Una mirada en torno a la pandemia por Covid-19 desde la experiencia de algunas académicas en México

Amaranta Cornejo Hernández
Posgrado en Sociología/ICSYH-BUAP
amaranta.coher@gmail.com


Viñeta de Fernanda Suárez Olvera.

Introducción

Entre el inicio de la pandemia y la primera ola de la misma, Lisseth Pérez Manríquez y yo sostuvimos una investigación[1] sobre la relación de las académicas en México con las tecnologías digitales. La indagación sobre su relación con el uso de las tecnologías digitales nos llevó a algo más complejo que ello: una precarización laboral que se intensificaba con la pandemia. En aras de comprender tal precarización, en las siguientes páginas presento de forma sucinta una contextualización histórica de la integración de las mujeres a la vida universitaria en México. Esto permitirá entender cómo el trabajo académico implica diversos retos, de los cuales analizaré uno tan invisibilizado: el trabajo de reproducción social como sostén, e incluso subsidio, de la productividad académica. Este análisis me permitirá evidenciar ciertas dinámicas sociales que son sostenidas por la imbricación del patriarcado y el neoliberalismo, y que dan por resultado una perniciosa moralidad neoliberal que nos lleva a vivir el síndrome de burnout de forma diferenciada de acuerdo con el género. Finalizaré con una reflexión en clave de oportunidad para revertir de forma colectiva las situaciones expuestas previamente.

Las mujeres en la academia: revertir la invisibilización

Para poder entender la actual situación de las académicas en México es importante echar la mirada hacia atrás para re-conocer los momentos y las forma como las mujeres nos hemos insertado en las universidades. Así, si bien es cierto que las mujeres hemos aportado a los diversos campos del conocimiento desde hace siglos, en México nuestro ingreso a las universidades fue un acontecimiento decimonónico. Entre el final del siglo XIX e inicios del XX las mujeres pudieron ya no sólo matricularse, sino también obtener sus títulos de licenciatura sin tener que solicitar la dispensa presidencial.[2] Esto sería el inicio de la feminización de las universidades, apuntalado por las reivindicaciones de los feminismos liberales que pugnaban por la educación como un derecho que debíamos ejercer libremente las mujeres en todo el país. Dicha libertad radicaba justo en la eliminación de la mediación patriarcal, como la dispensa presidencial, en tanto bastaría que una mujer decidiera estudiar para que esto fuera posible, claro, siempre que sus condiciones materiales lo permitieran.

El siglo XX se vio marcado por el cambio cultural en el cual más y más mujeres estudiaron hasta los más altos grados académicos, pudiendo ejercer muchas veces esa misma profesión. Esto no significó que su aporte fuera reconocido con la misma contundencia que se otorgaban los documentos de grado. Esta desigualdad la podemos re-conocer, por ejemplo, en la exigencia a la productividad intelectual de las mujeres que se realiza bajo parámetros sesgados por el género, es decir, se ha instaurado un doble rasero que cuenta con un tamiz invisible relacionado con la exigencia social para que las mujeres cumplamos con expectativas de productivismo que ignoran el desgaste físico, emocional e intelectual que implica el sostener el trabajo reproductivo, es decir, todo el trabajo doméstico y de cuidados en el hogar.[3]

Viñeta de Fernanda Suárez Olvera.

A partir de lo señalado hasta aquí, me centro en la urgencia de analizar la dimensión simbólica que implica la reproducción social de la vida en tanto es ésta la que sostiene a la productividad académica de cualquier persona. Así, me avocaré a revisar críticamente algunas dinámicas presentes en la academia mexicana, así como una de sus consecuencias.

La imbricación del patriarcado y el neoliberalismo: precariedad sesgada

A partir de los aportes de diversos feminismos críticos reconozco la vitalidad del trabajo doméstico y de cuidados como aquel que posibilita cualquier actividad de producción, incluida la académica. En la década de los años setenta del siglo XX, las feministas materialistas pugnaron por el reconocimiento del trabajo doméstico como un trabajo no pagado. Históricamente este trabajo ha sido asignado a los seres feminizados, mayoritariamente a las mujeres.[4] Así, la división sexual del trabajo se sostiene en la dicotómica visión de sociedades generizadas donde los seres feminizados nos hacemos cargo de organizar y/o realizar todas aquellas tareas que hacen posible que exista un hogar, y que cada persona que lo habita cuente con las condiciones materiales y subjetivas para poder funcionar cada día dentro de un sistema que imbrica al patriarcado y al capitalismo en su fase neoliberal. Este sistema se basa en la dominación y explotación de seres considerados inferiores. El trabajo doméstico es el caso más velado de este tipo de dinámica en tanto, como he dicho, se ha naturalizado a lo largo de muchos siglos, llegando a ser considerado un subsidio al trabajo remunerado mismo (Vega, 2020).

En cifras concretas y actuales vemos que en un comparativo (INEGI, 2019) las mujeres en México aportamos el 76.4% de todo el trabajo doméstico y de cuidados que se realiza en México, mientras que los hombres aportan el 23.6%. Ahora, si miramos de forma desglosada al trabajo doméstico y de cuidados nos daremos cuenta de que el último representa el 29.7%. Si bien la compra y preparación de alimentos, así como la limpieza de la casa y la ropa son sustanciales, aquel que implica mayor inversión de tiempo y energía es el cuidado y apoyo a personas dependientes: adultxs mayores, enfermxs e infantes. Entre el inicio de la pandemia y la primera ola de la misma, el 68% de las académicas reportaron que su mayor reto era combinar el trabajo doméstico con el académico. Esta situación se generó porque el 74% de ellas reportó un aumento en sus horas de trabajo, junto a una diversificación de sus tareas para el 58% de ellas; mientras que simultáneamente dedicaban en promedio seis horas diarias al trabajo doméstico y de cuidados.

Viñeta de Fernanda Suárez Olvera.

Si bien ha habido una pugna por el reconocimiento del trabajo doméstico, cobra cada vez mayor relevancia el trabajo de cuidados, al cual habría que sumarle la labor emocional, en tanto es la que nos permite sostener un ambiente emocional propicio para la interacción social, y que ni duda queda, para la productividad. Ante esta situación es por demás relevante recordar los aportes de Michelle Zimabalist-Rosaldo, antropóloga feminista, quien hace medio siglo evidenciaba la urgencia de romper la dicotomía genérica que sostiene la división sexual del trabajo:

mientras la esfera doméstica siga siendo dominio femenino, las sociedades de las mujeres, aunque tengan poder, nunca serán políticamente equivalentes a las de los hombres […] por ello debemos llevar a los hombres al ámbito de los problemas y responsabilidades domésticas (2012).

De acuerdo con la división sexual del trabajo, las labores domésticas y de cuidados quedarían restringidas a lo privado, al hogar; sin embargo, es vital reconocer, junto con Arllie Hodschild, que el trabajo emocional desborda lo doméstico para instaurarse como parte de las labores de las académicas dada la dinámica social de asignar este tipo de trabajo a las mujeres. Aquí me refiero a dos cuestiones específicas: la contención emocional, y la organización empática de diversas actividades a realizarse en el ámbito académico. A este tipo de labores, Deborah Lupton (1998) las refiere como un “cuidado de la personas con quienes trabajan [las mujeres] casi como una esposa o una madre, manteniendo el equilibrio emocional”.[5] Durante la pandemia estas características históricamente asignadas o reconocidas como femeninas se han visto exacerbadas en tanto ha sido necesario contener las diversas crisis que han atravesado estudiantes y colegas. Esto nos lleva a re-conocer cómo ese doble rasero funciona desde el género también en el trabajo académico, el cual se feminiza cada vez más, en términos de división sexual de trabajo, así como de valorización del trabajo.

Viñeta de Fernanda Suárez Olvera.

La supermujer: entre la moralidad neoliberal y el burnout

Derivada de la división social ya señalada se desprende una dinámica social basada en expectativas generizadas que nos lleva a la creación de un ícono: la supermujer. En el ámbito académico, ésta sería capaz de sostener un hogar armónico de forma amable y eficiente, sostenerse a sí misma como profesional que da clases, realiza investigación, realiza labores de gestión, y si no gana premios, al menos mantiene parámetros que le permitan, en el caso mexicano, tener un buen nivel en los estímulos de su institución y/o conservar la membresía al SNI.[6] Tal imagen de mujer responde a lo que Wendy Brown (2005) analiza desde la moralidad capitalista, la cual organiza al mundo desde la individualidad exacerbada. De esta forma, cada persona, en nuestro caso cada académica, es responsable de sus éxitos y fracasos, por lo cual se instaura un deber ser en el cual se hace de todo y por sobre todo para lograr los éxitos que se esperan de alguien con una posición social determinada. Este ícono de supermujer invisibiliza las condiciones históricamente producidas de desigualdades sociales en las cuales vivimos y somos distintas las mujeres.

Una de las consecuencias de la moralidad neoliberal en la vida de las académicas en México es la trabajadora quemada o burnout. Este es un síndrome relacionado específicamente con los contextos laborales, y que para el caso de la academia, se refiere a una sensación de estar al límite de las propias energías, al haber hecho todo lo posible por realizar todas las tareas asignadas y compromisos adquiridos, y aun así no lograr sacar adelante todo eso. El burnout se refleja en ese sentimiento de extenuación, y se apuntala por altos grados de estrés, alteraciones al ciclo de sueño, estados de ansiedad y frustración, y una prevalente sensación de no tener control sobre lo que se hace (Flaherty, 2020). Entre junio y octubre de 2020, el 68% de las académicas con quienes trabajamos nos reportaron que no habían podido mantener su salud mental. Esto se traducía en sensaciones de estrés y cansancio para la mayoría, o bien en incertidumbre; frente a sensaciones de seguridad y tranquilidad, que sentían sólo el 10% y 20% de ellas, respectivamente.

Viñeta de Fernanda Suárez Olvera.

En un movimiento de bucle, relaciono al burnout con la moralidad neoliberal en tanto se hace evidente la sobrexigencia como parte del deber ser de quienes trabajamos en la academia. Desde una mirada crítica feminista, reconoceremos que el burnout se intensifica en las mujeres porque, como he explicado, a nuestro trabajo productivo de clases, tutorías, investigación, gestión académica y labores administrativas, se suma toda la labor reproductiva que debemos realizar sí o sí. Ante esta realidad, una vez más, desde los feminismos diremos que la problemática apunta a una necesidad de atención social desde la clave de lo colectivo, que va desde el nivel personal hasta lo institucional.

¿Cómo sostenernos?

Para ir cerrando este texto, en clave reflexiva reconozco que mi intención se relaciona con la preocupación de cómo revertir las dinámicas propias de la moralidad capitalista, sostenida en la división sexual del trabajo y las separaciones capitalistas imbricadas con la dicotomización genérica. Considero que el compromiso debe ser un trabajo asumido de forma colectiva, y para ello la noción de interdependencia nos prefigura horizontes de cambio que pasan por un actuar en común. Así, “la interdependencia se urde en el conjunto de actividades, trabajos y energías interconectadas en común para garantizar la reproducción simbólica, afectiva y material de la vida” (Navarro y Gutiérrez, 2018: 48). Es importante apuntar que la interdependencia aquí propuesta es aquella que busca crear caminos fuera de la lógica que imbrica al patriarcado y al neoliberalismo, es decir, que comienza por desactivar la lógica de la producción para la acumulación y la separación individualista.

Para nutrir la interdependencia considero oportuno el replanteamiento propio de la economía feminista emancipatoria, la cual nos invita a poner en el centro la reproducción social de la vida en clave comunitaria, es decir, alejarnos de esa histórica división sexual del trabajo que se sostiene en la dominación y explotación. De forma más profunda, siguiendo a Nuria Jornet y María Elisa Varela, se trataría de “hacer entrar el cuerpo en esa transmisión de conocimientos, y hacer entrar el conocimiento sexuado en el edificio universitario. Que quepa la creación femenina hoy en la universidad para poder ver que hay otra práctica política de hacer y de estar. Sobre todo una práctica que tiene en cuenta la relación no instrumental en la propia investigación, en la creación de conocimientos y en la gestión” (2010: 107). Esto nos acercará a formas de trabajo que prevengan el burnout, que se fortalecerían con una profunda revisión y transformación de los parámetros de productividad, desarrollándolos desde esa otra política de ser y estar.

Viñeta de Fernanda Suárez Olvera.

Bibliografía


Brown, Wendy (2005), “Neoliberalism and the End of Liberal Democracy”, en Edgework. Critical Essays on Knowledge and Politics, Nueva Jersey, Princeton University Press.

Flaherty, Colleen (septiembre de 2020), “Covid-19 Increasing Risk of Burnout amongst Academics”, en Times Higher Education. https://www.timeshighereducation.com/news/covid-19-increasing-risk-burnout-amongst-academics

Jornet, Nuria y María Elisa Varela (2010), “Administrar desde la libertad”, en Remei Arnaus y Anna Maria Pussi (coords.), La universidad fértil. Mujeres y hombres, una apuesta política, Barcelona, Octaedro.

INEGI (2019), “Cuenta satélite del trabajo no remunerado de los hogares de México 2018”. https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2019/StmaCntaNal/CSTNRH2019.pdf

Lupton, Deborah (1998), The Emotional Sefl. A Sociocultural Exploration, Sage.

Navarro, Mina Lorena y Gutiérrez, Raquel (2018), “Claves para pensar la interdependencia desde la ecología y los feminismos”, en Bajo el Volcán, núm. 45. http://www.apps.buap.mx/ojs3/index.php/bevol/article/view/1113

Pérez Manríquez, Lisseth y Amaranta Cornejo Hernández (2021), “Algunos retos de las académicas mexicanas entre el teletrabajo y la reproducción de la vida, en tiempos de Covid-19”, en Carrasco Bengoa, Cristina y Natalia Quiroga Díaz (comps), Reexisiendo en Abya Ayala. Desafíos de la economía feminista en tiempos de pandemia, Buenos Aires, Madreselva.

Zimabalist-Rosaldo, Michelle (2012), “Mujer, cultura y sociedad: una visión teórica”, 26. https://seminariolecturasfeministas.files.wordpress.com/2012/01/rosaldo-michelle-mujer-cultura-y-sociedad.pdf

  1. La investigación mencionada fue realizada de mayo a octubre del 2020. En una primera fase desarrollamos un cuestionario en línea, respondido por 19 académicas de universidades públicas y privadas de nueve ciudades de México. La segunda fase consistió en cuatro entrevistas colectivas, en las cuales participaron nueve de las académicas que previamente habían respondido el cuestionario. La investigación contó con el financiamiento de la Universidad Iberoamericana Puebla. Para profundizar sobre las cuestiones metodológicas se puede consultar el texto en Pérez Manríquez, Lisseth y Amaranta Cornejo Hernández, (2021), “Algunos retos de las académicas mexicanas entre el teletrabajo y la reproducción de la vida, en tiempos de Covid-19”, en Carrasco Bengoa, Cristina y Natalia Quiroga Díaz, (comps.), Reexisiendo en Abya Ayala. Desafíos de la economía feminista en tiempos de pandemia,, Buenos Aires, Madreselva, .
  2. En 1887, Porfirio Díaz, entonces mandatario en México, emitió un decreto presidencial que permitió a Matilde Montoya Lafragua obtener tu título como médica en la Escuela Nacional de Medicina.
  3. Retomo la noción de hogar, en lugar de familia, ya que ésta nos remite a formas de organización social más o menos heteronormadas, mientras que el hogar parte de la imagen de quienes se reúnen en torno al fogón, o lugar donde se cocinan los alimentos y se comparte la cotidianidad.
  4. Hago aquí la distinción entre mujeres y seres feminizados para señalar el proceso social de feminización el cual asigna a personas de distintos géneros características de valoración social que históricamente se han asignado a lo femenino.
  5. Ibid.: 129.
  6. El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) nace en la década de los ochenta del siglo XX como un mecanismo para estimular la investigación científica en el país. Al paso del tiempo se ha convertido en un subsidio que resuelve la precariedad laboral. Aunque este texto no apunta a analizar este sistema, es importante reconocer que éste se basa en la dinámica, la cual no sólo se rige por parámetros cuantitativos importados de países con condiciones materiales distintas para la producción científica, sino que también son parámetros que eluden siquiera el enfoque de género, el cual reconocería las condiciones diferenciadas para producir conocimiento a partir de lo que hasta aquí he desarrollado como la división sexual del trabajo.