Haciendo cuarentena como Parasite: Resistiendo el ‘modelo exitoso’ en la desigualdad de viviendas coreanas

Mtro. Sergio Gallardo García, @caminos_sgg
Antropólogo, co-fundador del Círculo Mexicano de Estudios Coreanos


Cinco hileras de seis butacas de hierro oxidadas en un reducido cuarto que apenas dan espacio para un pequeño pasillo y una gran pantalla de tela, era el escenario de un club de cinéfilos en Morelia que sesionaba cada semana y que buscaba proyectar los últimos alaridos del cine de culto internacional. En este improvisado cuartito vi por primera vez una película coreana: 빈집 o casas vacías[1] (2004) de Kim Ki-duk.

Ahora el cine coreano ha alcanzado todas las pantallas de México y el mundo con la multi-premiada[2] película Parasite (2019) de Bong Joon-ho. En ambas películas las residencias en Corea adquieren centralidad en la trama, permitiéndoles a sus directores alegorías y críticas muy sugerentes a realidades de esta península del este asiático.

La película de Kim Ki-duk sigue las sistemáticas técnicas de Tae-suk, un joven surcoreano que habita temporalmente casas en las que se ha percatado que sus dueños no volverán pronto. Lejos de presentarse como un parásito, durante su estancia dedica mucho tiempo a contemplar los objetos y condiciones de los cuartos que revisten estas casas, encontrando desperfectos o averías que arregla, ordena, reacomoda, limpia. Su curioso transitar entre viviendas nos permite apreciar una variedad de condiciones materiales y sociales en las que vive la sociedad coreana: muebles, joyas, ornamentas, decoraciones, ropa y mascotas. En este filme podemos ya atisbar las desigualdades que Parasite sitúa magistralmente al centro de su narrativa.

No es la única coincidencia, como lo ha señalado nuestro especialista mexicano en cine asiático Jorge Grajales[3], ambos cineastas fueron vetados de todo reconocimiento o promoción internacional durante la administración de Park Geun-hye (2013-2017).

Bong derribaría no sólo ‘las murallas de los subtítulos’ al ofrecernos una película que nos interpela al narrar con tanta crudeza y humor negro situaciones nada ajenas a nuestras experiencias de resistir y hacer embate al neoliberalismo que nos infecta a todos. También derribaría esta censura de manera monumental, abriendo una nueva etapa para el cine coreano y su consumo a nivel global.

“No hay mejor manera de ser internacional, que ser sumamente regional”

Así respondía Vicente Fernández al cuestionársele por qué no hacía canciones en inglés o algún otro género musical para tener un reconocimiento de carácter internacional. Bong, en sintonía, comenta que su búsqueda con Parasite era documentar críticamente realidades que observaba en Corea del Sur, inspirándose en el potente análisis que hace Kim Ki-young de la sociedad coreana de posguerra con The Housemaid (1960), que además se hace evidente si prestamos atención al papel simbólico que juegan las escaleras en ambas películas.

Bong pertenece a la generación 386[4], desde la que parte en sus narrativas fílmicas para dejar expuestas las manifestaciones kafkianas, irónicas y crudas inherentes a la sociedad coreana que emerge después de alcanzar un gobierno civil desde su nacimiento como nación. Al igual de Kim Ki-young, busca retratar desde un lente sutilmente político las ambigüedades que constituyen la pujante sociedad surcoreana.

Como sociólogo, tiene una mirada muy incisiva. Siempre trabaja en sus tramas fílmicas con personajes queer que emergen de esta nueva modernidad donde el proyecto de nación parece aportarlo todo y a la vez ser fallido, presente en la emasculada masculinidad de los múltiples personajes que interpreta Song Kang-ho en sus diferentes películas. En Parasite no es la excepción, vemos a Song interpretar al padre de familia de los Kim, quien renuncia sin menoscabo al mandato de proveedor, derrumbándose en cada escena como guía o modelo ético hasta enunciar en el clímax su memorable frase nihilista: “¿sabes qué tipo de plan nunca falla? Ningún plan. Sin un plan, nada puede salir mal. Si algo se sale de control, no importa. Ya sea que mates a alguien o traiciones a tu país”.

Parasite expone la paradoja latente en el corazón de un país conocido globalmente por su progreso tecnológico y su música pop, kpop. La interacción de las dos familias protagónicas ocurre en dos barrios completamente distintos en la ciudad de Seúl: Seongbuk-dong, colinas implacablemente limpias con enormes casas ocultas detrás de bardas y rejas de seguridad; y Ahyeon-dong, debajo de una reluciente ciudad las familias habitan sótanos de negocios u otras casas en un escenario postindustrial. Bong hace un juego magistral de humor negro para criticar a partir de un suspenso cómico que cada vez te provocasaca risas más nerviosas e incómodas, la perversidad del capitalismo neoliberal. Los desplazamientos y contrastes visuales construyen una arquitectura de la desigualdad que nos conduce a entender como parásitos las condiciones de privilegios que se hacen valer y subsisten alimentándose en un infinito juego perverso de la lucha de clases, donde las diferencias son tan brutales que están presentes en toda sensibilidad, incluso en el olfato.

La distancia entre las casas de los Kim y Park no es sólo espacial, es histórica y cultural, que ha llegado a tal fragmentación social de ni siquiera soportar como huele el otro, como Bong nos enfatiza épicamente al final de la película. En la coyuntura actual, esta desigualdad y fragmentación nos lleva a preguntarnos ¿cómo será pasar la cuarentena en una casa como en la que viven la familia Kim? En Corea del Sur estas residencias se llaman banjiha, que podemos traducir como ‘semi-sótanos’: reducidos cuartos debajo de edificios, con problemas de ventilación e iluminación.

[반지하] Banjiha, lo subterráneo del modelo coreano de combatir el Covid-19.

El coronavirus hizo sus estragos en Corea del Sur a finales de febrero del 2020, siendo en esa etapa inicial de la pandemia global el segundo país con mayor número de contagios después de China, con 10,500 casos y 220 muertes confirmadas. Sin embargo, en poco tiempo logró aplanar su curva de infección y controlar la expansión de nuevos brotes. Como un kpop de la salud, efervescentemente se situó en las listas de popularidad de modelos exitosos contra la pandemia: el país con mayor aplicación percapita de pruebas (20mil al día), con rastreos minuciosos de la trayectoria de contagiados y el establecimiento de mecanismos de vigilancia de cuarentena por distritos urbanos. El virus se afianza a partir de nuestros hábitos, nuestras interacciones cotidianas y Corea del Sur parece conocer bien la de sus habitantes.

Esta eficiente respuesta tiene múltiples causas y una de las más determinantes es la puesta en práctica de todas las enseñanzas que dejo el MERS (Middle East Respiratoty Syundrome) en su paso por el país en 2015. A partir de esta fecha se designó un departamento de políticas sanitarias exclusivo para plantearse los escenarios de pandemia más negativos imaginables y cómo afrontarlos. Esta preparación de cinco años de antelación está detrás de la aplicación de su elogiado modelo ‘3T’ (trace, test and treatment) que les permitió identificar a la ‘paciente 31’ y su trayectoria de contagio entre los miembros de una iglesia cristiana en la ciudad de Daeugu, lo que desató el brote más alto de casos en el país.

Más que obedecer a una cultura colectiva orientada a la obediencia como legado de las estructuras sociales confucianas que se mantuvieron por centenas de años bajo la dinastía Choson (1391-1908), como apunta Byun-chul[5]; debemos añadir a este modelo sanitario una arraigada biopolítica digital que le permite al gobierno surcoreano consultar bancos de datos sobre la ubicación y consumo de sus ciudadanos, así como disponer de un ejército de ‘trackers’ para rastrear a través de la geo-ubicación de los teléfonos celulares los desplazamientos, contactos e interacciones de pacientes o posibles pacientes, para así maquetar una trayectoria de contagio y controlarla.

Esta sinergia de vigilancia y control no escapa a la reproducción de la desigualdad. Volviendo a la película, no es lo mismo acatar las medidas de cuarentena en una vivienda lujosa como la de los Park o en un banjiha como la familia Kim. Tal cuál como vemos en la película la fumigación que se está haciendo en la calle filtrarse al semi-sótano de los Kim, en varios distritos de Seúl se llevan a cabo fumigaciones masivas de banjihas para “prevenir la propagación de infecciones por coronavirus y eliminar malos olores”[6]. Desinfectar estas residencias como si contuvieran plagas, parásitos, asume una violenta vulneración por parte del Estado a la clase trabajadora y estudiantes que habitan estos espacios, considerados “puntos ciegos de las zonas de cuarentena” dado lo difícil que es para las cámaras gubernamentales en el espacio público filmar lo que ocurre debajo de la calle, en lo subterráneo: no rastreable, no aplicable al test así que sólo queda tratar a partir de desinfecciones barriales. Nada más acertado que el retrato sociológico de Bong.

Aún más, la mirada de Bong sobre la desigualdad desde las viviendas es también una sutil revisión histórica a la relación entre Corea del Norte y Corea del Sur. Los banjihas son resultado arquitectónico histórico de la dinámica intercoreana. A partir de 1968 se articuló una política de Estado de construir edificios residenciales con semi-sótanos que sirvieran de refugios en caso de una emergencia de seguridad nacional ante las constantes amenazas militares de Corea del Norte. Estos espacios permanecen como memoria urbana de la compleja historia sociopolítica de la península.

Ante una economía que crece a pasos agigantados en un reducido territorio, la sobrepoblación de las ciudades surcoreanas ocasionó el disparo estratosférico de los precios de renta o compra de espacios residenciales: las rentas más baratas de conseguir, aun cuando su equivalente en wones sean de 450 dólares al mes, son estos semi-sótanos.

Con poca iluminación solar, pobremente ventilados, susceptibles a tener problemas de humedad, son además escenarios de desastre en temporada de lluvias, como en Parasite vemos a la familia Kim desplazada a un albergue temporal después de perder sus pertenencias en ríos de agua que atravesaban su morada. Estas condiciones de hacinamiento imposibilitan guardar ‘Susana distancia’ y mantener protocolos de higiene que se recomiendan.

Hay enormes brechas de desigualdad de experimentar la cuarentena, de vivir encerrados. No sólo en Corea del Sur, en cada uno de nuestros países en América Latina atestiguamos las violencias ejercidas a quienes no pueden parar de trabajar o viven en estas condiciones de hacinamiento, como un banhijya o un pequeño cuarto -como la protagonista de la película coreana Náufrago en la Luna (2009). La imposibilidad de mantener la cuarentena en casa les vuelve blanco de discursos clasistas que se enuncian desde privilegios que construyen como parásito a todo aquel que sale y supuestamente se beneficia del sacrificio colectivo de aquellos que holgadamente pueden quedarse en casa sin poner en riesgo su trabajo y salud.

El parásito -ese bicho que se aprovecha de nosotros- no es el Coronavirus, tampoco es el que malvive en estos espacios liminares en Corea o cualquier parte del mundo, ni quienes deciden aprovecharse del otro y sus viviendas o salen a las calles para instalar su particular modo de (sobre)vivir. No, el parásito es este sistema económico neoliberal que fomenta que estas condiciones de vida existan para seguir de pie, para alimentarse de ellas para subsistir. La pandemia dramáticamente visibiliza este Parasite que nos consume globalmente.

  1. Tiempo después se popularizaría en México bajo el nombre Hierro 3 o Iron 3.
  2. Palma de oro en el Festival de Cannes, premio BAFTA a mejor película de habla no inglesa, así como cuatro Óscares, entre ellos mejor película y mejor director.
  3. Sobre la censura a artistas, escuchen esta emisión del podcast ‘Hacia Asia’: https://cutt.ly/TyWPr2b
  4. Generación caracterizada por crecer ante las grandes transformaciones económicas y políticas en Corea del Sur: su infancia en el ‘boom económico’ de los sesentas, juventud en las movilizaciones políticas de los ochentas que inauguran los procesos democráticos de gobierno, su etapa adulta en la renovada y pudiente bonanza económica producto de su apuesta a la globalización de artículos e industrias culturales.
  5. Han, Byung-chul. “La emergencia viral y el mundo de mañana”. El País, 22 de marzo del 2020.
  6. Kim, Yihon.’Desinfección de hogares de grupos vulnerables en Gwanank-gu’: https://cutt.ly/5yWDnBh.