Lectura de futuro: Yo trabajo en casa y la ratificación del Acuerdo 189 de la Organización Internacional del Trabajo


Rodolfo Martínez Martínez
Dirección de Vinculación

Yo trabajo en casa. Trabajo del hogar de planta, género y etnicidad en Monterrey,[1] es una investigación virtuosa. Nos da luz en la oscuridad que no deja ver en las casas las prácticas de explotación que oculta el empleo de trabajadoras domésticas de planta (viven en casa del(la) empleador(a) y generalmente descansan un día a la semana). Además, enriquece la visión crítica respecto a este lastre que permanece oculto, naturalizado porque es normal; desapercibido porque es invisible.

En estos momentos es posible otra lectura de Yo trabajo en casa, a la luz de la reciente ratificación que hizo el Estado mexicano del Acuerdo 189 de la Organización Internacional del Trabajo. El cual protege legalmente desde el orden constitucional los derechos de las trabajadoras domésticas, particularmente aquellas que se desempeñan de planta. Como sabemos, al ratificarlo, el Estado mexicano se debe convertir en garante de su cumplimiento y obligar a las partes involucradas en el empleo de trabajadoras domésticas a respetar las normas internacionales y nacionales.

Desde esta perspectiva, con dicha ratificación, el Estado mexicano queda también obligado a evitar la violencia y el maltrato en esa parte del mundo del trabajo. Debe obligar el cumplimiento de la ley en los actos de explotación humana inherentes al trabajo doméstico, y a la vez sancionar todas las prácticas que convierten a dicha forma de empleo en un modo vigente de Trata.[2]

Con la ratificación del Acuerdo 189 de la OIT nuestro país inicia su propio proceso legislativo para armonizarlo con el orden constitucional mexicano. Entonces vendrá la etapa de construcción de leyes y reglamentos para la protección laboral de este sector altamente vulnerable, el cual, a partir de este momento, inicia la etapa de reconocimiento constitucional de su empleo.

En el próximo proceso legislativo, será fundamental otra lectura de esta investigación, ahora con un enfoque de futuro, cuyo objetivo sea aprovechar racionalmente su aportación académica a mejorar las condiciones de este gremio, tanto en el orden laboral como en la defensa de sus derechos humanos.

Investigación virtuosa

El rigor de esta investigación y su calado profundo en la realidad que estudia, hace de ésta un paradigma de consulta, indispensable para desentrañar esta forma de explotación del trabajo humano. A través de ella analiza los modos que adquiere la Trata en el presente, el esclavismo moderno, del cual, tal como nos muestra la investigadora, el trabajo doméstico de planta forma parte.

Enfoca el trabajo doméstico de planta mediante un instrumento teórico-metodológico de construcción impecable. Desde ahí elabora con testimonios su narrativa, clara, a la cual suma argumentaciones teóricas, caracterizaciones legales y estadísticas. Con ello nos muestra puntualmente su naturaleza compleja, su composición, sus características, su dinámica.

Así, la investigación confirma sus virtudes: ayuda a ver lo que es invisible; ayuda a escuchar, las palabras que nombran lo que ha sido callado, la exposición pública de las voces que han sido silenciadas. Escuchar en el silencio y desde ahí exponer el nombre propio de la violencia.

Estas razones, entre otras, hacen que continúe abierta la posibilidad de otra lectura que observe con mayor acercamiento en el encuadre académico, otras realidades criminales inherentes al trabajo doméstico de planta que equiparan a éste con la Trata, para profundizar en ellas.

Al respecto, la autora dice:

En el trabajo de campo tuve conocimiento directo de situaciones que combinaban exceso de trabajo, humillaciones, control de la alimentación y la intención de no remunerar a la trabajadora, esta última, refiere a los casos de personas para fines de explotación laboral. La trata de personas se refiere al reclutamiento por medios de coerción, engaño o consentimiento para el propósito de explotación como trabajo forzado, consentido, o prostitución” (Durin: 2017).

Luego agrega: “Observamos casos de trata para fines de explotación laboral cuando las jóvenes son traídas de sus pueblos para trabajar en casa y se les engaña acerca de las condiciones laborales.”

Visibilizar: ver lo invisible: la violencia de la explotación doméstica oculta intramuros

El trabajo doméstico de planta entraña modos de explotación humana ocultos, por efecto de su naturaleza inconfesable de servidumbre, ancestral como el dominio patriarcal, cuya práctica se revitaliza a través de los siglos, mediante el efecto de distintos mecanismos de reproducción y representación social que se renueva de generación en generación, manteniéndola a tiempo, al día.

Su práctica se normaliza por el efecto del poder totalitario de las buenas costumbres dominantes, sostenidas y reproducidas a través de siglos de arrogancia supremacista dominante, imbatible, que emana de las buenas conciencias como fuente inagotable, mismas que todavía en la actualidad promueven la explotación humana en el ámbito doméstico, donde aún es posible y donde aún es normal.

Pero esas condiciones dominantes que hacen posible esta forma de esclavismo también se normalizan por el efecto de la cultura de masas que estereotipa y discrimina con su racismo mediático, el cual transcurre implacable a través de los medios masivos de difusión, y que constituye de facto la poderosa política de educación informal de masas de nuestro país. Masas, mujeres y hombres masa, sumidas en el atraso, sumisas, con miedo a la libertad de ejercer sus derechos, enganchadas en la ensoñación colectiva de las telenovelas, consumidas como entretenimiento cotidiano en capítulos seriados con cortes comerciales incluidos.

Virtudes públicas con vicios privados que todavía siguen ahí agazapados, envueltos en la oscura intimidad de los hogares decentes, prácticas de violencia basadas en la banalización y normalización de la servidumbre, que así transcurre invisibilizada y silenciada. Esas prácticas soterradas quedan descubiertas por la eficacia metodológica con la que está dotada esta investigación, pero también por la virtuosa manera con la que la autora transforma la información en datos enriquecedores que documentan el fenómeno, para luego proceder a explicarlo con claridad reveladora.

A través de la investigación se observan distintos rostros que se asoman desde el fondo de sus claustros; también se escuchan voces testimoniales que dan cuenta, fehacientemente, de las razones por las cuales el trabajo doméstico de planta, con toda su carga de brutalidad soterrada, se equipara con un crimen, la Trata.

La mirada antropológica de Séverine Durin visibiliza, contribuye a observar con atención la complejidad del trabajo doméstico de planta, debido a que su investigación observa este problema desde la óptica compuesta por un triple encuadre que incluye tres enfoques: étnico, de clase y de género.

Este enfoque permite la observación en tres dimensiones que enriquecen la visión, pues así es que podemos ver mejor los componentes racistas que actúan intramuros de las casas empleadoras en el orden discriminatorio globalizado. El enfoque de la dimensión de clase que ayuda a ver y comprender las acciones discriminatorias contra las trabajadoras domésticas, justificadas desde el orden imperante de la patrona. Y el enfoque de género que nos permite observar el maltrato del cual son víctimas estas trabajadoras por ser mujeres, en el marco del régimen patriarcal dominante.

Este enfoque está compuesto de tres encuadres finamente combinados que al articularse en su dinámica generan como resultado un enfoque nuevo, cuya principal virtud consiste en permitirnos una visión holística de la realidad que se estudia. Esta mirada estructurada con elevada precisión y escrupuloso cuidado en el crisol académico, donde la investigadora construye y afina hasta la perfección sus instrumentos metodológicos, prácticamente constituye su mirada antropológica que penetra en el interior de las casas de “gente bien” para localizar ahí el fenómeno cuyo estudio nos ocupa.

Desde esa óptica podemos observar los interiores de esos espacios privados, blindados por el buen nombre que otorga un apellido distinguido, por las buenas costumbres garantizadas con el alto nivel de consumo y por el color “blanco” de la piel.

Esos espacios privilegiados, hasta hoy todavía cerrados al escrutinio público, donde se encierra la violencia en contra de las trabajadoras, son descubiertos por la mirada antropológica que enfoca en primer plano los rincones íntimos de hogares de buenas costumbres. Oquedades del mundo doméstico donde se ejecuta sin testigos la autoridad de la Señora, que ha sido, es y será micro representante del orden patriarcal imperante, superior a todo. La palabra de la Señora, la patrona, es como un mandato divino, porque por eso es la Señora de la casa, explotadora inmaculada, autoridad suprema inmaculada, autoridad suprema incuestionable.

En esa trama de dominio naturalizado, normalizado por costumbres transmitidas de generación en generación a través de siglos de dominación patriarcal, de colonialismo y neocolonialismo, se configura ese proceso de explotación, deliberadamente oculto, banalizado por los patrones empleadores que se benefician de la servidumbre invisibilizada por el poder del racismo mexicano vigente y sus efectos perniciosos en nuestra sociedad.

Hacer audibles los gritos ahogados

Escuchar las voces que han sido calladas y los gritos ahogados que se quedan atrapados intramuros del claustro en la casa decente de Monterrey, o en la casa de alguna familia pudiente de nuevo Polanco, o de la colonia Del Valle, en la ciudad de México, es otra de las virtudes confirmadas de este estudio.

La investigadora nos presenta las voces que nos hablan desde los interiores de los lugares donde trabajan y también desde sus intimidades. Son voces que además de darnos sus testimonios de los hechos que configuran su explotación laboral, también nos permiten ver los componentes de sus imaginarios, individuales y colectivos. Nos permite escuchar las palabras precisas que componen sus modos de nombrar el mundo, y así también los modos de nombrar sus condiciones de sometimiento a la autoridad de la señora de la casa.

Al respecto nos dice la autora: El niño-patrón, tiránico y abusivo, es una figura conocida de las niñeras, quienes se lamentan de no contar con el respaldo de las madres. Isabel recuerda:

Elisa es la que es demasiado grosera, ella es la que me escupió en la cara y la señora no le dice nada, inclusive la señora me regañó a mi esa vez, que cómo yo no podía controlar a la niña, si era una niña de cuatro años y que no sabe lo que hace. Y yo pues intento hacer que la niña no haga algo y es cuando ella me agrede a mí, entonces digo yo: “Mejor me quedo así, que lo haga entonces”.

Luego dice:

Como vemos, se espera que las personas indígenas y pobres adopten más fácilmente una actitud servil y que no contradigan las consignas del ama de casa. Clementina despidió a una trabajadora, pese a que calificó de excelente su desempeño laboral, sin embargo, “tenía un carácter muy fuerte y, al final, cuando yo me empecé a meter más en la casa no le agradó, y era como muy grosera, altanera”. En este universo, los enfrentamientos no son bienvenidos porque rompen con el discurso público (Scott, 2000) de respeto a las jerarquías.

La investigación nos deja escuchar las voces que suenan intramuros de las “casas bien”, voces que revelan las estructuras domésticas del poder que manda en la casa.

La investigación de Séverine Durin hace audibles las palabras contenidas y dominadas por las órdenes superiores de la empleadora doméstica. Por medio de los testimonios podemos escuchar esas mismas voces, unas ordenan y otras obedecen hasta la ignominia. Entonces, cuando logramos escucharlas intramuros es cuando podemos reconocer su valor testimonial.

El poder destructivo de odio en contra de su empleada, depositado en las palabras de la señora de la casa, nos lleva a recordar el análisis que el filólogo alemán Víctor Klemperer (2014), en el contexto de la Alemania nazi, hizo del discurso de odio del nacionalsocialismo que fue colocado por el partido nazi, en todos los espacios públicos y privados de la vida cotidiana de la Alemania del Tercer Reich, y no sólo en la propaganda, también estaba incrustado en una construcción de política lingüística que él llamó “el lenguaje del Tercer Imperio”, que inundó la lengua cotidiana del totalitarismo nazi.

Al respecto, en dicha obra Víctor Klemperer dice: “Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico; uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico.”(2014:31)

Luego agrega: “La LTI se centra por completo en despojar al individuo de su esencia individual, en narcotizar su personalidad, en convertirlo en pieza sin ideas ni voluntad de una manada dirigida y azuzada en una dirección determinada”(Klemperer, 2014:42).

Son las palabras que articulan verbalmente la discriminación racial, de género y de clase, contenidas en las órdenes de las Señoras de la casa, quienes, desde su micropoder domesticador, introducen el discurso de odio en sus ordenanzas, el veneno del racismo en contra ellas por ser indígenas migrantes; el de la discriminación de clase, por ser pobres; y el de la discriminación de género, mismo que en el interior de la casa acomodada se traduce en violencia contra las mujeres trabajadoras de planta.[3]

  1. Durin, Séverine (2017), Yo trabajo en casa.: Trabajo del hogar de planta, género y etnicidad en Monterrey, México, ciesas.
  2. Con esta palabra me refiero a la trata de personas con fines de explotación.
  3. LTI Apuntes de un filólogo. Víctor Klemperer, s.l.e., Editorial Minúscula, reimpresión en 2014.