En el primer semestre de 1972, mientras hacía trabajo de campo antropológico con los pepenadores de basura en la ciudad de Monterrey inicié el estudio de la obra El Capital de Carlos Marx. En el segundo semestre me inscribí en la Maestría en Antropología Social en la Universidad Iberoamericana. Cuando me preguntaron por qué quería hacer esa maestría, contesté que quería profundizar en los planteamientos de Marx. Me dijeron que a ese autor lo tendría que ver, pero junto con otros más. Y así fue. Estudié a una gran cantidad de antropólogos. El director de mi tesis de maestría fue el doctor Ángel Palerm, quien me dijo que no podría entender bien a Marx, si no lo contraponía con otros pensadores; y me impulsó a hacer una comparación entre la teoría marxista de clases y la teoría paretiana de las elites. El epígrafe de estas tesis fueron dos textos que hacían ver que podía haber complementariedad en esas dos posiciones. Marx escribió que cuanto más una clase dominante era capaz de acoger en su seno a los individuos eminentes de las clases dominadas, tanto más su reino sería estable y peligroso. Mientras Pareto escribió que se podía observar la clase gobernada y la clase gobernante una enfrente de otra como dos naciones extrañas. Parecería que me había equivocado de firma y que lo dicho por Marx correspondía a Pareto y viceversa, pero no; cada uno por su cuenta había escrito lo que podría ser parecido al del otro. Claro que tenían enormes diferencias que fueron tratadas en la tesis, pero había algunos puntos de contacto. Para profundizar en estas dos grandes corrientes, además del estudio de todo lo que había escrito Marx, me adentré en las discusiones emprendidas por una gran cantidad de autores marxistas y en los planteamientos de escritores que criticaban el marxismo. Por supuesto que releí a Engels, de quien había hecho mi tesis de licenciatura. Me interesó profundizar en su tratamiento de la guerra campesina en Alemania. De Ernst Bloch me conmovieron profundamente El principio Esperanza, y también examiné su libro Thomas Müntzer, teólogo de la revolución. Hubo autoras y autores que me parecieron inspiradores como Rosa Luxemburg y Gramsci. Posteriormente agradecí que Rafael Díaz-Salazar se hubiera encargado de la edición del libro de Francisco Fernández Buey, centrado en la izquierda alternativa y el cristianismo emancipador donde se apuntaba que la izquierda alternativa sería multicolor (roja, verde y violeta) por la recuperación de lo mejor que quedaba del anarquismo, del comunismo y del socialismo combinado con las nuevas aportaciones del ecologismo, el feminismo, el pacifismo y el cristianismo emancipador. Palerm también me orientó a ver cómo la obra de Marx, precisamente por su estudio de antropólogos clásicos y por datos etnográficos de las comunas rusas contemporáneas había terminado con enormes e importantes aperturas que rompían con muchos determinismos, e incitaban a indagar los aportes de los pueblos originarios.