Un viaje llamado Cinemantropos

Karla Paniagua
Egresada de la Maestría en Antropología Social, CIESAS Ciudad de México


−Es lo más ridículo que he escuchado en mi vida− me dijo Roberto Melville cuando le propuse Anthropos Butacus como nombre para mi columna sobre antropología visual. Era el 2001 y me había invitado a colaborar en el Ichan Tecolotl, donde él mismo se hacía cargo de la sección de juegos del mundo.

Arrastrando los pies y el orgullo volví a mi casa, repensé la propuesta y le propuse de nuevo a mi profesor un nombre para ese espacio que se dedicaría a reflexionar en torno a la producción multimedia como manifestación del comportamiento colectivo de los seres humanos: Cinemantropos. Me miró satisfecho, “muy bien”, murmuró.

La primera entrega de Cinemantropos vio la luz en junio de ese mismo año, dedicándole el espacio a la película Les rivières pourpres, de Mathieu Kassovitz (Francia, 2000). Así, durante las siguientes dos décadas, cada mes seleccioné una película antigua o reciente y, con base en su discurso, planteé, entre otras, ciertas interrogantes cruciales para el quehacer antropológico: ¿cuáles son las creencias, los anhelos y los temores enmarcados en este texto?, ¿qué idea de persona, qué idea de mundo se presenta aquí?, ¿qué nos dicen estas representaciones socialmente compartidas acerca de la cultura que produjo esa película?

Creé una suerte de ritual mensual para seleccionar los materiales. La película “ganadora” para ser comentada en la columna podía encontrarse en el cine, en internet, en mi colección de videos, en las recomendaciones de los lectores, en un festival. En más de una ocasión, descubrí patrones que me llevaron a abordar más de una película en la misma entrega, de modo que esos juegos secretos que hoy les revelo hicieron el ejercicio aún más apasionante. En ese espacio comenté, por mencionar un par de ejemplos, películas que abordan el tema de la adopción o películas que plantean universos distópicos.

Al hacer una arqueología de mis entregas, observo ciertas recurrencias: el pensamiento mágico, la violencia; la tecnología y su relación con la cultura; las brechas entre el discurso y el comportamiento colectivo; el comportamiento extremo, incluso criminal; las religiones seculares; el nacimiento, la muerte, la enfermedad, la sexualidad y el amor. Todos estos fueron asuntos que se abordaron en más de una ocasión. Con frecuencia referí temas que podrían considerarse tabú, como el incesto, la masturbación, el canibalismo, las escatologías, el suicidio: ¿dónde están los linderos, siempre lábiles, de aquello que consideramos humano, aceptable, civilizado?, y ¿cómo es que estos linderos son replanteados por los distintos grupos culturales? Fueron que preguntas que exploré y que les invito a seguir masticando.

A lo largo de los años, recibí algunos correos de lectores que respondieron a mis provocaciones y se sumaron a la conversación. En la mayor parte de los casos, me escribieron para compartir un hallazgo interesante a raíz de Cinemantropos; a veces también me sugirieron nuevos materiales. Todas las veces me dio gusto saber que había logrado despertar la curiosidad de alguien, y que en un sentido u otro, la columna estaba propiciando cierto diálogo.

Con Cinemantropos visitamos muchos países de los que son originarios los materiales comentados: Alemania, Argentina, Canadá, Corea del Sur, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Israel, Italia, Japón, Reino Unido, Suecia y por supuesto, México.  También exploramos distintos formatos y soportes. Comenté lo mismo documentales que ficciones convencionales, corto, medio y largometrajes, películas, videos y video-blogs, como corresponde a los vibrantes ecosistemas en los cuales anida el lenguaje multimedia.

También comenté, pero en pocas ocasiones, proyectos en proceso y películas realizadas por lectores que muy generosamente me hicieron llegar sus obras para ser comentadas en la columna, a quienes estoy muy agradecida por haberse tomado el tiempo para contactarme y hacerme llegar sus materiales.

A continuación, les comparto algunas lecciones que acumulé en dos décadas escribiendo Cinemantropos.

“El texto es aquello que se deja leer”.  Esta afirmación de Julia Kristeva nos recuerda que cualquier texto se puede descifrar con las preguntas adecuadas. Y no sólo las películas. Los carteles, clips musicales, videos de TikTok y Kwai, los memes, las gigantografías, el arte público, entre otros, nos hablarán si sabemos leer sus códigos. En ese sentido, mi deseo es que Cinemantropos continúe comentando no sólo películas, sino muchas otras expresiones de la expansiva cultura multimedia.

“El tabú de hoy, es el mainstream de mañana” sentencia Amy Webb, directora de The Future of Today Institute . En ese sentido, los corpora de la antropología visual son territorios de observación privilegiados en los que se expresa el tabú. Los temas que nos cosquillean, nos causan prurito, y que incluso nos escandalizan, constituyen una invitación a la reflexión antropológica. En todos los años que colaboré con el Ichan, encontré apertura y libertad para abordar cuanto tema pasó por mi cabeza, cosa que agradezco porque de otro modo no podría haber real columnismo. ¿Cuáles son las fronteras aún inexploradas?, ¿qué temas merece la pena convocar a la mesa de la antropología visual? Son preguntas que dejo sobre la mesa para continuar los planteamientos iniciados en Cinemantropos.

La verdad antropológica es una construcción viva. Esa fue una de las conclusiones más relevantes a las que llegué al escribir mi tesis de la Maestría en Antropología Social del CIESAS y que después se convirtió en el libro El documental como crisol. Análisis de tres clásicos para una antropología de la imagen (2007/2013), coeditado por mi alma mater y la Universidad Veracruzana. Cada realizador toma decisiones específicas para dejar en su obra huellas tendientes a sustentar la modalidad (el valor de verdad) del texto, cuyas huellas después el público seguirá o desestimará según el caso. Las estrategias para construir la verdad antropológica (el uso de ciertos emplazamientos, cierta composición, ciertos contenidos, parlamentos, sonidos, transiciones, etc.) son identificables lo mismo en los documentales que en las películas de ficción convencional y van mutando culturalmente.

Todos los materiales que se exploraron en Cinemantropos nos ofrecen un repertorio táctico de decisiones autorales para representar los deseos, valores, temores y creencias culturalmente compartidas. Nuestros sentidos son el mejor conjunto de herramientas para aproximarnos a estas perlas que hablan no sólo de sí mismas, sino de los grupos de interés (tribus) que les dieron origen.

El punctum es un músculo. En días recientes, uno de mis estudiantes me preguntó si no me aburre estudiar el lenguaje del cine, cosa que hago desde hace 26 años. Al contrario, cada día me intriga más, sobre todo cuando observo cómo es que la nomenclatura del cine se trasmina a otros medios (la publicidad, los videos musicales, el teatro) y también muta gracias a la influencia de éstos. En los mismos días en los que escribo estas líneas, analizo sintagma por sintagma Mur murs, documental de Agnès Varda, y me emociona descubrir aspectos que pasaron desapercibidos para mí la primera vez que la vi. Esta exploración es muy distinta de mi análisis previo sobre la representación de las mujeres en el cine violento, cuyo resultado se incluye en el libro colectivo Voces al margen. Mujeres en la filosofía, la cultura y el arte (2021). Pareciera que, conforme los mensajes revelan sus secretos, el punctum se agudiza y multiplica.

En su Cámara lúcida (1980), Roland Barthes hace referencia al punctum como esa punzada que atraviesa el corazón del sujeto que percibe el mensaje, esa reacción subjetiva que nos impulsa, en este caso, a desarmar quirúrgicamente los elementos del mensaje para hacer visibles sus unidades discretas. Este acto es generativo: entre más lo haces, más conoces, y entre más conoces, más quieres hacerlo.

En ese sentido, considero que una de las tareas de Cinemantropos ha sido ser un acicate para el punctum de la audiencia del Ichan, provocando sus emociones y detonando preguntas que contribuyan a nuestro quehacer como estudiosos del comportamiento.

Mi última colaboración en Cinemantropos fue publicada en junio del 2021. En dicha entrega recomendé War Dogs, de Todd Phillips (E.U.A., 2016). Es tiempo de que otras plumas continúen la discusión y se planteen nuevas interrogantes. Mis mejores deseos para que este espacio siga creciendo, espero que hayan disfrutado estos primeros veinte años tanto como yo.