Mercancías, imaginarios y extractivismo: una exploración sobre las conexiones entre el cobre, el Estado y el territorio en Chile

Matías Calderón-Seguel[1]
Departamento Ciencias Históricas y Geográficas, Universidad de Tarapacá (Chile)


Introducción

Karl Marx presenta en el primer capítulo de El Capital (1999) un completo análisis de la mercancía. Esto ya que “la forma de mercancía que adopta el producto del trabajo o la forma de valor que reviste la mercancía es la célula económica de la sociedad burguesa” (Marx, 1999: xiii).[2] Al final del capítulo, a partir del concepto de “fetichismo de la mercancía”, sostiene que la sociedad dota a las mercancías con diversos aspectos simbólicos que, aunque conectados con sus valores económicos,[3] no se explican a partir de ellos. Señala que, “si queremos encontrar una analogía a este fenómeno, tenemos que remontarnos a las regiones nebulosas del mundo de la religión” (Marx, 1999: 38). El foco de Marx sobre el fetichismo de las mercancías es que éstas se presentan al entendimiento humano, en la sociedad capitalista, como cosas y relaciones entre cosas. Ello oculta que las mercancías encarnan trabajo, relaciones sociales de producción y uso de recursos naturales; dinámicas que, en el capitalismo, implican la explotación del trabajo por parte del capital y el despojo de la naturaleza.

El rol primordial de las mercancías en el capitalismo y de los sistemas simbólicos que se elaboran en torno a ellas, ha fomentado diversos estudios sobre estas temáticas desde la antropología. Investigaciones clásicas fueron publicadas en la década de 1980. Taussig publicó en 1980 El diablo y el fetichismo de la mercancía (2021), donde aborda cómo en el marco de procesos de desarrollo capitalista en América del Sur, los actores involucrados y afectados negativamente por el proceso elaboran una serie de discursos, metáforas, mitos y prácticas, cuyo rol es justificar, naturalizar y dar sentido a estos procesos y los impactos naturales y sociales que se producen en los territorios. En 1985 se publicó Dulzura y poder: el lugar del azúcar en la historia moderna de Mintz (1996), estudio donde se analizan aspectos económicos, políticos y simbólicos en torno a la producción y consumo de azúcar en espacios diferentes del capitalismo global (periferias y centros). Mientras que en 1986 se publicó La vida social de las cosas: perspectiva cultural de las mercancías, editado por Appadurai (1991), libro que compila dos importantes capítulos teóricos (de Appadurai y Kopytoff), con diversos estudios de caso que tratan múltiples dimensiones económicas, políticas y culturales asociadas a variadas mercancías en distintos contextos y trayectorias. Estas investigaciones conectaron las reflexiones de Marx sobre las mercancías y sus aspectos simbólicos, con la práctica antropológica e iniciaron un campo disciplinar que sigue en permanente construcción. Un estudio reciente se puede revisar en The Mushroom at the End of the World (Tsing, 2015).

Todo estudio sobre el desarrollo capitalista en Latinoamérica, en este caso relacionado a los aspectos simbólicos que se elaboran en torno a las mercancías, debe partir reconociendo que el capitalismo en América Latina está determinado por su particular forma de participación en el mercado mundial. Esto es, principalmente, como un área exportadora de recursos naturales en amplia escala y con bajo procesamiento, es decir, dominada por el extractivismo. Desde una perspectiva teórica, el extractivismo es un patrón de acumulación que se desarrolla en las zonas periféricas del capitalismo global (Machado, 2015; Svampa, 2016). Este sistema, en su configuración mundializada, se ha estructurado históricamente a partir de la existencia de relaciones entre zonas centrales y periféricas. Los centros preponderan en la acumulación global, dominan el mercado mundial y la elaboración de mercancías complejas con tecnología de punta. Las periferias exportan materias primas y alimentos hacia los centros, transfiriendo trabajo excedente y recursos naturales (Amín, 1997; Foster y Clark, 2006; Marini, 2015; Wallerstein, 2003; Wolf, 2000).

Las mercancías-recursos naturales exportados en alto volumen al mercado mundial, no sólo cumplen un papel gravitante en la economía de los países latinoamericanos, sino que están dotadas de complejos símbolos que se imbrican con lo económico y político. De hecho, varios estudios han abordado imaginarios que se erigen en torno y a partir de los recursos naturales de exportación en Sudamérica, dando cuenta de cómo se han articulado y fusionado con las concepciones de Estado, con identidades nacionales y locales, con proyectos nacionalistas, desarrollistas y/o modernizantes, en suma, intensos procesos políticos se han activado alrededor de imaginarios erigidos alrededor de los recursos naturales-mercancías (Coronil, 2002; Kneas, 2017; Kohl & Farthing, 2012; Perreault, 2006).

En el caso chileno, por todo el siglo XX y XXI, la gran minería cuprífera ha sido la actividad económica más importante y el cobre el principal producto de exportación (Millán, 2006; Rodríguez, 2018; Sutulov, 1975). Frases como “el cobre, sueldo de Chile” o “el cobre, viga maestra del desarrollo”, son comunes y parte del sentido común del país. De hecho, Chile es el principal productor mundial de cobre con el 28% de la producción global al 2018 (Comisión Chilena del Cobre, s.f.), y entre 1960-2019 este producto representó el 52% del total de las exportaciones (Banco Central de Chile, s.f.). A su vez, Chile concentra el 40% de las reservas mundiales conocidas de cobre (Servicio Nacional de Geología y Minería, 2020). Por ello, este mineral ha estado en el centro de diversos procesos políticos, discursos e imaginarios de distinto tipo durante los siglos XX y XXI.

En este artículo exploraremos algunos de los aspectos simbólicos que se han erigido en torno al cobre y que han fetichizado esta mercancía-recurso natural.[4] En la siguiente sección examinaremos, desde una mirada de escala nacional, los principales discursos y posicionamientos políticos que se han configurado en torno al cobre en la política chilena a lo largo de los siglos XX y XXI. Ellos, más allá de sus diferencias políticas, dan cuenta de un imaginario en torno al cobre que lo concibe como recurso dotado de una potencialidad casi infinita. Luego, nos interesa abordar algunos procesos en uno de los principales lugares de extracción del país, la comuna de Calama en el norte de Chile. En la referida sección expondremos, en primer lugar, las principales contradicciones y conflictos socio-naturales que están a la base de la producción de cobre. En segundo lugar, examinaremos algunos de los aspectos simbólicos del mineral que han permitido ocultar las dinámicas disruptivas y destructivas que implica su proceso productivo. Cerramos el escrito con algunos comentarios finales.

Mirada de escala nacional

El cobre es un mineral altamente demandado en la industria manufacturera global, ya que posee propiedades naturales que lo hacen muy útil en la confección de mercancías complejas de distinto tipo (Comisión Chilena del Cobre, 2017).[5] Por ello, a inicios del siglo XX, capitales provenientes desde Estados Unidos, potencia capitalista en ascenso por esos años, efectuaron importantes inversiones en la minería cuprífera chilena. La totalidad de las grandes operaciones cupríferas fueron controladas por capitales estadounidenses desde la primera década del siglo XX hasta la década de 1970 (Millán, 2006; Orellana, 2004; Sutulov, 1975).

Tempranamente, la dependencia del país con la minería del cobre en combinación con las esperanzas erigidas por su explotación y el control extranjero de las operaciones articuló un discurso nacionalista en torno al mineral. Por ejemplo, en 1920 Marín sostuvo que “un país que enajena sus industrias extractivas y fuentes naturales de producción, pierde su independencia económica y se constituye tributario de ajenas influencias dentro de su propio territorio” (Marín, 1920: 43).

Este posicionamiento estuvo presente en parte de la población por toda la primera mitad del siglo XX, no obstante, no logró configurarse en fuerza política. Esto cambió desde mediados del siglo XX. Las diversas administraciones entre 1950 y 1973 tuvieron que tomar posición y hacerse cargo de esta problemática (Millán, 2006; Sutulov, 1975).

Durante ese periodo aumentó la conflictividad capital-trabajo en las operaciones cupríferas. Así, hubo un empalme entre el discurso reivindicativo de los trabajadores del cobre con un discurso crítico a la presencia de capitales internacionales en la industria. Se cuestionó su aporte al desarrollo nacional y se fortalecieron las posiciones a favor de la nacionalización. Esta fue una de las principales propuestas de las fuerzas políticas reformistas y revolucionarias de la época, las cuales crecían y aumentaban su masividad (Velásquez, 2020; Vergara, 2004).

El democratacristiano Frei Montalva (1964-1970) llega a la presidencia promoviendo la estatización parcial de la gran minería del cobre. En 1966 se promulga la ley que fue llamada como “chilenización pactada” (Ley 16.425). Los cuestionamientos a la presencia de capitales estadounidenses en la industria continuaron luego de la “chilenización pactada”. Las fuerzas de izquierda empalmaron la nacionalización con un discurso antiimperialista y socialista, promoviendo la estatización plena (foto 1). Así, en 1970 la coalición de izquierda Unidad Popular, liderada por el socialista Salvador Allende, llega al gobierno (1970-1973). En 1971 se aprueba la ley de “nacionalización del cobre” aprobada con el voto unánime de todas las fuerzas políticas presentes en el Congreso (Ley 17.450, 1971).

Foto en blanco y negro de un grupo de personas con paraguas en mano

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Figura 1. Manifestación por la nacionalización del cobre, 1969. Fuente: Colección Museo Histórico Nacional (Autor: Bibi De Vicenzi O.).


En el proyecto político de la Unidad Popular, que era iniciar por la vía democrática un proceso de construcción del socialismo, el cobre cumplía un rol trascendental. De este modo, en el acto público de aprobación de la ley, Allende señaló:

Los trabajadores del cobre no serán dueños de las minas para beneficio exclusivo de ellos, son dueños de las minas en cuanto las minas le pertenecen al pueblo y los trabajadores del cobre forman parte del pueblo. Pero los trabajadores del cobre tienen que entender, lo saben y lo van a vivir, que el esfuerzo de ellos estará destinado a ser posible que cambie la vida del niño, la mujer y el hombre, de la tierra chilena. Que el esfuerzo de ellos y el cobre estará destinado al progreso de la patria. Que al sudar trabajando en el fondo de la mina, están haciéndolo por un Chile distinto, por una sociedad nueva, por el camino que abrimos hacia el socialismo (Balmaceda, 1971).

La nacionalización del cobre fue clave para fortalecer el rol estadounidense en la conspiración nacional e internacional que redundó en el golpe de Estado de 1973 (Bonnefoy, 2013; El Mostrador, 2014). La dictadura cívico-militar (1973-1989), a pesar de implementar profundas reformas neoliberales de privatización de empresas estatales, servicios básicos y recursos naturales (en paralelo con una férrea represión política) (Gaudichaud, 2015; González, 2004), no privatizó a la gran minería del cobre. Esta industria siguió nutriendo financieramente al Estado en general, y crecientemente a las fuerzas armadas. No obstante, la dictadura promulgó una serie de normas que facilitaron la expansión de la gran minería privada de cobre durante el neoliberalismo democrático (desde 1989 en adelante), pero no implicaron su desarrollo entre 1973-1989 (Guajardo, 2007; Yáñez y Molina, 2008).

Durante las décadas de neoliberalismo democrático (desde 1990 hasta la actualidad), el cobre no ha dejado de estar presente en los discursos e imaginarios políticos. Desde el 2006 se experimentan diversas movilizaciones sociales en contra del neoliberalismo, las cuales llegan a su punto máximo con el “estallido” o “revuelta” de octubre de 2019. La “renacionalización del cobre” es una demanda recurrente de los partidos antineoliberales y los movimientos sociales contrarios a este modelo. Se argumenta que debe ser la fuente primordial de obtención de recursos para solventar un proceso de expansión de los derechos sociales. De hecho, en Chile a partir de las movilizaciones iniciadas en octubre de 2019, se inició un proceso constitucional donde un órgano elegido por votación popular debe redactar una nueva constitución. Así, los discursos y posicionamientos históricos en torno a este recurso natural-mercancía vuelven a estar en el debate público con gran fuerza: el rol del capital privado nacional y extranjero, la regulación estatal, la necesidad de control público, el destino de los recursos provenientes del cobre, entre otros temas que se mezclan con nuevas problemáticas vinculadas al daño ecológico de la industria minera, el rol de las comunidades locales y pueblos indígenas en la gestión de los recursos naturales, entre otras (Diario UChile, 2021; Gómez, 2021; Luque-Lora, 2021).

Cobre y territorio en Calama

En la comuna de Calama (región de Antofagasta, norte de Chile) se emplaza uno de los conglomerados de operaciones cupríferas más grandes del mundo (Servicio Nacional de Geología y Minería, 2020). Dentro de ellas destaca Chuquicamata, mina que inicia su funcionamiento en 1915 y que durante gran parte del siglo XX fue la faena de cobre más grande del mundo, ocupando un papel relevante en diversos procesos políticos de escala nacional (Millán, 2006; Sutulov, 1975).

Antes de explorar algunas de las mistificaciones en torno al cobre que hemos registrado en el área de estudio, nos parece adecuado comenzar refiriendo a los conflictos y contradicciones que están a la base de la producción, y que suelen ser ocultados con variados imaginarios que se centran en el mineral y su potencialidad positiva para el desarrollo nacional o regional.

Desde el inicio de las grandes operaciones cupríferas en la zona, se han experimentado múltiples procesos disruptivos y destructivos en concordancia con la expansión constante de la minería.[6] Así, se ha constatado la existencia de diversos conflictos laborales en el seno de los procesos productivos (Garrido, 2014; Velásquez, 2020; Vergara, 2004), despojo de agua y otros recursos naturales (Aldunate, 1985; Carrasco, 2016; Prieto et al., 2019; Yáñez y Molina, 2011), imposición estatal de lógicas utilitaristas sobre las concepciones indígenas respecto a los recursos naturales (Molina, 2012; Prieto, 2015, 2017), transformaciones aceleradas en los modos de vida tradicionales de los pueblos indígenas (agrícolas y pastoriles) (Calderón y Prieto, 2020; Castro y Martínez, 1996; Gundermann, 1998; Martínez, 1985), conflictos por el territorio y sus recursos (Carrasco y Fernández, 2009; Penaglia y Valenzuela, 2014), entre otros. En distintos momentos, sobre todo en las décadas recientes, diversos actores locales han explicitado las condiciones de base de la producción minera, articulándose y movilizándose en contra de sus efectos territoriales. Algunos registros de terrenos sobre situaciones de despojo de recursos naturales en la figura 2.

Vista desde lo alto de una montaña en el desierto

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Figura 2. A la izquierda: registro de despojo hídrico en la cuenca del río San Pedro (comuna Calama) por extracción de agua para la minería. A la derecha: Registro de desecamiento de la vega del poblado de Chiu Chiu (comuna Calama) por extracción de agua para la minería. Fuentes: Registros del autor.


Por otro lado, distintos imaginarios se han elaborado en torno a la gran minería del cobre en el área de estudio. Desde el inicio de sus operaciones estuvo en el centro de los discursos y posicionamientos políticos contrarios al control extranjero de las operaciones, llegando a publicarse obras con los sugerentes nombres de Chuquicamata: Estado Yankee (Latcham, 1926) y Chuquicamata: la tumba del chileno (Figueroa, 1928). En 1966, cuando Frei Montalva (1964-1970) promulga la “chilenización del cobre”, su controladora estadounidense, Anaconda, cuyo principal yacimiento era Chuquicamata, no aceptó ser parte del proceso. En 1969, se presume que, por presiones del gobierno de EE. UU. ante el crecimiento de la izquierda en torno a esta causa, aceptó acogerse a la ley (Millán, 2006; Sutulov, 1975). No obstante, como se indicó en la sección anterior, parte importante de la población estaba por la nacionalización plena y los partidos de izquierda se fortalecieron y se articularon alrededor de esta demanda. Recién aprobada la “chilenización” de Anaconda, el periódico de izquierda Punto Final señaló que “la mayoría de los chilenos rechazan el convenio con Anaconda. Porque es una nueva bofetada en el rostro de un país explotado por el imperialismo y estafado por gobiernos burgueses como el actual” (Punto Final, 1969: 1).

Luego de la nacionalización, durante la Unidad Popular (1970-1973), Chuquicamata es destacada como una pieza clave en el proyecto de la construcción chilena del socialismo. En el periódico local El Mercurio de Calama se tituló una noticia con “Chuquicamata, piedra angular en la nacionalización del cobre” (El Mercurio de Calama, 1971). Igualmente, en el documental Juan Pérez Minero (Kocher, 1971), se contrasta a un trabajador de Chuquicamata desanimado y sin motivaciones cuando la operación estaba en manos extranjeras, con el mismo minero comprometido con el desarrollo nacional y el proyecto de la Unidad Popular una vez la mina fue nacionalizada.

A escala territorial, los aspectos destructivos coexisten con imaginarios y prácticas que no dan cuenta de las grandes contradicciones, sino que producen una materialidad y espacialidad que expresa identidades territoriales de orientación positiva en torno al mineral, sin mayores referencias a los conflictos sociales y socio-naturales que están en la base de la extracción. A continuación, algunos registros de terreno que dan cuenta de lo anterior:

Figura 3. Selección de fotos que dan cuenta de la materialidad vinculada a la imbricación cobre e identidad territorial positiva. Izquierda-arriba: artesanía registrada en Chiu Chiu de llaveros de cascos mineros con nombres que abarcan desde el país, la región (Antofagasta), comuna y ciudad (Calama), y el poblado. Izquierda-abajo: artesanía registrada en Calama que representa distintas acciones y momentos de la extracción cuprífera. Derecha-arriba: Farmacia llamada Cobre en la ciudad de Calama. Derecha-abajo: Gran edificio de oficinas en la ciudad de Calama llamado Torre Cobre. Fuente: Registros del autor.


En la mayoría de los discursos y posiciones políticas en torno al cobre que hemos examinado, lo que se observa es la creencia de que es un elemento con propiedades excepcionales que nos puede llevar al desarrollo, favorecer el crecimiento económico o incluso, ayudar a construir el socialismo. Sin embargo, en los espacios de extracción, acontecen una serie de contradicciones y conflictos que hasta años recientes no eran considerados y que conviven con su condición de mercancía-recurso natural fetichizado.

De esta forma, como todo proceso de desarrollo capitalista, el extractivismo y la minería del cobre en específico, es una dinámica contradictoria y conflictiva, donde se intersecan discursos e imaginarios de distinto nivel (nacional-local, por ejemplo) y coexisten diferentes valoraciones (positivas o negativas) respecto a la mercancía-recurso natural, sus potencialidades y procesos relacionados.

Comentarios finales

Los planteamientos de Karl Marx sobre el fetichismo de las mercancías han permitido el desarrollo de un campo de investigación de alto interés y potencialidad en la antropología: el estudio de las dimensiones simbólicas de las mercancías y su imbricación con procesos más amplios de economía-política; tanto de escalas locales, nacionales o supranacionales. En este sentido, la antropología ha profundizado un ámbito de análisis que sólo alcanzó a ser esbozado por Marx en El Capital (Marx, 1999). Si lo que se pretende es comprender críticamente el capitalismo para poder avanzar en su transformación hacia una sociedad más justa, igualitaria y solidaria, entender los simbolismos que se erigen en torno a las mercancías es clave. Las dotamos de imaginarios, discursos y mistificaciones que ocultan las relaciones de explotación del trabajo y destrucción de la naturaleza que conlleva la producción de mercancías en el régimen capitalista. Nos relacionamos sólo con el objeto y lo que representa en sociedad (estatus, integración social, realización, desarrollo, modernidad, etc.), sin atender a lo que está cubierto tras ese velo. Desentrañar, como dice Marx, todo “el encanto y el misterio” (Marx, 1999: 41) de las mercancías, es un ejercicio importante para construir las condiciones subjetivas que requiere todo proceso de transformación profunda de la sociedad. En ello, la antropología tiene mucho que contribuir.

En este breve escrito, hemos efectuado una aproximación exploratoria a algunos de los imaginarios y discursos que se articulan en torno al cobre y en relación con su actividad de extracción. A escala nacional nos hemos centrado en la dimensión política del fenómeno, dando cuenta de cómo esta mercancía-recurso natural ha estado en el centro de importantes disputas por el poder estatal durante todo el siglo XX y hasta la actualidad. A pesar de corresponder muchas veces a proyectos contrapuestos, como puede ser la construcción del socialismo, la seguridad nacional en una dictadura militar o el crecimiento en una economía neoliberal, el cobre se ha visualizado como un recurso con potencialidad casi infinita para conseguir el objetivo político respectivo.

Pero al analizar el espacio local, aunque se erigen discursos políticos de características similares en torno al recurso, también se observan los efectos disruptivos y destructivos de la expansión extractiva, con importantes impactos socio-naturales. Los actores territoriales, bajo ciertas condiciones y contextos, han corrido el velo simbólico y explicitado las contradicciones y conflictos que se configuran en torno al mineral. No obstante, ello coexiste con imaginarios, discursos y materialidades que ocultan estos aspectos y proponen una identidad territorial basada en el recurso y la actividad minera en cuanto elementos positivos. Basta señalar que el eslogan de la municipalidad de Calama es “Tierra de sol y cobre”.

Finalmente, en el extractivismo en cuanto patrón de desarrollo capitalista sustentado en la producción de mercancías-recursos naturales, coexisten imaginarios, discursos y prácticas contradictorias, que se imbrican con los procesos de economía-política y la materialidad de los recursos. La antropología puede contribuir a correr el manto mítico que se ha construido en torno al cobre en cuanto mercancía y al extractivismo como fórmula económica exitosa, lo cual, es fundamental para la cimentación de un sentido común que permita articular un proyecto político crítico y transformador.

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  1. Doctor en Antropología. Investigador del Departamento de Ciencias Históricas y Geográficas, Universidad de Tarapacá (Arica, Chile) y miembro de la ONG Grupo de Investigación en Ciencias Sociales y Economía (Santiago, Chile). mcalderons@academicos.uta.cl; mcalderonseguel@gmail.com. https://orcid.org/0000-0002-0802-7641.
  2. Las cursivas están en el original. En toda cita a lo largo del artículo, respetaremos el uso de cursivas y negritas de los autores.
  3. Para Marx (1999), en lo general, una mercancía es un objeto que contiene dos tipos de valor: de uso y de cambio. El primero, corresponde a la utilidad práctica que la sociedad le otorga al objeto y se desprende de sus cualidades materiales. El segundo, permite que se puedan intercambiar mercancías con valores de uso diferentes y se origina en el trabajo humano invertido en su producción. La magnitud del valor de una mercancía corresponde al tiempo de trabajo socialmente necesario para su elaboración, así, las mercancías tienden a intercambiarse como equivalentes de trabajo socialmente necesario.
  4. Algunos datos se presentaron en Calderón (2021).
  5. Destaca su buena conductividad eléctrica y térmica, por ser de fácil unión y aleación con otros metales, resistente a la corrosión, por permitir su reciclaje sin pérdida de sus propiedades físicas y químicas, por ser antimicrobiano, entre otras.
  6. Esto se debe, además de la mayor extracción en la histórica mina de Chuquicamata, a la apertura de nuevas operaciones estatales (Radomiro Tomic y Ministro Hales) y mixtas (El Abra) desde la década de 1990.