Les jóvenes, se dice, son el futuro, la esperanza del país. Esta idea a menudo viene acompañada de otra: hay que invertir en elles. A partir de estas ideas, entre otras, desde hace tiempo se ha desarrollado un interés por analizar la situación de les jóvenes, comprendides entre los 12 o 15 y 29 años. Se han realizado, así, estudios y encuestas que han tratado de resaltar tanto sus dificultades y desafíos, como también hacer visibles su agencia, protagonismo, por describir sus cualidades como sujeto social, su desarrollo o papeles en la participación política, en la vida pública (social, cultural), en su constitución como ciudadanes, adultes, con independencia socioeconómica (ver, por ejemplo, Imjuve, 2011). Una buena parte de esta producción científica ha documentado las difíciles condiciones que enfrentan como resultado de múltiples desigualdades y discriminaciones en términos socioeconómicos, de educación, laboral, de participación política, resaltando recientemente su carácter interseccional (raza/etnia/género/clase). Dichos desafíos inhiben u obstaculizan su desarrollo y el cumplimiento de sus expectativas de vida. A tal punto que muches de elles, especialmente aquelles entre 25 y 29 años en la región iberoamericana reportan lo que se ha denominado el “síndrome de la autonomía postergada”, la cual refiere a la creciente tensión entre las mayores expectativas de autonomía o independencia socioeconómica, habitacional y de otros tipos por parte de les jóvenes respecto de sus padres/madres, tutores o familia de origen, y sus menores recursos socioeconómicos u opciones requeridos para poder materializarlas (OIJ, CEPAL, PNUD, BID, CAF y UNAM, 2013).