Mauricio Sánchez Álvarez[1]
Laboratorio Audiovisual – CIESAS
Si no estoy mal, son los galeses quienes sostienen que quien ve más allá es, en efecto, la cabeza de un proceso que todavía apenas se adivina. Mirando hacia atrás en el tiempo al año 1980, cuando tuvo lugar el primer curso para maestros y enfermeros indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, organizado por la Unión de Seglares Misioneros (Usemi), una ONG colombiana de cristianos activistas —pero no proselitistas—, se puede decir que ese curso fue un momento así. No sabíamos que estábamos de cara al futuro. El simple presente ya era bastante asombroso e inusitado.
Tras varios años de estar elaborando materiales didácticos a partir de conocimientos locales empleando métodos etnográficos y en concordancia con las autoridades y tradiciones indígenas, Usemi había arribado a lo que vino a llamar un método pedagógico bicultural. Un proceso que se retroalimentó con aportes de la estación que tenía en la Sierra el entonces Instituto Colombiano de Antropología (hoy Instituto Colombiano de Antropología e Historia). Hasta donde se sabe, no había ocurrido nada semejante en otros lados de la Colombia indígena, aunque la demanda por una educación culturalmente adecuada estaba en boca del movimiento indígena desde principios de los setenta. Y no solo eso. El método llamó la atención del Ministerio de Educación, que para 1978 expidió un decreto por el cual se reconocía el derecho de las comunidades indígenas del país a una educación culturalmente adecuada.
En esa época, interculturalidad era un término que nos esperaba a la vuelta de la esquina. Biculturalidad era más apropiado, simplemente porque reflejaba que el encuentro entre lo aborigen y lo (mal llamado) occidental era casi primerizo. Durante décadas, los indígenas de la Sierra habían estado sometidos a una educación católica no sólo proselitista sino anti-indígena, que después, aunque dejó lo proselitista y lo persecutorio, de todos modos era castellanizante. El método bicultural y, en particular, el hecho de que el curso para enfermeros y maestros conjuntaba tanto saberes como docentes de ambos lados del espectro, era otro indicador de que las cosas estaban cambiando. Empezábamos a proceder tratándonos de igual a igual.
Las imágenes que acompañan este texto capturan algo del espíritu de ese curso y de ese momento —ahora— histórico, en que el futuro aún no podía adivinarse debido a ese presente tan rico e intenso. En la primera foto vemos a Gloria Uribe, maestra de Usemi, leyéndole al grupo un libro escrito por Vicencio Torres, un arhuaco, ya anciano, que vivió los difíciles tiempos de la Misión Capuchina, como un ejercicio de memoria. La segunda muestra al grupo, en cuyo centro aparece la enfermera y dirigente Benerexa Márquez con el libro en mano, discutiendo en torno a éste. La tercera imagen presenta a la dirigente arhuaca Dionisia Alfaro, quien fue clave durante la resistencia a la misión, hablándole a la clase acerca de su vida. La cuarta foto muestra a la enfermera y dirigente arhuaca Leonor Zalabata tratando con el grupo problemas que aquejaban a las comunidades indígenas de la Sierra, como lo que estaba sucediendo con el territorio. La quinta presenta un momento en que los próximos a ser enfermeros y maestros dibujan mapas de sus territorios. Y en la sexta y última imagen se ve otra vez a Gloria Uribe (vestida con la manta indígena) quien, junto con otros jóvenes asistentes al curso, escudriña el pelo de un chico arhuaco, y que resalta el espíritu de estrecha convivencia que animó el curso.
Todo esto puede estar lejano en el tiempo ya, seguramente muchos de estos jóvenes han logrado servir a sus comunidades en sus respectivos oficios y también como dirigentes. Porque finalmente, ésa también era la idea detrás del método pedagógico bicultural: empoderar a los indígenas de la Sierra a partir de su propia cultura y su propia gente.