La sublevación de los cuerpos en tiempos de la neomelancolía

José Sánchez Jiménez
CIESAS Ciudad de México

Imagen de Maria Eduarda Loura Magalhães en Pexels


Resumen

La nueva melancolía es una expresión que condensa el malestar en la cultura contemporánea. Los jóvenes son cautivos de la vacuidad de sentido ante el fracaso de los idearios de la modernidad. ¿Son soñados por el sueño de un ideario liberal o son el resultado de sus propios sueños? La analogía del sueño proviene de un cuento de Borges a propósito de aquellos lugares donde los senderos del camino se bifurcan. En ese parteaguas de vida, una cesura habrá tenido lugar. ¿Hacia dónde se dirigen las aspiraciones juveniles en contextos que se pertrechan en el dominio de la individuación?

Introducción

Hacia el primer lustro del siglo XXI el filósofo italiano Remo Bodei atrajo la atención sobre la relación entre psicoanálisis y sociedad. ¿Por qué en un contexto signado por las nuevas tecnologías y los avances en las neurociencias, el psicoanálisis habría de tener algo novedoso o relevante que aportar para la comprensión del nuevo malestar en la cultura? ¿Cómo podemos abrevar de esta relación para el abordaje de las afecciones que hoy experimentan y viven los jóvenes? Freud descentró al hombre del lugar central que ocupaba en la formulación de las preguntas existenciales. No se trataba tanto del fracaso de la razón, como del reconocimiento de la falibilidad e incompletud humana en las dimensiones del hacer, decir, sentir y pensar. Las fuerzas destructivas que concretan los ciclos de la violencia nos muestran un escenario que implica y establece las gradaciones del proceso civilizatorio. Asistimos y transitamos por un proceso de-civilizatorio. Podríamos decir que el nuevo malestar en la cultura se nos muestra como fatalismo, desinterés o arcaísmo:

Freud dijo que la razón es una lucecilla, pero también añadió: ¡maldito el que la apague! Si se deja extinguir su ya débil llama, nos quedamos todos a oscuras, rodeados por las tinieblas de la ignorancia, el arbitrio y la violencia. Pero se puede desacreditar la razón (entendida como una muy variada familia de estrategias cognoscitivas) también cuando, por exceso de legítima defensa contra el miedo a la oscuridad, es entendida como fortaleza autosuficiente, en permanente estado de alerta ante la inminente llegada de los bárbaros. Mejor pensarla como un buen anfitrión, capaz de dialogar con quien de vez en cuando pone en duda las condiciones suyas que se habían asumido. La razón debe constituir un tribunal contra ella misma, debe practicar, llegado el caso, la autosubversión de sus propios órdenes y ser capaz de organizar salidas periódicas al exterior, modificando sus propios límites. Para los cristianos, el pecado más grave es el pecado contra el Espíritu Santo, que consiste en desesperar del auxilio de la gracia divina. Para los laicos el pecado mortal consiste en creer que todo está perdido, dejarse arrastrar perezosamente a la deriva por un resignado nihilismo o ahondar en el sentimiento trágico del cuppio disolvi. (Bodei, 2004: 33-43)

No todo está perdido, pero tampoco sujeto a la intervención de la gracia divina. Si el malestar en la cultura contemporánea se constata en el inventario de crímenes perpetrados en contra de los semejantes, todo artículo de fe se habría pulverizado. Por doquier las patologías de la razón encuentran sus correspondientes en el par de una sujeción maniquea de las lógicas delirantes. Esto es lo que incomoda a las buenas conciencias del artilugio subyacente del psicoanálisis: incomoda al pensamiento y cimbra la fe ciega en la razón y en las creencias, incluidas las teóricas. En contextos donde prevalece la desesperanza y el circuito de la economía capitalista hace valer sus efectos de escansión, ruptura y faltante imposibilitado de representación; la reflexión sobre la vida que se va llevando y el análisis a cirugía abierta del sufrimiento, no es que se vuelvan insoportables, sino que producen como respuesta la indiferencia, el vacío de sentido, los bordes entre la existencia y el sentido de la vida. En la nueva melancolía no hay sujeto, sino individuos que se adhieren a las cosas, a los objetos y sucumben a la lógica exacerbada del consumo:

mientras que en la versión freudiana el sujeto melancólico vive la imposibilidad de elaborar el luto por la pérdida de un objeto significativo de manera narcisista, en la nueva melancolía emerge una adhesión intensa hacia un objeto siempre presente, tenido y actuado como una suerte de soporte “hiper-anaclítico” que penaliza la emergencia del deseo del sujeto. Este es un rasgo contemporáneo: la nueva melancolía surge no de la ausencia o de la pérdida del objeto como en la melancolía freudiana, sino de la presencia hiper-presente del objeto. Si el fracaso en la elaboración del luto obligaba al melancólico a experimentar la adhesividad hacia el objeto en cuanto ausente ‒la ausencia del objeto está siempre presente para el sujeto melancólico‒, la nueva melancolía vive la ausencia del objeto como insoportable, imposible de elaborar, pegándose a la presencia de un objeto que repara al sujeto del riesgo de la pérdida sustrayéndolo de la experiencia de la ausencia. Su núcleo es autista pero no en el sentido de una psicosis infantil, sino como el retiro regresivo de la libido del mundo: la vida se retrae de la vida, la libido se retrae y el sujeto es introvertido en sí mismo.

Se trata de una tendencia hacia la clausura que define en general el impulso más dominante no solamente en el campo estrictamente clínico (anorexia, dependencia, aislamiento, retiro de los vínculos, depresión); sino de aquello más abiertamente social que caracteriza ahora un nuevo rostro del discurso capitalista. Agotamiento del énfasis exaltado, neoliberal, de la globalización, que emerge como tendencia abiertamente reaccionaria e involutiva y que glorifica el muro: nacionalismo, soberanía no liberal, clausura identitaria. (Recalcati, 2019: 11-12)

 

En una sociedad indiferenciada han quedado impresos los efectos de la ruptura entre existencia y sentido, es decir, una sensibilidad indiferente a la otredad y afianzada al consumo y posesión inacabada de los objetos que termina por fetichizar las relaciones como objetos de uso y reemplazo incesante. En ella se borra, ignora o sacrifica las diferencias para la autoafirmación especular del sí mismo. Por consecuencia, se reproducen las lógicas delirantes del esencialismo, los fundamentalismos, el arcaísmo y la defensa restringida de comunidades de habla en cualesquiera de sus fórmulas insulares y regímenes de verdad. Lo social se pulveriza y hace añicos la civilidad. Produce, paradojalmente, los lenguajes del muro en una época que consigna el borramiento de fronteras ante sus múltiples lógicas de movilidad: velocidad del contagio de la sociedad informatizada, mediación especular que constata la virtualidad en las relaciones sociales, epidemiología del contagio de las representaciones y de los virus que alertan sobre la futilidad de las fronteras de seguridad y producen el repliegue de la vida profundizado la angustia de fragmentación, exposición y muerte ante el otro amenazante. En otras palabras, nuestra época demanda de un léxico de civilidad frente a las políticas del muro que acentúan la disolución o el predicamento entre la existencia y el sentido:

¿Existe ahora un léxico civil? ¿Acaso estaremos viviendo en un tiempo marcado por la barbarie de la vida social? ¿La efervescencia indómita de la pulsión neolibertina y la apología de la globalización del mercado ha minado la vida de la polis? ¿Y qué decir de la creciente militarización de las fronteras y de su reforzamiento seguritario? ¿Dónde terminó la dimensión primaria de la hospitalidad sobre la cual se instituía toda comunidad humana?

La degradación neolibertina del individualismo hipermoderno y la transfiguración de las fronteras en muro, bastión o fortaleza, son la doble cara de la misma moneda que define la incivilidad de nuestro tiempo. Tanto en un caso como en el otro reconocemos la sospecha de un nuevo deseo de Civilidad. Por una parte, una libertad que rechaza todo límite ‒la pulsión neolibertina‒ y, por otra, la pérdida de la dimensión simbólica de las fronteras como lugar de tránsito y su metamorfosis en barrera ‒la pulsión seguritaria. (Recalcati, 2020: 8)

 

La exposición o sobreexposición a las imágenes mediáticas inundan y confirman la especularidad del atrincheramiento personal en el horizonte de aspiraciones e incertezas entre los niños, jóvenes y adultos. No hablo del Otro como referente de alteridad que se sitúa en el plano de la cultura, el lenguaje y, en consecuencia, de la simbolización, sino del otro con letra minúscula, es decir, el semejante que tuerce la realidad porque no se ajusta a sus convicciones. Si el otro no es como le place al sí mismo se gana su oprobio. ¿Cómo explicamos lo que sucede cuando las figuras de autoridad han cedido su lugar a quienes la cuestionan y al mismo tiempo exigen que devengan autorizadas? En la época de Freud, el tránsito hacia la civilidad implicaba la asunción de los efectos de la renuncia del deseo incestuoso y la adopción del criterio de ley como interdicción. Por esta vía, el psicoanálisis nos mostró que en todo proyecto civilizatorio se oponen las fuerzas pulsionales de la vida y la muerte:

en el sadismo y el masoquismo hemos tenido siempre ante nuestros ojos las exteriorizaciones de la pulsión de destrucción, dirigida hacia fuera y hacia adentro, con fuerte ligar de erotismo; pero ya no comprendo que podamos pasar por alto la ubicuidad de la agresión y destrucción no eróticas, y dejemos de asignarle la posición que se merece en la interpretación de la vida. (Freud, 1991: 115)

La cultura, cualquiera que sea su definición, oscila entre los ideales de la religión que se pretende fundante (religare: volver a unir) y la filosofía, como un conjunto de principios axiológicos a partir de los cuales se asignan valores a lo justo e injusto, partiendo de la concepción de un animal racional y, por último, la economía como régimen de regulación de los procesos pulsionales para acceder a la satisfacción de la demanda.

a este programa de cultura se opone la pulsión agresiva natural de los seres humanos, la hostilidad de uno contra todos y de todos contra uno. Esta pulsión de agresión es el retoño y el principal subrogado de la pulsión de muerte que hemos descubierto junto al Eros, y que comparte con este el gobierno del universo. Y ahora, yo creo, ha dejado de resultarnos oscuro el sentido del desarrollo cultural. Tiene que enseñarnos la lucha entre Eros y Muerte, pulsión de vida y pulsión de destrucción, tal como se consuma en la especie humana. Esta lucha es el contenido esencial de la vida en general, y por eso el desarrollo cultural puede caracterizarse sucintamente como la lucha por la vida de la especie humana. ¡Y esta es la gigantomaquia que nuestras niñeras pretenden apaciguar con el ”arrorró del cielo”! (id.: 118)

El malestar en la cultura se deriva de la restricción que se ejerce a las pulsiones en aras del sostenimiento del orden: pulsión que se trueca por el ordenamiento de lo sacro en oposición a lo profano, libido de objeto investida de amor erótico por amor al prójimo y el semejante. Sin embargo, el léxico civil de la neurosis y la autoridad patriarcal que escenifica el Edipo freudiano ha fracasado. El malestar en la cultura contemporáneo prevalece ante la fragilidad de la díada represión-sublimación, porque las pulsiones subyacentes desdibujan la civilidad y muestran la primacía del goce asociado con la lógica del capitalismo que produce psicosis social.

Nuestra época está signada por la tentación del muro en dos direcciones que mencionamos como representativas de la pulsión neolibertina y la pulsión seguritaria. En el primer caso se trata de una libertad sin límites que hace de la ley de sus propios usuarios un territorio autorregulado por el goce, es decir la propia ley como horizonte personal de autoafirmación y negación de las diferencias ‒en realidad un efecto perverso del consumo exacerbado e ilimitado que ya Marx habría denominado fetichismo de las mercancías y que se vive como objetivación o cosificación del otro, produciendo con ello la alienación e inautenticidad‒. En el segundo caso, como el repliegue ante el otro siempre amenazante y que pone en predicamento la supuesta seguridad que provee el acceso ilimitado a bienes constitutivos de una simbolización jerarquizada de la sociedad. En este sentido, resulta un elogio para la estupidez e incivilidad afirmar que asistimos a una generación del Covid-19, donde el otro o el semejante es concebido como amenazante de la vida sacra del confinado; cuando en realidad se trata de un tema que nos lleva reformular el estatuto de la polis y el papel central de la solidaridad en defensa de la vida (Recalcati, op. cit.).

Uno de los múltiples efectos por investigar y desarrollar para imaginar el léxico de la civilidad y la promoción del acontecimiento que habilite y sostenga el proyecto de vida de los niños y los jóvenes, es el vacío de las relaciones vinculantes y perseverantes entre existencia y sentido. Este es el punto de partida y su telón de fondo carente de civilidad, desde el cual abrimos la pregunta por las aspiraciones y horizontes formativos del proyecto entre los jóvenes.

Jóvenes ante la pérdida de autoridad

Recientemente visité la discusión sobre el estatuto conceptual de la categoría “juventud” y lo que encontré fue una tendencia procesual, estructural y relacional para abordar el tema de la sensibilidad juvenil (Sánchez, 2021 b). En otras palabras, cuando se utilizan calificativos como “generación @”, “generación Covid-19”, “los cansados”, “los ninis”, se incurre en una proyección de modelos morales que habitan en el imaginario social y cultural. Si habitan en el imaginario y estas categorías trazan diversas rutas de reconocimiento, sus efectos de asimilación para una supuesta comprensión de la juventud terminan convirtiéndose en caricatura o en una reducción estigmatizante a favor de lo que pudiera resultar familiar para la identificación o posicionamiento del otro. Por el contrario, cuando profundizamos en los efectos retóricos de sus expresiones, nos percatamos del valor heurístico de la adolescencia como un momento potencialmente creativo, inasible y del orden estético de la belleza. La juventud es como un palimpsesto o un hipertexto, es heteroglósico e indecidible (Sánchez, 2020), es decir, es homóloga a la categoría de adolescencia, sólo que sin la carga peyorativa de una escala progresiva que encuentra en la madurez genital y psíquica el baremo de la resolución liminar.

En una investigación comparativa sobre las aspiraciones educativas en jóvenes de bachillerato que coordiné en tres regiones de México, Ameca, Jalisco, Cuajinicuilapa, Guerrero y Xalapa, Veracruz; descubrimos que los criterios de autoridad se han vuelto endebles, que una hora de clase se vive como evasión o elusión de las responsabilidades fracturadas en el seno familiar ante la futilidad de horizontes para la reproducción social (Sánchez, 2021a). No se trata de un asunto menor, puesto que una de las claves de lectura del malestar en la cultura es aquella que establece como marco de sentido la relación entre titularidades y acceso a bienes. En cada una de las retículas socioterritoriales aludidas, el flujo de la economía y la circulación de bienes orientan a los jóvenes hacia un acceso diferenciado a bienes por distintas vías a las reconocidas socialmente. ¿Qué pasa entonces con los modelos de autoridad que nuestra sociedad ha producido en detrimento de la cultura política y la civilidad? Al menos 40% de la población entre 15 y 19 años han abandonado o desertado de las escuelas, es decir, patentan una renuncia a las instituciones que, en teoría, estructuran las posibilidades de actualización de la relación entre legitimidad y autoridad, en un sentido weberiano, es decir, autoritativo. ¿Cuál es correlato de la renuncia y demanda de ley? De manera efectual y constatable, la violencia en sus diversas expresiones frente al acceso a bienes no mediados por el deseo, sino alentados por el goce, la insatisfacción, la fetichización o reducción del sujeto a objeto y la inautenticidad de la identidad por cuanto negadora de las proporciones de alteridad.

Cuando las sociedades proponen un acceso ilimitado e incesante a la esfera de consumo, rompe con la civilidad y las proporciones éticas de la vida. La incompletud y las formas de vida asociadas con ella, rompen la ética de la conformidad y entonces las aspiraciones que alientan el proyecto de vida se convierten en compulsión a la repetición, en consumo y vacuidad que no terminan de llenarse. Así funciona el mercado: nunca es suficiente y el consumo obedece la lógica de la incompletud.

¿Dónde nos encontramos situados? ¿En qué posición se localiza y expresa el habla de los jóvenes? ¿Cuál es su demanda? ¿De quién es su deseo? ¿Son el sueño de su propio deseo o han sido producto del deseo de cautivo de la modernidad?

Ensanchamiento de mundo, ampliación y borramiento de fronteras

Los factores de riesgo ante amenazas o eventualidades hacen visible la falibilidad de los basamentos culturales y el modelo olímpico de la racionalidad humana. Quizá ninguna otra experiencia haya logrado mostrar la futilidad de las categorías esencialistas que obligan al pertrechamiento arcaico de las expresiones humanas frente a la tecnología. En este sentido, no se trata de oponer basamentos tradicionales en contra de otras formas de pensar que parecen colonizar o subyugar las expresiones nativas a los predicamentos impuestos por la modernización, a riego de incurrir en la delirante legislación de la historia. Aunque se ha intentado reducir caricaturalmente a las oposiciones entre formas de vida y autodeterminación de los pueblos, es una de las aspectualidades de las lógicas del delirio y viene al caso para la reflexión sobre los límites de una racionalidad olímpica: ¿se debe afirmar que cada pueblo, comunidad o Estado-nación tiene sus propios ritmos y formas de vida y, hacer de esta lógica una suerte de dominio de significado temporal constitutivos de la singularidad? Para responder a esta pregunta, el lenguaje, la sociedad y las instituciones crean y proveen a sus miembros de una ortodoxia de la realidad:

La realidad representa el haz de una línea prospectiva convergente que encuadra la construcción mental, afectiva y perceptiva siempre en movimiento y en curso de los diferentes procesos civilizatorios. No constituye en lo absoluto un punto de partida natural, un dato por el cual la subjetividad humana es señalada. Se podría afirmar que toda la cultura reproduce con estrategias y diversas modalidades, el esfuerzo por tener a los individuos anclados a una realidad común y distribuida en diversas zonas de compensación permitida (mitos, religiones, supersticiones, sueños, obras de arte), cuya extravagancia, cual “delirios”, permiten aceptar al mundo entero con sus límites establecidos. La sociedad, el lenguaje y las instituciones crean una ortodoxia de la realidad, respecto a la cual el delirante es un herético que proclama descaradamente una exigencia que todos se esfuerzan desesperadamente en repudiar: el regreso a la primacía del deseo que, suelto de cada uno de los vínculos, derriba obstáculos sin esfuerzo e invariablemente consigue sus propios objetivos. (Bodei, 2002: 34)

La omnipotencia acompaña a la concepción liberal del individualismo y cercena sus aspiraciones al condenar a las personas a la repetición de un ciclo compulsivo y descarado que hace del deseo personal un destino propio en detrimento de los demás. ¿Las lógicas delirantes responden al ensanchamiento del mundo? La epistemología cartesiana de la primacía del sujeto sobre el objeto reduce toda explicación social a una teleología falaz en las consecuencias no deseadas de la acción. Tal vez el tránsito de la idea de riesgo y falibilidad de los basamentos culturales, frente al borramiento de fronteras por el impacto de las catástrofes nucleares y la dispersión viral, crean otras formas o expresiones de las lógicas delirantes. Los desastres están asociados con el grado de vulnerabilidad de quienes están expuestos a eventos contingentes, pero esperados. Son contingentes porque no se puede mesurar su intensidad, sino sólo prever su ocurrencia. Un ejemplo es el monitoreo del volcán Popocatépetl en México. De acuerdo con los registros de intensidad volcánica se han dispuesto mecanismos de respuesta y movilización ante una eventual erupción, considerando que hay núcleos poblacionales que potencialmente serían afectados. Una cromática del verde al rojo, con una franja intermedia de amarillo, sitúa el nivel de gravedad estimado y una señal que va desde lo preventivo hacia lo resolutivo, desde las precauciones hasta una eventual deslocalización o movilización de la población. La ocurrencia de la temporada de huracanes y sus grados de intensidad pluvial pueden afectar regiones expuestas que no cuentan con formas de respuesta o adaptación, como la región tabasqueña que sufre inundaciones durante la época de lluvias. Las zonas hoteleras de la costa del golfo, así como las regiones del pacífico, son constantemente monitoreadas y se establecen registros y tendencias que alertan una cromática del riesgo. Hasta hace algunas décadas los riesgos eran situado en un nivel local, pero los efectos en una escala global y deslocalizada de los desastres nucleares ocurridos en Chernóbil y Fukushima, la erupción del volcán Etna que paralizó los aeropuertos en Europa y los más recientes acontecimiento de dispersión y contagio de la influenza y el coronavirus que produce la enfermedad denominada Covid-19; ejemplifican el borramiento de fronteras y la amplitud de las relaciones no antropocéntricas. Entre tanto, la cromática del verde al rojo alerta sobre la peligrosidad del tacto y reinventa la idea de sociabilidad en contextos de exposición al otro como vehículo de un riesgo potencial de contagio. Las fronteras se mueven de lugar y el cuerpo se convierte en un quicio del mundo.

La ampliación de las fronteras además ha sido el artilugio político para el debilitamiento de los Estados-nación y la homologación de las identidades por el mercado que han dado lugar a expresiones y manifestaciones lábiles de lo social como rémora de una vieja y anacrónica conceptualización que insiste en asumir que lo social y la cultura poseen un carácter holista. Lo relacional, situacional y sus redes, se anticipan como categorías de la futilidad del tiempo procesual y lo circunscriben a una documentación y explicación de lo presentista e instantáneo. Se ensancha la visión del mundo y el lugar que ocupamos en él frente a las capacidades agentivas o transformacionales de eventos no humanos. Esto nos lleva a cuestionar la perspectiva omnisciente del individualismo liberal en pos del goce perpetuo y nos vuelve a situar ante el predicamento de la vida singular e irrepetible, falible y en constante apelación e invocación hacia los demás para completarse y volver a empezar.

En un mundo que se ha ensanchado y la movilidad se convierte en el signo de la deslocalización, dispersión, reabsorción, rechazo o expulsión; la complejidad de las relaciones e interacciones entre códigos, bienes y personas se amplifica. La relación con el mundo y con los seres que lo habitan se hace vigente al contemporizar con los efectos de inmediatez, dispersión, contagio e identificación especular y real con los acontecimientos. Sería fútil afirmar el privilegio de un punto de vista sobre otro, puesto que una multiplicidad de puntos de vista son efecto de la inestabilidad de sentido. ¿Cómo es entonces que, al ensancharse nuestra visión del mundo en detrimento de respuestas insulares y locativas, la respuesta ha sido un giro de tuerca hacia las políticas del muro? ¿Qué lugar ocupan los jóvenes en este contexto y qué alienta o desalienta la formulación del proyecto de vida? ¿La vida se ensancha o se restringe por el impacto de la política del muro y el confinamiento? Si las aspiraciones profesionales y la formulación del proyecto de vida se restringen a la vacuidad del goce en detrimento del deseo por devenir sujetos de reconocimiento social, la relación entre titularidades y acceso a bienes se desdibuja.

La caída de las aspiraciones juveniles

Las regiones del estudio sobre aspiraciones educativas y la formulación del proyecto de vida de los jóvenes que abordamos durante los años de 2017 y 2019 en Ameca, Jalisco, Cuajinicuilapa, Guerrero y Xalapa, Veracruz, condensan la complejidad de las relaciones sociales en el contexto de la desregulación de los ejes gravitatorios de la vida que nos ha impuesto el descentramiento del Estado, el ascenso del mercado y el adelgazamiento de lo social. Hoy, por ejemplo, diversos teóricos prefieren hablar de la sociedad en red, relacionales lábiles, emergentes y situacionales (Gergen, 2006) o francamente de la saturación, adelgazamiento y liquidez de los vínculos (Lipovetsky, 2016).

la situación actual se caracteriza por una intrínseca y extrema ambivalencia. Y la condición de ambivalencia no tiene visos de definirse. Puede suscitar reacciones mutuamente opuestas que redunden en sufrimientos ostensiblemente contrarios. Tanto el carpe diem como la búsqueda febril de “raíces” y “cimientos” son sus resultados igualmente probables y legítimos. Sin embargo, un pequeño pero creciente número de razones lleva a sospechar que el perpetuo movimiento pendular entre el deseo de conquistar mayor libertad y el anhelo de contar con mayor seguridad está por iniciar su trayecto opuesto. No hay manera de pronosticar con certeza hacia qué lado se desplazarán las cosas una vez que este equilibrio notoriamente inestable alcance su “punto de inflexión”: la hoy revelada insostenibilidad del sistema económico mundial y del sistema global de explotación de los recursos planetarios podría aun redefinir las recientes desviaciones culturales como un callejón sin salida al que ha ido a parar la parte más privilegiada de la humanidad, tal vez subrepticiamente manipulada, durante las últimas dos o tres “décadas furiosas”. Lo más probable es que, a pesar de que el “principio de realidad” parezca haber perdido su batalla más reciente contra el “principio del placer”, la guerra entre ellos está lejos de haber llegado a su fin y el resultado final […] no está definido en absoluto. (Bauman, 2014: 52-53)

En la pesquisa realizada en terreno descubrimos manifestaciones de la desvinculación y labilidad en las relaciones sociales que contribuyen o no a la reformulación de las identidades o de los ideales y aspiraciones juveniles. En las tres regiones la estructura familiar delega su soporte en las jefaturas femeninas y en cada una de ellas se patenta la ausencia de las figuras paternas. Este dato nos indica que, hipotéticamente, si los jóvenes no han alcanzado la simbolización y asisten a un contexto violento, la ausencia de ley se traduce en laxitud de las relaciones entre el superyó y la esfera de la justicia. Esta relación parece adquirir relevancia heurística no solamente por analogía entre el superyó del individuo y el superyó social, como indicaba Freud en El malestar en la cultura (1991: 138), sino porque en un contexto donde la ética se confronta con la renuncia a la verdad y abre paso a la interpretación ‒todo es relativo y si todo es válido, nada es verdadero‒. La historicidad de las relaciones sociales pierde grosor en la deslocalización de las relaciones de pertenencia o en su insistencia por autentificar las identidades esencialistas cuyos efectos relativistas culminan en intolerancia y exclusión. Si lo que prevalece son las diferencias y su uso para la autentificación del sí mismo, lo que resulta de ello es la deflación de lo social y la futilidad del individualismo. El filósofo Kierkegard ya nos habría advertido sobre los efectos del deflacionismo al distinguir entre la tragedia clásica y la tragedia moderna, como la oposición entre destino y autorrealización, Ananké versus la responsabilidad en la consecuencia de los actos o Telos. Si la tragedia reside en la asunción de la culpa y la angustia de muerte, solo Eros podrá hacerle frente. En la época moderna, lo cómico tiene lugar en tanto que la responsabilidad es adjudicada al individuo como si fuese el poseedor de un yo grandioso u omnipotente. El individuo que enarbola el ideario de la modernidad constata sus propios límites en su afán de autenticidad y muestra la futilidad del narcicismo, tanto personal como de pertenencia:

La existencia está de tal manera socavada por la duda de los individuos que el aislamiento representa hoy una tendencia en creciente desarrollo […] El aislacionista lo es cabalmente en la medida que pretende hacerse valer como número. Porque quererse hacer valer como uno solo es la fórmula del aislamiento. En esto estarán de acuerdo conmigo todos los amigos de asociaciones y grupos, sin que por ello estén dispuestos, ni muchísimo menos, a conceder que también es un caso de aislamiento, completamente idéntico al anterior, el hecho de que cien individuos se hagan valer única y exclusivamente como cien individuos. El número en sí es siempre algo indiferente. Por tanto, lo mismo da que se trate de uno que de mil, o de todos los habitantes del globo definidos de una manera puramente numérica. De ahí que tal espíritu asociativo sea por principio tan revolucionario como aquel que pretende derribar. (Kierkegard, 2015: 43)

 

Si la modernidad ha producido la futilidad del individualismo ‒uno solo como fórmula del aislamiento‒, entonces el malestar en la cultura debe responder al deflacionismo de las relaciones sociales. En el contexto donde se inscribe nuestra preocupación por el soporte y aliento de las aspiraciones educativas de los jóvenes, asistimos al vaciamiento de los vínculos. No se trata de un caso privativo el que nos convoca, sino de una consecuencia de la segunda modernidad o de los rasgos que acentúan el vínculo relacional y lábil que esgrimen los teóricos de la posmodernidad.

En un estudio realizado con una muestra de 100 adolescentes de ambos sexos en Chimalhuacán se descubrió que a mayor resiliencia menor depresión y ansiedad. Las diferencias de género muestran mayor prevalencia en mujeres hacia la depresión y ansiedad. Cuando la relación se invierte, mayor depresión y ansiedad implican que la resiliencia familiar ha bajado la guardia (Ramírez y Hernández, 2012). Si consideramos el aporte enunciado, podemos inferir que esta tendencia muestra un corte generacional respecto a las precedentes. Consecuentemente, algo debemos estar haciendo a nivel social y cultural que repercute en una tendencia progresiva hacia el desvínculo y su correspondiente exposición generacional hacia el vaciamiento de sentido, es decir, hacia una mayor vulnerabilidad e incidencia en el decaimiento de las aspiraciones de los sujetos. Una lectura más amplia y que intenta brindarnos una posible respuesta de la caída de las aspiraciones juveniles es la que nos aportan los norteamericanos Lukianoff y Haidt (2018), quienes establecen que la pérdida o el vaciamiento del horizonte aspiracional de la generación Z, han sido expuestos a la futilidad y a visiones fragmentarias de la vida.

Por su parte, el psicoanalista italiano, Massimo Recalcati (2014), quien ha realizado una crítica de los modelos educativos en Italia, insiste en recuperar la función paterna para dar cuenta del registro simbólico que nos constituye como sujetos al producir la apertura del sí mismo hacia el otro. Esta apertura implica entre otras cosas: a) recuperar el valor de la palabra en la que quedamos comprendidos como resultado del reconocimiento otorgado por el otro o los otros y b) aspirar al reconocimiento debe ser alentado y soportado por la función de maternaje, pero también sancionado por la función paterna. Toda aspiración implica imaginar un otro mundo y su devenir transitando por un camino electivo signado por la formulación del proyecto de vida.

En la mitología griega, Ananké ‒el fatalismo‒ representa a una divinidad ciega. Ha sido hija de la progenitura del Caos y de la Noche. La divinidad ciega ha signado el destino, la fatalidad, lo inevitable, la compulsión, la necesidad y lo ineludible. La oscuridad y la finitud como imágenes de lo ineludible muestran un camino: nadie escapa al destino. Al consultar el destino se hacen ojos ciegos para atisbar en los sueños, es decir, se produce una apertura en el mundo onírico que ha desafiado la temporalidad. En este escenario se establecen los sueños que allanan el camino y hacen de la vida un ramillete de horizontes. Por su parte, Fonagy y Leuzionger-Bohleber (2012) afirman que cuando una sociedad ha perdido su capacidad de soñar se restringe su capacidad creativa y ello produce el desaliento. Para salir del desaliento en que son situadas las aspiraciones juveniles es importante fortalecer la erótica de la enseñanza y los vínculos:

La Escuela contribuye a la existencia del mundo, porque la enseñanza, en particular la que acompaña el crecimiento (la llamada “educación obligatoria”), no se mide por la suma nocional de información que dispensa, sino por su capacidad de poner a nuestra disposición la cultura como un nuevo mundo, un mundo diferente a aquel del que se alimenta el vínculo familiar. Cuando este mundo, el nuevo mundo de la cultura, no existe o su acceso está bloqueado, como señalaba el Pasolini luterano, sólo hay cultura sin mundo, es decir, cultura de la muerte, cultura de la droga.

Si todo empuja a nuestros jóvenes hacia la ausencia de mundo, hacia el retiro autista, hacia el cultivo de mundos aislados (tecnológicos, virtuales, sintomáticos), la Escuela sigue siendo lo que salvaguarda lo humano, el encuentro, los intercambios, las amistades, los descubrimientos intelectuales, el eros. ¿Acaso un buen enseñante no es aquel capaz de hacer existir mundos nuevos? ¿No es aquel que todavía cree que una hora de clase puede cambiar la vida? (Recalcati, 2016: 10-11)

Para conocer cómo es que llegamos a las estructuras del vacío, nos preguntamos: ¿qué sueñan los jóvenes de bachillerato? ¿En qué se sostienen sus aspiraciones educativas? ¿Alcanzan a formular el proyecto de vida? Al explorar las posibles respuestas a estas preguntas en tres regiones de México, arribamos a los siguientes resultados.

El proyecto de los jóvenes bachilleres en México

En las escuelas de bachillerato de Ameca, Jalisco; Cuajinicuilapa, Guerrero y Xalapa, Veracruz, realizamos una muestra cualitativa de 43 casos (hombres y mujeres) registrados a profundidad, 60.5% de los estudiantes suscriben un horizonte aspiracional limitado, en tanto que el restante 39.5% mantiene sus expectativas de profesionalización (Sánchez, 2021a y 2021b). En las tres regiones hay indicadores sensibles de violencia estructural y una tendencia disímil hacia el sostenimiento de las aspiraciones educativas de los jóvenes que cursan el bachillerato.

Gráfica 1: Trayectorias escolares y lugar en el continuum educativo. Fuente: Datos originales (Sánchez, 2019b). Elaboración propia.

Para el 39.5% de los estudiantes de las tres regiones las experiencias disruptivas de la vida logran afrontarse con apoyo de los vínculos: familia o alguno de sus miembros, profesores, relaciones filiales. Sin embargo, se trata de jóvenes que consiguen sostener el deseo de saber y son alentados por ideales que recuperan de sus grupos de pares y aperturan un horizonte para el proyecto de vida. Para el restante 60.5% los predicamentos de trabajo, la falta de condiciones temporales y las limitantes de contexto, pesan como fatalismo y limitan sus aspiraciones. Ellos engrosan la deserción al cambiar escuela por trabajo o dejar trunca una carrera para responder a las exigencias del contexto, atravesados por el vaciamiento y el desvínculo de las relaciones sociales.

Las trayectividades escolares ‒condición de apertura, deseo y aspiración por devenir alguien‒ muestran que la imposición de una teorización generalizadora se contrapone a los hallazgos singulares que relevamos de la experiencia de los sujetos. Un modelo que sentencie la futilidad del proyecto de los jóvenes genera violencia epistémica. La tendencia hacia el vaciamiento de sentido en las relaciones sociales produce el decaimiento de las aspiraciones profesionales y el desaliento por ser reconocido, pero también sitúa el predicamento en que nos ha situado la nueva melancolía, tanto a nivel clínico como social. Nos encontramos ante un conflicto de interpretaciones entre una posición que acentúa el énfasis en las consecuencias de la modernidad (conflicto social moderno, patologías de la razón y consecuencias no deseadas de la racionalidad) y la posmodernidad (laxitud en las relaciones sociales, vaciamiento de sentido y pérdida de grosor de lo social, liquidez, horizontes efímeros y relacionales, saturación del yo, ligereza y futilidad de los horizontes de vida).

Conclusiones

El decaimiento de las aspiraciones por devenir implica la ausencia de deseo. No desear ser reconocidos inocula la transición hacia la constitución de identidades capaces de afrontar la relación con el mundo bajo el soporte de la simbolización. Esta caída en el vacío es producida por el impacto de la desvinculación, estructuras familiares carentes de referentes identificatorios y la futilidad de la promesa de autorrealización que el discurso de la modernidad había promulgado como artífice y baremo del progreso, bienestar y desarrollo. Es decir, nos situamos ante la neomelancolía: futilidad de las relaciones entre existencia y sentido, inconsecuencia entre proyecto de vida y aspiraciones escolares, indiferencia ante el sufrimiento y privilegio de los destinos personales, entre otros. Este hallazgo nos sitúa ante el reto de producir nuevas formas de teorización e intervención para incidir en el sostenimiento de la educación y al aliento del proyecto de vida de nuestros jóvenes.

Si concedemos a la modernidad que nos enfrentamos ante un conflicto que opone el acceso a bienes no mediado por la actualización de las aspiraciones profesionales y adquisición de titularidades, lo que enfrentamos son los límites de reproducción e inserción de los profesionistas hacia el mercado laboral y, consecuentemente, la desregulación de las relaciones y aspiraciones educativas de los jóvenes por las restricciones del mercado. Por el contrario, si asumimos una perspectiva posmoderna, arribaremos a la futilidad de las grandes narrativas del progreso y autorrealización que caracterizaban al ideario de la modernidad. Desde una perspectiva hipermoderna, lo que enfrentamos es la nueva melancolía, el vaciamiento y laxitud de las relaciones sociales. Desde esta última, nuestra preocupación por sostener las aspiraciones y formulación del proyecto por los jóvenes abreva del psicoanálisis aplicado y la heurística de la complejidad para trabajar en la refiguración que nos impone el peso del destino funesto, a favor del aliento y refiguración de las vidas de los sujetos.

El psicoanálisis nos convoca a surcar las formas de confinamiento disciplinario para responder por el aliento de vida frente a las pulsiones de muerte y el goce exacerbado por el espejismo recreado en la dispersión de los narcicismos orientados a la futilidad de la desesperanza y la carencia del deseo de reconocimiento. La sublevación de los cuerpos habrá tenido lugar cuando se fomente y articule la argamasa de la erótica de la enseñanza a favor del deseo de saber y la formulación del proyecto de vida. En esta dirección se orienta el actual quehacer de investigación e intervención que realizo y donde convergen, psicoanálisis, subjetividad y heurística narrativa.


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