Sosteniendo la pandemia: mujeres y su contexto doméstico dentro del sistema capitalista patriarcal

Alitzel M. Díaz Barrera,[1] ENAH
Katia Aracelly Noh Canché,[2] ENAH
Marlen Rojas Migueles[3] ENAH


Ilustración de Alitzel M. Díaz Barrera.


En este texto reflexionaremos, a partir del cruce entre feminismo y marxismo, sobre la división sexual del trabajo bajo el sistema-mundo capitalista, sus imbricaciones patriarcales en términos históricos, y cómo éstas persisten y se agudizan en la vida de las mujeres en la actual crisis sanitaria.

Desde la experiencia de tres casos de mujeres, pertenecientes a familias asalariadas del área metropolitana de la Ciudad de México que comparten, entre múltiples actividades, el trabajo doméstico, se abordará cómo es que a través de esta labor se les ha sobreexplotado en lo que va de la crisis pandémica. Sostenemos que, bajo el confinamiento, se produjo una intensificación de las tareas del hogar y una ampliación del tiempo socialmente necesario para ejecutarlas. A las actividades domésticas y trabajos precarizados que ocupaban la cotidianidad de las mujeres antes de la crisis pandémica, se incorporaron, desproporcionadamente, otras prácticas del cuidado en el mismo espacio y de manera simultánea: la educación de los hijos producto del cierre de las escuelas y la asistencia de los enfermos, sólo por mencionar algunas.

Cargando con el hogar: el trabajo doméstico y la pandemia

«Las actitudes sociales más generalizadas continúan ligando la eterna condición femenina a las imágenes de la escoba y el recogedor, […] del delantal y la cocina y de la olla y la sartén […] Pero el trabajo doméstico femenino no siempre ha sido lo que es hoy, ya que como todo fenómeno social es un producto mutable de la historia.»

Angela Davis

La mujer, como principal encargada de las labores del hogar, cumple una función central dentro del proceso de acumulación del capital. El trabajo doméstico, de cuidados y reproducción de la vida, es uno de los pilares de la estructura económica y social capitalista, en tanto posibilita la reproducción de la fuerza de trabajo (Federici, 2018); sin embargo, a lo largo de la historia ha sido un trabajo invisibilizado, desvalorizado y considerado como una actividad “natural” asignada a la mujer bajo la consigna del “deber ser”.

En el contexto de la pandemia por Covid-19, el confinamiento obligatorio representó para las mujeres un incremento en sus labores domésticas y de cuidados, pues a sus actividades cotidianas se sumó, entre otras, la atención simultánea e intensificada hacia los integrantes de la familia reunidos en el hogar, así como la atención particular de familiares enfermos. Todo ello derivó en una ampliación del tiempo de trabajo necesario para sostener este conjunto de actividades, lo que implicó un aumento del desgaste físico normalizado por la explotación del trabajo y la intensificación de la demanda emocional común de los hogares, y que en este contexto ha recaído en mayor medida sobre las mujeres.[4]

Frente a este escenario de incertidumbre, mientras una parte considerable del país suspendía sus actividades, las mujeres doblaban la carga de trabajo doméstico, tanto en su ejecución como en la planificación de éste. Todas, estudiantes, amas de casa y trabajadoras asalariadas con posibilidad de hacer home office ‒trabajo desde casa vía internet‒, integraron parte de los numerosos sectores de la población femenina fuertemente golpeados. Si las relaciones familiares en muchos hogares se caracterizaban por una ausencia marcada durante el día y una convivencia reducida a pocas horas entre la tarde y la noche, ello cambió por completo durante los momentos más críticos de la pandemia; lo que no sólo se tradujo en una mayor convivencia familiar, sino en una mayor concentración y carga de trabajo para las mujeres. En los siguientes relatos etnográficos se materializan algunas de las formas de sobreexplotación[5] que vivieron mujeres diversas del interior de la Ciudad de México durante la pandemia.[6]

En la familia Rodríguez, con el confinamiento y el miedo de que la abuela se contagiara, decidieron que durante este tiempo ella viviera en su pueblo natal fuera de la Ciudad de México. A pesar de ser nueve hijos, fueron las cinco mujeres de esta familia quienes, mayormente, sobrellevaron los cuidados de su madre, ejercicio que implicó organizar sus actividades diarias ‒al ser madres, trabajadoras y, con mayor importancia para este momento, hijas‒. Para unas, la situación de tener a sus hijos en casa demandó una mayor atención; para otras, las condiciones en el hogar afectaron el cumplimiento de sus respectivos trabajos, que exigían ciertos horarios y actividades que requerían condiciones particulares con las que no contaban en los hogares, una de las cuales era el tiempo y espacio; y para todas, el hecho de tener que trasladarse a otro estado de la república por al menos dos semanas. Para Lucía, que vive con la abuela, fue un episodio muy duro; ella es madre soltera y durante mucho tiempo ha estado a cargo del trabajo doméstico de la casa de su madre. Luego de que la situación para las demás hermanas se complicara y no tuvieran posibilidad de acompañar a la matriarca, fue Lucía quien tuvo que quedarse al menos por seis meses junto a ella, cuestión que exigió dividir su tiempo entre labores domésticas, los cuidados de su madre e hija, además de facilitar la educación de ésta última ‒conseguir internet, ayudar a enviar tareas, conocer las aplicaciones para las clases en línea‒ y atender a ambas al mismo tiempo.

En otro caso, Lupita es madre y abuela, se reconoce como ama de casa de tiempo completo y a menudo comenta que ella no sabe hacer nada más que limpieza. Está a cargo de sus nietas y su suegra. Su hija es madre soltera y durante la pandemia no dejó de trabajar. Ella depende económicamente de su marido, por lo mismo, está sujeta a lo que él disponga. El pánico social, causado por la saturación de información sobre la pandemia en los medios de comunicación, la ha llevado a vivir la mayor parte del confinamiento en extrema preocupación y estrés. Con la mamá de sus nietas y su esposo ausentes, además del trabajo doméstico durante el confinamiento, se hizo cargo de la educación y cuidado de las niñas (por el cierre de las escuelas). Entre su ansiedad y la carga doble de responsabilidades se enfermó, probablemente a causa del debilitamiento de su sistema inmunológico; esto resultó en una crisis nerviosa que la llevó a pensar que había contraído coronavirus, imaginando escenarios catastróficos para ella y sus nietas. Tras confirmar que no estaba contagiada, pero con la advertencia de poder hacerlo por su estado bajo de energía y defensas, la realidad es que el reposo no duró más que un par de días, ya que si no es por ella ni sus nietas ni su hogar hubieran salido a flote.

Por último, la experiencia de Adriana, madre, trabajadora y ama de casa. Durante la pandemia ha trabajado por home office, modalidad bajo la cual se siente más segura, no obstante, también le ha generado mayor cansancio: “Los días pasan muy rápido, pero todo es muy monótono: despierto, trabajo, como, trabajo y me duermo” (comunicación personal, octubre 2021). Como consecuencia del confinamiento su jornada laboral incrementó a más de 8 horas diarias, comienza a las 9 de la mañana y suele terminar a las 10 de la noche “si bien le va”. Su pareja, aunque trabaja, no tiene un empleo fijo y quien recibe mayores ingresos es ella. Adriana comenta que su empleo es importante y necesario para poder mantener a su familia, aunque sea desgastante e implique la disminución de tiempo y energía para estar con ellos: “Siento que me he perdido muchos momentos bonitos con mi hijo por estar tan enfocada en el trabajo, muchas veces siento culpa” (comunicación personal, octubre 2021). Entre semana, el poco tiempo que le sobra lo divide entre los cuidados y la educación de su hijo; en cuanto a los fines de semana, los quehaceres del hogar se vuelven su actividad principal, además de dedicar un pequeño rato a su familia.

Como se observa, las responsabilidades familiares en el contexto de la pandemia se acrecentaron en diversos sentidos, pues aumentó el número de personas para atender. El hecho de confinar a una familia, cuya relación dentro de su hogar era de unas horas al día, provocó mayor actividad doméstica, es decir, cocinar para más personas, más trastes sucios por lavar y que las áreas comunes necesitaran ser limpiadas con mayor frecuencia.

Angela Davis menciona la invasión de la personalidad femenina frente al trabajo doméstico, para explicar cómo al estar más tiempo dentro del hogar, cada mujer se refleja solamente a través del trabajo cotidiano que realiza (Davis, 2018). Definición que sirve para ilustrar el caso de Lupita, en cuyo relato el pensarse y situarse a sí misma desde el trabajo doméstico cobra sentido, en tanto ella sostiene que sólo sabe hacer limpieza.

Para Adriana, Lupita y Lucía, los malabares que tuvieron que hacer para cumplir con todas sus actividades intensificaron el desgaste físico y emocional que implica el trabajo doméstico y de cuidados. Lucía tuvo que involucrarse por completo en el seguimiento de las clases en línea de su hija, lo que significó dedicar gran parte de su tiempo al aprendizaje y dominio de las herramientas educativas digitales, al cuidado de su familia y al cumplimiento de las labores domésticas en casa. Para Lupita, la doble carga de trabajo sumada a la alerta constante por el cuidado de su salud y la de su familia, fueron factores que afectaron su estado de salud, sin embargo, ello no disminuyó el peso de las actividades domésticas que recae sobre ella. En el caso de Adriana, el incremento de su tiempo de trabajo debido al home office y la dedicación a los quehaceres domésticos los fines de semana, ocasionaron un sentimiento de culpabilidad por no poder pasar momentos de calidad con su familia y no cumplir con lo que toda “buena madre” debería hacer.

De esta forma, para las mujeres la pandemia no sólo significó un problema de salud generalizado, sino un problema de sobreexplotación en el hogar, pues ha visibilizado que son ellas quienes siguen cargando con las labores y los cuidados, posibilitando la reproducción de la fuerza de trabajo de toda la unidad doméstica. No basta con cumplir con las clases en línea, ayudar a sus hijos en sus actividades escolares, hacer trabajo desde casa y, a pesar de estar fuera de la oficina, cumplir con más tiempo del horario establecido (ampliación de la jornada laboral sin aumento del salario), realizar los quehaceres y atender a toda la familia; sino que se agregaron los cuidados de salud a consecuencia del Covid-19. Las historias que aquí se plasmaron cuentan sólo una parte de la vida de muchas mujeres y permiten pasar al análisis de la sobreexplotación del trabajo doméstico y la economía de los cuidados durante un contexto de crisis sanitaria mundial.

La fetichización del amor: la otra cara de la sobreexplotación

A partir de los elementos etnográficos antes expuestos, retomamos las aportaciones de autoras feministas que desde el marxismo hacen un análisis de cómo las labores dentro del hogar se han invisibilizado, y comprenden una doble ‒y hasta triple‒ explotación sobre las mujeres. Una importante feminista que teoriz​​ó sobre el trabajo doméstico es Silvia Federici, quien, partiendo de una crítica a Marx, establece que si bien éste encontró la clave de la explotación del trabajo para la producción de riqueza en el sistema capitalista, no fue capaz de teorizar sobre las relaciones sociales en las que se enmarca la producción de la propia fuerza de trabajo, entre las que destacan el trabajo sexual y de reproducción, el cuidado de los hijos y el trabajo doméstico (Federici, 2018). Al respecto, afirma:

El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. Es servir a los que ganan el salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos para el trabajo día tras día. Es la crianza de nuestros hijos ‒futuros trabajadores‒ cuidándolos desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. (Federici, 2018: 31).

Las mujeres a cargo del trabajo doméstico representan un engrane necesario para el funcionamiento del modo de producción actual, es gracias a esta labor no remunerada que el sistema sigue en movimiento. Las jornadas largas de producción impiden a las y los trabajadores hacerse cargo de las actividades dentro del hogar, mientras en casa se les educa, mantiene alimentados, limpios, sanos anímica y físicamente, útiles para laborar en las fábricas y empresas con el fin de producir plusvalía. Estas jornadas del trabajo femenino sirven de retribución al capital, y parten de la idea de las mujeres serviciales que realizan estas labores por “amor a la familia”, generando una explotación efectiva y no remunerada que se oculta y considera como “un servicio personal externo al capital” (Dalla Costa como se citó en Federici, 2018: 25).

Así, proponemos la noción de fetichización del amor bajo el capital para entender que desde la premisa del amor femenino se produce un ocultamiento de las relaciones de explotación que subyacen al trabajo doméstico y que propician su devaluación. El sistema capitalista se beneficia de la invisibilización del trabajo de las mujeres en los hogares, al ocultar que se trata de un trabajo reproductivo no remunerado. Bajo esta lógica, en las condiciones surgidas durante la pandemia, el incremento del trabajo doméstico no es percibido como tal y, por lo tanto, se omite que la ampliación del tiempo de trabajo doméstico socialmente necesario constituya una de las múltiples formas de sobreexplotación durante la crisis. En este contexto quedó expuesto que todas estas labores ‒al interior del hogar‒ históricamente han recaído sobre las mujeres y sus cuerpas.[7] De esta manera se entiende cómo dentro de la relación mujeres-amor y trabajo doméstico, el producto de este trabajo ‒la casa limpia, los trastes limpios, el cuidado de los hijos, la comida en la mesa, entre otros‒ es lo primordial, ignorando con ello todo el proceso que se lleva a cabo y, claro está, a las sujetas que lo realizan.

En términos capitalistas, dicho efecto es utilizado para extraer plusvalía. En ese sentido, se afirma que el capital se apropia y subsume las relaciones sociales de las mujeres basadas en el afecto hacia la familia para que el ciclo de producción continúe. Lo anterior se sustenta con lo que Marx llamó fetichismo de la mercancía, que es la acción de ocultar el proceso de producción y con ello las relaciones de explotación detrás de cada producto, es decir, el proceso social para elaborar cualquier mercancía (1976). En este sentido, la fetichización del amor oculta la sobreexplotación alrededor del trabajo doméstico bajo la lógica del amor capitalizado. Siguiendo a Alexandra Kollontai:

La mujer casada, la madre que es obrera, suda sangre para cumplir con tres tareas que recaen sobre ella al mismo tiempo: disponer de las horas necesarias para trabajar en alguna industria o establecimiento comercial, al igual que su marido; consagrarse después, lo mejor posible, a los quehaceres domésticos y, por último, cuidar de sus hijos. (Kollontai, 2020)

Aun con la lucha y la resistencia de las mujeres en diferentes épocas, las labores en el hogar continúan siendo subordinadas; sin embargo, no es la única forma de explotar y producir excedentes de las cuerpas de las mujeres. Tanto Angela Davis como Alexandra Kollontai, consideran que el trabajo doméstico debe ser una cosa de todas y todos, no exclusivo de las mujeres; es más, para Angela Davis nadie debería ocupar su tiempo en hacer trabajos del hogar, ni hombres ni mujeres, y, desde este punto, apuesta por un desarrollo de las fuerzas productivas que libere tiempo a todos los miembros de la familia, pero principalmente a las mujeres (Kollontai, 2020; Davis, 2018).

La discriminación histórica que han sufrido las mujeres en todos los ámbitos, tanto públicos como privados, produjo una injusta división sexual del trabajo dentro de todos los espacios sociales. La opresión hacia las mujeres se justifica a partir de estas diferencias sexuales, partiendo en principio de su capacidad reproductiva (Olivera, 2019). En este sentido, como afirma Feredici (2018), la mirada marxista-feminista en los periodos de cambio social, es fundamental para recuperar y revalorizar el trabajo y las actividades de reproducción, con el objetivo de transformar la sociedad capitalista, cuyo fin es la explotación del trabajo, hacia otra cuyo sentido “sea la reproducción de la vida, la felicidad de la sociedad misma” (p. 23).

“El capitalismo depende del trabajo doméstico”. Marcha independiente del Primero de Mayo, 2019, CDMX. Foto: Rodolfo Oliveros.

Conclusiones

Tomando como referencia estas historias, como mujeres nos toca actuar frente a las condiciones heredadas a partir de la relación mujeres-amor-trabajo doméstico. A lo largo del artículo, hemos sostenido que las mujeres formamos parte notable de los sectores necesarios para sobrellevar la crisis sanitaria causada por la pandemia derivada del Covid-19, apuntando a que ha sido el trabajo doméstico que recae sobre nuestras cuerpas, uno de los pilares durante este proceso y que, no obstante, se ha mantenido invisibilizado. Hoy más que nunca no paramos de alimentar, cuidar, educar, criar, contener emocionalmente, sanar y salvaguardar mano de obra barata, por “amor”, por el “qué dirán”, porque es “nuestro deber” y “nuestra naturaleza”.

La fetichización del amor dentro del capital responde a la forma en la que se ha justificado la sobreexplotación de nosotras y, al mismo tiempo, sirve como herramienta clave para la continuación de la estructura social contemporánea donde se nos pone como máquinas de producción al servicio del capital.

Como hemos enunciado durante este texto, la crisis sanitaria expuso la carga histórica que ha existido para nosotras respecto al trabajo doméstico, a la par que provocó una doble explotación al añadir los factores antes mencionados. A pesar de las condiciones de sobreexplotación, las mujeres continuamos impulsando la lucha hacia el reconocimiento como sujetas desligadas de las responsabilidades al interior del hogar, resistiendo ante un sistema que insiste en adjudicar estas labores a nuestro sector.

Bibliografía


Davis, Angela (2018), Capítulo 13, “El trabajo doméstico toca su fin: una perspectiva de clase”, en Mujeres, raza y clase, colección Socialismo y libertad, s.l., El Sudamericano, pp. 252-273.

Federici, Silvia (2018), El patriarcado del salario, Críticas feministas al marxismo, Madrid, Traficantes de Sueños.

Kollontai, Alexandra (2020), Feminismo Socialista y Revolución, San Petersburgo, Cienflores.

Marx, Kart (1976), El Capital. Crítica de la economía política. Fondo de Cultura Económica, México.

Olivera, Mercedes (2019), “La lucha en torno a las necesidades: esbozo de una teoría feminista socialista sobre la cultura política en el capitalismo tardío”, en Feminismo popular y revolución: entre militancia y la antropología: antología esencial, Ciudad de México, Clacso.

Senado de la República, Instituto Belisario Domínguez. (s.f.), “Covid-19: una crisis excepcional que profundiza las desigualdades de género existentes”, en El trabajo de cuidados en México en el contexto de la pandemia de la Covid-19. Consultado en: http://bibliodigitalibd.senado.gob.mx/bitstream/handle/123456789/5225/docto%20cuidados%20aRev4%20pxp.pdf?sequence=1&isAllowed=y

  1. alitzel.diaz@enah.edu.mx
  2. katia.noh@enah.edu.mx
  3. marlen.rojas@enah.edu.mx
  4. Según el Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República “Uno de los principales efectos para las mujeres ha sido el aumento de las tareas domésticas y de cuidados a raíz, principalmente, del cierre las escuelas y los centros de cuidado infantil y también, derivado de los cuidados que requieren las personas mayores y las enfermas, en momentos en los que los servicios de salud siguen enfocados en la atención de la pandemia. Adicionalmente, cuando los sistemas de salud se saturan, la carga de estos cuidados se traslada a los hogares y recae principalmente en las mujeres. La situación puede generar inquietudes en las personas dependientes y la contención emocional de éstas ocupa también tiempo de las mujeres.” Consultado en http://bibliodigitalibd.senado.gob.mx/bitstream/handle/123456789/5225/docto%20cuidados%20aRev4%20pxp.pdf?sequence=1&isAllowed=y
  5. Entendida a partir de esas múltiples tareas que recaen sobre las mujeres de forma simultánea que tanto Alexandra Kollontai como Silvia Federici hacen mención. Muchas mujeres cumplen con los quehaceres del hogar, con un trabajo asalariado y la crianza de los hijos, acciones normalizadas que ya implican una explotación y que a lo largo del confinamiento por Covid-19 fueron en aumento. Una actividad que se suma a la lista de tareas ya mencionadas fue el cuidado físico y de acompañamiento emocional de los familiares contagiados durante la pandemia.
  6. Los relatos aquí expuestos son narraciones de mujeres de nuestro entorno inmediato.
  7. Enunciamos cuerpas como forma de resistencia ante un lenguaje históricamente excluyente, que nos ha invisibilizado y que se usa como medio para negar nuestros derechos. Es una forma de nombrarnos a nosotras desde nosotras.