¿Cómo entender la autonomía adolescente en México?

Rosario Esteinou
CIESAS Ciudad de México

Imagen de  Alexandre C. Fukugava en Pixabay 

Les jóvenes, se dice, son el futuro, la esperanza del país. Esta idea a menudo viene acompañada de otra: hay que invertir en elles. A partir de estas ideas, entre otras, desde hace tiempo se ha desarrollado un interés por analizar la situación de les jóvenes, comprendides entre los 12 o 15 y 29 años. Se han realizado, así, estudios y encuestas que han tratado de resaltar tanto sus dificultades y desafíos, como también hacer visibles su agencia, protagonismo, por describir sus cualidades como sujeto social, su desarrollo o papeles en la participación política, en la vida pública (social, cultural), en su constitución como ciudadanes, adultes, con independencia socioeconómica (ver, por ejemplo, Imjuve, 2011). Una buena parte de esta producción científica ha documentado las difíciles condiciones que enfrentan como resultado de múltiples desigualdades y discriminaciones en términos socioeconómicos, de educación, laboral, de participación política, resaltando recientemente su carácter interseccional (raza/etnia/género/clase). Dichos desafíos inhiben u obstaculizan su desarrollo y el cumplimiento de sus expectativas de vida. A tal punto que muches de elles, especialmente aquelles entre 25 y 29 años en la región iberoamericana reportan lo que se ha denominado el “síndrome de la autonomía postergada”, la cual refiere a la creciente tensión entre las mayores expectativas de autonomía o independencia socioeconómica, habitacional y de otros tipos por parte de les jóvenes respecto de sus padres/madres, tutores o familia de origen, y sus menores recursos socioeconómicos u opciones requeridos para poder materializarlas (OIJ, CEPAL, PNUD, BID, CAF y UNAM, 2013).

Sin embargo, esta amplia literatura ha ofrecido, en general, una pretendida visión de conjunto de les jóvenes comprendides entre los 12 y 29 años. A pesar de sus importantes contribuciones, una buena parte de las encuestas y estudios ha mantenido a les adolescentes (comprendides entre los 12 y 19 años) como un grupo social subsumido a las temáticas, intereses y problemáticas referidas a los grupos de jóvenes de edades mayores (18-29). Con ello se asume que, categorial y temáticamente, tienen las mismas experiencias y expectativas que les jóvenes de edades mayores. Se obvia que la mayoría de les adolescentes en nuestro país viven con sus padres/madres/tutores, que su desarrollo psico/socio/emocional en estas edades difiere del de les jóvenes mayores, y que ello incide en sus expectativas, en los recursos que tienen y en las posibilidades efectivas de que disponen para poder tomar sus propias decisiones.

El punto anterior me lleva al centro de esta reflexión: cómo puede ser entendida la autonomía de les jóvenes en general, y de les adolescentes en particular. Por razones de espacio, desarrollaré aquí, brevemente, sólo dos puntos: el primero se refiere a si la autonomía representa un aspecto de desarrollo psico-emocional de la persona o del individuo en todas las sociedades; y la segunda refiere a la diferencia entre autonomía como autosuficiencia y funcionamiento volitivo. Lo anterior tiene dos objetivos: primero, ilustrar algunos de los supuestos que subyacen en el debate y que han inhibido su estudio; y, segundo, mostrar su utilidad como herramienta conceptual para entender el desarrollo de les adolescentes en el contexto familiar.

La autonomía como requisito para el desarrollo de la persona

El interés por el estudio de la autonomía en general (y de les adolescentes en particular) ha sido escaso en nuestro país. La mayor parte de los estudios se han desarrollado en el campo de la psicología y ciencias de la conducta. Aunque no siempre aparecen de manera explícita en la literatura de las ciencias sociales y humanidades, en mi experiencia profesional he constatado que hay varias razones que inhiben su estudio. La primera remite a la propuesta, ampliamente compartida en los campos de la psicología y ciencias de la conducta, de que la autonomía es una necesidad humana que debe ser satisfecha en el proceso de constitución y desarrollo de la persona. Su desarrollo es crucial para el ajuste socio-psicológico de la persona (Ryan y Deci, 2000). Al asumir que es una necesidad humana, se deduce que se presenta en todas o la mayor parte de las sociedades, es universal.

Esta propuesta ha sido motivo de polémica. En principio, se ha cuestionado que este concepto haya sido desarrollado en las sociedades occidentales, anglosajonas, o del Norte-Global. En virtud de que gran parte de la investigación se ha realizado en esos países, se pone en duda su aplicación en sociedades no-occidentales o del Sur-Global, cuyos sistemas culturales son distintos. Ligado a lo anterior, se ha asumido que las sociedades que promueven el desarrollo de la autonomía favorecen el individualismo y otros valores asociados a esas sociedades, en contraposición con los valores que impulsan la solidaridad o la cohesión de grupo. Una segunda crítica se relaciona con la relación entre autonomía y adolescencia. Buena parte de la literatura occidental sobre la autonomía se ha concentrado en analizarla en la adolescencia, bajo el entendido de que es en esta etapa cuando tiene lugar de manera más acentuada la formación de la identidad de les adolescentes. Ello ocurre mediante su diferenciación psicológica y social con respecto a sus padres/madres/tutores.

En nuestro país, estos dos cuestionamientos han sido asumidos en el campo de las ciencias sociales y humanidades, aunque casi siempre de manera implícita. Se proclama que los mexicanos tenemos una cultura que promueve la solidaridad, el sentido de grupo, los valores familiares más que los individuales. Igualmente, se señala que los pueblos indígenas u originarios cultivan el sentido de grupo y no individual, y que la adolescencia, como etapa de desarrollo de la persona, no es social ni individualmente relevante en todos los contextos, puesto que el paso de la niñez a la adultez está mediada y marcada por rituales específicos.

Aunque dichos cuestionamientos pueden tener algún sustento, existe todavía poca investigación que nos permita valorar su pertinencia y dimensión concreta en nuestro país. El concepto de autonomía no ha merecido una discusión y análisis detenido, por lo cual a menudo es simplemente rechazado o ignorado. Sin embargo, puede ser de gran utilidad para entender cómo en nuestra sociedad se constituyen y desarrollan las personas adolescentes (sean éstas de escasos recursos, con orígenes étnicos específicos, de clases medias, etcétera), y cómo se da esto en el marco familiar, con respecto a sus padres/madres/tutores.

Para poder apreciar su utilidad, hay que cuestionar varios supuestos: la autonomía no significa individualismo; tampoco es lo contrario de la solidaridad o la cohesión de grupo. Estos supuestos, que a menudo se materializan como prejuicios, han llevado a confundir la autonomía como proceso de individuación con la autonomía, entendida como individualismo, egoísmo, o aislamiento del individuo o la persona. Es decir, se asume que el desarrollo de la autonomía es pernicioso pues ello le resta al desarrollo de la conectividad, la solidaridad o la cohesión de grupo. Como si estuvieran en contraposición y su desarrollo supusiera una suma cero. Si entendemos la autonomía como un proceso de individuación, de diferenciación de la persona, de formación de identidad, entonces el concepto puede ser “probado” en distintos contextos sociales y culturales no-occidentales, incluidos aquellos indígenas, donde se supone el privilegio del sentido del grupo por encima del individuo o persona. Se abren sus posibilidades heurísticas. Sobre todo, si consideramos que nuestra sociedad ha estado expuesta desde hace muchos años a procesos culturales globales que han tocado a la mayoría de los sectores sociales.

Dos dimensiones de la autonomía: autosuficiencia y funcionamiento volitivo

Contrariamente a esas ideas prejuiciadas, la autonomía adquiere gran relevancia en términos sociales cuando se consideran sus dos dimensiones que la componen: como autosuficiencia y como funcionamiento volitivo. Ya he indicado que la mayoría de les adolescentes en nuestro país viven con sus padres/madres/tutores, por lo cual la familia (independientemente de sus formas y arreglos residenciales) sigue siendo un espacio crucial de socialización, de desarrollo y de interacción. Por ello, varios de los marcadores o indicadores que metodológicamente pueden servir para describir las transiciones a la adultez, tales como vivir en una vivienda aparte de los padres, unirse o casarse, o tener hijos, probablemente tengan poco sentido o adquieran un significado distinto para muches adolescentes. Conforme van creciendo, elles van formando su identidad y ello supone un proceso de separación en el sentido de individuación. Pero sería absurdo pensar que este proceso supone únicamente un proceso de separación, de independencia o autosuficiencia y una disminución, debilitamiento y extinción de sus vínculos con sus padres/madres o tutores. De hecho, la mayoría de las encuestas han mostrado la importancia primordial que tiene la familia para les jóvenes y que elles valoran, entre otras cosas, la comunicación que sostienen con sus progenitores, especialmente con sus madres (véase, por ejemplo, CEPAL, 2004). Ello indica que, a la par del desarrollo de la individuación, les adolescentes siguen sosteniendo vínculos significativamente importantes con sus padres/madres/tutores (con consecuencias positivas o negativas).

Teniendo en mente lo anterior, podemos comprender mejor sus dos dimensiones, las cuales he explorado en un trabajo reciente con algunes colegas (Esteinou, Vázquez-Arana, Martínez, 2020). La primera considera que les adolescentes están inmersos simultáneamente en múltiples contextos o ámbitos de interacción y que éstos tienen una influencia decisiva en su salud mental y ajuste social. En este nivel interpersonal, la autonomía es entendida como independencia o autosuficiencia, y refiere a qué tanto dependen de les otres y quién regula (en este caso, los padres/madres o tutores) algunos de sus comportamientos y toma de decisiones. Si el proceso se desarrolla conforme a lo normativamente esperado, les adolescentes cada vez más tomarán por sí mismes sus decisiones de manera independiente, especialmente en lo que se refiere a aquellos aspectos del dominio personal (como elegir su vestimenta, su apariencia física, sus amigues, entre otros), sin una gran necesidad de contar con el apoyo y aprobación de sus padres/madres. Aunque también implica una disminución de la dependencia psicológica y emocional, esta dimensión de la autonomía alude más a la independencia en términos funcionales, en la medida en que el/la adolescente es cada vez más capaz de manejar asuntos prácticos sin la ayuda de los padres/madres o tutores (Steinberg, 2002). Esta dimensión de la autonomía tiene una connotación profundamente social puesto que puede ilustrar cómo les adolescentes, a la vez que aprenden a resolver problemas y toman cada vez más decisiones que les atañen, van aprendiendo a sostener y establecer relaciones con les “otres significatives”, incluides les padres/madres, las parejas sentimentales, les amigues u otras figuras de autoridad. Por consiguiente, el desarrollo de la autonomía no es un proceso que lleva al aislamiento, sino que va acompañada del desarrollo de la conectividad que les mantiene en sociedad. La dimensión relacional, entonces, resulta crucial (Millán y Esteinou, 2021).

La segunda dimensión de la autonomía se refiere al funcionamiento volitivo, y tiene que ver más con la concordancia interna de la persona. Indica el grado en que los comportamientos y las metas están alineadas con los valores, preferencias e intereses de la persona misma, de tal forma que cuando hay mayor concordancia entre ellos, las personas experimentan un sentido de autenticidad y de libertad psicológica. Este proceso incluye la formación ético/moral, el desarrollo de un sentido de control sobre los propios pensamientos, sentimientos y acciones, y de confianza en las habilidades propias para tomar decisiones, entre otros aspectos ligados a la volición, lo cual facilita el desarrollo del sentido de agencia, de individualidad y unicidad (Esteinou, et al., 2020). Aunque esta dimensión refiere al nivel individual de la persona, también tiene un sentido profundamente social por las consecuencias que tienen detentar ciertos valores, preferencias y posturas ético/morales en la orientación de las acciones y comportamientos. Las acciones, aunque sean desarrolladas por individuos o personas, son desplegadas en relación con les otres miembros de la familia, la escuela, en suma, de les integrantes de la sociedad.

Estas dos dimensiones de la autonomía muestran, por lo tanto, su relevancia social y abren un campo amplio de investigación. Son útiles para conocer cómo les adolescentes aprenden a manejar los ámbitos en los que se mueven, interactúan y desarrollan; con qué recursos cuentan, en términos psicológicos, emocionales, de habilidades de relación, y familiares; cómo van construyendo sus propios juicios, valores y preferencias; y cómo los padres/madres o tutores la promueven o no. Es decir, ayudan a entender cómo construyen y sostienen relaciones sociales, a la vez que construyen su identidad. La comprensión de todos estos aspectos no es menor. Ayudaría a implementar algunas medidas de política social, de apoyo del desarrollo de les adolescentes (niñes y jóvenes) y de sus familias.


Bibliografía

CEPAL (2004), La juventud en Iberoamérica: tendencias y urgencias, Santiago de Chile, Comisión Económica para América Latina.

Esteinou Rosario, Alejandro Vázquez-Arana, y Esther Martínez-Guerrero (2020), “Adolescent Autonomy Satisfaction and Parental Support to Autonomy in Mexico”, en Journal of Comparative Family Studies, vol. 51, núm. 2, pp. 188-216. DOI: 10.3138/jcfs.51.2.05.

Imjuve (2011), Encuesta Nacional de Juventud 2010, Instituto Mexicano de la Juventud

Millán, René y Rosario Esteinou (2021), “Satisfacción familiar en América Latina: ¿importan las relaciones?”, en Perfiles Latinoamericanos, vol. 29, núm. 58, julio-diciembre.

OIJ, CEPAL, PNUD, BID, CAF, y UNAM. (2013), 1a Encuesta Iberoamericana de Juventudes.

Ryan, Richard M., y Eduard L. Deci (2000), “Self-Determination Theory and the Facilitation of Intrinsic Motivation, Social Development and Well-being”, en American Psychologist, vol. 55, núm. 1, pp. 68-78.

Steinberg, L. (2002), Adolescence, 8a edición, Nueva York, McGraw-Hill.