Uso y abuso de la energía en el turismo: el caso de la Península de Yucatán

Rodrigo T. Patiño Díaz[1]
Cinvestav – Unidad Mérida

1. Energía y turismo: un binomio potencialmente nocivo

El cambio climático y la pandemia de COVID-19 son dos ejemplos de las múltiples crisis globales que enfrenta actualmente la humanidad, como consecuencia de un sistema social hegemónico que mantiene brechas de desigualdad cada vez más marcadas y de un modelo económico altamente depredador de los recursos naturales (Abbasi, 2022). Este modelo tiene su origen en la Revolución Industrial, de la cual emergen un cambio drástico en los modos de producción y la consolidación del capitalismo como modelo económico, con base en el desarrollo tecnológico para el consumo masivo de combustibles fósiles como fuente energética (Smil, 2017). En consecuencia, en los últimos 200 años, y particularmente en el último siglo, se ha transitado hacia una matriz energética compuesta principalmente de combustibles fósiles, un esquema insostenible considerando no sólo la merma actual de esta fuente de energía sino también su importante contribución a la generación de gases de efecto invernadero y otros impactos socioambientales negativos (Reyes et al., 2018).

Por su lado, el turismo masivo y global se ha convertido en una de las actividades económicas más dinámicas del planeta, llegando a ser, en algunos casos, la principal fuente de ingresos de ciertas regiones o de países completos (Jafari, 2005). Este fenómeno, por supuesto, no puede desligarse de las ya mencionadas crisis globales, ni de los esquemas de desigualdad social, ni del consumo masivo de energía (Cañada, 2023). En efecto, considerando el fenómeno de masificación del turismo iniciado durante el siglo XX, se le puede considerar como una megaindustria que contribuye de manera importante a la degradación de los sistemas socioecológicos de los que ella misma depende. En este sentido, los recursos energéticos y su gestión en el turismo forman parte importante de lo que la población local debe considerar en una planeación estratégica de su territorio para desarrollar nuevos modelos de turismo más sostenibles, responsables y justos (Sánchez Arceo et al., 2023).

¿Cómo cambian los hábitos de consumo de los turistas durante sus viajes?, ¿requieren mayores cantidades de energía que en su vida cotidiana, tanto para su transporte como para sus estancias en hospedajes diversos?, ¿cómo es su consumo eléctrico y el de alimentos, entre otros bienes y servicios?, ¿es posible clasificar a los turistas en función de su consumo energético?, ¿qué problemáticas afrontan los prestadores de servicio para satisfacer la demanda energética de sus clientes? Sería interesante poder responder a estas preguntas y proponer modelos virtuosos que encaminen la actividad turística a menores impactos socioambientales tanto locales como globales. Para ello, en las siguientes líneas se delinea una reflexión inicial pero, en definitiva, se requiere de un trabajo de largo aliento que incluya una búsqueda amplia de datos e indicadores que deberán sistematizarse y analizarse para tener respuestas robustas a estos cuestionamientos.

De acuerdo con Coll-Hurtado (2016), la motivación primera del turista es “la búsqueda de algo diferente a su cotidianeidad, algo que lo aleje de su vida normal, de la rutina diaria.” En este sentido, se espera que los patrones de consumo energético del turista sean distintos a su consumo cotidiano. Para comenzar, el turista inicia con su desplazamiento, el cual involucra casi siempre un vehículo motorizado, que por sí mismo consume energía. Este desplazamiento puede ser en transporte privado o colectivo, lo que ya genera una diferencia entre los turistas; normalmente el transporte aéreo y el terrestre son los más requeridos por el turista, aunque existe también toda una industria de transporte marítimo, en cruceros por ejemplo. A veces, la transportación del turista no depende de él mismo, sino también de la geografía e infraestructura que ofrece el lugar turístico, así como de los costos relativos entre las distintas opciones de transporte. Por otro lado, también se requiere un servicio de energía para el alojamiento y demás ofertas de servicios, en especial para ofrecer un confort térmico cuando se trata de lugares con climas distintos al que están acostumbradas las personas. La comida ocupa un lugar muy especial, pues el turista cambia sus hábitos alimenticios, tanto en frecuencia como en cantidad, en especial cuando se trata de hospedajes que ya incluyen alimentos; el origen de los alimentos también puede tener un costo energético importante, tanto durante su producción como en su traslado.

Figura 1. Esquema de los principales factores a considerar en el consumo energético del desarrollo turístico

Fuente: Elaboración propia

2. Yucatán: una región biocultural de gran interés económico y de creciente consumo energético

La península de Yucatán, la región en el sureste de México conformada por los estados de Campeche, Quintana Roo y Yucatán, se caracteriza por contener a una cantidad importante de población que se reconoce como maya, así como por su sistema kárstico que juega un papel primordial en las dinámicas territoriales, además de contar con un litoral costero singular y numerosas áreas naturales protegidas y zonas arqueológicas (Espadas Manrique et al., 2019). La riqueza de los ecosistemas en tan singular geografía es también una muestra de la relación que han formado sus pueblos originarios y otras comunidades locales para producir, transformar y conservar sus recursos naturales, reconociéndose como un territorio biocultural (Boege, 2008; Terán-Contreras, 2010). En contraste con esta riqueza biocultural, existe también una historia de colonización que persiste hasta nuestros días y que marca enormes contrastes socioeconómicos entre sus habitantes, además de impactos ambientales considerables. En nombre del desarrollo económico y la modernidad, han sido implementadas numerosas estrategias que mantienen esta disparidad social, con acumulación de riqueza en unos cuantos y con una importante componente de agentes externos que toman decisiones o influyen fuertemente en los territorios, sin el reconocimiento de las opiniones de la población local.

Un ejemplo paradigmático es, por supuesto, el de la industria turística en el estado de Quintana Roo (García de Fuentes et al., 2019). El caso de la turistificación de Cancún, primero, y luego el de la llamada Riviera Maya, han sido considerados éxitos para la economía nacional: Quintana Roo es la principal entidad a nivel nacional en servicios de alojamiento temporal y de preparación de alimentos y bebidas, produciendo en 2021 un 14% del Producto Interno Bruto nacional en valores corrientes generados por dichos servicios (INEGI, 2023). Recientemente, la Secretaría de Turismo reportó que “Playacar, Akumal, Cancún y Playa del Carmen, están entre los 7 destinos turísticos del país con mayor ocupación hotelera, por encima del 70%; el aeropuerto de Cancún, recibe a más visitantes internacionales que cualquier otra plaza turística nacional; y Cozumel y Mahahual lideran el listado de puertos en costas mexicanas con mayor número de arribo de cruceros” (SECTUR, 2023). Este turismo masivo se pretende aumentar aún más por medio del Proyecto Tren Maya, el cual no sólo se refiere a una infraestructura ferroviaria, sino a la conexión de polos turísticos ya existentes en el sureste con otros nuevos, además de la creación de nueva infraestructura aeroportuaria y portuaria (Ceceña y Veiga, 2019).

El fenómeno de crecimiento urbano e inmobiliario que acompaña al turístico está ya bien caracterizado en distintas latitudes y la costa caribeña de Quintana Roo tiene un historial bien marcado en esta dirección, particularmente caracterizado por migraciones, asentamientos irregulares, una industria inmobiliaria explotadora de sus trabajadores, entre otros problemas (Córdoba y Ordoñez, y García de Fuentes, 2003; Oehmichen, 2010). La industria de la construcción requiere de grandes cantidades de hierro, piedra y cemento, además de asfalto. Esta materia prima proviene de industrias altamente consumidoras de energía, sin contar que los materiales deben transportarse por cientos o miles de kilómetros para su arribo a la región, utilizando invariablemente combustibles fósiles. Es importante reconocer también que los inmuebles, durante su uso, pueden demandar grandes cantidades de energía, según el tipo de diseño que tengan.

El Proyecto Tren Maya trastoca también una industria de bienes y servicios que normalmente no se asocia al sector turístico, pero que corresponde a insumos indispensables para el engranaje del turismo y que evidentemente también requieren de energía. Un ejemplo bien documentado es la maquila de ropa en Tekit, indispensable para los característicos uniformes utilizados por los prestadores de servicios turísticos de la región, así como para la venta de las prendas típicas tan apreciadas por los turistas (Córdoba Azcárate, 2020). Este aspecto se encuentra bien detrás de la escena turística y puede pasar desapercibido, a pesar del enorme impacto (positivo y negativo) que causa en comunidades ajenas a los territorios que son receptores directos del turismo masivo y, por tanto, foco común de los análisis. En este ejemplo, el consumo de energía está asociado nuevamente a las materias primas (los textiles) y su transporte desde otras latitudes, además del proceso mismo de manufactura. Las máquinas de coser, así como de lavado y planchado, requeridas en las maquilas, tienen en sí mismas una trazabilidad energética que debe atenderse, además del consumo eléctrico por su operación diaria.

Otro sector que está asociado indirectamente al Tren Maya, y por tanto se analiza poco, es el de la industria alimentaria. Existen reflexiones importantes sobre el tema de la sostenibilidad de la propuesta alimentaria, o incluso gastronómica, en un proyecto turístico (Bak-Geller, 2019). El origen de los alimentos debe priorizarse como un factor determinante de la sostenibilidad de la oferta turística, buscando una producción local que tiende a ser conflictiva cuando existen demandas de gran escala, o distintas de las prácticas culturales locales (Gascón, 2018). Estos factores generan competencia por el uso de los territorios y sus servicios ambientales, además de impactos sociales a comunidades rurales o indígenas. En efecto, los agronegocios producen ya una afectación importante en la región, incluyendo la existencia de monocultivos de grandes extensiones (algunos incluso transgénicos), la proliferación de granjas avícolas y porcinas de gran escala, y, más indirectamente, una industria cervecera boyante (Flores y Deniau, 2019). Como cualquier industria, la de alimentos es también altamente demandante de energía y otros recursos naturales.

La industria energética también está ligada directamente al turismo de la región. Hay que resaltar que el sector que más energía consume en México es el transporte, por lo que una parte importante del consumo turístico de energía se refleja en las distancias recorridas por los turistas. Además, el combustible para la gran flota aérea que arriba al concurrido aeropuerto de Cancún, debe viajar por vía terrestre desde Puerto Progreso, Yucatán, con todos los impactos que implica; con el Proyecto Tren Maya se agrega el nuevo aeropuerto de Tulum, también en Quintana Roo. También se debe poner atención al transporte internacional, incluyendo tanto los vuelos como la flota marina de cruceros, para los cuales el origen del combustible utilizado y su generación de gases de efecto invernadero no son considerados en las cuentas nacionales. El mismo Tren Maya requerirá directamente de diésel para su operación, complementado con electricidad que provendrá principalmente de gas obtenido por fractura hidráulica proveniente de Estados Unidos y Canadá, y requerirá también la construcción de nueva infraestructura energética, incluyendo la expansión de gasoductos en la región, al menos dos plantas de ciclo combinado en el estado de Yucatán (una en Mérida y otra en Valladolid) y quizás nuevas plantas eólicas y fotovoltaicas de gran escala distribuidas en los tres estados peninsulares, que se sumarán a las ya existentes (Contreras, 2023). Al respecto de estos proyectos eólicos y fotovoltaicos que operan en Yucatán, es importante mencionar que tienen impactos socioambientales importantes, en los territorios donde se instalan, pero también por el origen de las materias primas utilizados en estás tecnologías, además de su procesamiento y transportación (Escalante Kantún et al., 2022; Zárate Toledo et al., 2021). Adicionalmente, a pesar de no tener una producción eléctrica, el estado de Quintana Roo tiene el mayor consumo eléctrico de la península, debido a la importante influencia de la población flotante que constituyen sus turistas (Cano y Patiño, 2020).

3. Turismos alternativos para Yucatán: ¿modelos a seguir o falsas soluciones?

Figura 2. Cuadro comparativo para considerar la transición de un turismo masivo a uno justo y sostenible

El cuadro se basa en los consumos energéticos de la Figura 1.
Fuente: elaboración propia, con base en la propuesta de Cañada, 2023.


Es posible identificar las trampas que el sistema económico global ha creado en el turismo, con base en las crisis socioambientales que vivimos desde hace unas décadas, y que son aprovechadas para cambiar discursos, ofertas y dinámicas extractivas, incluso en los turismos alternativos (López Santillán y Marín Guardado, 2019). La industria energética juega con las mismas trampas para adoptar nuevos discursos “verdes”, por lo que es importante reconocer sinergias entre las industrias turística y energética para ofrecer un producto doblemente “verde”. Sin embargo, más allá de señalar fallas en el sistema actual, es importante identificar posibles alternativas que permitan una transición socioecológica más acorde con la urgencia de las crisis que enfrentamos. Una serie de reflexiones sobre esta problemática y varias propuestas alternativas han sido lúcidamente descritas en lo que se conoce como utopías reales poscapitalistas: el llamado turismo de proximidad, la Economía Social y Solidaria, las alianzas campo-ciudad y la inclusión social (Cañada, 2023).

En general, se pone poca atención a la educación del público general: no sólo los turistas, sino también la población local de donde se ofrecen servicios turísticos. Esta formación o concientización de la ciudadanía le permitiría tener no sólo una mejor panorámica de las problemáticas que enfrenta el turismo, sino también le ofrecería una mejor oportunidad para su participación efectiva en la toma de decisiones. Tradicionalmente, estas decisiones han estado basadas en los intereses de quienes hacen la oferta turística: primero empresarios, luego gobiernos y, más recientemente, organizaciones internacionales, pero poco espacio se deja a la ciudadanía, especialmente a la local, que muchas veces recibe las mayores afectaciones socioambientales que puede dejar el turismo (Jafari, 2005). Por ejemplo, ante las fallas en la política pública nacional para impulsar ofertas ecoturísticas en áreas naturales protegidas, sería muy importante desarrollar mecanismos horizontales con la participación desde las comunidades organizadas y fortalecidas para la toma de decisiones y el desarrollo de propuestas propias, evitando aproximaciones colonialistas, ya sea asistencialistas o impositivas (López Santillán, 2015).

Esta perspectiva se encuentra al analizar los casos de éxito de proyectos gastronómicos o de patrimonialización de las cocinas locales. Ese éxito se deriva principalmente de una fuerte organización comunitaria que está presente para la toma de decisiones, y de un gran arraigo o valuación de la cultura local (Gascón, 2018; Bak-Geller, 2019). Son las comunidades las que proponen modelos gastronómicos sostenibles y la oferta turística debería estar supeditada a estas propuestas locales en vez de imponer alimentos que obedecen a otras dinámicas externas. Por otro lado, las condiciones del turismo alternativo, sus éxitos y fracasos, han sido analizadas sistemáticamente a través de las bases de la Economía Social y Solidaria, en contraste con un turismo global basado en un sistema económico neoliberal (Maxime Kieffer, 2018 y 2021). Esta misma visión pudiera ser útil en el abordaje de la energía, en tanto que la transición energética busca justamente fuentes de energía y sistemas de gestión alternos, pero también propone un cambio del paradigma con respecto de aquel trazado por el sistema económico predominante. La autonomía, la gestión comunitaria y la apropiación de tecnologías son los posibles pilares de una transición energética justa y sostenible.

En la búsqueda de un enfoque que debe darse para promover un turismo responsable y sostenible, dirigido al beneficio de las poblaciones rurales e indígenas (Cabanilla, 2016), sería importante retomar esta perspectiva sobre el origen y el uso de la energía para el turismo comunitario en Yucatán. Es posible indagar sobre las limitaciones que puede generar el sistema energético en la oferta turística de este sector, así como identificar propuestas —tradicionales o innovadoras— para afrontar las necesidades energéticas, tanto para los pobladores locales como para los servicios turísticos. En México, y particularmente en la península de Yucatán, las comunidades rurales e indígenas afrontan problemas de acceso a la energía, tanto en cobertura como en calidad y costos. Sin embargo, también resuelven algunas de sus necesidades energéticas mediante la biomasa (para cocinar, por ejemplo), el transporte no motorizado (desplazamiento a pie o en bicicleta) o incluso las nuevas tecnologías para el aprovechamiento de energías renovables (como las celdas fotovoltaicas para la generación eléctrica con radiación solar).

En conclusión, la organización colectiva, la gobernanza y el respeto a los derechos humanos permitirán insertar el turismo —y su demanda energética— en un marco contrahegemónico y fuera del sistema económico dominante, para asegurar una larga duración de nuestros sistemas socioecológicos y del planeta. Yucatán es un territorio que puede aportar mucho en ese sentido, en sintonía con su riqueza biocultural y en resistencia frente a los grandes megaproyectos que han arribado en los últimos años a la región.

Figura 3. Parque Eólico Tizimín en Yucatán: ¿cuáles son sus impactos en la actividad turística?

Foto: Jesús Bobadilla

Figura 4. Parque Eólico “Dzilam Bravo” en Yucatán: ¿cuáles son sus beneficios para la población local?

Foto: Pablo Tut

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  1. rodrigo.patino@cinvestav.mx.