De improntas y vasos comunicantes entre teoría y práctica: la obsesión por transformar[1]

Luisa Paré
IIS-UNAM[2]


“En el diario uno habla consigo mismo. Quien no logra hacerlo, quien ve enfrente a él a un auditorio, aunque sea futuro, después de su muerte, está falseando.”

Elías Canetti

“Campesinos y campesinas transportando plántulas para reforestación en las laderas del volcán San Martín Pajapan, Veracruz.” Foto: Martín Boege Paré.[3]


Esta invitación a escribir un texto en este número de Ichan Tecolotl sobre marxismo y antropología, me ha dado la oportunidad de pasar algunas horas refrescando mi memoria releyendo trabajos, alguna vez leídos y otros desconocidos, míos y ajenos. Efectivamente mi nombre ha sido asociado a la problemática agraria y también a un acercamiento desde el marxismo. Mucha tinta ha corrido sobre la relación entre la antropología y el marxismo en diferentes épocas.

Entre las aproximaciones posibles para abordar el tema escogí una narrativa autobiográfica porque me pareció lo más interesante y honesto, para mí misma y para los lectores. Es desde mis propias vivencias, improntas, convicciones y también mi ingenuidad más que desde la discusión teórica que participo aquí. Otros artículos de este boletín responderán al interés de quienes se interesan en los avatares de esta relación desde un punto de vista teórico. Mi estatus actual de jubilada me hace pensar que me puedo dar esta licencia, o sea, rastrear en mi pasado para entender y transmitir por qué mi trabajo antropológico se enmarcó desde un inicio en lo que se llama investigación-acción-participativa en la que buscamos un involucramiento de las personas como sujetos y no objetos de nuestras pesquisas y para entender y analizar la realidad de manera colectiva para avanzar hacia su transformación.

Sólo aporto algunas referencias básicas como el artículo de Andrés Medina en su libro con García Mora (1983) sobre la historia de la antropología mexicana y de Ángel Palerm sobre antropología y marxismo (1980); a la vez vale recordar que la revista Nueva Antropología dedicó un número a antropología y marxismo (1977, núm. 7). Para una visión más global e histórica de esta relación, por supuesto el extraordinario trabajo de Eric Hobsbawm: Cómo cambiar el mundo (2011).

Los recuerdos de mis primeros acercamientos al marxismo como tal se remontan a la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde ingresé en 1964 batallando para leer en español y a la vez digerir los libros de marxismo de la Editorial Progreso de Moscú que nos administraba nuestro profesor. En mi formación anterior, en mi tierra natal, Quebec, ya venía yo agitada por los procesos de descolonización en África y la lectura de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra. También comparto que mi orientación temprana hacia lo social, mi inconformidad hacia el autoritarismo y la injusticia, más que de lecturas obligadas surge de las improntas personales y del encuentro, desde mi propia situación intercultural con una realidad diferente, de fuertes contrastes sociales que apelaban a mi indignación.

Yo había venido a México a estudiar arqueología, pero, en una práctica de campo de salvamiento arqueológico en la desembocadura del río Balsas donde en 1967-1968 me encontré con la realidad del caciquismo, de los acaparadores. Una realidad muy distinta al México rural que se nos presentaba en nuestras clases de etnografía y que no había descubierto en mis escasas dos prácticas de campo durante la carrera. Ya traía mi impronta de rebelión contra el clericalismo católico, contra el conservadurismo político y era proclive a lo que podríamos llamar la filantropía y la descolonización. Mi estancia de campo se prolongó por un año y medio debido a que, con otra persona, impulsamos la organización de una cooperativa de campesinos. Dejé la arqueología y escribí mi tesis en antropología social sobre las dificultades encontradas en la organización de una cooperativa.

En el citado libro de García Mora encontré un texto mío que circuló mimeografiado a inicios de los años setenta en la ENAH; Lo que podría ser la Antropología. Me ayudó a entender por qué algunos (as) antropólogos (as) dimos la espalda a la etnografía como se entendía en los tiempos de la “Guía de Murdock”. Buscábamos otra cosa. Para empezar, hay que situarnos en el contexto del post octubre 1968. Ahí hablo de la antropología inglesa al servicio de la administración colonial además de citar a Marx respecto a las tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversas maneras el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Ese y otros enunciados, a veces muy ideologizados lo reconozco, marcan mi obsesión con la toma de conciencia de la necesidad de un cambio social y, entreverado en aquel texto, la necesidad de la toma de conciencia del sujeto para esta trasformación. Argueta y Pérez R. (2019) constatan cómo “ciertos sectores han generado nuevos ámbitos de participación y colaboración con los pueblos que han sido históricamente sus objetos de estudio […]. Así, desde la antropología militante y la antropología marxista, […] se cuestionaron fuertemente las políticas etnocidas e integracionistas de los Estados nacionales y se propuso generar una antropología activa”. Sobre esto obligada es la referencia al etnomarxismo, el Manifiesto de Barbados y Clali (Consejo Latinoamericano de Apoyo a las Luchas Indígenas) en 1972 (López y Rivas, 2009).

Es un poco más tarde, por la ocasión de un viaje a Colombia, que conocería algo más sobre estos procesos de concientización con el método de trabajo de Orlando Fals Borda, sociólogo contemporáneo de Paulo Freire: la Investigación-Acción-Participativa (IAP). Esta visión era muy diferente de lo aprendido en la escuela donde se nos enseñaba que el investigador debe ser neutral y mantener esta relación entre investigador e informante o investigado. Mi visión de cómo podría ser la antropología, si bien no hacía referencia a la necesidad de “decolonizarnos”, estaba dirigida a buscar el cambio, hacer una etnografía enfocada a denunciar las desigualdades e injusticias. El enfoque de la educación popular basado en la pedagogía de la liberación de Paulo Freire podía darle un sentido transformador a mi participación como investigadora en los escenarios rurales donde, en paralelo, tenía además algunas veces una actuación como militante política.

Estas tendencias se vieron además nutridas por los debates en torno al colonialismo interno (González Casanova, 1963), por las propuestas de Rodolfo Stavenhagen (1963) acerca de la relación entre clase y etnia y por las discusiones sobre el compromiso social de los antropólogos. En aquella época se acuñó el término de “Antropología comprometida”. La generación de algunos de mis maestros, en su libro crítico del indigenismo, De eso que llaman Antropología mexicana, (Warman et al., 1970), planteaban la necesidad de abandonar las pretensiones de homogeneización cultural de los indígenas y buscar de otra manera apoyar su “liberación”.[4]

Después de mi experiencia de cooperativismo tropical tuve una oportunidad de realizar una investigación sobre la Revolución Verde en Puebla con lo que, en este último caso, mi espíritu antimperialista se dio vuelo. Es así como me acerqué al mundo rural más que desde la Antropología, desde la Sociología rural gracias al mundo de investigación que me abrió mi director de tesis Rodolfo Stavenhagen. Influyeron en mi camino las lecturas de Eric Wolf (1973) y Gerrit Huizer (1970 y 1974) también del marxista pakistaní, Hamza Alavi, en su discusión respecto al papel de la clase campesina (campesinos medios) en la Revolución, visión diferente de la del PCM en México en los años sesenta y setentas. El interés teórico en la estructura de clases sociales en el campo respondía a la necesidad de esclarecernos el papel que el campesinado mexicano podía jugar para la transformación social que en aquel tiempo concebíamos como la Revolución o la toma de poder.

Después del movimiento del 68, el auge en tomas de tierras y el resurgimiento de grupos armados en el campo y en la ciudad condujo al Estado mexicano a modernizarse para no perder el control. Instituciones como el Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital, Hidalgo, con el cual el IIS -UNAM tenía un convenio de colaboración justamente respondían a esta necesidad del Estado de sacrificar a algunos caciques regionales resistentes a la modernización política. En el proyecto Estrategias de dominación y poder político en el Valle del Mezquital coordinado por dos investigadores marxistas, Roger Bartra, antropólogo y Sergio de la Peña (qepd), economista, además de Julio Labastida (qepd), sociólogo, algunos de nosotros, nos acercamos a entender la realidad ciertamente más desde la visión marxista que como antropólogos. Desde mis trabajos en la Sierra Norte de Puebla a inicios de los setenta y en el proyecto en el Valle del Mezquital una inquietud constante ha sido esclarecer estructuras de mediación como el caciquismo y otras formas de control político para reproducir los mecanismos de explotación y dominación (Paré, 1977). Mi marco de referencia teórico me lo proporcionó principalmente la antropología. Entender el funcionamiento de las formas de dominación política era muy importante. Si bien ésta era una aproximación necesaria, a la vez considero tener una deuda con una visión que en aquellos tiempos no integró la cuestión étnica, ni la cultura y escasamente el aspecto ambiental. Lamento no haber practicado la etnografía de mi amigo y colega Pierre Beaucage quien, desde entonces, ya con buen manejo de la lengua local empezaba una larga carrera de talleres de tradición oral y diversas formas de investigación colaborativa.

Además de estudiar a Marx tuvimos la oportunidad de acercarnos a la abundante literatura de la “nueva antropología”, imbuida de un marxismo crítico, renovado. Autores como Claude Meillassoux por ejemplo, a mí por lo menos, me alejaban de esos casilleros estrechos de la polémica (campesinistas-descampesisnistas). Muy importantes fueron para la discusión los trabajos de Godelier, Copans, Samir Amin, Vergopoulos. En América Latina, un neomarxista dentro de la teoría de la dependencia, Gunther Frank (1967), planteaba que para las periferias del sistema “mundial capitalista, no existe otra salida al “desarrollo del subdesarrollo” más que la revolución socialista, a la vez “necesaria y posible”.

Íbamos conociendo la dura realidad de los cosechadores de jitomate, migrantes de diferentes partes del país al valle, aunque nuestra perspectiva relacional era en su calidad de entrevistados fuera de su contexto y, a la par, pasábamos los fines de semana en la región cañera de Atencingo estado de Puebla. Si bien en lo académico hacíamos un análisis comparativo entre obreros del cañal y pizcadores del Mezquital, en ambos casos mayormente campesinos sin tierra o con algo de tierra, en Puebla nuestra presencia tenía además un carácter político: sobre las cenizas del movimiento jaramillista brutalmente sofocado en 1962 con el asesinato de Rubén Jaramillo se intentaba contribuir a la reagrupación del movimiento, trabajando en particular con los cortadores de caña. En este caso la estrategia subyacente por supuesto no era la sindicalización y la apuesta a los asalariados agrícolas como supuso la famosa polémica campesinistas-descampesinistas sino colaborar con un movimiento político que pudiera derrocar las estructuras políticas existentes, caciquiles, corruptas, antidemocráticas y represoras. Esta era nuestra ilusión y mi manera de tratar de juntar teoría con praxis. A la postre no veo que la investigación haya tenido una incidencia directa en procesos organizativos locales.

Por mucho tiempo, así iba a entender eso del compromiso académico: escoger temas de relevancia política, hacer investigación de corte académico, pero, a la par, acercar los resultados a los más interesados, los campesinos o los asalariados agrícolas en el marco de la solidaridad con los movimientos (foros, congresos agrarios, periódicos murales para comunidades, etcétera). Muchas veces era un investigar para y no con, pero también hasta cierto punto, aunque a veces reflexionar con las “dirigencias” juntos en espacios compartidos. Siguieron ocho años de trabajo sobre la problemática cañera-azucarera. Por un lado, desentrañar quien es el patrón en este complejo entramado entre cortadores de caña y el capital donde la intermediación del cañero empaña una visión más directa y clara de la contradicción capital-trabajo. El otro tema que me cautivó era la estructura organizativa de los cañeros, totalmente corporativa, por cierto, lo que me llevó a escribir trabajos sobre su control económico y político.

Aun no entendía bien la IAP como un proceso donde reflexión, investigación y publicación involucran desde el inicio a los “objetos” o más bien los destinatarios de los beneficios de estudio. Era más bien trabajar sobre un tema para distintos públicos y buscar la forma de compartir eventualmente los resultados académicos, en un lenguaje obviamente inapropiado para la reflexividad deseada. No era un proceso de co-construcción de conocimientos.

En mi periodo “cañero-azucarero”, mi lado pragmático, mi impronta hacia el cambio social me condujo a buscar visibilizar la problemática de los cortadores de caña, con publicaciones y videos además de sensibilizar a la instancia gubernamental responsable (Comisión Nacional de la Industria Azucarera) de velar por mejores condiciones de trabajo y vida para estos trabajadores del cañal.[5]

“Don Félix Serdán Nájera (1917-2015)”. Foto: Martín Boege Paré.[6]


Sería años después que, a partir de un marxismo crítico y los trabajos de Gramsci soplarían nuevos vientos en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. La preocupación de Gramsci no es sólo teórica sino política: se pregunta por la posibilidad de que esas personas que comparten la situación de desigualdad puedan constituirse en sujeto colectivo, en una voluntad nacional popular capaz de transformar. En cierta coyuntura nos acercamos a una perspectiva relacional que podía haber ido en este sentido. En el contexto de la solidaridad de un grupo de profesores de la ENAH con la Coalición de Maestros y Promotores Indígenas de Oaxaca algunos maestros indígenas solicitaron apoyo para realizar una investigación, desde una antropología critica, en la región de Tuxtepec, Oaxaca donde se enfrentaban a fuertes cacicazgos y donde buscaban impulsar procesos organizativos. Junto con los estudiantes compartimos análisis político con estos “intelectuales orgánicos” tanto sobre la situación nacional como regional. Esta forma de reflexión compartida con los que considerábamos los “intelectuales orgánicos” no está muy alejada de lo que hoy se llama “transdisciplina o co-construcción de conocimiento con los actores locales (Merçon, 2021). Era, como lo expresó Eckart Boege, coordinador de este proyecto, una ruptura con esta práctica común extractivista de obtener materiales de campo y elaborar de manera individual los resultados (Boege, 1977).

En esta discusión conmigo misma a lo largo de mi carrera, respecto a la relación entre la teoría y la praxis por un lado y, por otro, mis improntas hacia la acción y la reflexión compartida con los sujetos tuve un siguiente viraje tan fuerte como mi giro desde la arqueología hacia la antropología social. Esta preocupación por “ser útil”, desde una “antropología comprometida” me hizo dar el viraje hacia temas ambientales, no sólo por las evidencias cada vez más desastrosas de la ruptura del equilibrio entre sociedad y naturaleza sino por cuestiones identitarias propias. Suelo contar una anécdota que va así: En un tiempo en que me ausentaba mucho en las noches para ir a editar un documental sobre cortadores de caña mi hijo de apenas unos 4 años me preguntó “¿Tú eres cortadora de caña?” Más allá de que mis salidas coincidían con la hora de leer el cuento antes de dormir me pesaba esta inevitable distancia entre nuestra realidad social como investigadores y la realidad de las personas con las que trabajamos, sea en ambiente rural o urbano. Este giro me hacía sentir parte de una problemática que nos atañe a todos y todas y que es nuestra responsabilidad común atender, más allá de nuestras diferencias culturales o de clase. Creaba para mí un piso común. Coincidió mi voltereta existencial con un ritual en una madrigada fría del Valle de México donde mi familia y otros ambientalistas lanzamos sobre una balsa con inciensos y flores buenos augurios para el recién inaugurado lago Nabor Carrillo, cerca del aeropuerto de la Ciudad de México, lugar donde ya podían regresar las aves migratorias.

En el contexto de una colaboración con activistas e investigadores (Iteso) involucrados en la problemática socioeconómica del lago de Chapala desde una perspectiva de educación popular me enfoqué a la problemática ambiental compleja de este gran mar interior alguna vez indicado en los mapas como Mar chapalensis. Ahí se manifiestan las contradicciones entre ciudad y campo en torno al agua, entre quienes viven de la pesca y quienes viven del campo. La intención era muy ambiciosa, impulsar una organización regional, autogestiva, capaz de abogar por las regulaciones necesarias para una gestión más sustentable del lago. Un aprendizaje, y no sería ni la primera ni última vez que lo constataba, fue que, sin organización local, los esfuerzos de un investigador son limitados además de que llegar a organizar no es su papel. Lo que sí nos atañe es sumarnos cuando existen convergencias y empatía.

Después de esta experiencia y otra en Yucatán, enfocada en temas de ecosistemas pesqueros y costa, me trasladé a vivir al estado de Veracruz. Desde el paradigma de la sustentabilidad, en su auge en tiempos de la Cumbre de Río (1992), con un equipo interdisciplinario y ante una crisis ambiental fuerte que afectaba las condiciones físicas de subsistencia de una población rural e indígena del sur del estado emprendí una aventura que iba a durar 20 años. Nos metimos de lleno, desde la perspectiva de la IAP a la reflexión sobre algunos aspectos de esta crisis y la búsqueda de alternativas para una gestión más sustentable de los distintos espacios de producción: la milpa, el solar, el acahual, el monte y las lagunas. Gracias al antropólogo canadiense Daniel Buckles y de promotores guatemaltecos y de Tlaxcala aprendimos de la metodología “de campesino a campesino” a intercambiar conocimientos y experiencias para encontrar soluciones al empobrecimiento del suelo y al desplazamiento del germoplasma nativo. Íbamos a contracorriente con el uso de fertilizantes químicos y agrotóxicos y la gente se capacitaba como experimentadores promotores de cambios tecnológicos.[7] Fue relevante desde el punto de vista antropológico la participación de Jacques Chevalier, de la Universidad Carleton, Canadá. Gracias a estos aliados se logró la participación inicial del organismo de colaboración IDRC (Internacional Development Research Center).

A la vez nos unimos con nuestros propios conocimientos a una lucha contra un proyecto incompatible con la vocación e intereses del territorio o sea el intento por establecer plantaciones de eucalipto. Colaboramos en la creación de una ANP que pudiera detener el proceso de degradación ambiental e impulsamos otros proyectos y alternativas para una gestión más sustentable de las áreas boscosas. Formamos comisiones municipales de ecología y posteriormente un comité de cuenca para involucrar a los usuarios urbanos del agua en aportar a la compensación por servicios ambientales. Se realizaron talleres participativos de diagnóstico para definir planes comunitarios para la gestión del territorio, principalmente de las parcelas individuales o de los espacios de interés para las mujeres, pero también con la visión territorial del bien común como el agua, los ríos, y laguna y áreas forestales comunales. Se crearon redes regionales y comunidades de aprendizaje en torno a intereses comunes, se compartieron experiencias y publicaciones. La colaboración con políticas públicas como las ambientales y las Áreas Naturales protegidas obviamente nos ha traído críticas desde una perspectiva más radical respecto al cambio. Ante la imposibilidad de ampliar aquí y para abarcar este proceso hasta fechas más recientes sugiero la lectura de Paré y Fuentes (2007).

No es posible profundizar aquí en esta experiencia que ha formado estudiantes, ha sido visitada por muchos académicos y sobre la cual se han escrito diversos trabajos. Ha habido éxitos y fracasos por supuesto, pero sobre todo aprendizajes en el trabajo conjunto entre actores locales y externos en la co-construcción de conocimientos y en tomas de decisiones sobre rutas a seguir en la búsqueda de cambios.

La apropiación de la tecnología y de diferentes iniciativas de manejo sustentable de recursos naturales de parte de los campesinos requiere de un marco institucional y legislativo adecuado que rebase los factores coyunturales, como es el apoyo temporal de una ONG, la constitución de un programa gubernamental sujeto a cambios políticos, la apertura de líneas de crédito que apoyen las propuestas tecnológicas que así lo requieren. La existencia de organizaciones regionales autónomas constituye la mejor condición para posibilidades de seguimiento (Paré, 2010).

Los interlocutores iniciales que se transformaron en promotores de nuevas prácticas agroecológicas, eran miembros de comunidades eclesiales de base (CEB) y por lo tanto provenían de un proceso de educación popular. El diálogo de saberes como se dice ahora, establecido con ellos, ayudó a valorizar aspectos de su propia cultura en términos del cuidado y respeto a la tierra a la vez que innovaban con nuevas prácticas campesinas de cultivo, exitosas en otras partes. Esta corriente de la Teología de la Liberación privilegia la transformación personal para lograr cambios en otro nivel, el familiar y el comunitario, por ejemplo. Fomenta mucho lo que es el desarrollo humano, el compromiso, la solidaridad, entre otros valores. Esta condición complementó de manera ideal el trabajo de formación que impulsábamos, un trabajo más técnico y financiero, aunque debo decir que esta pertenencia social inicial no se mantuvo. La perspectiva relacional se sometió a la dinámica asociada a la acción, a las expectativas de los actores locales que suelen mostrar mayor interés hacia proyectos productivos de corto plazo.

Un tema ineludible en este tipo de experiencias es el del impacto logrado, sobre todo en términos de transformación. Aunque el proceso de diagnóstico-análisis-reflexión-diseño y rediseño de estrategias y alianzas con otras organizaciones creó temporalmente un espacio organizativo y demostró la viabilidad de ciertas alternativas varios de estos emprendimientos no tuvieron seguimiento, ni se difundieron ampliamente y tampoco se mantuvieron las redes creadas. Considero no sólo que los resultados son a largo plazo, sino que, como las semillas en el surco, se requiere de ciertas condiciones del entorno social, natural, institucional, generacional para la maduración, generación y crecimiento. Por ejemplo, el proceso referido no obstante sus limitaciones, dio origen a otros procesos, a veces hasta por desacuerdos o disidencias y, en el contexto actual otros actores locales o los mismos se articulan alrededor de la defensa de la cultura, del territorio y de la vida frente a proyectos extractivistas, proyectos de muerte.

Reflexiones finales

De esta breve reseña de mi camino, camino hecho al andar y con muchas improvisaciones, a la luz de un contexto político hoy diferente, con lo que voy aprendiendo o entendiendo últimamente y con la distancia necesaria de ciertos procesos veo más claramente las limitaciones de una praxis espontánea, carente del encuadre necesario tanto en lo político como en lo académico. La relación entre el o la antropóloga y los actores locales conlleva la carga histórica, no sólo de nuestra propia disciplina sino de relaciones anteriores entre población local y actores externos. Es así como la impronta o pulsión para atender problemas, muchas veces adquiere tintes paternalistas por los imaginarios o expectativas de cada quien. El tema del objeto-sujeto no termina con nuestro sentir que no tratamos a las personas como informantes-objetos.

En efecto, decolonizar nuestra intervención implica acompañar o promover, según el caso, un proceso de reflexividad sobre la realidad que se vive, desde una solidaridad sin paternalismos. Los vasos comunicantes entre teoría y praxis o plataformas dialógicas con respeto hacia formas distintas de conocimiento contribuyen al desarrollo o fortalecimiento de este sujeto social colectivo capaz de recuperar su historia, de visualizar otro futuro posible y caminar hacia él. El trabajo en comunidades de aprendizaje, en redes con otros sujetos colectivos potenciales permite avanzar también, pero recordemos que muchas veces las condiciones locales no están maduras para nuestros imaginarios de transformación.

En un contexto de fuerte erosión del tejido comunitario, de inercias de relaciones clientelares con el Estado, de tensiones entre las formas tradicionales de producción y de apropiación del territorio, donde éste ha sido fragmentado en parcelas individuales y donde las políticas públicas son de corte asistencialista y de atención bilateral Estado-familias, se plantean retos particulares.

En estos años de neoliberalismo y de sed de nuevas formas de oro, de destrucción de modos de vida y de identidades, de despojo de territorios han surgido movimientos sociales tanto en medios rurales como urbanos. Las comunidades desarrollan sus capacidades para definir su propia agenda y plan de vida, reclaman su capacidad de decidir sobre sus territorios, defienden el bien común como eje articulador de una nueva relación sociedad-naturaleza. Desde la antropología y otras ciencias sociales, desde otras formaciones académicas que tienen como eje la sostenibilidad y la complejidad, desde algunas universidades interculturales y otros espacios de reflexión y pedagogías alternativas se está acompañando procesos de resistencia y defensa del territorio y de reapropiación y revalorización de la cultura por parte de grupos sociales subalternizados ya conformados como sujetos colectivos con capacidad propia de agencia. Desde un enfoque metodológico transdisciplinario, en un diálogo entre actores con diversos tipos de conocimiento la antropología puede encontrar un campo fértil para la solución de problemas complejos y para la transformación (Merçon, 2021). Es en una perspectiva relacional de esta naturaleza que la investigación encuentra las condiciones ideales para contribuir a la transformación social, siempre desde una actitud responsiva a los intereses y necesidades del otro y compartidas en bienes comunes globales y en una constante deconstrucción, decolonización de nuestra manera de hacer antropología, con mayor comprensión de la perspectiva del otro (a).

En estos tiempos de crisis climática, de incertidumbres, de crisis del propio capitalismo Eric Hobsbawm, hace 10 años escribía que “lo que nunca perdió importancia contemporánea es la visión de Marx del capitalismo como una modalidad históricamente temporal de la economía humana y su análisis del modus operandi de éste, siempre en expansión y concentración, generando crisis y autotransformándose¨. (Hobsbawm 2011). Esta autotransformación, al calor de los aprendizajes que nos deja la crisis global abre las puertas hacia muchos futuros y utopías posibles. ¿Qué puertas abriremos?

Bibliografía


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  1. En estos días de muertos dedico este artículo a mi amiga Sara Lara (QEPD) que consagró su vida académica al estudio de los y las trabajadoras agrícolas, mostró las variadas formas de explotación por medio de la contratación de mano de obra barata y flexible, de las jornaleras y en sus últimos días con nosotros en esta tierra hizo aportaciones importantes sobre las políticas públicas relacionadas con trabajadores migrantes, en México y en Canadá.
  2. Jubilada, pero se siente parte de esta comunidad,
  3. Escogí esta fotografía por el trabajo compartido con este grupo de reforestadoras y reforestadores y por un trabajo compartido con mi hijo, cuando respondiendo a la solicitud de ellas y ellos hicimos el documental “Pajapan: Agua y monte para siempre”. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=PsbB-NJV4ys&t=18s
  4. Warman con los siguientes coautores, Guillermo Bonfil Batalla, Margarita Nolasco Armas, Mercedes Oliveira y Enrique Valencia, parte del grupo conocido como los 7 magníficos.
  5. En este trabajo se involucró otra antropóloga, Irma Juárez de la UAM-A. con participación de estudiantes que se iban formando en estos trabajos y a la vez apoyando algunos programas de mejoramiento de condiciones de vida.
  6. Don Félix Serdán Nájera (1917-2015), entre muchas particularidades, obrero de ingenio Zacatepec, en algún momento bracero en Estados Unidos, fundador de la Unión Regional de Ejidos y Comunidades del sur de Puebla (URECSEP), ratificado Mayor y asesor por el EZLN, miembro del Consejo Consultivo de la Universidad campesina del Sur. Félix Serdán, el superviviente zapatista-jaramillista más destacado, respetado y querido por militantes y dirigentes de los más importantes movimientos sociales de México. (García Jiménez, Plutarco Emilio)- Zapata en el corazón del pueblo. Una militancia ininterrumpida desde 1942 hasta febrero de 2015 cuando se extingue. en memoria de este gran hombre, de pequeña estatura, amplios bigotes y sonrisa. Esta fotografía de don Félix en una de tantas marchas en la Ciudad de México. Me consta que don Félix hablaba con cariño a los peces como lo escuché una mañana, inclinado sobre la pecera, en nuestra casa donde tuvimos el honor de hospedarlo.
  7. Para más detalles sobre esta etapa ver publicaciones de D. Buckles en Cimmyt y su blog https://www.artivismcan.net/post/chapter-4-a-land-without-gods así como su libro con Jacques Chevalier: A Land without Gods.