Acciones marginadas y ninguneadas pero básicas: Coronavirus y proceso de autoatención (#)

Dr. Eduardo L. Menéndez,
Investigador, CIESAS Ciudad de México

Los procesos de salud/enfermedad-atención/prevención son estructurales en toda sociedad de la que tenemos información específica, dado que son decisivos para la producción y reproducción no solo de las sociedades, sino de la vida de los sujetos y de los microgrupos que las constituyen. Sin embargo, dichos procesos han sido manejados, como dirían los sociólogos, como variables dependientes, sin asumirlos como procesos que condicionan estructuralmente nuestra vida colectiva. Tal es el caso de la actual pandemia de coronavirus que genera o está contribuyendo a generar, una de las mayores crisis económicas y sociales del capitalismo, lo que da lugar a pensar en las posibilidades de un cambio de sistema económico/político o del inicio de procesos que conduzcan a ello. Más aún, varios intelectuales nacionales ven dicha posibilidad como un proceso inevitable, hablándonos de daño ecológico irreversible, de crisis final del capitalismo, o de cambios civilizatorios.

En este pequeño texto no me voy a referir a esas, más o menos espectaculares y especulares   consideraciones intelectuales, sino que voy a comentar la significación que tiene uno de los procesos estructurales de nuestras sociedades y de nuestras vidas, frecuentemente ignorado, pese a ser básico para la reproducción social y biológica a nivel de los sujetos y microgrupos: me refiero a los procesos de autoatención y a sus relaciones con la actual pandemia.

Autoatención o autocuidado como disyuntivas técnico/ideológicas

Uno de los aspectos que evidenció la pandemia a través de todo su desarrollo fue el papel decisivo que ha tenido y tiene la autoatención, aunque no el autocuidado. Subrayo esta diferencia debido a que la autoatención refiere a un proceso social que se basa en los microgrupos (y a veces mesogrupos), mientras el autocuidado tiene que ver, exclusivamente, con los individuos. Como sabemos, una de las consecuencias de la pandemia ha sido el ‘encierro’ de los sujetos en sus hogares, lo cual obliga en forma permanente a relaciones, tanto reales como imaginarias, con otros sujetos cuyo objetivo respecto de la pandemia sería el cuidado de todos y no sólo el de uno mismo. De esta manera, aparece así en toda su evidencia el papel, el peso, la significación del otro y de los otros para cada sujeto, ya que lo decisivo en las relaciones de contagio no es el sujeto, sino la relación y el quehacer con los otros.

Durante esta pandemia, el peso de las relaciones sociales como “factor” de mortalidad fue recordado por unos pocos analistas, respecto, por ejemplo, de procesos que ocurrieron en la ciudad de Chicago (EEUU) hace varias décadas, donde, durante dos semanas de fuerte calor, murieron alrededor de setecientos ancianos; caracterizándose la mayoría por ser pobres, vivir solos y ser afroamericanos. En contraste, ocurrió que los ancianos pobres de origen latinoamericano, sobre todo mexicanos, que vivían en Chicago, durante dicha canícula tuvieron muy bajas tasas de mortalidad debido, básicamente a que, casi todos, vivían en compañía de sus familiares.

También resulta interesante advertir que, al menos en el caso de los medios de comunicación masiva mexicanos, no se recordó un hecho similar, pero más grave aún; me refiero a la mortalidad de millares de ancianos ocurrida también hace pocas décadas, especialmente en Francia, durante otra ola de calor. En dicho caso, la mayoría de los que murieron fueron ancianos de clase media, quienes durante tres y cuatro semanas estuvieron solos, pues sus familias se fueron de vacaciones los meses de julio y agosto.

Recuerdo estos dos hechos, porque si bien, los medios de comunicación masiva han insistido en la gran cantidad de ancianos muertos durante esta pandemia, especialmente en centros geriátricos, todavía no tenemos datos sobre los ancianos que murieron solos en países europeos, en EEUU y en países latinoamericanos. Aclarando que, lo que me interesa subrayar es el papel que pueden tener las relaciones sociales, no sólo las familiares, en la causalidad o en la evitación de las muertes cercanas que operan en los microgrupos, y que se han evidenciado con la actual pandemia.

Lo anterior también nos remite a considerar el papel de la autoatención, y a no olvidar que, entre los hechos de mayor dramatismo narrados por personal de salud, especialmente los relatados por las enfermeras, están los casos de los ancianos, y no ancianos, que han muerto solos, sin la presencia de familiares como medida para evitar la transmisión del virus. En este sentido, es muy importante recordar que la atención al moribundo, al muerto y a la muerte, son actividades básicas de la autoatención, especialmente en un país como México.

La autoatención implica, por lo tanto, la relación yo/otros como parte de un todo que somos nosotros, más allá del tipo de relaciones sociales que desarrollemos. Además, es necesario reconocer que la autoatención se caracteriza por la multiplicidad de tareas que incluye y desempeña cotidianamente, y referida a muy diferentes dimensiones de la realidad, aunque sobre todo a los procesos de salud/enfermedad/atención/prevención. Por lo que es importante asumir que, a partir del día en que fue reconocida la existencia del virus y su posible contagio, la Organización Mundial de la Salud (OMS), los Sectores de Salud de todos los países afectados y el personal de salud de estos, plantearon la autoatención como la principal estrategia de prevención. Ante la ausencia de una vacuna específica, ante la inexistencia y/o ignorancia de cuáles fármacos podían ser eficaces, las únicas medidas que podían tener efecto eran y siguen siendo, las preventivas basadas en la autoatención, y no sólo en el autocuidado, dado que, para evitar el contagio, no basta con que me cuide a mí mismo, sino que nos tenemos que cuidar todos los miembros del grupo que viven en una casa, tenga una o cinco habitaciones. Y por supuesto, tenemos que cuidarnos no solo en nuestros hogares, sino también fuera de casa, ya sea en el supermercado, en el banco, en la farmacia, en los lugares de trabajo y en todos los espacios colectivos en donde necesitemos actuar.

Este proceso, sustancial en nuestras vidas, ha sido ignorado por los teoricistas (sic) así como por los ideólogos y practicantes del autocuidado, aun cuando se expresa cotidianamente a través de los procesos de autoatención que estructuralmente necesitamos desarrollar. Sin embargo, pese a que lo estamos viviendo en forma dramática a través de la pandemia y de que los medios de comunicación lo transmiten constantemente, la mayoría de nosotros no asume el papel que estamos desempeñando. Es decir, asumir, y no sólo reconocer, que el “poder” no solamente el social sino también el técnico frente a la pandemia está en gran medida en nosotros mismos.

Por ello, lo básico que la OMS y el sector salud mexicano nos indicaron, y siguen indicando, fueron actividades de autoatención: lavarnos las manos en forma profunda y frecuente; no tocarnos la cara; no saludarnos de beso ni darnos abrazos; no tocarnos ni tampoco toser ni estornudar sobre el otro; mantener la “sana distancia”; quedarnos en casa, salir lo menos posible; limpiar todos los objetos del hogar, especialmente aquellos que vienen del exterior; usar mascarillas al salir a la calle, así como otras actividades menos mencionadas. Asimismo, las autoridades de salud pública recomendaron no auto-medicarse con ningún tipo de fármacos, ni con otras sustancias que presuntamente tuvieran alguna eficacia contra el virus. También recomendó rechazar los mensajes que son emitidos por internet y por otros medios de comunicación tradicionales que inducen a determinados comportamientos y usos que podrían resultar perniciosos. Más aún, el Sector Salud nos indicó cuáles son los principales síntomas de esta enfermedad, para que nosotros hiciéramos un primer diagnóstico y decidiéramos acudir o no al médico, lo cual forma parte de la autoatención.

Al respecto, necesitamos reconocer que estas, así como otras medidas similares, fueron las primeras que los sectores técnicos internacionales y nacionales comunicaron a la población. Es decir, iniciada la pandemia en China, los médicos no sabían, en este ni en ningún otro país, cuál era la causa del nuevo virus, sino que establecieron presunciones sin arribar a ninguna certeza. Además, los profesionales no contaban con vacunas específicas, ni tampoco sabían qué fármacos podían tener algún tipo de eficacia; de tal manera que lo único que sabían era que había que evitar el contagio, y ello dependía de la autoatención, es decir de los saberes (representaciones y prácticas) de los sujetos y grupos, y, por lo tanto, sobre ellos había que incidir. Y si bien, cuando más adelante pasaron a primer plano el número de casos que requerían hospitalización; sin embargo, en ningún momento la autoatención dejó de ser la estrategia central en los comunicados del sector salud y de la OMS, máxime cuando la mayoría de los países fueron aplicando algún tipo de cuarentena.

Ahora bien, para evitar equívocos, aclaro que no propongo una autoatención autónoma que decide lo que ocurre en la realidad, por más cuota de poder que tenga; ya que considero que los sujetos y microgrupos que están ejerciendo la autoatención de los padecimientos operan transaccionalmente con los sujetos y grupos que están operando las acciones y orientaciones del sector salud y de otros sectores de gobierno. Por lo que, el grado de autonomía o dependencia, así como los tipos de autoatención utilizados, dependerá de las características y posibilidades de los actores sociales que ejercen la autoatención.

Por lo que, la posibilidad de aplicar las medidas de autoatención evidenció las condiciones de desigualdad y pobreza de la población, ya que la mayoría de los que trabajan en la informalidad no pueden quedarse en sus casas, pues se ven obligados a salir a trabajar para poder vivir. Porque los mismos suelen residir en lugares carentes de servicios sociales básicos, como por ejemplo ocurre con el aprovisionamiento de agua, ya que o carecen de ella o solamente la tienen unas pocas horas al día. Además, gran parte de los ‘pobres’ viven hacinados en una o dos habitaciones, de tal manera que les es imposible mantener “la sana distancia”, así como tampoco pueden comprar cubrebocas, debido al poco dinero que ganan y que se dirige a otros objetivos. Tampoco son los pobres los que realizan compras de ‘pánico’ de gel, de cubrebocas o de medicamentos, como parte de la autoatención; pero asumiendo además que estas desigualdades y carencias tienen una consecuencia final: los pobres están muriendo más que ningún otro sector social por esta pandemia, en gran medida porque no pueden realizar la mayoría de las prácticas de autoatención recomendadas por el sector salud mexicano.

Y no las pueden utilizar por las razones sociales y económicas señaladas, y no por ignorancia, desidia o rechazo o, mejor dicho, muchas veces las rechazan porque saben que no las pueden utilizar. Esto no niega que en las altas tasas de mortalidad de la población pobre de México interviene la existencia de padecimientos crónicos que favorecen dicha mortalidad, pero sin colocar en los mismos la explicación básica de sus tasas de mortalidad diferenciales. Por ello, aunque sea obvio, necesitamos recordar el papel decisivo de la pobreza, dado que las interpretaciones biomédicas oficiales suelen marginarlo o excluirlo por varias razones, pero sobre todo por razones ideológicas, que no podemos analizar ahora.

La vida no es solo relato

Si bien la vida es en gran medida rutina y repetición, lo que suelen rechazar gran parte de los intelectuales en la actualidad; sin embargo, el confinamiento que estamos viviendo lo está evidenciando en forma tal que, hace difícil ignorarlo por aquellos analistas que ven en cada uno de nosotros una especie de héroe cotidiano que modifica la realidad, o por lo menos su realidad. La confinación obligada por la cuarentena puede poner en evidencia las capacidades inventivas de los sujetos y de los microgrupos para generar formas de recreación, de no aburrimiento, de convertir el trabajo en entretenimiento; pero, lo que también pone en evidencia es que gran parte de nuestras vidas –tal como proponen los durkheimianos y neodurkheimianos, incluido no solo P. Bourdieu sino también J.P. Sartre– es rutina y repetición, ejercidas en gran medida a través de la autoatención. Y, si bien el trabajo cotidiano, los esparcimientos de fin de semana, la “pasión” por el futbol, el alcohol, la mariguana, el sexo y, últimamente Netflix, impiden o limitan asumirlo; ocurre que ahora en forma reflexiva o no, puede emerger dicha condición rutinaria y repetitiva constituyendo una de las bases de posibles angustias, ansiedades, depresiones y/o violencias.

Es dentro de este contexto de rutina y repetición, caracterizado por relaciones sociales obligadas a cumplir en forma constante, que surgen alegrías y miedos hacia los otros y hacia nosotros mismos. En estos procesos cotidianos, durante la pandemia han surgido gran variedad de acciones que incluyen xenofobias y agresiones junto con homenajes al personal de salud, y acciones colectivas de ayuda a ancianos, inclusive desconocidos, que viven solos. Más aún, el actual confinamiento, nos permite observar que parte de las relaciones cercanas se caracterizan por ser violentas y no violentas, a veces simultáneamente; así como también hace evidente que, una parte de las agresiones hacia mí mismo, tienen que ver con los otros cercanos. Y ello, sin que el Sector Salud sepa muy bien qué hacer respecto de esas violencias cercanas, incluidas las autoagresiones, más que recomendar acciones que, posiblemente, nos tranquilicen durante unos momentos, pero cuya eficacia es azarosa y frecuentemente inútil.

Para concluir, considero que esta pandemia posibilita el desarrollo de reflexiones teóricas y de propuestas prácticas en relación con casi todos los aspectos de la vida colectiva, tanto en el nivel macro como en el microsocial. En mi caso, verifica una vez más que no sólo los procesos de salud/enfermedad/atención/prevención constituyen posiblemente los principales espías de las contradicciones de los sistemas y de las ideologías (o tal vez deseos) de los intelectuales, sino que evidencia lo que vengo proponiendo al Sector Salud, desde que trabajaba en el mismo, hace casi cuarenta años. Me refiero a la necesidad de impulsar, de favorecer, de utilizar las diferentes formas de autoatención desarrolladas estructuralmente por los micro y mesogrupos, dado que las mismas constituyen el primer nivel de atención real de los padecimientos, que no sólo debe ser reconocido y usado durante contingencias como la actual pandemia, sino que debe ser parte integral de las políticas de salud pública y de la mayoría de las políticas sociales.

A partir de investigaciones realizadas en el CIESAS, he promovido el uso de la autoatención no sólo como actividad técnicosocial sino como política de salud, lo que ha generado reconocimientos y discursos aprobatorios inclusive por el Sector Salud, y de lo cual me congratulo. Sin embargo, la biomedicina y el Sector Salud siguen promoviendo el autocuidado y no la autoatención, a través de concepciones y objetivos individualistas, lo que una vez más me indica que los discursos suelen modificar muy poco la realidad, no sólo por ser discursos, sino por las orientaciones de los “dueños” de la realidad.

Para concluir, reconozco que, en el texto presentado, hay dos notorias ausencias, y me refiero a los procesos de autoatención de tipo autogestivo que fueron emergiendo en diferentes contextos, así como al papel que están cumpliendo las nuevas formas de comunicación digitales, ya que ambas son parte intrínseca de los actuales procesos de autoatención.

                                                                  Coyoacán, Ciudad de México, 5 de mayo de 2020.

 

(#) Este texto es parte de un trabajo mayor que estoy desarrollando.