Esta conversación entre dos vecinos, Gabriele, un ex locutor de radio, y Antonietta, una ama de casa, mientras miran en casa de ella un álbum de fotos dedicado a Mussolini, transcurre el domingo 3 de mayo de 1938. En esta fecha, Adolph Hitler visitó Roma y, junto con Il Duce, encabezó un desfile multitudinario, al que han acudido miles de personas, entre ellas casi todos los vecinos del edificio de apartamentos en que viven Gabriele y Antonietta, incluyendo el esposo de ella y sus seis hijos varones. El encuentro entre Gabriele y Antonietta, teniendo como trasfondo la transmisión radial del desfile (que la portera del edificio ha puesto a todo volumen), constituye el eje de Un día muy especial, poniendo en contacto dos mundos, en principio, sumamente diferentes. Ella, una mujer que se ocupa del quehacer de su casa, fan absoluta ‒como media Italia‒ de Mussolini, sin mayores interrogantes acerca de su lugar en la sociedad ni hacia donde pueden ir las cosas (no habiendo empezado aún la Segunda Guerra Mundial). Y él un interpelador, a veces socarrón, a veces dolido, que ha perdido su trabajo porque no es, como prescribe el credo fascista para el caso de los hombres, ni hijo, ni marido ni soldado, sino un “subversivo”, un “invertido”, un homosexual. Y es tal el desprestigio, el desprecio y la persecución que en aquellos momentos acompañan a ese tipo de preferencia sexual que, al inicio de la película, Gabriele está a punto de suicidarse. Algo que interrumpe el timbre de la puerta, activado por Antonietta, quien ansiosa quiere rescatar a su mirlo, que habiendo cruzado el patio del edificio, se ha posado en una ventana cercana a la de él.