Publicado enAño 33 Cinemantropos Núm. 355
La ironía y la irreverencia como armas críticas: Memorias del subdesarrollo (1968) y La muerte de un burócrata (1966) de Tomás Gutiérrez Alea
Un fantasma deambula por La Habana de principios de los sesenta. Se podría llamar Pablo o Roberto o Sergio (que es efectivamente su nombre). Casi da igual. Mientras el régimen revolucionario, instalado pocos años antes, se enfrenta resueltamente a la presidencia de Kennedy en torno a la presencia de cohetes nucleares soviéticos en Cuba y grupos de contingentes populares desfilan orgullosos por la calle en defensa de la patria, Sergio simplemente no encuentra su lugar en ese mundo. Él es lo que Marx llamaba un pequeño burgués, alguien que no es, en sentido estricto, ni un explotador ni un explotado. Vive de la renta de inmuebles cuya propiedad ‒teme‒ podría perder en algún día (¿y entonces qué?), aunque siempre quiso ser un intelectual, que tampoco es. Su mejor amigo y su ex esposa han dejado la isla por otra vida en Miami, posiblemente muy similar a la que llevaron, junto con Sergio, antes del triunfo de los barbudos, de mucho dispendio y diversión. Y en su irredimible soledad y desconcierto, Sergio se sumerge en una relación que es más sexual que amorosa con una joven que en verdad le interesa poco; y ella en respuesta a la eventual indiferencia de él, arma un tremendo lío de aquellos, en que se entromete toda su familia ‒madre, hermano‒, generando una situación contradictoria: de un lado, le exigen a Sergio casarse con la chica, pero de otro, lo acusan ante la justica de violación. Lo cual da pie para presentar visos del sistema jurídico cubano, que hace mucho hincapié en lo formal (“en virtud del la ley y el artículo tal y considerando los siguientes hechos”) y poco más. Pero Sergio tampoco es víctima del sistema, sino más bien de sí mismo. Mientras el tribunal procede con la exoneración, él procede con su propio ostracismo. Alguien que, como cantara Facundo Cabral, no es de aquí ni de allá. No pesará en la balanza de la historia, si es que de eso se trata; como el hombre de ninguna parte de John Lennon, cuya estatua, sentado sobre una banca, irónicamente se encuentra en La Habana.