendo? Fue entonces cuando nos preguntamos qué nos hacía dejar fuera de nuestras agendas preguntas básicas como las de investigación, para qué, y para quién. No llegamos a estas cavilaciones éticas por iluminación o como un ejercicio académico en el aula, llegamos porque en los territorios indígenas se estaba perpetrando la Masacre de Acteal (diciembre de 1997), porque iba en aumento la aparición de grupos paramilitares, y estaban en plena ejecución los desmantelamientos violentos de los municipios autónomos zapatistas por órdenes de los gobiernos federal y estatal. Estos hechos marcaron para siempre la vida de mucha gente en las comunidades, pero también el rumbo de la vida personal y académica de varias de nosotras. Nos hicieron cuestionar abiertamente nuestras nociones de “neutralidad” y “objetividad”.

En ese contexto de guerra fue que nos preguntamos cómo estábamos construyendo el conocimiento fuera y dentro de la academia, y fuera y dentro del movimiento y de las redes de solidaridad que ya para entonces estábamos construyendo y desde las cuales pensamos y actuamos política y académicamente. Todo ello pasó antes de que en los espacios académicos se pusiera de moda “el trabajo en redes” o de que “las redes sociales” —que hoy nos son comunes— existieran. De hecho, en medio de todo eso, acuñé los conceptos de neozapatismo y de redes neozapatistas en un esfuerzo de conceptualizar lo nuevo y lo viejonuevo que expresaban en su hacer el zapatismo de 1994. Estos dos conceptos se han vuelto muy populares en los estudios sociales y, el primero, incluso ha sido parafraseado por los mismos zapatistas.

Pero fue el hecho mismo de cómo la investigación fue tratada por el propio EZLN en sus municipios autónomos lo que aceleró y reafirmó nuestro incipiente y minúsculo intento personal y colectivo de descolonización y despatriarcalización. Los procedimientos institucionales de la investigación académica acostumbrada a definir temas, objetivos, tiempos, ritmos y formas sufrió severas dislocaciones con las prácticas de lo que he llamado el “¡Ya Basta! epistémico zapatista” que, como ya he explicado en otros textos, tenía muchas expresiones; entre ellas, el que para llevar a cabo una investigación en territorio autónomo zapatista se requería ingresar una solicitud de permiso ante la Junta de Buen Gobierno y esperar a que se analizara, para luego recibir una respuesta, misma que podía ser positiva, negativa o un “por ahora no se puede” si existían otras prioridades políticas que atender o algún decreto de alerta roja.

Por primera vez en la historia de las ciencias sociales, un movimiento político militar —como se autodefinió el EZLN— tenía la legitimidad y el poder para decidir en su territorio autónomo qué se estudiaba, cuándo y quién lo realizaba. Ello era parte de la creación de la autonomía zapatista que —de 1994 a la fecha— cubre todos los aspectos de la vida de las bases de apoyo y de la parte militar. Dichos aspectos incluyen el de la producción de conocimiento propio y desde los(as) solidarios(as). Así vimos aparecer miles de tesis de grado y de posgrado, de libros y de colecciones, en múltiples lenguas y lenguajes.

No es casual que el autor más famoso con base en Chiapas sea, sin duda, el Subcomandante Insurgente Marcos, cuya obra política y literaria ha sido traducida a decenas de lenguas originarias y extranjeras. Seguido de una amplia bibliografía que explica a detalle diferentes aspectos de la lucha zapatista. Marcos teóricos de todo tipo, estilos narrativos convencionales y experimentales se han conjugado con la palabra visual, escrita y artística de los miembros del zapatismo para dar como resultado una compleja producción nunca antes vista que no deja de fluir en las aulas, en los colectivos, en los festivales zapatistas, en los foros internacionales o en los espacios alternativos o altermundistas más diversos y dispersos por el mundo entero: desde Australia hasta Chiapas, desde Japón hasta los Caracoles, desde Laponia hasta Oventik.

Pero no todo fue lindo, hubo momentos de mucha tensión, de rupturas, de conflictos onto-epistémicos-teórico-políticos. El mundo académico y universitario se dividió entre los pro y los anti. La ideología, los prejuicios y el subjetivismo reinaban en los análisis. No se podía discutir serenamente. Muchas amistades se hicieron trizas por discrepancias profundas de interpretación sobre lo que era o aportaba el movimiento zapatista. La crítica escribió abundantemente sobre la “genial” impostura”, el “marquismo”, la “ventriloquía”, el “zapatour”, hasta se llegó a llamar “fundamentalistas zapatistas” a investigadores concretos. La guerra no era solo de balas metálicas sino también de balas de papel, como llegó a afirmar el zapatismo. Lo que vimos sucederse fue un cambio de raíz —radical— en donde los antes “objetos de estudio”, a través de la consecuente autonomía de facto y el no cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés se erigieron en “sujetos onto-epistémico-teórico-políticos” que hicieron temblar y alterarse la estructura dominante de saber/poder que ha regido a la academia y a las universidades.

3. Perspectivas a futuro

En este momento de obscuridad en México, Chiapas no es la excepción: la ocupación del crimen organizado de territorios urbanos y rurales, el actuar de grupos paramilitares en los territorios zapatistas, las cifras de feminicidios, los suicidios de las juventudes indígenas, las ciudades con toque de queda no reconocido, la mercantilización de los procesos electorales y la pérdida de valores éticos en el desarrollo de la llamada democracia electoral coexisten como realidad real al lado de la construcción desde la vida cotidiana de la autonomía de facto zapatista que es en sí misma erigida como una opción de paz y dignificación de la vida. Junto con ella están los procesos de paz encarnados y enraizados en las comunidades parte del movimiento del Pueblo Creyente, así como el trabajo desde colectivos y luchas que, junto con organismos no gubernamentales y miembros de la academia, buscan/buscamos hacer caminar la transición civilizatoria hacia un mundo justo, digno y pleno para todxs.[3]


  1. Correo: xls1994@gmail.com 

  2. https://enlacezapatista.ezln.org.mx/1994/01/01/primera-declaracion-de-la-selva-lacandona/.

  3. Agradezco a Roberto Melville la invitación para escribir este texto en el marco del 50 Aniversario del CIESAS.