Cuando la ficción alberga múltiples y dolorosas realidades: Indian Horse (2017) de Stephen S. Campanelli

Mauricio Sánchez Álvarez
CIESAS-Laboratorio Audiovisual


Póster de la película Indian Horse tomada del sitio Filmaffinity.


A medida que crecen los escándalos acerca de las llamadas escuelas residenciales cristianas en Canadá, en las que durante varias décadas del siglo XX niños indígenas separados de su familia fueron recluidos, maltratados e incluso olvidados en nombre del adoctrinamiento religioso (Blacstock y Palmater 2021), la atención de Occidente de nuevo está girando hacia pasados históricos que requieren ser revisados, renombrados y reconstruidos. La película canadiense Indian Horse (cuyo título se refiere al apellido de su personaje principal, Saul Indian Horse), y basada en la novela homónima del escritor Richard Wagamese, del pueblo Ojibway, sigue la difícil trayectoria de un hombre joven de ese pueblo, desde su niñez hasta su madurez. Siendo un chiquitín, por ahí en los años sesenta, Saul huye para ir con su abuela y su hermano a través de bosques y lagos, tratando de evitar a los buscadores de niños. Pero eventualmente éstos lo encuentran (para esa fecha, el hermano y la abuela ya han muerto) y se lo llevan a un internado católico de curas y monjas para chicos, en el que la política es deculturizar lo más rápido posible, empezando por el corte de pelo, el cambio de nombre (cuando el original no es del gusto de los curas), y nada de hablar en lengua originaria. Se trata de un proceso que se vale de distintos tipos de violencia, desde la denigración cultural y personal hasta castigos, golpes y también formas de reclusión. No es de extrañar, entonces, que los niños expresen distintas y muy radicales expresiones de resistencia, como el responder en lengua, el no aprenderse el padre nuestro, fugas y también suicidio.

Pero Saul es un alma de dios, bueno como él solo, y se va adaptando al nuevo régimen. En un giro inesperado, se percata de que la recientemente construida pista de hockey sobre hielo (deporte nacional de Canadá) lo atrae como nada. Contraviniendo una regla del internado, por la que sólo los chicos mayores pueden disfrutar de la pista, a deshoras ‒pero con la venia de un cura más benevolente‒, Saul se pone a practicar por su cuenta. Y en poco tiempo, siendo el chiquitín que aún es, se convierte en un verdadero talento del hockey. La historia entonces se enrumba hacia una suerte de conquista del mundo circundante. Ya adolescente, Saul entra a un equipo indígena de hockey, y de ahí pasa al profesionalismo, en el que si bien comprueba la gentileza y calor de quienes lo circundan (amigos, entrenador y demás), también va sintiendo la discriminación que prevalece en la sociedad canadiense. Cuando aún formaba parte del equipo indígena de hockey, ve cómo en un bar unos hombres agarraban y machacaban a golpes a uno de sus compañeros, y ya como profesional, cada vez que cae al hielo, a manera de insulto, gente del público le tira muñequitos de jefes pieles rojas de plástico.

Por algún motivo, que la película se demora en revelar, Saul no consigue sobrellevar ese clima de desprecio y afrentas. Pronto se da al alcohol y también deja el hockey profesional, volviéndose un deambulante, casi sin rumbo. Es ahí cuando nos enteramos de que su permiso especial para usar la pista en el internado venía condicionado a servir de objeto del placer de ese cura supuestamente benévolo. Ahí, y como si se tratara de un desvelamiento psiconalítico, terminan los pesares profundos de Saul, quien regresa a jugar hockey con el equipo indígena de su adolescencia.

En la negativa de la película por encumbrar épicamente al héroe hasta el estrellato pleno, y que en vez de eso, viva una tragedia, sin duda hay una metáfora y una enseñanza. La metáfora tiene que ver con lo que ha sido el sino de muchos pueblos aborígenes en el mundo, y en particular los de Canadá, en su encuentro desencontrado con las fuerzas hegemónicas de Occidente. La pretendida y obligada asimilación de la que han sido objeto fue tanto un error como un fracaso, que ha sido perversamente ocultada, evidente en el hecho de que en los internados canadienses murieron niños cuyas tumbas han quedado sin nombres. El aprendizaje estriba en la importancia de ser todo lo contrario al prometido estrellato individualizado. En vez de ello, es preferible ser uno más de esa colectividad a la que siempre se ha pertenecido; aquella que mantiene el patrimonio y legado histórico cultural que siempre fue el de uno.

Hay un par de detalles acerca de Indian Horse que resalta aún más el valor de la película. Todos los actores principales son indígenas canadienses. De hecho, la actriz que hace de abuela de Saul, Edna Manitowabi, asistió a un internado católico en los años cuarenta. De modo que participar en Indian Horse le ha permitido sacar a la luz una historia que también es suya (Johnson, 2018). Y en el rodaje, cada día comenzaba con un ritual de unos 45 minutos, que muestra el alto grado de respeto que se tuvo por la gente y la cultura que se estaba retratando.


Bibliografía

Blackstock, Cindy y Pamela Palmater (2021), “Canada’s Government Needs to Face up to its Role in Indigenous Children’s Deaths”, en The Guardian, 6 de julio (https://www.theguardian.com/commentisfree/2021/jul/08/canada-indigenous-children-deaths-residential-schools).

Johnson, Brian D. (2018), “For Indigenous People, Indian Horse is much more than a Movie”. Maclean’s, 21 de marzo (https://www.macleans.ca/culture/movies/for-indigenous-people-indian-horse-is-much-more-than-a-movie/)