Editorial

Susana Vargas Evaristo
Conacyt-CIESAS Pacífico Sur | susana.vargas.e@gmail.com

Natalia De Marinis
CIESAS Golfo | nataliademarinis@ciesas.edu.mx

Lina Rosa Berrio Palomo
CIESAS Pacífico Sur | linaberrio@gmail.com


La pandemia provocada por la Covid-19 implicó un cierre de actividades presenciales en las instituciones educativas para evitar la propagación del contagio al interior de sus comunidades educativas. El campo de la antropología se vio especialmente afectado en su tarea de realizar etnografías presenciales, o lo que ahora llamamos “trabajo de campo tradicional”, en el que las y los investigadores realizan visitas a las comunidades o espacios (in situ) de interacción con las personas involucradas en las investigaciones que realizamos desde esta disciplina.

Las y los estudiantes de posgrados en Antropología Social de varias sedes del CIESAS se encontraban realizando trabajo de campo o el diseño metodológico de su investigación cuando se declaró el cierre de las instituciones educativas, en marzo de 2020. Entre las ansiedades propias de la salida al trabajo de campo, las presiones por los tiempos acotados de los posgrados y la necesaria creatividad que impone el trabajo etnográfico, las y los estudiantes fueron construyendo sus propias propuestas echando mano de diversos recursos metodológicos que les permitieran continuar o comenzar su trabajo de campo y la redacción de sus tesis. La pandemia sumó retos a la compleja labor de la investigación etnográfica y ante esta condición de emergencia social y sanitaria, afloraron propuestas muy sugerentes y creativas, algunas de las cuales buscamos agrupar en este dossier a manera de generar un registro histórico de lo que fue realizar trabajo de campo en una pandemia, pero también como un sumario de posibilidades y creaciones etnográficas desde la voz de las y los estudiantes.

La mayor parte de las contribuciones provienen de estudiantes de los programas de Maestría en Antropología Social de Pacífico Sur y Golfo que tomaron el “Taller introductorio al análisis, interpretación y escritura etnográfica” (febrero-abril, 2021),[1] en donde las y los estudiantes dieron cuenta de los retos del trabajo etnográfico y el ejercicio de su expresión, desde la escritura situada en el contexto histórico que actualmente presenciamos. Otras contribuciones se fueron sumando en la búsqueda de abarcar la diversidad de escenarios de investigación enfrentadas en este contexto, las cuales fueron desde la imposibilidad de hacer trabajo de campo presencial, hasta el confinamiento en las comunidades, sea porque las y los estudiantes son de ahí, o porque estas medidas comenzaron mientras realizaban trabajo de campo en lugares remotos. Sabemos que este periodo de confinamiento ha dado a luz a diversas experiencias del quehacer etnográfico entre las y los estudiantes del CIESAS y que no necesariamente se reflejan todas en este número del Ichan, no obstante, nos pareció importante abrir este espacio de reflexión que, esperamos, dé pie a muchos otros.

Son varios los ejes desde los cuales se tejen los diálogos en este dossier. La diversidad de los mismos tiene que ver con las diferentes afectaciones experimentadas durante el encierro por la pandemia, que en muchos casos se vincularon a sus propios ejes de indagación y en otros obligaron a replantear las preguntas de investigación hacia los retos observados frente a los nuevos escenarios.

a) Etnografía virtual y redes sociales

El primer medio a la mano para muchas de las investigaciones que se comparten aquí fueron las redes sociales y los medios digitales para contactar personas, organizaciones sociales, para identificar noticias relevantes sobre las localidades. Casi todos los trabajos narran estos primeros acercamientos durante el confinamiento y mientras se realizaban los cambios en sus proyectos. Sin embargo, aun siendo una herramienta fundamental utilizada por la mayoría, en muchas de estas contribuciones se plantea que lo realizado no fue una etnografía virtual. La virtualidad no formó parte de sus exploraciones y análisis, sino que fue sólo un medio de acceso a la información que se fue agotando rápidamente en la medida en que las propias personas contactadas manifestaban la necesidad del contacto in situ, como narra Irene Domínguez en su texto sobre su trabajo de investigación con mujeres de Coyolillo, Veracruz.

Entre una etnografía virtual y la virtualidad como medio de acceso a la información empírica se abre un abanico amplio de estrategias que se fueron adoptando en diferentes momentos. Para algunas personas, fue la única manera de lograr tener acceso al campo, como en el caso de Marina Beltrán. El hecho de que las personas con quienes trabajó, toda ellas vinculadas a la defensa de derechos de migrantes y solicitantes de refugio en México, tuvieran que haber volcado sus acciones a los encuentros virtuales, permitió que Marina lograra insertarse en ese espacio para realizar sus observaciones y contactos iniciales. Sin embargo, tal como lo plantea en su texto, no se trató ni de una etnografía virtual, ni de una investigación clásica, sino que su trabajo se ubica más bien en los intersticios de ambos abordajes. Se trataría, más bien, de preguntas y miradas etnográficas en un sentido más “clásico”, pero mediadas por lo digital.

El texto de Osbaldo Amauri refleja una situación similar, en donde la estrategia de campo planteada antes de la emergencia sanitaria, se vio trastocada. Una forma creativa de resolver este “atrapamiento” etnográfico fue ofrecer clases de francés gratuitas a estudiantes y docentes de la escuela secundaria pública de su elección. Este ejercicio se complementó con entrevistas telefónicas a diversos actores involucrados como padres y madres de familia, directivos y docentes. Osbaldo explica que, a pesar de las dificultades para realizar etnografía virtual, significó un recurso para dar cuenta de las condiciones en las que las escuelas vivenciaron el cierre de las clases de manera presencial, lo que implica un aporte a la documentación sobre el mundo escolar en tiempo de Covid-19.

b) Metodologías mixtas: virtuales y presenciales

La combinación de estrategias etnográficas implicó también el uso de diversos medios. Si bien la mayoría recurrió inicialmente a redes e información de internet, muy pronto el agotamiento de esos recursos llevó a que en algunos casos se realizara cierto tipo de trabajo de campo presencial en donde ello fue posible por las condiciones sanitarias y permisos de las comisiones creadas en los posgrados. Este fue el caso, principalmente, de aquellas personas que viven en los lugares propuestos para el estudio, o en aquellos en donde sanitariamente fuera posible la movilidad.

En varias de las contribuciones del número del Ichan hay coincidencia sobre las desigualdades que la pandemia reveló de una manera mucho más clara y dura: la falta de recursos y de hospitales, el cierre total de actividades económicas (sobre todo de aquellos lugares que dependen del turismo), el incremento de la violencia de género, la continuidad de actividades extractivas frente a una paralización de los procesos de consulta para la defensa de derechos colectivos, las afectaciones emocionales del encierro y la pérdida o transformación del espacio ritual, entre otros.

En este ambiente apremiante la desconfianza y los peligros propios del trabajo de campo que enfrentamos en muchas investigaciones antropológicas en el país desde los últimos años, se sumó un nuevo reto por la idea de peligro que comenzó a representar la persona que “llega de afuera”. “La Covid la traen extraños”, le compartieron a Edgar Delgado en sus primeros acercamientos a las comunidades del Estado de México para realizar un estudio sobre los efectos de la exposición a la contaminación provocada por un basurero de desechos radioactivos instalado en el municipio donde hizo su investigación.

El estar ahí permitió observar desigualdades acrecentadas por el contexto de la pandemia, pero también comprender las propias frente a ese escenario compartido. Ese peligro que el otro representaba como potencial contaminante, se contrarrestó para algunos con la construcción de comunidades afectivas y colaborativas de muchos tipos. En algunos casos se trató de dejar de lado la investigación y comenzar a colaborar en contextos de reducciones presupuestales, como nos narra Susana Vázquez a partir de su colaboración con la Casa de la Mujer Indígena en Matías Romero. Susana se encontraba en trabajo de campo para llevar a cabo su investigación sobre la ampliación del tren transístmico cuando comenzó el confinamiento. Frente a los peligros que representaba la movilidad hasta la ciudad donde residía, decidió quedarse y colaborar con las problemáticas que enfrentaban las Casas de la Mujer Indígena por las reducciones presupuestales en el contexto de pandemia.

En otros textos, se describen las propias dificultades económicas y familiares causadas por la Covid-19, que llevaron a comprender de manera más situada las desigualdades que se enfrentan y que se recrudecieron en los lugares de campo. Estar ahí también brindó la posibilidad de compartir saberes frente a los cuidados y la salud. Irene Domínguez narra, por ejemplo, cómo su llegada a la comunidad de Coyolillo, en Veracruz, brindó posibilidades de tejer redes y alianzas para la revalorización de los conocimientos de la medicina tradicional y la herbolaria, que formaron parte de su investigación sobre los cuidados comunitarios.

Por su parte, Viridiana Bautista nos habla acerca de cómo la pandemia exaltó sensibilidades emocionales, pero también la violencia doméstica enfrentada por muchas mujeres durante el confinamiento. En su investigación, que reconstruye los procesos del movimiento lésbico en Oaxaca, Viridiana decidió como estrategia etnográfica y de contención, dar espacio a las mujeres que colaboraron en su estudio para expresar las emociones constreñidas a través de metodologías provenientes del trabajo activista como el “Río de la vida”. Al igual que en el caso de Irene, aunque las entrevistas fueron virtuales en su mayoría, las mujeres solicitaron que algunas fueran presenciales debido al cansancio frente a lo virtual. Su texto muestra la necesidad de reinventarse como etnógrafa acudiendo a las prácticas del cuidado y la escucha como herramientas de acompañamiento y documentación.

c) Espacios de observación transformados por la pandemia

Para quienes lograron hacer trabajo de campo presencial durante todos los meses previstos, principalmente debido a que hicieron trabajo de campo en sus propios lugares de vida, la pandemia generó transformaciones en sus investigaciones. Emergieron análisis muy sugerentes a partir de las ausencias, las limitaciones, los lugares vacíos. El texto de Beatriz von Saenger describe cómo la ausencia de turistas en Teotihuacán permitió analizar el turismo y las relaciones de los actores del lugar con éste no a partir de sus dinámicas, sino a partir del espacio vacío. Esto abrió posibilidades impensadas del trabajo de campo; logró documentar y analizar cómo la suspensión del turismo, actividad principal de Teotihuacán, generó la emergencia de otras memorias, la circulación de emociones y afecciones alrededor de los duelos pasados, como la pérdida de la tierra y las transformaciones impulsadas por el proceso de patrimonialización, que se actualizaron frente a la melancolía provocada por la pérdida humana y material a causa de la Covid.

El camposanto de los Barrios de Xico, Veracruz, es presentado por Pedro Alarcón como un espacio semivacío, con dinámicas cambiantes por la presencia de la pandemia. El autor explica la conversión metodológica que llevó a cabo para evitar el contagio y mantener las medidas de distanciamiento con la finalidad de realizar el registro etnográfico en este espacio de interés. Señala que, ante la imposibilidad de presenciar los velorios a la manera tradicional, cercana y en estrecha interacción con los familiares del difunto, sus observaciones y registros quedaron ceñidos a la observación a distancia de familiares que visitaban, con posterioridad al sepelio, las tumbas de sus seres queridos.

d) Información de prensa y comunicados para hacer etnografía

A las transformaciones de los escenarios se cruzaron otras de orden metodológico, a través de las cuales emergieron nuevas preguntas y líneas de abordajes muy sugerentes. Siempre está presente el discurso en contextos de “normalidad”, aunque esto no sea central para el trabajo de campo antropológico. Sin embargo, la falta de interacción y contacto permitió un mayor detenimiento a otro tipo de información que pasa siempre más desapercibida en el trajín de las interacciones diarias. La prensa y los comunicados, que incluyeron desde folletos o comunicados por bocinas en la comunidad hasta las mañaneras del presidente, fueron aprovechadas como un recurso para el análisis de muchas problemáticas.

Susana Vázquez nos narra, por ejemplo, cómo la falta de interacción aun estando en la localidad, la llevó a detenerse en los discursos mediáticos sobre las nociones de desarrollo en el Istmo de Tehuantepec, que se erigieron y reforzaron en medio de la pandemia, y cómo los mismos contrastaban enormemente con la ausencia de infraestructura y las carencias que ella registraba en el lugar. Seguir estos mensajes transmitidos por diversos medios se volvió una posibilidad para analizar críticamente la relación entre Estado y desarrollo. Estrategias similares se presentan en otros textos que comparten experiencias acerca de cómo la prensa posibilitó la documentación y análisis de diferentes debates. Aunque casi siempre contrastada con otras fuentes de información, la información de la prensa y otros medios cobraron especial relevancia como fuentes de información y análisis.

e) La memoria y el trabajo colaborativo como fuente estratégica para hacer etnografía

Finalmente, tres de los textos que conforman el presente número nos llevaron a reflexionar sobre cómo la experiencia previa en organizaciones, movimientos sociales o comunidades y pueblos originarios, fueron fundamentales para construir una narrativa etnográfica que recuperara las memorias de las propias investigadoras en trabajos previos, convirtiéndolas en fuente de contraste con la información recopilada actualmente mediante fuentes digitales. Igualmente resaltan las experiencias de colaboración con diferentes grupos y actores sociales, para desarrollar la investigación, particularmente en relación con la recopilación de datos en terreno.

En su texto, Magaly Salas nos muestra lo complejo que resultó realizar una etnografía a través de medios virtuales en un contexto como el de Putumayo, Colombia, donde la fumigación con glifosato realizada por el gobierno colombiano mediante aspersiones aéreas y en terreno toma como argumento la erradicación de los cultivos de coca pero pone en riesgo la vida y salud de las personas que habitan el territorio. Magaly construyó una metodología colaborativa que fue adaptándose a las restricciones derivadas de la pandemia, al propio contexto sanitario y a los acontecimientos sociales y políticos que se registran en la investigación. La autora plantea que gracias a las relaciones construidas con antelación en su investigación previa, pudo construir una salida ante la imposibilidad de hacer campo presencial y acceder a información que estaba ocurriendo in situ a través del WhatsApp.

A Yeneiri Ramírez, quien originalmente indagaba sobre la corporalidad en la construcción de la identidad colectiva de las y los docentes de la Sección XXII de la CNTE en Oaxaca, la pandemia le impuso el desafío metodológico de transitar de la observación directa de las marchas y plantones, a recuperar información de producciones visuales realizados por la propia CNTE, además de los recuerdos de su experiencia en las marchas en las que Yeneiri participó activamente como normalista y parte de la Coordinadora. Su trabajo la llevó a descubrir el papel de las mujeres en las movilizaciones y nos permite ver cómo en ausencia del cuerpo al dejar de ser directamente observado, emerge la memoria compartida sobre el significado de esos espacios de movilización y protesta magisterial.

Wendy Bazán, además de hacer uso de la prensa como fuente de información y de acceder a entrevistas con menonitas en la península de Yucatán, gracias a la colaboración con una colega que en ese momento estaba en campo, diseñó una estrategia donde su propia memoria previa del campo y los discursos recuperados en su anterior trabajo de investigación, se convirtieron en fuente analítica de contraste entre las representaciones de los campesinos de Hopelchén con el discurso oficial y experto sobre los transgénicos que circulaba en los espacios nacionales. Como ella señala, “conectar con los recuerdos y las vivencias cotidianas de los actores en campo, ayuda a reivindicar voces que no necesariamente coinciden con las de los ‘expertos’ y que pareciera que, por ello, no tienen cabida en la esfera pública”.

Estas tres investigaciones en contextos tan diversos como el Putumayo, Oaxaca y Yucatán, nos hablan nuevamente de la potencia que tiene el trabajo colaborativo siempre, y más aún en estos tiempos donde nuestra presencia física en campo se ha visto duramente limitada.

Reflexiones finales

Como se anunció en la introducción de este dossier, la mayor parte de los textos aquí presentados fueron producto del taller sobre la construcción de narrativas etnográficas impartido por las coordinadoras de este número. A lo largo de su desarrollo, surgieron una serie de reflexiones que nos llevaron a la conclusión de lo necesario que resulta en estos tiempos construir espacios para colectivizar nuestros ejercicios de investigación etnográfica. Observamos que el acompañamiento para las y los estudiantes del posgrado en proceso de escritura etnográfica en pleno contexto de confinamiento fue clave para revalorizar el trabajo de campo realizado, para pensar en lo que sí se había obtenido y salir de la angustia de no haber emprendido una investigación in situ como tradicionalmente se espera en la disciplina antropológica.

El curso dio cuenta de la creatividad y resiliencia para transformar nuestros planteamientos y resituarnos en los contextos que vivimos; fue importante no obviar que como investigadoras y docentes también vimos transformadas nuestras posibilidades de investigación y docencia. Por ello este espacio no solamente fungió como un apoyo para las y los estudiantes; también nos brindó la posibilidad de pensar soluciones y estrategias colectivas en este escenario de incertidumbre. En suma, el taller fue un espacio que cruzó experiencias entre las sedes del CIESAS (Pacífico Sur y Golfo), las líneas de investigación de las y los estudiantes, así como las emociones diversas que genera el proceso de escritura etnográfica.

Si bien este dossier presenta estrategias y alternativas, también busca convertirse en una invitación para pensar en los retos que como investigadores, docentes y estudiantes seguimos enfrentando en una pandemia que continúa. El confinamiento de marzo de 2020 nos tomó por sorpresa, limitó movilidades, encuentros y obligó a transformar objetos, campos, técnicas, entre otros, de una manera abrupta. Un año y medio después, tenemos la posibilidad de mirar hacia atrás y reconocer enseñanzas y desafíos futuros para nuestros posgrados.

La incorporación de nuevas herramientas de investigación, de nuevas fuentes de información, de otras estrategias de colaboración, la potencia de hacer trabajo de campo en el propio lugar de origen y la necesidad de reconocer la diversidad de realidades que existen en el país, son algunos de los aprendizajes de este proceso. Navegar de manera flexible entre las indicaciones federales y el panorama epidemiológico nacional que no necesariamente coincidía ‒ni lo sigue haciendo‒ con las curvas de contagio en las regiones, sigue siendo sin duda un gran desafío. Muchos de los municipios donde ellas y ellos trabajaron, transitaron este primer periodo de la pandemia con pocos casos y con medidas locales de protección que permitía la interacción entre quienes allí estaban, no como investigadores, sino como parte de la comunidad pues de allí eran originarios. Estas curvas se modifican y tienen lógicas regionales, razón por la cual será fundamental mantener la actitud antropológica de pensar la diversidad de experiencias y la especificidad de cada contexto.

Por último, resaltamos que los textos revelan la diversidad de escenarios y contextos de estudio, así como los caminos de reconfiguración metodológica adoptados para imaginar formas de hacer etnografía frente a la condición histórica que atraviesa nuestras formulaciones antropológicas. Los ejes presentados exponen los entrelazamientos que ocurren entre las etnografías virtuales con las presenciales, las transformaciones de los espacios de estudio ante la pandemia y las implicaciones en los planteamientos metodológicos, del mismo modo, recuperan la importancia de haber tejido redes de solidaridad previas con las personas implicadas en nuestros estudios para generar relaciones de confianza. Sólo resta destacar que la pandemia mostró la relevancia de realizar investigación situada en términos del contexto de estudio, pero también en el reconocimiento de nuestras propias emociones, vulnerabilidad y capacidad imaginativa como respuestas a un nuevo escenario social.


  1. Este taller, impartido por Lina Berrio Palomo, Susana Vargas Evaristo y Natalia De Marinis, se llevó a cabo durante dos generaciones de los programas de maestría del CIESAS Golfo y Pacífico Sur. Es un curso-taller optativo que se propone acompañar a las y los estudiantes en la escritura de sus tesis.