Mujeres trans* en albergues migrantes: entre la asistencia humanitaria y fantasías de lo ingobernable

 

Victoria Ríos Infante[1]
Candidata a Doctora en Ciencias Sociales, ITESM Campus Monterrey


Imagen en blanco y negro de un edificio

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Foto: Victoria Ríos Infante, “La Casa del migrante en Tijuana”.


En la actualidad, la migración que atraviesa y llega a México se caracteriza por estar conformada por una multiplicidad de rostros que hacen visible la heterogeneidad de su composición y, en consecuencia, los grupos de los que se compone esta migración constituyen experiencias migratorias específicas; como es el caso de las mujeres trans* migrantes. Por décadas, comunidades religiosas y sociedad civil se han dado a la tarea de brindar atención y asistencia humanitaria[3] a poblaciones migrantes desatendidas e, incluso, perseguidas por el Estado. Existen en el país más de 120 casas del migrante,[4] la mayoría de ellas gestionadas por la Iglesia Católica, algunas otras por comunidades religiosas y otras más por organizaciones laicas de la sociedad civil.

En este texto me aproximo a las casas del migrante como espacios fronterizos, porque considero que este es un planteamiento que permite tener una postura crítica sobre las racionalidades y prácticas al interior de estos sitios donde se brinda asistencia humanitaria. El espacio ha sido definido como relación social extendida (Massey, 1994) y la materialidad de la experiencia trans* en esta relación social espacial tiene implicaciones, como violencias y desigualdades estructurales específicas (Browne, Nash y Hines, 2010). Por otro lado, las fronteras más que ser límite geopolítico constituyen instituciones sociales complejas con capacidad de selección, filtro y jerarquización (Mezzadra y Neilson, 2017). Desde esta perspectiva es posible pensar que los espacios fronterizos bien pudieran ser aquellos territorios (re)producidos por la interacción entre los actores que en determinados sitios despliegan diversas prácticas de gestión de las poblaciones migrantes. Prácticas en torno a normas, discursos y técnicas de control de poblaciones que se convierten en frontera que filtra y jerarquiza perfiles en un contexto migratorio determinado.

Las casas del migrante vienen realizando el trabajo que no hace el Estado y que, de acuerdo con la normativa internacional, le correspondería hacer sobre la atención a personas migrantes; además, realizan un trabajo de protección frente a las prácticas violentas de los mismos cuerpos e instituciones estatales que buscan contener y controlar las dinámicas migratorias, así como de actores del crimen organizado que coexisten en el escenario de la migración. Sin embargo, la representación generalizada de las casas del migrante como oasis en el desierto para las personas migrantes que hacen uso de estos espacios, deja de lado una multiplicidad de experiencias y áreas grises que deben ser abordadas con miras a visibilizar los retos operativos y éticos en términos de la atención a mujeres trans*.

El observar experiencias diferenciadas en estos espacios tan marcados simbólica e infraestructuralmente por una lógica del género binario, hetero-cis normativa, nos pone a pensar en el lugar que ocupan las poblaciones trans* en las casas del migrante donde es brindada asistencia humanitaria. Pero, también deja ver los agenciamientos de mujeres trans* para navegar itinerarios migrantes en contextos de violencia y externalización de fronteras. A continuación, intento dar cuenta de los retos en la gestión de los espacios fronterizos y de su entretejimiento con las estrategias de Luna Mía,[5] migrante trans* caravanera.

Luna Mía: (auto)regulaciones estratégicas y el secreto de las hormonas

Conocí a Luna Mía en la Casa del Migrante de Tijuana, en enero del 2019. Mientras me encontraba en aquella ciudad, había estado platicando con “Ileana” sobre mi proyecto de investigación. Ella había trabajado en el albergue anteriormente y ahora era parte del equipo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Le pregunté por una chica de la caravana que, supuestamente, estaba siendo alojada en esta casa. Me platicó de dos mujeres que llevaban el mismo nombre: dos Lunas. Una de ellas ya no se encontraba ahí y la otra, quien había llegado en caravana, seguía alojada en el espacio. Sobre la primera Luna me contó que va y viene del albergue. Sobre Luna Mía me dijo que estaba trabajando en una empresa de seguridad. “Ileana” facilitó el encuentro un domingo por la mañana.

La Casa del Migrante de Tijuana (CMT) es un edificio prismático de cuatro pisos con un patio central. Las paredes son franjas horizontales blancas y verdes con barandales blancos. Visité este lugar en tres ocasiones entre diciembre 2018 y enero 2019. Por la temporada, la casa vestía algunos elementos navideños y papel picado que tal vez sobrevivía al día de muertos pasado. Cuando llegué al albergue Luna Mía esperaba en una banca, con las piernas cruzadas y las manos en los bolsillos de una chamarra negra que la resguardaba del frío. Traía pantalón de mezclilla y un gorro que le cubría el cabello no corto, no largo. Nos facilitaron una oficina para poder tener una conversación en un espacio más privado.

Unos días antes, un compañero mencionó que se había realizado la canalización de una chica trans* caravanera al Jardín de las Mariposas. A este espacio el ACNUR recurría, en ese momento, para hacer canalizaciones de alojamiento de solicitantes de la comunidad LGBTI+. La iniciativa se caracteriza por ser un centro para el combate de las adicciones; sin embargo, también brinda alojamiento a personas migrantes. Luna no se sintió cómoda ahí, pues aunque tuvo anteriormente problemas con el consumo de alcohol y drogas “yo ya estoy limpia, ya tengo 11 años pues yo ya no necesito eso”. Por esa razón, “decidí que ACNUR me trasladara a este albergue, [donde] ya había estado anteriormente”, motivo por el cual ella conocía “las credenciales” que le abrirían las fronteras a tal espacio. Cuando platicaba con “Ileana”, antes de la entrevista con Luna, me compartía que brindar alojamiento a chicas trans* era “todo un tema”, empezando por el hecho de que la población que atiende el albergue es “exclusivamente” masculina. Cuando llega una mujer trans* la reciben, pero con la advertencia de que “Puede ser un poco incómodo”, porque muy probablemente serán incomodadas por las masculinidades de los hombres que habitan ese espacio fronterizo.

Ayyy, es incómodo, una parte a pesar de que, de que son hombres, pero siempre la acosan a uno, ya sea en “a” o “b” razón, lo hacen. Eh, volviendo al tema, a veces lo hacen en tipo de burla, a veces lo hacen en tipo de descriminación, entonces por esa razón se evita uno el no tener problemas de esa índole, más que todo es incómodo estar acá en un albergue sólo de hombres, se siente aislado, no sé si como que es extraterrestre porque sólo yo estoy acá y un montón de hombres. Qué es lo que hago yo, aislarme donde nadie me hable, les hablo les contesto y todo ese siempre ha sido mi lema y mi modo de ser.

Ella sabía que, estratégicamente, para migrar de un espacio a otro, jugaría la carta de la identificación masculina; es decir, que performaría la masculinidad, para salir de un espacio, cuya realidad la incomodaba, y acceder a otro. La racionalización de Luna, por tanto, parecía estar asociada con qué escenario la confrontaba menos o en qué escenario tenía más herramientas para navegar ese tiempo postcaravanero, es decir, de cansancio y agotamiento físico-emocional; que se interconectaba con otro tiempo, el burocrático ‒también agotador‒ ante la espera de resolución de su petición de refugio.

Interpreto que el alienismo que mencionaba Luna, sobre su sentimiento al habitar el albergue, estaba asociado con la marca del género que determina la producción de dicho espacio que brinda atención a hombres ‒que se reproduce en la interacción y la presentación de los cuerpos‒ y la disonancia que generaba su cuerpo al habitar esta casa del migrante. Pero, Luna estaba consciente de que, si bien el cruce de la frontera del género aliena su estancia, también la resguardaba de la intemperie en donde circulan múltiples riesgos cuando su cuerpo se encuentra expuesto; dentro de los cuales está el ser una persona migrante, ser mujer trans* y las inclemencias del clima. En ese sentido, la valoración entre los reglamentos y la calle que ella hacía le indicaban que resultaba más conveniente apegarse a unas normas determinadas que el afuera:

Yo tengo que respetar reglamentos y tengo que respetar reglas […] tengo que ser lo que se dice, pues quiero estar acá, tengo que obedecer porque si no pues me sacan y a donde voy, a la calle, y estar en la calle no es fácil, eh, ya lo he vivido. Prefiero estar obedeciendo acá, que estar allá en la calle, así como anoche llovió, no es bonito estar bajo la lluvia ahí afuera, aguantando la lluvia bajo el agua, todo mojado, no es bonito, así es que mejor prefiero estar aguantando acá que estar allá [risas].

Frontera adentro, su performance era una práctica de agenciamiento para habitar el lugar; ella jugaba sus cartas, dependiendo del lugar en el que se encontraba. Mientras que se refería al albergue como un lugar adecuado para alojarse temporalmente, Luna señalaba también que era un lugar inadecuado para expresar su identificación como mujer:

Acá estamos en el albergue Scalibrini en donde la realidad podemos notar de que es un albergue católico, en donde existen padres, en donde hay misa, en donde hay más religión que, que otra cosa ¿no? No religión sino que’s de, de la iglesia, vamos […] No puedo yo en este lugar tomarme las riendas en transformarme, pues no es un lugar adecuado, especialmente cuando no habemos muchas, en cuando la realidad, [la] mayoría son hombres, entonces no puede salirse de esos límites por las reglas que hay acá. Yo quisiera, eh, en me gusta estar en un lugar en donde yo puedo hacer las cosas, en cambio aquí no se puede. […] Acá no puedo, por el sistema del albergue y el sistema que sólo hombres hay, por eso no lo hago yo, tengo que vestirme así como ando.

Cuando le pregunté a Luna si le pidieron que se vistiera de alguna forma en particular, ella contestó que “No, no me lo han pedido, yo siempre lo decido en el lugar que estoy”. Sin embargo, las reglas marcan un código de vestimenta que gira alrededor de la exhibición del cuerpo “no escotes, no cosas rabonas”; mismo que comparten con las trabajadoras y voluntarias del albergue de género femenino. En ese sentido vemos cómo la vigilancia y el control aterriza sobre los cuerpos femeninos, más allá del lugar que ocupen en la casa: migrante-trabajadora-voluntaria. La religiosidad refuerza el binarismo y limita la transformación del cuerpo.

Pero, más allá de las restricciones de los códigos de vestimenta, Luna no sólo decidía estratégicamente su presentación, sino que también regulaba su interacción considerando la configuración del espacio:

No duermo en cuarto yo sola. Cuando yo llegué habían 4 hombres, ya ahora se fueron 2 y sólo hay 2 y sólo yo de chica trans estoy ahí, eso sí de que hola, buenos días, hola cómo estás ahí nomás no conversación fuerte, ni bromas, no nada. En estos lugares uno tiene que respetar para que lo respeten y no bromear ni jugar con nadie, para que ellos no se pasen del límite que uno le está dando, la confianza, porque es fácil, como vuelvo a repetirlo, que jueguen con uno, que lo descrimien, que lo maltraten que hagan con uno todo lo que ellos quieren.

Ella estaba consciente de las violencias que pueden ser desplegadas por sus compañeros y que sin ser especificadas fueron “discretamente” mencionadas cuando la frontera se le abrió: «Te pueden incomodar». Esa incomodidad es la violencia verbal, psicológica física o sexual que potencialmente se puede materializar en estos espacios fronterizos. Por lo tanto, conscientemente, Luna desplegaba una frontera que se erigía a través del respeto y la mínima interacción, con la que intenta disminuir el riesgo de convertirse en blanco de un ataque ante la interpretación de un cuerpo trans* en el albergue. Esto en tanto que la seguridad dentro del espacio había sido anunciada como responsabilidad suya, ella tiene que autogestionar que, en la definición crítica de Lucero Rojas (2019), tiene que ver con el voluntarismo, las ganas y el esfuerzo de Luna para procurarse la integridad al interior del espacio.

Esta táctica performativa que Luna desdoblaba en el albergue era una estrategia y tenía vigencia. Ella, con entusiasmo decía “¡Queremos cuerpos de mujer, grasa de mujer, grasa femenina que transforme en realidad a una mujer!” Y, aunque asociaba las intermitencias de sus tratamientos hormonales a los recursos económicos que le hacían falta “Por eso eh, en mí, cuando yo tengo dinero sí me las inyecto”, a la par de que se encontraba habitando este espacio fronterizo inició un tratamiento hormonal a través de una asociación civil binacional ubicada en el centro de Tijuana:

«Acá también, acá acabo de comenzar, este, con una clínica que se llama High Fi, ahhh, HFi, o, ajá, HFi[6] parece que se llama, eh, ya llevo un mes con ellos y me la están dando tomables en donde la realidad tomables no, no hace mucho efecto, pero a mí me encanta mejor, este, inyectables hace reacción más, más rápido.»

De alguna manera, interpreto que Luna se sigue fugando de ese cuerpo al que estratégicamente moviliza para habitar el albergue. Volviendo “al principio”, cuando Luna fue transferida al albergue, tuvo que pasar el primer filtro, la frontera del registro. En donde fue identificada y registrada:

Victoria: —Y, por ejemplo, esa tarjetita que te entregaron es como un pase de entrada y de salida…

Luna: —Sí, la tarjetita que me entregaron tiene mi foto, tiene mis datos…. Qué día entré, qué día salí, llevan contados los días, qué cama estoy, qué cuarto estoy y trae mi foto, especialmente la foto es una identificación para el albergue y tiene la dirección y todo, si es una identificación para poder entrar y salir, sin esto no se puede entrar ni salir.

El albergue realizó un ejercicio de verificación antes de abrir la frontera, haciendo una valoración sobre si el cuerpo que tenía enfrente cumplía los requisitos para pasar el filtro. El albergue, por lo tanto, registró a Luna considerando su nombre legal, su registro masculino y le otorgó un documento que le permitía el acceso durante, por lo menos, un mes. Una vez que su cuerpo fue reconocido como cohabitante del espacio fronterizo, Luna estratégicamente le permitía a quienes gestionan el espacio habitar la ficción del binarismo mientras ella resistía en la lucha por una vida vivible, en la búsqueda de un mundo habitable.

Fantasías de lo ingobernable

Amarela Varela (2020b: 81) ha propuesto que la política migratoria global de la actualidad está atravesada por una fantasía de gobernabilidad de la migración “ordenada, segura y regular”; considero que aquella está imbricada con la fantaseada armonía de las clasificaciones que, de acuerdo con valeria flores[7] (2017: 64) busca anular la ambigüedad y la multiplicidad de identidades. Este cruce de ficciones nos deja echar un ojo a las fantasías de lo ingobernable, es decir, del control de los desplazamientos y también de la forma de habitar los cuerpos. Experiencias como la de Luna Mía nos permiten observar cómo la lucha trans* migrante tensa esos espejismos de control sobre la movilidad y el género que son reproducidos también en los espacios en donde la asistencia humanitaria es proporcionada.

Las implicaciones de la presencia trans* en estos espacios marcados por lógicas del género binario pueden ir desde la violencia verbal, hasta la violencia sexual. Sin embargo, el peso de la disidencia trans* al habitar de las casas del migrante no es menor y no debiera únicamente girar alrededor de imaginarios de victimización. Por ello, el paso de mujeres trans* por estos espacios fronterizos ha tenido un impacto importante en los últimos años en la forma en la que estos actores humanitarios de la migración reproducen sus espacialidades y modelos de atención; pues, como mencionamos antes, el espacio es también relación social.

En el 2016, en “La 72” (en Tenosique, Tabasco) se inauguran los primeros dormitorios para brindar atención a población migrante de la comunidad LGBTI+ en una casa del migrante gestionada por franciscanos. En abril del 2019, Casa Arcoíris, una organización de la sociedad civil que surge por el activismo de colectivos de la comunidad LGBTI+ de Tijuana y San Diego en el contexto de las caravanas del 2018, inicia con un modelo de atención exclusivamente enfocado en brindar asistencia humanitaria a población migrante de la comunidad de la diversidad de género y sexual. También, iniciativas como Rainbow Bridge,[8] impulsadas por migrantes de la comunidad LGBTI+ para migrantes de la comunidad en el contexto del Migrant Protocol Protection (MPP)[9] en la frontera México-Estados Unidos deja ver la forma en la que se empiezan a configurar nuevos espacios de asistencia humanitaria en el contexto de externalización de fronteras para la disidencia sexo-genérica. Así, como vimos desde el relato de Luna, donde hay fantasías de lo ingobernable también hay resistencia trans* migrante.

Bibliografía

Browne, Kath; Nash, Catherine y Sally Hines (2010), “Introduction: towards Trans Geographies”, en Gender, Place & Culture, vol. 17, núm. 5, pp. 573-577.

Flores, Valeria (2017), Tropismos de la disidencia, s.l., Palinodia.

Lucero Rojas, Miguel (2019), “Desplazamiento forzado y refugio: politización de resistencias de mujeres trans centroamericanas en México”, tesis de doctorado, Colegio de la Frontera Norte.

Massey, Doreen (1994), Space, Place and Gender, Minneapolis, University of Minnesota Press.

Mezzadra, Sandro y Bret Neilson. (2017), La frontera como método, Madrid, Traficantes de sueños.

Varela, Amarela (2020), “Apuntes para un feminismo antirracista después de las caravanas de migrantes”, en La Internacional Feminista: luchas en los territorios y contrael neoliberalismo, Buenos Aires, Tinta Limón, pp. 75-91.

  1. Es feminista en constante reflexión, buscando ser un espacio seguro para quien se encuentra cerca. Egresada de la licenciatura en Estudios Internacionales (2010) por la Universidad de Guadalajara y, actualmente, candidata a Doctora en Ciencias Sociales por el ITESM Campus Monterrey (2016-2021), donde trabaja en la tesis titulada “Transiciones en el cuerpo y en el espacio: Tránsitos migratorios de mujeres trans mesoamericanas”. Correo: marthavictoria.ri@gmail.com
  2. Dentro de los servicios que ofrecen los albergues se encuentran alojamiento, comida, regaderas, lavandería, teléfono, internet, ropa o calzado, acompañamiento legal, asistencia médica, acompañamiento psicosocial, acompañamiento pastoral dependiendo del presupuesto y la infraestructura de cada uno.
  3. Dato recuperado de trabajo de campo realizado para el proyecto “Transformaciones de la globalización y gestión de la migración. Diagnóstico multidimensional de la situación frente a la pandemia del Covid19”. Disponible en: https://www.poliedrica.mx/
  4. El testimonio de Luna Mía fue documentado en el proceso de recolección de material empírico para la investigación doctoral antes referida, que tiene entre sus objetivos comprender las movilidades y subjetividades de las mujeres trans* en los espacios migratorios de tránsito por México. Específicamente, la entrevista con Luna se realizó en el contexto de una observación participante realizada con Programa Casa Refugiados entre noviembre del 2018 y junio del 2019, cuando coordiné el Equipo de Respuesta Humanitaria en el contexto de las caravanas migrantes. Este equipo brindaba apoyo a las intervenciones que el ACNUR realizaba en frontera norte y sur, así como en Ciudad de México. Un relato sobre el tránsito caravanero de Luna puede ser recuperado en el siguiente enlace: https://istor.cide.edu/files/revistas/ISTOR_81.pdf
  5. HFiT es el acrónimo de Health Frontiers en Tijuana, una clínica binacional gratuita de la Universidad de California-San Diego y la Universidad Autónoma de Baja California. Ver: https://www.facebook.com/hfitclinic
  6. valeria flores se nombra en minúsculas por las líneas de pensamiento en las que se posiciona: “Es una intervención lingüística y visual de disrupción en la gramática normativa, también una forma de minorización del nombre propio y de inscripción en una genealogía de feministas, como bell hooks, que lo han usado con minúscula como una forma de resaltar la importancia de la obra o de lo que estás diciendo, y no el nombre propio”. Entrevista a valeria flores, disponible en: https://www.eldesconcierto.cl/tendencias/2019/06/01/valeria-flores-activista-de-la-disidencia-sexual-hablar-de-deseo-es-hablar-de-poder.html
  7. Arroyo, Lorena (8 de abril 2021), “The Guatemalan Asylum Seeker who Created a Refuge for Gay and Transgender Migrants on the US Border”, en El País. https://english.elpais.com/usa/2021-04-08/the-guatemalan-asylum-seeker-who-created-a-refuge-for-gay-and-transgender-migrants-on-the-us-border.html
  8. El MPP, también conocido como “Quédate en México”, era una política que operó entre febrero del 2019 y febrero del 2021. Fue calificada como el desmantelamiento del sistema de asilo estadounidense que, a través de una serie de medidas, buscaba restringir que los casos de asilo llegaran a las cortes estadounidenses. Más información disponible en: https://imumi.org/wp-content/uploads/2020/02/Qu%c3%a9date-en-M%c3%a9xico-2020-1.pdf