La domesticación como construcción de nicho y producción de valores de uso

Lev Jardón Barbolla[1]
Centro de Investigaciones Interdiscplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM


Hace ya casi un siglo, el teórico Georg Lukács (1923) llamó la atención sobre la centralidad del punto de vista de la totalidad en el discurso crítico de Marx; esta centralidad metodológica no obsta para subrayar el carácter de la obra de Marx como obra que aspira a contribuir a la transformación radical del mundo a través de la superación del objeto de su crítica, el capitalismo. Sin embargo, la relevancia metodológica del pensamiento dialéctico marxista queda de manifiesto especialmente cuando interactúan fenómenos correspondientes a diferentes niveles de organización de la materia, como en el caso del proceso de domesticación. Tanto la antropología como la biología se han ocupado del estudio del proceso de domesticación de plantas y animales, centrándose unas veces en los cambios sociales derivados de la domesticación o en las transformaciones que los organismos domesticados han atravesado respecto a sus parientes silvestres. El estudio de la domesticación ha reclamado el concurso de la biología y la antropología en tanto que disciplinas que tratan con problemas históricos, aunque la primera suele trabajar con fenómenos que carecen de una direccionalidad consciente, a diferencia de lo que ocurre en las sociedades humanas que estudia la antropología donde la acción social está orientada por fines. Este texto busca analizar la contribución de dos ramas, aparentemente separadas del discurso crítico marxista, en el estudio del proceso de domesticación. Para ello, comienzo planteando el problema histórico de la transformación de las plantas y animales silvestres en organismos domesticados, para después presentar brevemente contribuciones que en años recientes se han hecho desde la biología dialéctica a la comprensión de las relaciones entre organismo y ambiente. Al formar la domesticación parte de la producción de valores de uso en la forma social-natural del objeto útil, incorporar esta categoría al análisis histórico del proceso, arroja luz sobre los puntos de continuidad y discontinuidad entre los procesos biológicos y sociales implicados en ella. Pero al mismo tiempo, permite aplicar el discurso crítico para aquello que le da sentido, el de imaginar posibilidades de superación de la formación social actual, el capitalismo. Tal es el objetivo de este ensayo.

La domesticación como problema histórico

A partir de la revolución neolítica, una de las formas más básicas de reproducción de la vida social, quizá incluso la más fundamental, depende hasta el día de hoy de nuestra relación con las plantas y animales domesticados. De entre estos dos grupos, históricamente hemos dependido más de nuestros cultivos como fuente de alimentos, y recientemente es común encontrar evidencia que indica que el abuso de los animales como fuente de alimentos, especialmente cárnicos, ha llevado a una acción altamente destructiva al reemplazar tierras de cultivo y bosques por potreros. Aunado a esto, otras manifestaciones, como la degradación de los suelos por el uso de fertilizantes o la pérdida de agrobiodiversidad asociada al uso de herbicidas e insecticidas, así como la contaminación de cuerpos de agua por los residuos de la agricultura industrializada, podría llevar a la conclusión superficial de que la acción humana sobre la naturaleza en el contexto de la agricultura tiene un sentido más destructor que civilizatorio.

Así, la crisis ambiental global y la amenaza inminente de que el planeta deje de tener condiciones para el mantenimiento de la vida humana puede llevarnos a tener una visión pesimista de la acción de la humanidad sobre la naturaleza. ¿Puede el análisis de la domesticación ‒como parte de la forma social-natural de producción de objetos útiles‒ en la agricultura arrojar luz sobre otras posibilidades? ¿Hay en el campo interdisciplinario de los estudios sobre domesticación un espacio para el pensamiento crítico? ¿Pueden los dos elementos anteriores darnos claves para imaginar o configurar otras formas posibles de realizar el metabolismo sociedad-naturaleza?

Si miramos la domesticación con una perspectiva histórica, la imagen que se nos presenta no es solamente más compleja sino que puede ayudar a entender los orígenes de la forma que presenta en nuestros días la relación sociedad-naturaleza, al menos en el campo agrícola. Más aún, es posible profundizar en el análisis histórico de la domesticación desde dos miradas provenientes del pensamiento crítico marxista: la Teoría de Construcción de Nicho (TCN) (Odling-Smee, et al., 2003) y el análisis de la dimensión política de la producción de valores de uso (Echeverría, 2001). La una surgiendo desde la biología y la otra como elemento central de la crítica de la economía política, ambas provenientes de la matriz del pensamiento marxista, permiten entender algunos rasgos relevantes de la domesticación como parte del proceso de re-producción de la vida social humana.

La domesticación, como proceso evolutivo, consiste en la transformación de las plantas y animales para hacerlos adecuados al espacio propiamente humano, aquel que acontece en torno al domo, al ámbito donde habitan y trabajan los grupos humanos que incorporan a esas plantas y animales desde el entorno. Esta modificación habría sido iniciada hace mucho tiempo, incluso antes de la revolución neolítica. Efectivamente, la domesticación como hecho antecede a las sociedades agrícolas, el primer animal domesticado, el lobo, que devino en perro, fue domesticado inicialmente por grupos de cazadores recolectores. Más aún, hay evidencia clara de la transformación ocasionada por el trabajo efectuado por pueblos no agrícolas, tanto del paisaje como de la estructura de las poblaciones de plantas, por ejemplo, en el caso de la terra preta del Amazonas (Clement, et al., 2015).

Digamos por el momento que ya en esta definición muy básica de la domesticación aparece una distinción respecto al hecho evolutivo del resto de la naturaleza, es decir, la presencia de un propósito, de un telos que da dirección y sentido a las transformaciones realizadas por los pueblos preagrícolas. Así, incluso antes del origen de la agricultura, podemos ver cómo, por ejemplo, en el norte de Europa, en plena transición hacia sociedades agrícolas se produce muy pronto una incorporación de elementos, como parientes silvestres del ajo, a los sistemas de manejo del ecosistema, lo cual nos habla de cómo la búsqueda de reproducir algo más que la simple sustancia animal estaría ya presente desde muy temprano en la producción de alimentos.

Esta dimensión es de importancia cualitativa, pero es al mismo tiempo una distinción de grado. Así, al tratar el tema de la transformación del ambiente por parte de las especies de animales, Federico Engels señala que la intensidad de la transformación del ambiente que llevan a cabo los seres humanos, no tiene parangón en el resto de las especies vivas[2] (Engels, 2017). Ubicar la aportación de Engels en este rubro se vuelve relevante por el papel que ha jugado en años recientes la llamada Teoría de Construcción de Nicho en los estudios sobre domesticación, como un puente desde la biología hacia la antropología.

Justamente a partir del trabajo de Engels, una tradición de larga trayectoria en la biología inspirada en el pensamiento dialéctico, comenzó a llamar la atención sobre el hecho de que el ambiente es percibido e integrado en su ciclo de vida de manera diferente por cada una de las especies de seres vivos. Y casi al mismo tiempo, esta corriente científica en la biología comenzó a señalar que el papel activo de los seres vivos en la evolución tendría que ver justamente con el hecho de que los seres vivos modifican las condiciones del medio en que viven (Levins y Lewontin, 1985; Lewontin, 2001).

Construcción de nicho

Todos los organismos modifican el medio en que viven y ello tiene, además, consecuencias transgeneracionales, no sólo para la propia especie, sino para otras especies. Pensemos en el papel de los anélidos, como las lombrices de tierra, en la transformación de la materia orgánica en descomposición en suelo, hecho de especial importancia en la agricultura y tratado en su momento por Darwin (2011). Dichas modificaciones implican no solamente el agotamiento paulatino del alimento de las lombrices, sino un cambio cualitativo de importancia para el establecimiento de otros seres vivos, tanto plantas como animales que utilizan ese suelo.

Las lombrices, por otro lado, ayudan a incrementar considerablemente la materia orgánica del suelo debido a la increíble cantidad de hojas medio podridas que arrastran dentro de las galerías a 2, 3 pulgadas bajo el suelo. Esto lo hacen principalmente para obtener comida y, parcialmente, para cerrar las entradas de sus galerías y revestir la parte superior de las mismas. Las hojas que consumen son humedecidas, desgarradas en varias tiras, parcialmente digeridas e íntimamente mezcladas con el suelo; y es este proceso el que proporciona al mantillo vegetal su tinte uniformemente oscuro. (Darwin, 2011: 178).[3]

Los cambios llevados a cabo por los animales pueden modificar las condiciones no solamente ecológicas, sino evolutivas (cambios a lo largo de varias generaciones). A estas modificaciones del ambiente que realizan los organismos y a sus efectos sobre generaciones posteriores es a lo que se llama nicho construido en biología, e implican una forma de interpenetración entre sujeto y objeto, en la que los organismos son, al mismo tiempo, sujeto y objeto de la evolución.

¿Cuál sería la importancia de la construcción de nicho en la domesticación? La construcción de nicho aparece en dos elementos marcados por continuidad y discontinuidad. Por una parte, los seres vivos incorporados a la re-producción de las sociedades humanas modifican de forma importante -no teleológica- el medio donde se desarrollan. Así, las gramíneas como el maíz, el trigo y el arroz no solamente tienden a absorber grandes cantidades del nitrógeno del suelo sino también a modificar la cantidad de luz que incide sobre el suelo, al tiempo que otras plantas pueden modificar la cantidad de humedad retenida por la tierra y el conjunto de los agroecosistemas altera los ciclos del agua, del carbono, del nitrógeno y del fósforo en un ambiente determinado (Boivin et al., 2016).

Por otra parte, la transición hacia la agricultura, que ha sido estudiada de manera creciente desde la óptica de la “construcción de nicho humana”, y posteriormente la propia actividad agrícola y pecuaria de las sociedades humanas, implican una modificación constante de los organismos que son domesticados y, al mismo tiempo, del ambiente en que se desarrollan las plantas y animales domesticados. Claramente, la construcción de nicho humana trasciende en tiempo y espacio a la revolución neolítica, abarcando desde los cambios inducidos en la vegetación de Norteamérica debido a la llegada de los seres humanos (hace alrededor de 15 000 años) con la consecuente disminución en las poblaciones de grandes herbívoros, hasta modificaciones al flujo de nutrientes hacia los cuerpos de agua dependiendo del tipo de agricultura que se ha desarrollado en una región (Ibíd.).

La domesticación como cambio en los organismos y en los seres humanos

El proceso de selección de las características que buscaron las sociedades agrícolas en los organismos domesticados ha implicado cambios muy fuertes en las características biológicas de los organismos en un periodo de tiempo relativamente corto; son cambios trepidantes desde el punto de vista de la evolución biológica. Estos cambios ocurren, por ejemplo, al llevar a vivir a los chiles que en estado silvestre viven en zonas cálidas y estacionales a menos de 1 700 metros de altitud, hacia las partes altas de la sierra Mixe o hacia las chinampas de la cuenca de México, donde se desarrollan, respectivamente, las variedades locales “chile pasilla mixe” y el “chile chicuarote” por arriba de los 2 000 msnm. Esto implica un proceso de selección intensa a lo largo de las generaciones y de los ciclos de cultivo. En estos cambios, la domesticación fuerza los límites que tenía la distribución del pariente silvestre, similar al chile piquín, en las selvas perennifolias y estacionales de Mesoamérica (Martínez-Ainsworth et al., en preparación).

Al mismo tiempo, la domesticación implica cambios en la fisiología y en la forma de las plantas y animales que difícilmente lograrían prosperar en la naturaleza. Frutos muy grandes (ver figura 1), con menos defensas químicas frente a los herbívoros, con menos capacidad de dispersar sus semillas (el caso del maíz, con la mazorca envuelta en las hojas de totomoxtle sería un caso extremo), por citar algunos ejemplos.

Figura 1. Cambios en el fruto del chile (Capsicum annuum) asociados a la domesticación. A la izquierda se muestran frutos de chile silvestre, procedentes de la selva en la costa de Chiapas. A la derecha un fruto de “chile Huacle”, cultivado a 800 metros de altitud en Oaxaca, en la región de La Cañada.


La respuesta de la naturaleza al proceso de domesticación no siempre es favorable. Históricamente no todas las plantas y animales han sido capaces de responder o de atravesar el proceso de domesticación, sea por el costo biológico del proceso o por su inadecuación al contexto cultural y social que demanda dicha domesticación, esto ha llevado a hablar de la existencia de un “potencial de domesticación” que sería diferente en distintas especies (Gepts, 2004). Quizás esto se manifiesta de forma clara en casos como el del casuario, ave de Indonesia que de acuerdo con investigaciones recientes habría estado sujeta a manejo humano intenso hace unos 18 000 años incluyendo probablemente la colecta de huevos para criar polluelos (Douglass, 2021). A pesar de la acción temprana de los grupos de cazadores-recolectores sobre esta especie, rasgos de la misma, como su hábito de vida solitaria y respuestas agresivas incluso contra los humanos que los alimentan, han impedido que la especie se convierta en un animal doméstico.[4]

En el otro extremo del éxito, la relativa facilidad que muestran algunos grupos para ser domesticados, como la familia de las solanáceas (donde encontramos al jitomate, a los chiles, a las papas, al tabaco, la berenjena y el tomate verde, por nombrar algunas especies), nos habla del componente biológico de este potencial de domesticación, de forma que especies y géneros cercanamente emparentados en el sentido evolutivo fueron incorporados a la agricultura.

Al domesticar las plantas y animales, las sociedades humanas modificaron también el ambiente en el que se desarrollaron. De hecho, el caso de la incorporación de la leche a la dieta humana ha sido usado como un ejemplo claro de construcción de nicho humano (Odling-Smee et al., 2003). Así, concentrándose en el papel puramente selectivo del nicho ecológico humano, se ha planteado que el incorporar al ganado para la producción de leche funcionó como una presión de selección natural que habría llevado a fijar la tolerancia a la lactosa como una característica fisiológica común en las poblaciones adultas de buena parte de Europa y África. Los autores de la Teoría de Construcción de Nicho han llamado a esto el modelo de evolución cultura-gen, subrayando el papel de la cultura como determinante el curso la evolución biológica en los seres humanos (Odling-Smee, et al., 2003; Laland et al., 2010).

Pero casi inmediatamente, la leche, como parte del nicho construido por los seres humanos, representó una condición de posibilidad diferente a la sola evolución por selección natural. Así las sociedades humanas desarrollaron la separación de los componentes de la leche a través de la pérdida de humedad y luego a través de la fermentación de los lácteos resultantes. Probablemente este proceso, que llevaría a la invención de los quesos, estuvo relacionado con la necesidad de conservar los alimentos. En un resultado interesante, en el que una condición termina por engendrar las condiciones de su propia superación, el desarrollo de la fermentación de los lácteos llevó a que, mirada desde el aspecto fisiológico, la presión de selección de digerir la lactosa disminuyera a través de las generaciones: los quesos maduros contienen cantidades minúsculas de lactosa, haciendo disponibles las proteínas y grasas de la leche a las personas intolerantes a la lactosa. No en balde se ha señalado recientemente la importancia de una visión más completa del nicho construido que lo considere como espacio de producción de nueva variación, en el sentido de que el ambiente es también contexto del desarrollo de los organismos (Stotz, 2017).

Así, el cambio asociado a la domesticación es al mismo tiempo una transformación del medio por los organismos domesticados, de los organismos domesticados por las sociedades humanas y de las sociedades humanas por el nicho construido de esta manera. El análisis formal de lo anterior haría evidente la interpenetración sujeto-objeto en el proceso de domesticación, proceso en el que hemos señalado la centralidad del trabajo en su sentido marxista como mediación en la relación sociedad-naturaleza (Jardón y Gutiérrez, 2018). Pero más allá de esto, desde el punto de vista histórico, y ante la creciente importancia de la Teoría de Construcción de Nicho para algunos estudios antropológicos (Smith, 2007, 2011), resulta relevante subrayar el origen marxista de la concepción de la interacción entre los organismos y el medio.

La domesticación como parte de la producción de valores de uso

“Flores de chilltepín silvestre (arriba) y de la variedad cultivada llamada chile miahuatleco (abajo). La domesticación implicó cambios en el tamaño y posición de las flores, así como en la posición de la parte femenina (estigma) respecto a la masculina (anteras), alterando el sistema de apareamiento de las plantas de chile.” Foto: Lev Jardón Barbolla.


Los cambios que constituyen este “forzar la naturaleza” a través del trabajo humano en la selección artificial, realizada en muchos casos por las mujeres, buscan adecuar el sistema de producción de alimentos humanos en al menos tres sentidos.

Por una parte, está la necesidad de seleccionar aquellas plantas que son más digeribles, por ejemplo, con menor concentración de sustancias tóxicas o desagradables, como los cucurbitacinas presentes en muchos frutos de calabazas silvestres. En segundo lugar, la domesticación implicó adaptar (en el sentido de la evolución biológica) las plantas y animales a nuevas condiciones de vida y eventualmente a diferentes sistemas de cultivo o crianza, como condición necesaria (aunque no suficiente) para hacer de los organismos domesticados, organismos productores de valores de uso. Y al mismo tiempo, está la búsqueda de adecuar estas plantas y animales para producir alimento acorde a un proyecto identitario, a una cierta configuración que la sociedad productora de bienes en su forma social-natural espera poder dar a su alimento, sea en la pasta de pepita Sikil Pak de la península de Yucatán o incorporando la pulpa de las calabazas (en México fueron domesticadas al menos 3 de las 5 especies cultivadas de calabazas) como hortalizas o como verduras a través de sus flores.

En la naturaleza la evolución biológica generó en el curso de cientos de miles de años, adaptaciones que nos maravillan en su complejidad. Pensemos la capacidad de las plantas de chiles silvestre para subsistir en ambientes altamente estacionales donde, además, la época del año en la que hay agua suficiente para crecer es la misma época en la que el resto de las plantas, especialmente los árboles de las selvas, reducen de manera importante la cantidad de luz disponible para hacer fotosíntesis y eventualmente crecer y reproducirse, y al hacerlo, modificar el medio en que viven (construcción de nicho). Se trataría pues de la interacción dialéctica entre una especie y un ambiente.

En el proceso constante de domesticación, el trabajo humano, como mediación sociedad-naturaleza, adapta a las plantas cultivadas, tanto a la necesidad fisiológica del animal humano de obtener alimento y no morir en el intento. Al mismo tiempo, las plantas deben adaptarse a una condición ambiental nueva, aquella del campo labrado, del agroecosistema construido por el trabajo humano. Y son modificadas, en su propia condición de organismos vivos para producir los valores de uso específicos que una sociedad requiere. Tres planos de la adaptación y de la construcción de nicho convergen, formando un nodo en torno a las semillas de las plantas domesticadas (Jardón, 2020).

Pensemos en la historia de las variedades de frijol pertenecientes a la especie Phaseolus vulgaris desde la perspectiva de la forma social-natural del objeto útil. Los frijoles cultivados se distinguen de sus parientes silvestres en cambios en su composición, entre otras cosas en la disminución de la concentración de los inhibidores de tripsina, sustancias que impiden la asimilación de las proteínas. Esto hace a los frijoles más susceptibles a la herbivoría y exige a las y los campesinos un manejo post-cosecha sumamente cuidadoso (a través del secado y de la mezcla de los frijoles con hojas o frutos de plantas que repelen a los insectos). Pero al mismo tiempo, es una condición indispensable para que podamos comer esos frijoles y que estos resulten alimenticios y no tóxicos.

Las plantas de frijol presentan diferentes hábitos de crecimiento, distinguiéndose, principalmente, las formas enredaderas y las formas arbustivas o “de mata”. Cada una de estas formas puede resultar más adecuada a diferentes sistemas de policultivo. En los sistemas de alta densidad, en los que se siembra mucho maíz y se intercalan plantas de frijol, suelen preferirse las formas enredaderas que permiten justamente que las plantas de frijol trepen por encima de los tallos del maíz. En los sistemas de cultivo de surcos intercalados o bien en surcos de policultivo donde el maíz tiene una densidad baja, que puede ser de apenas una planta cada dos metros, las formas arbustivas suelen ser preferidas por los campesinos.

Pero además las distintas variedades de Phaseolus vulgaris, de diferentes colores, formas y tamaños, son preferidas en distintas regiones. En algunos casos las técnicas de preparación, que pueden incluir su tostado y molido previo a la cocción para caldo o guiso (como en los Valles Centrales de Oaxaca), exigen determinadas características de la leguminosa. La preferencia por una variedad está asociada a la forma en que ésta es consumida y no sólo a la obsesión temática del capital en torno al rendimiento por hectárea. La obsesión por el rendimiento por hectárea oculta la diversidad que se gesta en el espacio del valor de uso, donde la mirada y el trabajo de las mujeres quedan también invisibilizados a pesar de ser, en muchos sentidos, piezas clave del proceso de selección de semillas.

La forma en que la domesticación como proceso hace adecuadas a las plantas y animales al consumo y crianza por las sociedades humanas pasa así, inmediatamente, por la producción de diferentes valores de uso, incluso por una misma planta o animal. Es esta producción de valores de uso diversos, el factor que articula la construcción de nicho humano en estas primeras etapas y que, aun transformándose a lo largo del tiempo, encuentra su continuidad en la reproducción de los agroecosistemas por las comunidades campesinas hasta nuestros días. Pero esta producción de valores de uso es también la reproducción de los medios de producción mismos, de las semillas y el suelo como objetos e instrumentos de producción.[5]

La domesticación como manifestación de otras posibilidades

Comenzamos este ensayo planteando la cuestión de si mirar la interacción sociedad-naturaleza en la agricultura y en particular la domesticación desde la perspectiva de la forma social-natural el objeto útil podría arrojar otra luz sobre las formas creativas, poieticas, que dieron origen a la agrobiodiversidad. Especialmente en contraste con la tendencia actual, en la que la crisis ambiental global del capitalismo parecería condenar la acción de la humanidad sobre el planeta, especialmente cuando se le llama erróneamente antropoceno a la actual época geológica, obviando, en el otro extremo del tiempo post-revolución neolítica, el papel de la acumulación capitalista como la causa del viento destructivo que golpea a la inmensa mayoría de la humanidad.

La construcción de nicho humana y la producción de valores de uso, articulados ambos por el trabajo como mediación, en el sentido de Marx (1867), entre la naturaleza y una parte de la propia naturaleza capaz de actuar teleológicamente sobre sí misma, convergen en el proceso de domesticación de plantas, animales e incluso de otros grupos como bacterias y levaduras (de las cuales no hablaré aquí).[6] Las consecuencias biológicas del proceso de domesticación, tan notables como improbables en otras partes del mundo vivo, se relacionan con la capacidad de anticipar, con el llamado “momento cognoscitivo de la praxis” en el trabajo campesino.

El hecho mismo de transformar transgeneracionalmente a la naturaleza para dar lugar a las plantas y animales domésticos no se detuvo en el pasado, sino que continúa hasta nuestros días. Lejos de hablarnos de un momento idílico, el resultado en formas, colores, sabores y capacidades ecológicas, altamente diversas de las distintas variedades locales de los cultivos o de los diferentes tipos de animales domésticos, pone de manifiesto el alto grado de artificio logrado por las campesinas y campesinos del mundo. Estos artificios, aparentemente arcaicos, son reducidos por el capitalismo en la medida en que éste, al crear un mercado de insumos agrícolas y al controlar la circulación de los productos del campo como mercancías, termina sobredeterminando lo que existe y es sembrado sobre los campos de cultivo (Lewontin, 2000).

Este logro no ha sido trivial e implicó, en más de un sentido, llevar a las plantas y animales más allá de los límites que su existencia como unidades evolutivas había establecido hasta antes de la domesticación. La domesticación en el contexto de la forma social-natural de la producción de objetos útiles implicó en cierto sentido, ejercer algún grado de violencia, por ejemplo, al descartar dentro de las poblaciones de plantas y animales a las variantes no aptas para la vida doméstica, o al decidir incluso qué animales tendrán prioridad para reproducirse, alterar sistemas de apareamiento y el ciclo de vida de los cultivos. Un forzamiento de la naturaleza que debe, sin embargo, dialogar con ella y la reconoce como indispensable para la propia reproducción de la vida humana.[7] Una violencia peculiar, que sólo es superficialmente similar a la violencia de los demás animales, heterótrofos todos, en la medida en que los seres humanos requieren de consumir lo otro, el resto de la naturaleza para reproducción de su vida en un consumo productivo. Una violencia que es también cualitativamente diferente a la violencia destructiva del capital,[8] por cuanto en el centro del proceso de domesticación está la creación de valores de uso muy diversos.

El valor de uso como categoría central permite entender mejor la manera en la que se articularon los procesos evolutivos y las demandas, diversas, de los proyectos de reproducción de la vida social para la producción de alimentos específicamente humanos. La mirada del hecho evolutivo que puede aportar la Teoría de Construcción de Nicho permite entender, por su parte, la relación entre las transformaciones generales del ambiente por los propios organismos vivos y la forma en la que éstas se dan en el contexto de la agricultura. Entender ambos procesos y las contradicciones que de ellos se derivan permite una comprensión más integral de la domesticación y de su resultado en la diversidad de los organismos domesticados, de los cuales dependemos para nuestra alimentación.

Nos interesa entender el binomio domesticación-diversificación por partida doble. Sí, porque la agrobiodiversidad, junto con una buena parte de la biodiversidad en general, se encuentra amenazada en su existencia por la acumulación capitalista. Pero también porque al entender la centralidad de la producción de valores de uso en la domesticación se hace evidente que la destrucción no es el único resultado posible de la interacción sociedad-naturaleza. Esto permite, por contraste, reiterar que el agente causal de la destrucción no es un sujeto humano abstracto, sino, en todo caso, el hecho de que la valorización del valor y la acumulación de capital arrebata a la humanidad la oportunidad de ser sujeto de su propio metabolismo con la naturaleza. La domesticación y la diversificación de los cultivos resultante de esta sería así una muestra de las posibilidades que abriría la superación de la acumulación de capital como mecanismo que subordina y destruye a la vida en este sistema. Un sistema, el capitalista, que es preciso destruir antes de que la base material de nuestra existencia, incluida la de los cultivos y los animales domésticos, sea destruida por él. Esa transformación reclama el ejercicio del pensamiento crítico.

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  1. Jardinero, Biólogo por la Facultad de Ciencias de la UNAM y Doctor en Ciencias por la propia UNAM. Investigador Titular A de TC, Definitivo en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la propia UNAM. Realiza investigaciones en torno a la domesticación de plantas en Mesoamérica desde una perspectiva de genética evolutiva y crítica de la economía política, así como en torno a la evolución de la agrobiodiversidad.
  2. “Como ya señaló, los animales cambian el ambiente, por medio de sus actividades, de la misma manera, aunque no en la misma medida a que el hombre, y esas modificaciones, como ya vimos, reaccionan a su vez y cambian a quien las hicieron” (Engels, 2017; 144).
  3. Es un hecho que el papel histórico que desempeñó la teoría darwiniana fue el de separar al ambiente del organismo y es también verdad que fundada en esa separación la teoría evolutiva tendió durante muchos años a asignar un papel pasivo a los organismos. Sin embargo, resulta interesante poner atención a la presencia dentro de la propia obra de Darwin, de matices importantes que ponen el énfasis en el papel activo de los organismos como modificadores del medio.
  4. “La reproducción social es, pues, siempre y en todo caso, la unidad de una acción del sujeto sobre la naturaleza y una reacción de ésta sobre él mediadas siempre, las dos, por otros elementos, los instrumentos y los objetos, por los medios de la producción y del consumo.” (Echeverría, 2001: 55) La reacción de la naturaleza, la respuesta de esta a la actualización del proyecto humano, aun en el marco de la forma social-natural del objeto útil, al margen de la forma mercancía específica al capitalismo, no es siempre favorable pues no siempre se ajusta a los fines que las sociedades productoras de valores de uso persiguen. Esta improbabilidad, esta ausencia de garantía sobre el éxito del largo experimento de la domesticación, no hace sino poner de relieve la importancia de aquellos casos, como el de la domesticación del lobo en perro o la del burro salvaje en burro, en el que el éxito en el proceso de domesticación tuvo un impacto de larga duración en la historia humana.
  5. “El sujeto conecta así «dos veces» con lo Otro (la »naturaleza») en el ‘presente’ en que se sirve de los medios de producción y consumo ‘primero, en un hecho de larga duración, cuando actúa sobre “los instrumentos de trabajo y los de disfrute, y «después», coyunturalmente, cuando lo hace sobre el objeto de trabajo y de disfrute.” (Echeverría, 2001: 56) Lo extraordinario de las semillas de los cultivos, o de los frutos que las contienen, sería desde esta perspectiva el que estos dos momentos convergen en una misma entidad física, la de la estructura que contiene embrión de la planta productora de valores de uso, el grano de maíz, la semilla de frijol, la pepita de calabaza, el fruto del chile. En esta estructuras, que pueden incorporarse como medios de producción para otro ciclo agrícola o como objetos de consumo en el consumo productivo, convergen los dos momentos de los que hablaba Bolívar Echeverría. Por ello ambas potencias están contenidas en ellos y su destino se decide en última instancia en la decisión que entre una troje y una cocina, toman las familias campesinas.
  6. Un par de estudios recientes han analizado las huellas de estos procesos de domesticación en los lactobacilos y en las levaduras (Saccaromyces cereviseae) involucrados en la fermentación de los lácteos, la cerveza y el pan y pueden servir a quien le interese profundizar en este tema: Douglas, G. L., y Klaenhammer, T. R. (2010). Genomic Evolution of Domesticated Microorganisms. Annual Review of Food Science and Technology, vol. 1, núm. 1, pp. 397-414. doi: 10.1146/annurev.food.102308Bigey, F., D. Segond, A. Friedrich, S. Guezenec, A. Bourgais, L. Huyghe, D. Sicard (2020), Evidence for Two Main Domestication Trajectories in Saccharomyces Cerevisiae Linked to Distinct Bread-Making Processes. Current Biology. doi:10.1016/j.cub.2020.11.016 
  7. “la violencia dialéctica es aquélla que subyace a todas las construcciones sociales del mundo social levantadas por el ser humano en las épocas arcaicas que sucedieron a la llamada ‘revolución neolítica’ y que en muchos casos han perdurado hasta nuestros días, a través incluso de toda la historia de la modernidad.” (Echeverría, 1998: 107) El autor reflexiona en este punto sobre una relación entre los propios grupos humanos. En este caso, parecería pertinente reflexionar sobre cómo la posición desde la cual se ejerce la transformación, abrupta en más de un sentido, de la naturaleza por las comunidades campesinas, en especial en el proceso de domesticación, parecería reflejar el carácter dialéctico de esta relación. Un proceso cualitativamente diferente tanto de la relación que los demás animales establecen con su medio, como de la relación que la acumulación de capital establece con la naturaleza como “externalidad” o como “espacio de conquista”.
  8. “La violencia fundamental de la época de la modernidad capitalista -aquélla en la que se apoyan la otras, heredadas, reactivadas o inventadas- es la que resuelve día a día la contradicción que hay entre la coherencia “natural” del mundo de la vida, la lógica del valor de uso, y la coherencia capitalista del mismo, la “lógica” de la valorización del valor, la violencia que somete sistemáticamente a la primera de estas dos coherencias a la segunda. Es la violencia represiva elemental que no permite que lo que en los objetos del mundo hay de creación, por un lado, y de promesa de disfrute, por otro, se realice efectivamente, si no es como soporte o pretexto de la valorización del valor.” (Echeverría, 1998: 114)