Palabras, no balas: Putchi-pu de Felipe Paz[1]

Mauricio Sánchez Álvarez
Laboratorio Audiovisual-CIESAS Ciudad de México

Imagen tomada del canal de Vimeo de Felipe Paz.

Hacia el final de este mediometraje de etno-ficción acerca de cómo los indígenas wayú del extremo norte de Colombia arreglan conflictos que de otra manera podrían resultar en tragedias sangrientas, un hombre wayú da a entender que la justicia de su comunidad es superior a la de los blancos porque mientras esta última separa a la gente, enviando al ofensor a la cárcel, aquélla consiste en lograr arreglos entre las partes en discordia, manteniendo así cierta unidad interna. De hecho, los wayú son pastores-agricultores y se les conoce porque pueden recurrir a las armas cuando surge un conflicto entre ellos. Pero, precisamente para evitar ciclos eternos de dolorosas vendettas, también han desarrollado una práctica: el que un intermediario, un putchi-pu o (como reza el subtítulo de esta película) pastor de palabras, quien se encarga de ir y venir entre las partes en discordia en busca de un arreglo.

La película entonces reconstruye secuencialmente un conflicto y su progresiva y difícil negociación, empezando por un incidente detonante: durante una fiesta un hombre borracho intenta forzar a una mujer a que baile con él, ante lo cual el esposo de ella saca una pistola y dispara al aire, cosa que en la cultura wayú constituye una amenaza de muerte y por ende una ofensa al primero. Unos días después, llega al caserío donde tuvo lugar la celebración un puñado de hombres encabezados por un putchi-pu, quien inicialmente expone a los parientes del ofensor, cuya palabra lleva el padre de aquél, la postura del padre del hombre ofendido (el diferendo es entre familias, no entre individuos). Una vez señalada la ofensa, que todos reconocen, el putchi pu procede a plantear los términos del respectivo pago compensatorio en bienes (y que debe asumir la parentela del ofensor):  varios collares (algunos muy antiguos, hechos de coral y oro), unas cuantas reses, muchos chivos, una mula y el arma con que se perpetró el disparo. Por su parte, el padre del ofensor (apoyado por su esposa) responde, primero, reconociendo el carácter conflictivo de su hijo y los varios pagos que éste le ha ocasionado, indicando que ello lo ha sumido en la pobreza. De ahí que no pueda satisfacer lo que el padre del hombre ofendido demanda, por lo cual ofrece cantidades menores a las exigidas y se niega a entregar el arma respectiva. Con esa respuesta, el putchi pu regresa al caserío del clan ofendido y se la transmite a los parientes del hombre agredido. Aun cuando los hombres más jóvenes de la familia se muestran renuentes a aceptar el reajuste propuesto, por lo que, en caso de no cumplirse las demandas iniciales, están dispuestos a tomar las armas, el padre del joven ofendido accede al ofrecimiento de la otra parte. Reconoce, como también lo ha hecho previamente el padre del joven ofensor, que vivir en un clima de encono sólo puede traer temor y tragedia. Así, el putchi pu vuelve al caserío de la familia del joven ofensor con las buenas noticias, ante lo cual aquella le entrega la compensación prometida, que el putchi pu, a su vez, entregará a la familia ofendida.  

Aunque el eje de esta interesante y valiosa película es el paciente proceso de negociación entre las familias en conflicto, el espectador asiste al mismo tiempo a un buen abordaje de ciertos aspectos clave de la cultura wayú. Queda claro que, en lo que se refiere a la naturaleza del conflicto y su tratamiento, que aquello es un asunto primordialmente masculino, en el que las mujeres inciden de manera complementaria. Prácticamente todos los hombres retratados, incluyendo al putchi pu, portan un arma en todo momento. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre los hombres mayores y los más jóvenes respecto a cómo responder frente a una ofensa con arma. Los primeros abogan por un acuerdo, así sea a la baja. Los segundos, más bien, prefieren responder con otra ofensa, vengándose. Como dando a entender que el adulto joven no piensa en las consecuencias eventuales de sus actos, pero los mayores, que ya han pasado por pérdidas y tragedias, sí.

No menos valioso es que putchi pu, pastor de palabras es una reconstrucción, co-construida entre gente wayú y el equipo de producción de la película. El modo en que ello se llevó a cabo queda bien planteado en estas palabras del director, Felipe Paz:

La escritura del guion fue un proceso conjunto que […] realizamos con la comunidad [wayú] de Yoshpa […] Es muy interesante anotar que la comunidad participó activamente en la escogencia de los personajes principales y fueron muy cuidadosos en determinar todos los eventos que deberían suceder para lograr documentar de manera realista y exacta, cómo se da la intervención de un “palabrero” en la solución de un conflicto particular, cuál es el “pago” por la ofensa y la forma como se conducen las negociaciones.    

Yo no conozco la lengua wayú y por lo tanto necesité un traductor permanentemente a mi lado. Pero cuando, por ejemplo, decía: “corten” para cambiar de plano, los actores guardaban silencio y, una vez preparado el nuevo plano, retomaban su parlamento en el lugar exacto donde lo habían dejado. En el momento de editar el material, con la ayuda de una traductora indígena, me resultó fascinante comprobar cómo podía cortar diferentes planos sin perder jamás la continuidad ni la actitud de los actores. No había necesidad alguna de “dirigirlos”, ellos estaban totalmente involucrados con sus personajes, que en últimas, son ellos mismos.  

Mi trabajo en este caso se limitó a narrar con diferentes puestas en escena, secuencias y planos, eventos que la comunidad quería que fueran contados. Dentro de esta perspectiva podemos hablar de una “creación colectiva” mas que de un trabajo “de autor”.[2]

La película se puede ver en: https://vimeo.com/347790737


[1] Antropólogo y documentalista colombiano independiente, con una trayectoria extensa realizando videos culturales y trabajando en los medios de comunicación masiva en Colombia y Venezuela.

[2] Entrevista hecha por el autor, septiembre de 2020.