Códice Sierra-Texupan: cuentas de comunidad como patrimonio documental de México

Cecilia Rossell[1]
CIESAS Ciudad de México

Los códices son los manuscritos elaborados por las culturas originarias de México a partir del conocimiento de su medio natural y cultural, a través de un sistema de escritura pictográfico basado en imágenes a las que correspondía una lectura en sus lenguas nativas, y que a partir de la conquista española se fueron modificando al introducir el uso de la escritura alfabética y de figuras al estilo europeo, y debido a esta combinación se les conoce como códices mixtos.

Uno de ellos es el Códice Sierra-Texupan procedente de la cultura mixteca del norte de Oaxaca, de lugar llamado en náhuatl Texupan o En el Azul, lugar azul, que en su idioma original, el mixteco, se decía Ñuu Ndaa Lugar Azul, que se ubica entre las poblaciones de Tamazulapan y Coixtlahuaca, donde vivían grupos mixtecos y chocho-popolocas, en un pequeño valle rodeado por montes y atravesado por ríos con asentamientos de población dispersos en las colinas y con algún centro religioso y administrativo.

Hacia el siglo XIV los mexicas habían conquistado la región y habían instalado una guarnición militar en Coixtlahuaca, y tras convertirse en un imperio hegemónico habían difundido su lengua, el náhuatl en un vasto territorio, y con la llegada y conquista por los españoles les fue muy conveniente emplear a traductores nahuas para comunicarse con los demás pueblos, convirtiendo así a este idioma nativo en la lengua franca.

Hacia la década de 1520 cuando llegan los soldados españoles al parecer Texupan no presenta resistencia por lo que en los años de 1540 mandan a unos funcionarios, un clérigo y un intérprete que hablaba náhuatl, algo de mixteco y español, para que se encarguen de concentrar o congregar a la población en el valle donde comienzan a construir un pueblo a la usanza española con base en una retícula con su plaza, edificios de gobierno y la iglesia. Y a partir de la nobleza indígena organizan el gobierno local o municipal que para 1550 tiene a la cabeza una cacica, doña Catalina, que había tomado su nombre cristiano de la advocación católica a la que dedican el pueblo que pasó a llamarse Santa Catalina Texupan, estaban además un gobernador, regidores, mayordomos, otros cargos y un escribano. Esta junta dependía de la autoridad española de un corregidor y él, a su vez, de un alcalde mayor y de la Real Audiencia de México, en cuanto al aspecto espiritual contaban con un clérigo o párroco de la iglesia secular, quien rendía a su vez ante el obispo de Antequera o Oaxaca y del arzobispo de México. Aunque al parecer en el pueblo solamente residía el cura.

En el códice que es un libro de cuentas de la comunidad que comienza en 1550, se anotan los costos de la obra para la edificación del pueblo, y como vivía el párroco allí, se percibe que la mayoría de los gastos fueron efectuados para la iglesia por el padre o vicario Alonso Maldonado y su sucesor el canónigo Francisco de Zárate, en cuanto a la construcción de las casas de gobierno, la iglesia, de su campana, su adorno interno y vestido para el altar, el pago de varias fiestas cristianas tanto de la vida de Cristo como la Natividad o la Semana Santa, y otras como las de Santa Catalina de Alejandría, del Señor Santiago, el Espíritu Santo y demás; junto con el mantenimiento del clérigo y el de las visitas, ya fuera el obispo o algunas autoridades civiles como el corregidor y el alcalde mayor.

En cuanto a la producción, tradicionalmente se sembraba maíz, jitomate, chile y se criaban guajolotes, pero con la llegada de los europeos llegaron nuevas necesidades por lo que también sembraron trigo, llevaron gallos y gallinas, tuvieron borregos de los que sacaban la lana y la leche con la que hacían quesos, pero también introdujeron la cría del gusano de seda para trabajar el hilo y formar las madejas que enviaban a la capital del virreinato. Estos últimos los llevaban para su venta en el mercado, intercambiándolos por otra novedad, el dinero en oro y plata que para entonces tenían la forma de barras, aunque en el códice ya aparecen circulares como monedas con una cruz dentro y que son los pesos de oro común y su fracción el tomín y los granos, así como algunos reales de plata. Con ellas podían pagar sus impuestos o tributos al nuevo estado en la capital de la Nueva España, así como el diezmo que se daba a la Iglesia.

Para llevar registro de estos movimientos, la Corona española había ordenado desde la década de 1540 que cada junta o república de indios tuviera en la casa municipal o cabildo una caja de madera con tres cerrojos y que las llaves las tuvieran tres autoridades indígenas, ya que allí se resguardaría el oro y la plata, junto con los papeles que les enviaran de la capital y, sobre todo, un libro de cuentas, como es este códice, donde registraran los ingresos de la venta de productos y los gastos que efectuaran. Al ser un mandato real, seguramente debieron existir muchos documentos como este en las demás comunidades de la Nueva España, aunque desafortunadamente ya no se conservan.

Este tipo de registro ya se usaba en la metrópoli española por lo menos desde el siglo XIII, y se hacía al modo de los libros de la Real Hacienda, sobre papel europeo de trapo dividiendo las páginas en tres columnas verticales y otras horizontales, donde se anotara en lo alto el año en cuestión, como en este códice que va de 1550 a 1564, en cifras arábigas (1550) acompañadas de números indígenas de círculos para las unidades del uno al trece (0, 00, 000, etc.) y los cuatro signos nahuas y mixtecos de caña, pedernal, casa y conejo, con pronunciaciones distintas. Junto con la figura de la hoja de una planta o año, xihuitl en náhuatl y la de un triángulo o rayo de luz amarrado cuiya en mixteco. Bajo la fecha sigue la presentación de las figuras al estilo indígena y europeo, y al frente, los textos alfabéticos explicativos en náhuatl, mixteco y español, ya que este es un documento trilingüe, y finalmente aparecen las sumas totales.

Las imágenes o glifos indígenas se utilizan para registrar la información mediante dos sistemas pictográficos, uno que se relaciona con la lengua náhuatl y otro con el mixteco, que se presentan combinadas con imágenes de origen europeo. Como lo vemos en la representación de tres topónimos o nombres de lugar, en donde aparece un cerro con una joya para decir Texupan-Ñuu Ndaa ya que se pueden pronunciar en los dos idiomas, al igual que en otro cerro con unos maderos encima para Ocotepec-Yucu Ita, pero en el caso de México, solamente se representó en mixteco como un basamento con una planta de tules encima que se leen como Ñuu Coyo, el Lugar de Tules o Tolan, ya que así fue conocido en varios lugares de Mesoamérica.

Frente a estos grupos se presentan los textos anotados en caracteres latinos en estos tres idiomas. Y junto con las pictografías e imágenes se emplean varios sistemas numerales, el nahua que usa unidades de círculo del 1 hasta el 19, que coincide con el mixteco, aunque se pronuncian diferente, y las cifras superiores en el sistema vigesimal con unidades de 20, donde el nahua emplea una bandera para el 20 y el mixteco también en este caso, pero el 400 es un mechón de pelo en el primero y una espiral en el mixteco. En cuanto al sistema europeo, se aplican los números arábigos (1, 2, 3, 4, 5, etc.) y también los romanos (I, II, III, IV, V, etc.).

Entonces en la sección izquierda de las páginas se ubicaban los dibujos de personajes, animales, plantas, objetos y el dinero con monedas de oro que son círculos con una cruz, un ocho o nada dentro, como pesos, tomines y granos. En los rectángulos del medio, se explicaba con letras del alfabeto de qué se trataba, del año con las cantidades que se habían gastado o ingresado y en qué cosas, estos textos cortos o párrafos estaban en su mayoría en lengua náhuatl, con introducción de términos mixtecos para las fechas anuales y del español para objetos que no había en México como los de origen europeo y los religiosos, así como para nombrar las fiestas cristianas. Y en la última columna a la derecha aparecen las sumas totales con el monto del dinero registrado con números arábigos y romanos acompañados de la abreviatura para pesos y tomines.

Este códice elaborado entre 1550 y 1564 por un par de escribas-pintores y fue interrumpido por la entrada de los frailes dominicos al pueblo y la salida del párroco de allí, sólo podemos suponer que se debió a que posiblemente el pueblo quería presentar una queja contra los pagos excesivos que realizaron para la iglesia y el cura, pero el caso es que llegaron los frailes y cambiaron la advocación religiosa del pueblo por el de Santiago Texupan, el padre abandona el lugar y tal vez se llevaría consigo este documento hasta la ciudad de Puebla donde terminaría obsequiándolo a algún alto funcionario eclesiástico, pero no se volvió a saber nada del manuscrito hasta que volvió a aparecer a principios del siglo XIX en manos del obispo Antonio Joaquín Pérez Martínez, quien lo donó a la Academia de Bellas Artes de Puebla hacia 1891.

Para 1923 en una historia de la pintura de Puebla escrito por Francisco Pérez Salazar se anotaron “dos cuadernos escritos en caracteres de los antiguos mexicanos”, y uno de ellos sería el Códice Sierra, el cual iba entre los objetos que pasaron al Conservatorio de Artes que formaba parte del Colegio del Estado, antecesor de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), cuya Biblioteca Histórica Lafragua, nombrada así por el abogado y político liberal del siglo XIX, José María Lafragua de Ibarra y Veytia, es donde se encuentra resguardado actualmente en el fondo reservado.

Imagen del sitio web de la biblioteca Lafragua.


Hacia 1985 la biblioteca se encargó de mandarlo restaurar a una dependencia gubernamental sobre conservación y restauración, donde sus 64 páginas de papel que están pintadas y escritas por ambos lados miden cerca de 31 por 21.5 centímetros, y presentan una marca de agua con la figura del apóstol Santiago como peregrino que ayuda a localizar su época y procedencia, y según la doctora Hilda Judith Aguirre Beltrán del CIESAS que estudió detalladamente este manuscrito entre 1985 y 198, ‒aunque se quedó inédito‒, menciona que estuvo encuadernado con pastas de piel y que se lavaron sus hojas sueltas y se cubrieron con un papel translúcido reversible que las resguarda, además de colocar papel de china intercalados para su protección.

En cuanto al trazo de las líneas y los contornos de las imágenes, es posible que aplicaran un negro de humo tradicional junto con alguna tinta, y que sus colores como el rojo, amarillo, verde, café, gris, etc. quizá se elaboraron con materiales orgánicos. Aunque en un reciente estudio sobre el códice realizado en el Laboratorio Nacional de Ciencias para la Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (LANCIC) de la Facultad de Física de la UNAM, se efectuó un estudio sobre la composición de los pigmentos, que no resulta destructivo al no tener que extraer partes del códice, lo que aportó resultados novedosos a seguirse analizando por parte del doctor José Luis Ruvalcaba Sil.

A finales del siglo XIX y principios del XX el códice tuvo algunas reproducciones, para 1892 se le tomaron unas 40 fotografías por Francisco Río de la Loza y fichas elaboradas por Francisco del Paso y Troncoso para mostrarlas en la Exposición Colombina de Madrid en la conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Poco más tarde el doctor e historiador Nicolás León encargó una calca a un dibujante poblano para poder hacer una copia litográfica a color, la cual fue publicada en 1906 con el nombre de Códice Sierra, debido a que había logrado obtener los fondos necesarios del doctor Justo Sierra, Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, nombrando así al manuscrito en su honor.

Y no sería hasta el año de 2006 que, en las mismas instalaciones de la Biblioteca Histórica Lafragua, se llegó a efectuar un registro fotográfico digital de alta resolución del códice y que se publicó en el repositorio web de esa dependencia. A partir de este paso, su director el doctor Manuel de Santiago Hernández recordó el estudio que había realizado la doctora Aguirre Beltrán de este documento, junto con el etnohistoriador y hablante de náhuatl Alfredo Ramírez Celestino de la Dirección de Lingüística del INAH. Y debido a que ella había fallecido en 2002, acudió al CIESAS para solicitar a su directora la doctora Virginia García Acosta que la antropóloga Cecilia Rossell Gutiérrez, de la misma institución, estudiosa de códices, compañera y amiga de la doctora Aguirre Beltrán, que retomara ese trabajo en aras de poderlo publicar y difundir. Por lo que ella se dedicó a recopilar los trabajos de esa doctora con los cuatro volúmenes del catálogo para reorganizarlos y reescribirlos en un solo tomo, contando con la ayuda de otro etnohistoriador y hablante de náhuatl Eustaquio Celestino Solís quien revisó los textos en náhuatl.

El tiempo pasó debido a otros compromisos, pero el trabajo se terminó con la preparación de los textos del catálogo y la revisión de la paleografía en náhuatl, mixteco y español, así como de su traducción, junto con un análisis sobre los aspectos plásticos del manuscrito; y el cuidado de la edición que propuso la Biblioteca Lafragua a la (BUAP). Finalmente, el libro se publicó en 2016 con el título Códice Sierra-Texupan, añadiendo al primer nombre el del lugar en que se elaboró. Y al cual se le otorgó el año siguiente una mención honorífica por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dentro de los premios García Cubas a la edición de textos.

Lámina 35 del Códice Sierra-Texupan https//repositorioinstitucional.buap.mx

Lámina 47 del Códice Sierra-Texupan https//repositorioinstitucional.buap.mx

Lámina 4 del Códice Sierra-Texupan https//repositorioinstitucional.buap.mx

La misma Biblioteca Lafragua postuló el códice original resguardado en sus acervos, para formar parte del programa Memoria del Mundo México o Memory of the World (MoW) que promueve la UNESCO o la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, las Ciencias y la Cultura con sus siglas en inglés. Que se formó en 1992 como parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para promover la conservación y el acceso al patrimonio histórico documental de mayor relevancia para las naciones, en contra del robo y el saqueo, el tráfico ilegal, el resguardo inadecuado y los fondos insuficientes, el desconocimiento e indiferencia que han llevado a la pérdida de este legado. Este organismo con sede en París, Francia, contaba con Nuria Sanz como representante de la UNESCO en México y Rosa María Fernández de Zamora de parte del Comité Mexicano del Programa Memoria del Mundo, quienes otorgaron esta distinción al Códice Sierra-Texupan y a nuestro país el 8 de marzo de 2017 en una ceremonia dentro del Palacio de Minería de la ciudad de México, el cual fue recogido tanto por la directora actual de la Biblioteca Lafragua maestra Mercedes Salomón Salazar junto con el promotor de la postulación, su exdirector el doctor Manuel de Santiago Hernández. Esta distinción consiste en registrar el códice en la lista del patrimonio mexicano para promover la adecuada preservación, estudio y difusión de este manuscrito, ejemplo de las relaciones interculturales indígenas, así como del inicio del mestizaje de esa civilización con la europea española.

  1. rossell@ciesas.edu.mx