Espacios públicos como escenario alternativo para una etnografía de la muerte en tiempos de Covid-19

Pedro Enrique Alarcón Hernández
Posgrado en Antropología Social, CIESAS Golfoenriquealarcon28@gmail.com


Foto: Lorena Cassady


Emprender una investigación antropológica en tiempos de la pandemia de Covid-19 ha sido una cuestión bastante compleja. Y más aún si partimos del supuesto de imaginar dicha investigación acompañada de una de las principales herramientas metodológicas que es la etnografía, puesto que, además de ser un método de indagación, lo es también de análisis, descripción y escritura. Sin lugar a duda, ante el contexto que hemos vivido de aislamiento, sana distancia y cero conglomeraciones, es evidente que una investigación al puro estilo de Malinowski es más que imposible.

La etnografía es una técnica de investigación que estaría definida por la observación participante, misma que “consiste en residir durante largos periodos en el lugar donde se adelanta la investigación con el propósito de observar aquello que es de interés del etnógrafo” (Restrepo, 2016: 31).

Bajo este esquema, llevar a cabo un estudio sobre las formas de vivir la muerte y los rituales funerarios en los barrios de Xico ‒una localidad del centro del estado de Veracruz‒ requiere de una mayor planeación, búsqueda de alternativas y estrategias para no abortar la misión y morir en el intento. En este, que es mi caso, una de las grandes dificultades a las que me enfrenté durante el periodo del trabajo de campo ‒en cual, por supuesto, estaba contemplada la observación participante‒ fue llevarla a cabo asistiendo a distintas fases de los rituales funerarios: velorios, sepelios y novenarios, principalmente, ya que en estos eventos había conglomeraciones de personas que no acataban las medidas sanitarias por diversas razones.[1]

En estos casos tuve que anteponer el cuidado personal y de mi familia para evitar contagios de Covid-19. No obstante, tuve oportunidad de observar algunos de estos episodios desde una sana distancia ‒es decir, a una cuadra o a dos o tres casas del domicilio de la defunción‒ y otros más desde grupos de Facebook donde se hacían transmisiones en vivo de los funerales.

Las primeras adecuaciones metodológicas que establecí ante el nuevo contexto sanitario, fue realizar entrevistas cara a cara ‒presenciales‒ con los familiares cercanos y a los acompañantes de funerales, pero en semanas posteriores a los eventos que no pude presenciar, debido a las aglomeraciones que se daban en el momento de llevarse a cabo. Así como también realizar entrevistas vía telefónica, lo cual, si bien fue útil, no reportó los mismos resultados que las primeras. En este sentido, tuve que revalorar y analizar otras formas de llegar a la observación de momentos cruciales para mi tema, pensar en otros espacios fuera del doméstico en donde se pudieran registrar en un diario de campo las vivencias, anécdotas, expresiones y formas de vivir la muerte, tanto las propiciadas por el virus como las que acontecían por diversas causas. Inmediatamente “el camposanto”, como se le conoce en Xico al panteón municipal, fue el lugar ideal.

Decidí realizar estancias de varias horas al día en San Juan de la Paz ‒nombre oficial del camposanto‒ con la finalidad de observar la dinámica habitual de las personas que visitan las tumbas de sus difuntos que ya han sido sepultados meses o años atrás. Asimismo, durante estas estancias, que comenzaron desde el 5 de octubre de 2020, me tocó presenciar algunos entierros de los diferentes vecinos católicos y de otras denominaciones religiosas, así como de grupos sociales marginados, personas de las comunidades rurales del municipio de Xico y de gente del centro del pueblo, más asociados a una élite local. Pude identificar diferencias y patrones que se siguen como protocolo de una defunción, mismas que enriquecieron el análisis de las hipótesis que guían mi proyecto de investigación, con el que obtendré el grado de Maestro en Antropología Social. Dichas observaciones se realizaron desde una distancia segura y usando cubrebocas, pero lo que de inmediato pude observar fue que mi diario de campo se vio enriquecido:

Camposanto, miércoles a 7 de octubre de 2020

Visita por la tarde

Son las 2 de la tarde y los albañiles y trabajadores del Camposanto se disponen a comer. Se escuchan risas, invitaciones a “agarrar el taco” y música en un volumen más alto de lo habitual… Hay pocas personas visitando las tumbas de sus familiares… Se escucha el canto de los pájaros y el sol pega muy fuerte en casi todo el terreno del panteón. Son pocas las áreas con sombra.

Los albañiles y jardineros comen bajo los techos de alguna capilla grande o bajo la sombra de algún árbol, los cuales ya son pocos. Abel López, el encargado del panteón municipal, me ha contado que los árboles grandes que había antes estaban ya en mal estado, podridos de las raíces y demasiado inclinados, podían caerse en cualquier momento, y más con el temporal de aguaceros de los meses pasados (de mayo a septiembre). El viento corre bastante fresco, lo cual minimiza el fuerte calor de la tarde…

Algunas mujeres han venido a dejar comida a sus esposos que andan pintando tumbas. Una de ellas plática conmigo y me cuenta que, debido a la pandemia, muchos albañiles, como su esposo, se han quedado sin trabajo, y que, ahora “que ya vienen nuestros difuntos“ la esperanza es que haya trabajo en el panteón, restaurando, limpiando y pintando las sepulturas. Al menos su esposo ya consiguió algunos trabajos para esta semana. “¡Ojalá haya más encargos!“

A las 4:00 en punto de la tarde, el calor ha bajado un poco y comienzan a llegar las personas que vienen a visitar las tumbas… En la parte antigua han llegado unos familiares con un grupo de músicos de estilo norteño a tocar en una tumba… Es un grupo de amigos, al parecer, pues la mayoría parecen ser hombres y lucen muy jóvenes… Un albañil me comenta que es un cabo de año, me acerco un poco a la tumba en donde acontece la celebración. .

Uno de los acompañantes ‒a quien conozco porque vende limones y verduras por las calles de Xico‒ me saluda y me comenta que él conocía bien al difunto. Corrige la información que antes me habían dado: No es el cabo de año, es el cumpleaños del difunto… Se trata de “El Rey del Barrio“ [Al parecer se trata del Barrio de Cristo Rey], quien murió electrocutado a la edad de 45 años mientras echaban el colado de una casa en su mismo barrio el pasado 25 de marzo del año en curso. Y hoy, por ser su cumpleaños, su familia y amigos le han traído sus mañanitas…

Le tocan “La Yaquesita”, “Las nieves de enero”, “Una cruz de madera de las más corriente”, y “El Rey”… Su madre y su abuela usan cubrebocas, pero se nota que están llorando. Hay otras 5 mujeres jóvenes, y un par de ellas también llora. La mayoría de los que han venido a visitarlo son jóvenes entre 20 y 48 años…

Mi conocido, el vendedor de limones, me comenta que es la flota pesada, que “son banda a la que le gusta el coto”… En seguida comienzan a “rolar” cigarros de mariguana y sobres de “crico/criko” que comienza a fumar e inhalar… Me comenta que el difunto participaba en las fiestas de Santa María Magdalena en la donación del torito de fuegos pirotécnicos llamado «El Huérfano»[2]… Asegura que el próximo 2 de noviembre, a la media noche le vendrán a quemar un torito al panteón…

Me retiro un poco, dado a qué noto que mi presencia incomoda un poco a algunas de las mujeres que están sentadas alrededor de la tumba… Pocas tumbas atrás están las sepulturas de mi bisabuela y abuelo materno, así que me dirijo a ellas para limpiarlas un poco y poder observar de lejos…

Los aplausos siguen con euforia al término de cada canción… Ahora son las canciones de «La del moño colorado», «El columpio», y «La Chona» las que rompen el silencio del Camposanto… Las risas de las mujeres y de las señoras se escuchan en toda la parte antigua del cementerio. Entre sollozos y grandes carcajadas, todos los acompañantes, amigos y familia, se han puesto a cantar:

“Y la Chona se mueve, y la gente le grita, no hay mejor que la Chona, para la quebradita…”

Mientras tocan “El juguito de piña”, el mismo joven que ya ha hablado conmigo antes se acerca para retomar la plática y contarme que, como el difunto murió electrocutado, ha sido más difícil superar su pérdida, dado a que no le dio tiempo de despedirse ni de su familia, ni de sus amigos…

Ahora los acompañantes cantan una canción de Los Tigres del Norte, la algarabía de las dos canciones anteriores se han transformado en llanto y en cantos expresados con mayor resentimiento… Parte de la letra de la canción dice:

Si Dios espera

Hasta el día que yo me muera

Para juzgarme

Al llegar al más allá

Quién eres tú

Para juzgarme estando en vida

Si tu alma está más perdida

Y destila iniquidad…

Los norteños notan los ánimos de la familia y continúan tocando canciones alegres… Prosiguen ahora con “La Micaela”, canción que también es cantada por los amigos y las mujeres que están alrededor de la tumba. 15 minutos más tarde percibo que la música de los norteños ha parado y se ha iniciado un convivio alrededor de la tumba del difunto. Hay pastel, refrescos, tamales y antojitos. Las conversaciones surgen amenas en torno al recuerdo del difunto, y algunas mujeres dicen: “Se vale llorar, pero no se les olvide que vinimos a celebrar su cumpleaños, así que a disfrutar”.

En este fragmento de mi diario de campo pude obtener lo que diría Clifford Geertz con respecto a que la cultura posee una dimensión pública y que los símbolos son compartidos por un grupo determinado; es decir, la significación es precisamente pública, justo como lo pude observar al posicionarme y ubicarme en un espacio público, donde no era un etnógrafo reconocido como tal, sino un visitante más del camposanto. En ese contexto, la gente actuó de modo muy normal y natural sin afán de querer dar alguna impresión específica: estas personas vivían su momento de conmemoración postmortem, de duelo, de fiesta de cumpleaños después de la muerte, el cumpleaños de alguien que ha pasado por ese estado liminal.

Este relato etnográfico, que se suma a muchos más que pude recabar en mis estancias en el camposanto, coadyuvan al análisis de las diversas formas en que se vive, se ritualiza y se conmemora tanto a la muerte como a los difuntos en contextos cotidianos, en momentos más íntimos y apartados de fechas dedicadas a ello, como bien lo podrían ser las festividades de los Días de Muertos. Podría asegurar que los vínculos afectivos de las familias de los barrios de Xico con sus muertos son muy fuertes y se manifiestan de diversas maneras, en muchas ocasiones, sobrepasando los tiempos rituales acostumbrados o establecidos, como puede ser la celebración de un cumpleaños alrededor de una tumba, mientras se comparten no sólo un pastel, tamales y antojitos, sino también la droga que en ese momento circuló de manera casual. Con este tipo de escenas etnográficas busco reforzar los planteamientos de mi investigación teniendo claro que: la meta es llegar a grandes conclusiones partiendo de hechos pequeños, pero de contextura muy densa, prestar apoyo a enunciaciones generales sobre el papel de la cultura en la construcción de la vida colectiva relacionándolas exactamente con hechos específicos y complejos. (Geertz, 2003: 38)

Por otra parte, dado que pertenezco al municipio de Xico y he vivido en uno de sus barrios toda mi vida, aproveché esta ventaja y llevé a cabo una observación etnográfica del 28 de octubre al 2 de noviembre ‒durante las festividades de Día de Muertos‒, en la cual me limité a tomar fotografías desde lugares seguros sin aglomeraciones, haciendo uso de cubrebocas, gel antibacterial y con sana distancia.

Estas observaciones las realicé en tres espacios abiertos de la cabecera municipal de Xico: primero, en el centro histórico ‒parroquia de Santa María Magdalena, parque y calle Real‒ en la cual se colocan altares con ofrenda, alfombras de aserrín pintado y venta de productos típicos, con la finalidad de promover el turismo en Xico, esfuerzo que encabeza el H. Ayuntamiento; segundo, en el barrio de El Tapango y el barrio de El Palo Blanco, para observar la dinámica de ofrendar y recibir a las ánimas de los fieles difuntos en los hogares; y tercero, otra estancia en el camposanto durante la mañana y tarde del 1 y 2 de noviembre, fechas en que las personas visitan las tumbas de sus “fieles difuntos”.

En estos dos días, por órdenes de la alcaldesa municipal, fue un espacio que estuvo abierto para que las personas acudieran a visitar las tumbas y colocar ofrendas, pero, tanto en el centro histórico como en el cementerio, hubo dispensadores de gel antibacterial, se pidió el uso obligatorio de cubrebocas, la sanitización personal, y una sanitización de los espacios transitados por las personas, misma que se llevaba a cabo cada 15 minutos.

De no haber existido pandemia habría podido interactuar y buscar algunas entrevistas con los vendedores, los guías de turistas, los vecinos de algunas casas ‒que sólo pude observar desde las banquetas‒ o interactuar con las personas que diseñaron y montaron el altar monumental del interior de la parroquia de Xico. Sin embargo, esta observación de dichos lugares públicos del pueblo evidenció que la forma en que se perciben, practican y viven los Días de Muertos son muy distintos en el centro y en los barrios. En el centro todo se prepara para el recibimiento de turistas con una exposición de altares, ofrendas de muertos y “catrinas” en los comercios y restaurantes; en los barrios se vive la tradición del día de muertos con un fervor más espiritual y con el anhelo de recibir a las “ánimas benditas” de quienes aún forman parte de su vida cotidiana a través de sus recuerdos y de este tiempo ritual.

El llevar a cabo el trabajo de campo durante la actual situación global de la pandemia de Covid-19, me lleva a reflexionar sobre la importancia de estudiar la muerte y sus ritos de pasaje en los múltiples y variados contextos, ya que se trata de un acontecimiento que todos los seres humanos estamos experimentando de manera más aguda. En este contexto, la muerte evidencia las desigualdades sociales, la heterogeneidad cultural e incluso los posicionamientos políticos.

A nivel individual, las personas estamos experimentando nuevas formas de vivir la muerte, muchas veces de manera trágica, inesperada y poco habitual, desatando reacciones y emociones inéditas (miedo a los contagios, incertidumbre, rabia, negación, etc.). En este sentido, considero que mi investigación será una aportación etnográfica de esta problemática desde un enfoque microsocial. Por ello es vital como etnógrafos y antropólogos no declinar ante contextos adversos y olvidarnos o pensar que herramientas tan fundamentales, como lo es la etnografía y la observación participante, pueden dejarse de lado totalmente, antes bien repensar las formas y los espacios en que éstas pueden desarrollarse.

La experiencia de trabajo de campo se vio muy influida por el hecho de que soy originario de Xico y he habitado en esta localidad durante toda mi vida. Esto facilitó el acceso a los espacios y el contacto personal con algunas de las personas entrevistadas. Asimismo, al momento de llegar al camposanto y encontrar a algunas personas conocidas, no era extraño para ellas el verme en ese lugar, pues suponían que me encontraba allí para limpiar las tumbas de los difuntos de mi familia. Sin embargo, no todas las personas con quienes conversé en este contexto eran cercanas o previamente conocidas, a pesar de ello el tema de la muerte, los muertos por Covid, el asunto de la incineración, las pérdidas de seres queridos, las emociones y recuerdos que esto evoca, afloraban en las charlas a veces de manera profunda y conmovedora.


Bibliografía

Geertz, Clifford (2003), “Desde el punto de vista del nativo: sobre la naturaleza del conocimiento antropológico”, en Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, Barcelona, Paidós, pp. 73-90.

Restrepo, Eduardo (2016), Etnografía: alcances, técnicas y éticas, Bogotá, Envión Editores-Departamento de Estudios Culturales Pontificia Universidad Javeriana, 100.

  1. Una de las principales razones por las cuales no se respetaban las normas sanitarias ante la Covid-19 fue que las personas de los barrios de Xico, Veracruz, no creían que la existencia del virus fuera real, muchas veces se repetía el discurso que sentenciaba “es un invento del gobierno”; sin embargo, hubo otras razones, como el hecho de que algunas de las defunciones de familiares de la actual alcaldesa del municipio se vieron acompañadas de todos los rituales funerarios a los cuales asistieron grandes cantidades de personas, teniendo que cerrar algunas de las calles principales del pueblo, lo cual motivó que las personas que tuvieron pérdidas en los barrios se aferraran a repetir dichos funerales.
  2. Durante la fiesta patronal de Xico, en honor de Santa María Magdalena, una de las ofrendas más vistosas que se otorgan a la Santa Patrona, son los toritos encohetados o fuegos artificiales, mismos que son donados por grupos de amigos, familias o los distinta barrios que se organizan para cooperar para pagarlos, pasearlos y ofrecer una cena cuando se terminan de quemar. Cada uno de estos toritos reciben un nombre distinto, alusivo al barrio o gremio que lo dona, en este caso, “El Huérfano” es el nombre del torito que donaba el difunto a quien están celebrando el cumpleaños en el Camposanto.