Dos décadas haciendo que las imágenes hablen

Karla Paniagua
Coordinadora de estudios de futuros, CENTRO


El milenio comenzaba cuando un clic me condujo al vórtice de Match.com, el sitio para buscar pareja por internet fundado por Gary Kremen y Peng T. Ong en los noventa del siglo pasado.  Probablemente usted alguna vez curioseó en los anuncios personales del periódico o las revistas; a mí me gustaba imaginar los retratos hablados de quienes se anunciaban: “Mujer vivaz de ojos grandes busca a muchacho trabajador y de buen corazón”. Match.com incluía un elemento nuevo que captó mi atención. Sus perfiles personales tenían (y tienen), además de una descripción de los gustos del usuario y de las características que busca en la persona anhelada, fotografías (plano medio de frente, plano completo en las vacaciones, plano americano en la oficina) y un algoritmo para facilitar la localización de personas con intereses coincidentes.

Desde el primer instante esas imágenes me hablaron. El hombre tomando por la cintura a la edecán en una exposición de autos, la mujer con traje regional y la mano en la cadera, todas las fotografías de los usuarios y sus descripciones confesaban mucho más que intereses románticos. La posición de los cuerpos, los gestos, las miradas, los entornos, los objetos, el tipo de vestimenta, conformaban un sistema alusivo a las culturas, lo cual me llevó a Geertz y su tesis acerca de cómo la urdimbre de significados delinea el comportamiento.  “Esto es oro molido” me dije. Pero ¿oro molido para hacer qué?

Mi primer acercamiento a la antropología visual ocurrió en 1998, en un diplomado en la Cineteca Nacional en el que el realizador Pacho Lane ofreció una introducción a su lenguaje. En esa oportunidad no distinguió la disciplina de su forma de registro (el cine etnográfico), pero el dardo caló tan hondo como para que yo misma quisiera indagar las sutilezas.

Con esas curiosidades a cuestas, en 1999 ingresé a la Maestría en Antropología Social del CIESAS Ciudad de México, donde di varios tumbos para diseñar una pregunta de investigación relevante. Tuve la fortuna de que Víctor Franco aceptara ser mi tutor, pastoreándome con paciencia mientras yo intentaba desentrañar los secretos de Nanook el esquimal de Robert Flaherty (1922), El hombre de la cámara de Dziga Vertov (1929) y Crónica de un verano de Jean Rouch y Edgar Morin (1960), las películas que había seleccionado para mi estudio.

Una de las etapas más arduas de mi investigación consistió en encontrar las películas para el corpus. En aquel entonces el material audiovisual no estaba tan disponible como ahora y en mi desesperación contacté a los jugadores clave del ecosistema en el que pretendía desarrollarme, incluyendo al propio Rouch. Las personas interesadas en saber más al respecto de esta aventura encontrarán todo el chisme en la segunda edición de El documental como crisol. Análisis de tres clásicos para una antropología de la imagen. Vivimos en tiempos en los que conseguir el material que ha de diseccionarse no representa un gran reto para los analistas, ¡vaya que las cosas han cambiado! Recuerdo que eché a perder las cabezas de la videocasetera para hacer análisis cuadro por cuadro de los materiales.

Ya en posesión de los  materiales, me afané en demostrar que esas películas eran ficciones, cosa que fue fácil porque más de un autor ya había argumentado eso al respecto de los documentales en general. Bastó con hacer un modesto estado de la cuestión y estudiar el concepto de discursos de sobriedad de Bill Nichols para enterarme de que había descubierto el agua tibia. Para recuperar mi honor me sumergí en cada película, exploré a fondo, acudí a Pacho Lane y a Lauro Zavala en busca de orientación, redefiní la ruta de mi estudio y me propuse explicar cómo es que cada una de estas obras sigue una estrategia diferente para construir su verdad antropológica.

Pasó el tiempo, Víctor Franco me escribía para preguntarme qué demonios pasaba con la tesis, yo le respondía “estoy en eso” y era verdad, lo que sucedía es que al mismo tiempo tenía que ganarme la vida porque analizar documentales no pagaba la renta. En 2004 me gradué con recomendación de publicación y en 2007 el CIESAS editó el libro El documental como crisol. Análisis de tres clásicos para una Antropología de la imagen. Años más tarde, el CIESAS y la Universidad Veracruzana publicarían la segunda edición, en la cual hice mejoras con base en mis propios aprendizajes y en la crítica que Ricardo Pérez Montfort tuvo a bien despacharme sin rodeos.

Por esos años comencé a dar conferencias de manera más recurrente, actividad que hoy forma parte de mi trabajo habitual. Acudía a restaurantes y bares en los que se proyectaban las películas en las que me había vuelto experta (sobre todo Nanook y El hombre de la cámara, ambas silentes y por ende, ideales para ser musicalizadas en vivo) y compartía sesudos comentarios mientras los comensales me ignoraban.

Al respecto de esta primera aproximación formal al territorio de la Antropología visual diré que la pregunta “¿cuál es la estrategia que pone en juego el realizador para producir su verdad antropológica?”  en consonancia con los objetivos de la tesis, me permitieron sintetizar e interpretar los resultados, terminar el manuscrito, graduarme, publicar un libro y su segunda edición, si bien es relativa a la epistemología y no incluye una reflexión acerca del comportamiento colectivo.

¿Qué nos dicen estas imágenes acerca de las creencias, deseos, anhelos y temores de las personas que se representan en estas obras? fue la interrogante que en ese estudio quedó pendiente, debo admitir. No la hice porque se me había fundido el cerebro después de tanto bregar. En su momento, mi comprensión sobre el alcance y el propósito de la antropología visual era superficial aún y tuve que crecer un poco más para entender con la debida profundidad el meollo del asunto.

Comenzaba a caerme el veinte cuando Match.com me encontró. Estaba lista para el siguiente round, para plantear mejores preguntas sin dar tantos tumbos y también para cometer nuevos errores. Con espíritu renovado y ganas de cubrir mis asignaturas pendientes, me lancé de nuevo a la piscina. Quería escribir un artículo de investigación sobre el caso, así que realicé entrevistas a usuarios, les consulté sobre sus estrategias para representarse y elegir a sus parejas potenciales, me di la oportunidad de vivir un trabajo de campo en forma (para la maestría me había dedicado a analizar películas) y entendí la conexión entre la representación y el comportamiento colectivo que había dejado fuera de la alcayata.

Me afané en esas conexiones durante algunos años y cuando llegué al doctorado en Estudios transdisciplinarios de la cultura en el Instituto de Investigaciones en Comunicación y Cultura (2011) me sentía lista para tener un proyecto sin escollos (¡como si eso fuera posible!). Llegué a la sala de seminarios con actitud de “soy la embajadora de la antropología visual en México, respect!

Fue Graciela Sánchez Guevara quien al primer amago me bajó de la nube y me mandó a hacer la tarea. “Haz un estado del arte como tiene que ser”, me recetó de un plumazo. Le informé que pensaba enfocar mi investigación en Match.com, entonces me indicó “trabaja con la misma interrogante pero no el mismo caso, para que sea un verdadero reto”. Por sacarme de mi área de confort y ponerme a trabajar le estaré siempre agradecida.

Ahora sí, mi pregunta de investigación de inicio incluyó el twist de la antropología visual (este conjunto de representaciones visuales, ¿qué nos dicen sobre la cultura de origen?) y elaboré un estado de la cuestión a prueba de balas. Con sorpresa descubrí que muchos eran los expertos que alrededor del mundo estudiaban MI tema (que no era sólo mío, ya podía verlo), también conocí la diversidad de enfoques e intereses de investigación alrededor de los dating sites. Tendría que trabajar más duro para decir algo significativo.

El caso que elegí fue el de la plataforma Plenty of Fish (POF, 2003), cuyo crecimiento exponencial había dejado a todo el mundo boquiabierto en plena recesión del 2008 y que Lady Gaga y Britney Spears anunciaban en su videos Telephone (2010) y Hold It Against Me (2011), respectivamente. POF representaba un desafío interesante y preparé mis mejores armas ninja para desencriptar sus códigos.

Ya con un nuevo panorama en el que yo no era una genio incomprendida sino una investigadora más (pionera en LATAM, eso sí) estudiando un fenómeno ordinario, adquirí certeza en el sentido de que la antropología visual tenía mucho que decir en alianza con otras disciplinas. Mi primera colaboración en esta dirección es narrada en este artículo en coautoría con Pablo Gaytán.

Para el proyecto no sólo diseñé categorías más finas, tanto para imágenes como para fragmentos de texto escrito, sino que me propuse gestionar grandes conjuntos de datos (big data) y diseñar una buena estrategia para la captura y la sistematización del corpus. Todo eso sonaba muy bien pero requirió de mucho esfuerzo y de la dirección de Tere Carbó, mi maestra de la vida.  Ella supo comprender mis inquietudes y estuvo lista para aplacarme cuando las cosas no estaban hechas de forma impecable.

Cuando logré tener un montón de datos organizados en una ominosa tabla llena de categorías, me di cuenta de que las imágenes no terminaban de hablarme de la cultura. Me decían cosas, pero no entendía en qué idioma. Había reunido los códigos provenientes de más de 300 perfiles retomados de la plataforma POF, imágenes y palabras mediante las cuales cientos de personas residentes en México manifestaban sus deseos amorosos, amistosos y sexuales, pero esa información aún no estaba lista para ser interpretada, ¿qué hacía falta?

Data mining, eso era lo que faltaba. En una servilleta le expliqué al desarrollador Carlos Juárez mis requerimientos para un sistema capaz de generar frecuencias y cruzar variables, él por pura diversión y generosidad hizo la programación ex profeso para el estudio. Así pude terminar de hacer sentido, interpretar los patrones y redactar mis hallazgos.

“Esos resultados merecen mejores gráficas” me dijo Alejandra Ríos después de leer mi enésima versión del borrador de tesis. Recuerdo que la cara se me derritió de tristeza, tenía razón. Contraté a un diseñador de información para apoyarme con las gráficas y entonces sí, me preparé para graduarme.  El resto de la historia se cuenta en Busco pareja, ¿es demasiado pedir?” Un estudio sobre las representaciones del deseo en Internet, título de mi libro gracias al cual en las librerías suelen colocarlo en los exhibidores de la sección de autoayuda.

Al reflexionar sobre las más de dos décadas dedicada a hacer hablar a las imágenes, comprendo que estudiar el comportamiento colectivo con base en la producción audiovisual es una tarea colaborativa, cuantimás si consideramos que la transformación digital nos demanda como profesionales de la antropología visual el manejo de destrezas relacionadas con la minería de datos (grande y pequeña), la visualización de datos, el diseño de información, la netnografía y el desarrollo de software, sólo por mencionar algunas.

Me doy cuenta también de que en estos años muchos aliados de este campo del conocimiento ya no están entre nosotros: Víctor Franco, Juan Heladio Ríos, Jean Rouch. Al cierre de este texto, Carlos Juárez duerme profundamente a raíz de un accidente, espero tener la ocasión de contarle que seguimos utilizando el sistema de análisis visual que creamos juntos.

¿Cómo ejerzo la antropología visual en días recientes? Como Coordinadora de Estudios de futuros en la institución de educación superior en la cual laboro, una de mis tareas cotidianas consiste en detectar y descifrar señales de cambio.  Puede parecer un dislate, pero eso es lo que hago para ganarme la vida: el corpus es ahora más amplio y complejo, pero al final del día sigo curioseando para hacer que los textos hablen.

Karla Paniagua Ramírez
Coordinadora de estudios de futuros, CENTRO
www.centro.edu.mx
kpaniagua@centro.edu.mx