Rebeca López Mora
FES Acatlán UNAM
re.lopezmora@gmail.com
Hacer la historia de la ciudad de México constituye un gran reto para los historiadores debido a la gran cantidad de libros y revistas que se han abocado a este tema. Decir algo nuevo, o vislumbrar nuevas discusiones sobre los temas de la gran urbe parece una meta inalcanzable. Sin embargo, la ciudad todavía puede ser leída desde nuevas perspectivas, y una de ellas se basa en la relación entre el agua y el crecimiento urbano. Esta perspectiva no puede realizarse sin tomar en cuenta la cartografía de la ciudad elaborada entre la segunda mitad del siglo XVIII y el siglo XIX. Para poder hablar de esta utilización es necesario ponderar la importancia que han tenido las representaciones cartográficas como fuente de la historia.
Los planos y mapas son fruto de la representación espacial que ha hecho el hombre de su entorno. El mapa es una proyección de una realidad tridimensional a un plano, lo cual implica que cierta información se conserva, mientras que otra se pierde en ese proceso (Marchesi, 1983). El mapa es la imagen que se tiene de algo proyectada en un papel. (Connolly, 2008). En general se habla de mapas cuando la proyección es muy amplia, por ejemplo, la representación de un país; en este caso, la proyección geodésica es considerable y, por tanto, tiene mayores deformaciones. En cambio, se denomina plano a una representación más acotada del espacio, como cuando se representa una ciudad o un pueblo; en este caso, la deformación por la proyección geodésica es menor (Sarría, s.f.: 16).
Cada mapa o plano tienen su propio contexto histórico, y, por tanto, también su propio discurso. Por ello, en palabras de Harley, “los mapas redescriben el mundo, al igual que cualquier otro documento, en términos de relaciones y prácticas de poder, preferencias y prioridades culturales. Por ello es necesario decodificarlos, hacerlos hablar, lo que nos permitirá ver los mapas como representaciones de la realidad.” (2005).
Cada mapa es una representación de cierto territorio, el cual es signo de una identidad específica (Connally, 2008). Así mismo, el mapa también es un medio de comunicación que cuenta con un lenguaje gráfico especializado, que debe ser interpretado y que permite hablar a personas que tuvieron una experiencia espacial determinada (Harley, 1987). Aquí utilizaremos el concepto de mapa histórico como aquel que “representa características o fenómenos que existen o que se cree que han existido en un periodo pasado”. (Crespo y Fernández, 2011)
Pero los historiadores no nos conformamos con obtener el mensaje que otras personas quisieron dejar a través de este documento: nosotros interrogamos a las fuentes históricas para hacer nuevas lecturas y preguntas acerca del espacio representado en él. No solamente se utilizan los mapas; los documentos históricos permiten darle una visión social al espacio representado. Algunos de ellos, como las descripciones de monumentos y calles, por ejemplo, permitieron a Robert Darnton vislumbrar la ciudad de Montpellier como un texto (2018).
Esta nueva lectura de la cartografía histórica de la ciudad de México, en la que se cruzan las representaciones espaciales de la urbe con fuentes historiográficas de distintos tipos, me permitió reconstruir el sistema de distribución del agua en la urbe, así como aproximar una nueva hipótesis respecto a que al crecimiento que experimentó el casco urbano de la capital durante el siglo XIX.
Los mapas que se hicieron desde la llegada de los españoles tuvieron diversas técnicas y una variada representación del espacio urbano. Para el estudio del agua que hemos desarrollado fue necesario consultar aquellos planos en donde se representaban fuentes, acueductos y acequias. El conocimiento cartográfico se fue perfeccionando, por lo que en el siglo XVIII las proyecciones tendieron a ser más precisas tanto en Europa como en América. Las ideas de la ilustración permitieron la utilización de técnicas más precisas. Se pueden apreciar muchas diferencias entre los mapas realizados en la primera y la segunda mitad del siglo XVIII. En el primer periodo destacan los que realizó don José Antonio Villaseñor y Sánchez, quien fue contador y oficial mayor de la Contaduría de Reales, y Contador de Azogues. Antes de elaborar los de la capital, ya se había distinguido por sus artes en la cartografía, pues en 1730 pintó un mapa de la provincia de Texas (Espinosa, 2005).
Villaseñor y Sánchez elaboró dos planos de la ciudad de México. El primero de ellos data de 1750, y tuvo como finalidad identificar la primera división en cuarteles que se hizo de la ciudad. En 1753 realizó otro plano, el cual se hizo no por una petición gubernamental, sino más bien dirigido a cabildo de la ciudad de México (Espinosa, 2005). Ambas cartografías tienen elementos que podríamos denominar antiguos, pues todavía el norte se ubica al lado derecho del mapa; las manzanas no están pintadas en forma plana, sino que las construcciones se realzan de tal manera que se ven hacia uno de sus lados. El de 1753 es muy parecido al de 1750, aunque su técnica es menos atractiva, pues está hecho con una sola tinta, mientras que el de 1750 fue realizado a cuatro colores y contiene el nombre de las calles. No obstante que presenta elementos antiguos, esta cartografía permite ubicar algunas fuentes públicas, lo cual fue muy relevante para encontrar los lugares de distribución del agua. Entre ellos podemos mencionar la fuente de la Plaza Mayor, justo frente a la entrada del Palacio Virreinal, la ubicada en la Plaza de San Pablo, la del Colegio de las Niñas y los dos acueductos que surtían a la ciudad: el de Santa Fe, que entraba al lado de la Alameda, así como el de Chapultepec, al sur de la ciudad, y que entraba en las inmediaciones del Convento de Belén.
Figura 1. Mapa de la muy noble leal y Imperial de la ciudad de México
Fuente: autor Joseph Antonio Villaseñor y Sánchez, 1753, 908-OYB-725-A, Mapoteca Orozco y Berra.
Con la entrada de las ideas ilustradas comenzaron a mejorar las representaciones cartográficas. La llegada de ingenieros militares a la administración del virrey, segundo conde de Revillagigedo permitió una modificación a la cartografía de la ciudad de México. Su formación en Academias de Matemáticas españolas les dio las herramientas necesarias para hacer levantamientos arquitectónicos, cartográficos con objetivos civiles o militares de mayor precisión que los hechos con anterioridad. Estos ingenieros llevaron a cabo un notable corpus cartográfico de ciudades y reinos a lo largo y ancho de la América española (Moncada, 2018). Uno de ellos fue el coronel don Diego García Conde, quien realizó un plano en 1793 con elementos que pueden ser denominados como modernos. Entre ellos se observa la orientación del mapa, que ya ubica el norte en la parte superior del papel. Distingue con varios colores los treinta y dos cuarteles menores en que fue dividida la ciudad. También se distinguen los edificios más importantes de la ciudad. Este plano fue copiado en 1830 por otro militar, el coronel retirado don Rafael María Calvo. Esta versión fue muy útil para nuestra investigación, dado que se le añadieron los nombres de las calles.
Si bien cada uno de estos tuvo una finalidad específica, como mencioné arriba, cada historiador hace hablar a los mapas según las preguntas que se plantea en la investigación. En el caso del sistema de distribución de aguas, estas representaciones me permitieron reconstruir los conductos subterráneos que distribuían el agua de los dos acueductos a lo largo de gran parte de la ciudad, así como ubicar las fuentes públicas mencionadas en la inspección de 1818 hecha a instancias del Ayuntamiento de la ciudad.
Figura 2. Plano general de la ciudad de México
Fuente: Diego García Conde, copiado por Rafael María Clavo Rubio, 1830, 932-OYB-725-A,
Mapoteca Orozco y Berra.
Esta nueva lectura del espacio urbano fue la base para realizar un nuevo mapa con nueva información. Además de la información aportada por el plano base, se cruzó información demográfica obtenida en el censo de 1816. El número de fuentes públicas y privadas, y su correlación con la población de cada uno de los cuarteles menores de la ciudad, permitió hacer un nuevo plano, que ilustra las zonas con mayor y menor cantidad de agua por habitante. Esta nueva lectura del espacio urbano permitió identificar las zonas con mayor y menor distribución de agua. Se pudo ver que las zonas marginales tenían una ocupación dispersa del espacio, así como una población escasa no sólo por encontrarse a las afueras de la ciudad, sino porque no era posible el desarrollo urbano si no se contaba con fuentes de agua. La razón de esta zonificación de la ciudad con base en el agua con que contaba a población se origina en el sistema de distribución del agua, por medio de gravedad. Así, en zonas que tenían cierta elevación, era imposible que el agua llegara por los conductos subterráneos.
Figura 3. Zonas de distribución de agua en la ciudad de México, 1818
Plano de elaboración propia.
El tamaño de la ciudad que tenía a finales del siglo XIX prácticamente se conservó hasta mediados del siglo XX, pero ello no impidió su crecimiento poblacional. Las nuevas colonias comenzaron a desarrollarse en la segunda mitad del siglo XIX, en antiguos ranchos de sus márgenes. Colonias como la de Los Arquitectos (que luego sería la Juárez) o la Santa María la Ribera, cerca de San Cosme, cambiaron el panorama de la capital, como se observa en planos del siglo XIX. Esta última se construyó sobre el antiguo rancho de Santa María. La cartografía y los datos históricos nos permitieron aventurar una hipótesis nueva respecto al crecimiento del casco urbano. Este fenómeno no sólo se debió a la visión empresarial de los desarrolladores urbanos, sino a la llegada de un nuevo sistema hidráulico basado en los pozos artesianos. Si bien, en 1861 se hicieron tratos para dotar a la colonia Santa María la Ribera de agua desde el acueducto de San Cosme (Ayala, 2000: 193), fueron los pozos artesianos los que determinaron el éxito de ese conjunto residencial. De hecho, los pozos artesianos surtieron de agua a zonas que no contaban con el agua de los acueductos, y permitió que los desarrolladores ofrecieran nuevas residencias a una población creciente y en demanda continua de habitación. En 1869 esta colonia contaba con cinco pozos artesianos así como otros más sobre la avenida Ribera de San Cosme.
La comparación de los planos realizados en la segunda mitad del siglo XIX nos permite observar un crecimiento incesante de la ciudad, al mismo tiempo que se multiplicaron los pozos artesianos, que llegaban a 483 hacia 1883 (Peñafiel, 1884: 51). La cartografía nos muestra que un nuevo sistema de aguas y una nueva ciudad era evidente finales del siglo XIX.
Figura 4. Plano general de la ciudad de México. Banquetas, empedrados, atargeas y zanjas
Fuente: Ayuntamiento de la Ciudad de México, 1879, 912-OYB-725-A, Mapoteca Orozco y Berra.
A manera de conclusión
El crecimiento de la ciudad que se observa en los planos nos plantea nuevas hipótesis. Es un hecho que ninguna fuente histórica habla por sí misma. Los planos nos reflejan las preocupaciones de cada época. Así, los que realizó Villaseñor y Sánchez ponían énfasis en los edificios, iglesias, conventos y colegios de la ciudad. Su función tenía que ver con las preocupaciones de las autoridades por conservar y realzar estos monumentos. No obstante, las preguntas históricas identifican las fuentes de agua representadas en este plano que nos ilustra los lugares, ámbito y disposición de estos repositorios de agua. Con la llegada de la ilustración, los mapas tuvieron una presentación plana y discreta. La intención del Coronel García Conde fue la identificación de los cuarteles menores que fueron usados para la administración de la ciudad, es decir, era un objetivo de carácter político. Sin embargo, en 1830, al añadir el nombre de cada calle, su información se amplió y permitió que los datos obtenidos en otros acervos pudieran ubicarse en el espacio urbano de esos momentos. Fue gracias a esta ubicación que se pudo identificar a qué cuartel menor pertenecía cada una de las fuentes visitadas por las autoridades virreinales. Por ello, la utilización de productos cartográficos permitió reconstruir el sistema hacia 1818, así como dar un nuevo enfoque al crecimiento de la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX. La comparación de los planos de la ciudad realizados en la primera mitad del siglo XIX permitió observar que la ciudad no creció sino hasta después de 1850. La explicación a eso no proviene de los planos sino de contrastar fuentes históricas. Factores todos que nos hacen conjugar espacio y sociedad en un tiempo determinado, e incluso poder crear cartografía nueva que responda e ilustre nuevas preguntas y respuestas sobre el devenir de la ciudad de México.
Bibliografía
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