Un milagro durante la inundación de Ciudad Real de Chiapa en 1651. El sermón como forma de resistencia

Ana María Parrilla Albuerne[1]
Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas

Ciudad Real, hoy conocida como San Cristóbal de Las Casas, fue fundada en 1528 por Diego de Mazariegos, en el valle de Jovel, después del traslado desde la primera villa de españoles instalada en Chiapa, hoy Chiapa de Corzo. Aunque el cronista fray Antonio de Remesal atribuyó el cambio de asentamiento a las bondades climáticas, la abundante vegetación, el agua disponible y la escasez de «alimañas», lo cierto es que dicho traslado se debió a una disputa entre dos grupos de conquistadores españoles, uno encabezado por Pedro de Portocarrero y el otro por Diego de Mazariegos, como nos aclaró Lenkersdorf (1993). Finalmente, Diego de Mazariegos, ayudado por su primo Alonso de Estrada, consiguió hacerse con la plaza y fue nombrado Gobernador de la Provincia de Chiapas.

El nuevo asentamiento elegido por los españoles no fue muy ventajoso: el valle de Jovel, donde se asentó la nueva villa, no contaba con abundancia de tierra plana, salvo en el fondo del valle que por otro lado era inundable, ni de buena calidad. A esto habría de añadirse la gran vulnerabilidad del lugar, puesto que se tenían noticias de las inundaciones del valle ya desde tiempos prehispánicos. En la última década del siglo XVI escribía fray Tomás de la Torre: “con ellas [las lluvias] dicen los indios que se ha visto anegado todo aquel valle por no poder despedir por aquellos ocultos agujeros tanta agua como recibe; pero ni se ha visto en nuestros tiempos ni de antiquísimos indios que ahora viven […]” (Ximénez, 1971-1977: 365-366).

Tenemos noticias de que en la época colonial se produjeron en Ciudad Real tres grandes inundaciones, en 1592, 1652 y 1785, siendo esta última la más documentada, pero no la que dejó mayor impronta en la memoria de los habitantes de la ciudad durante el siglo XIX, como veremos a lo largo de este texto.

Ciudad Real, entre conservadores y liberales

En 1857 se había proclamado la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, poniendo fin a la ruptura violenta que se había dado al periodo dictatorial protagonizado por Santa Anna. Desde la independencia mexicana se había vivido una etapa de construcción y definición del Estado que se había caracterizado, en términos generales, por las luchas entre los conservadores y los liberales.

Una vez consumada la independencia, la élite criolla se propuso modernizar la nación bajo los ideales liberales. Las corporaciones, entre las que se encontraban las eclesiásticas, entraron en conflicto con el nuevo orden político. La proclamación de la Constitución de 1857, y las posteriores Leyes de Reforma, polarizaron a la población de tal forma que parecían existir dos bandos irreconciliables: «el pueblo de Dios y por otra el de Satanás», expresión rescatada por Patricia Galeana (2015). En 1859 los reformistas decidieron legislar sobre algunos puntos importantes: supresión de todas las corporaciones religiosas secularizando a los sacerdotes y cerrando los noviciados de monjas; independencia entre los negocios del Estado y los puramente eclesiásticos; nacionalización de todos los bienes eclesiásticos y libertad en el pago de obvenciones.

San Cristóbal de Las Casas, que ya había dejado de llamarse Ciudad Real, se convirtió en el bastión de los conservadores, frente a una Tuxtla defensora de los ideales liberales, representado por Ángel Albino Corzo. Como apunta Manuel B. Trens, “[no era posible que] San Cristóbal, ciudad eminentemente levítica y asiento de la sede episcopal, de los conventos de varias órdenes religiosas y del Seminario Tridentino, (…) se conformara con el predominio de los liberales en la administración pública y aceptara buenamente las reformas liberales” (1957). El clima de contienda llegó a tal extremo que el gobernador, Ángel Albino Corzo, recibió facultades extraordinarias para conservar la tranquilidad. Entre las medidas adoptadas se incluyó, el 4 de enero de 1858, el traslado de poderes a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez y se expidió un decreto por el cual se declaraba el estado de guerra. Estas medidas más que apaciguar los ánimos debieron avivarlos.

Desde la aprobación, el 25 de junio de 1856, de la Ley de Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas Propiedad de Corporaciones Civiles y Eclesiásticas —también conocida como Ley Lerdo—, que decretaba la venta de las propiedades rurales de la Iglesia católica y las corporaciones civiles a particulares, las relaciones entre las autoridades civiles y eclesiásticas habían sido especialmente tensas, situación que se agudizó cuando el 13 de agosto de 1859 el gobernador Corzo promulgó la ley del 12 de julio que establecía la separación absoluta entre Iglesia y Estado. Se nacionalizaban los bienes eclesiásticos y se suprimían las órdenes religiosas.

“Como el mismo Dios, abrió los mares de Moisés”

El 1 de noviembre de 1858 fue ordenado como subdiácono el padre Joaquín López, familiar del anterior obispo de Chiapas, José María Luciano Becerra y Jiménez, que había ocupado una posición centralista y, por lo tanto, conservadora en la vida política mexicana. Joaquín López era el único eclesiástico español en la ciudad, según sus propias palabras, y por ello fue el más castigado y perseguido en el ambiente de guerra y conflicto que se vivía en el estado.

En 1859 lo nombraron para celebrar un novenario a la virgen del Carmen en el convento de la Concepción, único convento de religiosas de la ciudad. Para este novenario decidió el padre tomar algunas ideas de la ciudad y preguntó cuál era el origen del Santo Cristo del Coro que tenía el convento de monjas. Feliciano Lazos, secretario del obispo, le informó que este Cristo había obrado un milagro, según las crónicas de San Francisco presentes en la ciudad. El padre López consultó dichas crónicas, que estaban bajo resguardo del obispo, y encontró un relato en el que se hacía referencia a una revelación que unos doscientos años antes se había producido en España: «Dios había decretado castigar con una inundación a una Ciudad de América por los delitos de las Autoridades especialmente».[2] Un lego franciscano asentado en Ciudad Real había reprendido a las autoridades españolas por su comportamiento, pero estas se habían burlado de él. Unas horas más tarde, según el documento, “se abrieron las cataratas del cielo”,[3] comenzó a llover torrencialmente y el nivel del agua comenzó a crecer. Prosigue el relato contando que estaba el padre lego de San Francisco orando y, animado por el Cristo del Coro que se encontraba en la iglesia de la Concepción, salió con su báculo hasta la iglesia de San Antonio e indicó a las aguas que se detuvieran y regresaran, subiendo estas por la montaña.[4]

“Se abrieron las cataratas del cielo”

En efecto, a finales del mes de septiembre y principios de octubre del año 1651 comenzó a llover incesantemente sobre Ciudad Real. La crecida de los dos ríos que la atraviesan, el Fogótico y el Amarillo, así como el haberse tapado “los acueductos con [más] inmundicias que otras veces”, produjeron que el nivel del agua creciese poco a poco.

Después de varios días lloviendo, una noche, cerca de la fiesta de Nuestro Padre San Francisco, que se celebra el 4 de octubre, se “reventó” el cerro de Huitepec,

echando de sí con grande violencia muchos ríos de agua y piedras muy grandes, rollizas y de todo género, llevadas éstas y muchos maderos de los árboles cayeron, bestias muertas, y casas enteras del barrio de San Diego y San Antonio, toda esta broza tapó los sumideros del agua tan del todo, que siendo ya imposible el limpiarlos por haber subido el agua muchas varas.[5]

El relato de esta inundación no difiere de otros encontrados para otras crecidas acontecidas en Ciudad Real, posteriormente San Cristóbal de Las Casas. Desde antes de la Colonia y hasta 1973, al menos, no se debieron en general al exceso de lluvia y, por consiguiente, el aumento en el nivel de los ríos. Las periódicas inundaciones de la ciudad se debieron al azolve de los sumideros naturales por los que debía drenar el exceso de agua pluvial. En el caso de la inundación de 1785, una de las mejor documentadas, el desgaje del cerro Huitepec de nuevo produjo una tromba que arrastró barro y árboles caídos que, inmediatamente, azolvaron los sumideros naturales con los que contaba el valle (Parrilla Albuerne, 2021). A raíz de este suceso se emprendió una obra, por disposición del alcalde mayor, Ignacio Coronado, para desazolvar y mejorar los sumideros existentes. Sin embargo, las inundaciones no pudieron evitarse y aún hoy de vez en cuando escuchamos que parte de la ciudad se ha inundado.

El milagro como acto de resistencia

Los eventos naturales extraordinarios, como las inundaciones, no solo nos permiten estudiar los componentes sociales y económicos de una población, y sus consecuencias catastróficas, como muchas veces se definen, como secuela del mismo evento. También nos ayudan a mirar desde una posición única una serie de comportamientos y discursos, y la construcción de relatos colectivos que nos ayudan a descubrir y hacer evidentes problemas mayores, en este caso tomar el pulso a la situación social que se vivía en San Cristóbal durante el enfrentamiento entre conservadores y liberales.

El padre Joaquín López retomó este relato sobre la inundación acontecida hacía doscientos años y la narración mítica creada en torno al suceso, y durante el novenario del Carmen, como un acto de resistencia frente a los ataques sufridos a manos de los liberales. Reunida toda la gente de Ciudad Real en la iglesia y sabiendo que las autoridades revolucionarias se encontraban allí presentes dispuestas a tomarlo preso, comenzó a relatar la revelación que se había hecho en España sobre la destrucción de una ciudad en América por los delitos de las autoridades, y que esa ciudad era San Cristóbal.[6] Esta revelación creó una reacción catártica entre los creyentes «[…] con un golpe eléctrico, comienzan las gentes a llorar a grito tendido que me obligaron a suspender la relación […]».[7] El padre aprovechó para sermonear a los asistentes sobre la importancia de hacer penitencia de los pecados y «exhortó a todos a la reforma de las costumbres».[8]

Aunque son muchas las interpretaciones que podemos hacer de este suceso, creo que estamos ante un evento que nos muestra claramente cómo en un momento de crisis, cuando la Iglesia vio peligrar su estadía en la ciudad, el padre Joaquín López hizo uso de un relato que contenía algunos elementos clave para perpetuar su presencia, convirtiéndolo en un objeto de resistencia:

Y estaba yo en el púlpito cuando se acerca a mi el señor canónigo Don Miguel Correa y mi condiscípulo Don Agustín Velasco para decirme que me iban a bajar del púlpito, pues iban dispuestos a hacerlo varios hombres, espías del Gobierno revolucionario. Esto en lugar de intimidarme, Dios dióme más valor. Y por hacerles comprender lo mucho que debíamos a la Santísima Virgen y sobre todo, el gran favor que había dispensado a la ciudad de San Cristóbal de Chiapas, antes de comenzar a referir lo relacionado, recuerdo muy bien que dije textuales palabras: “oídme hombres, escuchadme mujeres, atendedme niños, horrorizados pecadores y vosotras autoridades, temblad”.[9]

Por un lado, se tiene el castigo profetizado (recordemos que un fraile en España había adelantado que una ciudad sería castigada), esencial para demostrar que lo sobrenatural era una parte muy importante del mundo. Por otro lado, el hecho de que solo los miembros de la Iglesia católica podían tener el control del mundo simbólico de las fuerzas naturales, como indicó Valenzuela (2007), descifrando las causas de estas tragedias, siempre unidas al pecado —en este caso el mal comportamiento de las autoridades— y el caos, representado por el enfrentamiento entre conservadores y liberales. No es gratuito que el relato se resignificara en esta ocasión de crisis y, también, posteriormente, tras el alzamiento indígena producido en el pueblo de Chamula. De esta forma, además, la Iglesia demostraba su papel como productora de orden mediante el regreso al camino de la gracia divina, que solo podía hallarse a través del reconocimiento de los pecados por aquellos que habían producido el caos.

En Chiapas el clero vio en las reformas políticas y sociales un ataque directo que causó un ambiente de guerra religiosa y se valió de todo su esfuerzo para exaltar los ánimos y contar con una serie de seguidores. De esta forma un suceso natural se convirtió en estrategia religiosa para hacer frente a un suceso político, convirtiéndolo en un relato de resistencia.

Bibliografía

Aubry, Andrés
1994 “Miedo urbano y amparo femenino: San Cristóbal de Las Casas retratada en sus mujeres”, Mesoamérica, vol. 15, pp. 306-320.

Galeana, Patricia
2015 Las relaciones iglesia-estado durante el Segundo Imperio, México, D. F., Instituto de Investigaciones Históricas – UNAM / Siglo XXI Editores.

Lenkersdorf, Gudrun
1993 Génesis histórica de Chiapas, 1522-1532. El conflicto entre Portocarrero y Mazariegos, México, D. F., Instituto de Investigaciones Filológicas – UNAM.

Montoya Gómez, Guillermo, José Francisco Hernández Ruíz, Miguel Ángel Castillo Santiago, Diego Martín Díaz Bonifaz, y Alfredo Velasco Pérez
2008 “Vulnerabilidad y riesgo por inundación en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas”, Estudios Demográficos y Urbanos, vol. 23, pp. 83–122.

Parrilla Albuerne, Ana María
2021 “La inundación de Ciudad Real, Chiapas, en 1785: la gestión de una ʽdesgraciaʼ”, en Virginia García Acosta y Raymundo Padilla Lozoya (coords.), Historia y memoria de los huracanas y otros episodios hidrometeorológicos extremos en México, Xalapa / Ciudad de México / Colima, Universidad Veracruzana / CIESAS / Universidad de Colima, pp. 197-242.

Trens, Manuel Bartolomé
1957 Bosquejos históricos de San Cristóbal de Las Casas, México, s/e.

Valenzuela Márquez, Jaime
2007 “El terremoto de 1647: experiencia apocalíptica y representaciones religiosas en Santiago colonial” en Jaime Valenzuela Márquez, Historias Urbanas, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Católica de Chile, pp. 27-65.

Ximénez, Fray Francisco
1971-1977 Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala de la Orden de Predicadores, Tomos I-V, Guatemala, Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala.

Archivos

Archivo Histórico Diocesano de San Cristóbal de Las Casas (AHDSC)

  1. Correo: ana.parrilla@unicach.mx;

    https://unicach.academia.edu/AnaMar%C3%ADaParrillaAlbuerne,

    https://www.researchgate.net/profile/Ana-Parrilla.

  2. Archivo Histórico Diocesano de San Cristóbal de Las Casas (AHDSC), “Transcripción de una carta de Joaquín Gregorio López sobre su ordenación, sobre la celebración de sus primeros oficios en la Semana Santa y una inundación”, Fondo Diocesano, carpeta 5114, expediente 1, f. 4.

  3. Ibidem, f. 5.

  4. Ibidem, f. 6.

  5. AHDSC, “Fragmento de la transcripción de un expediente referente a la agregación de la provincia de Tabasco al Obispado de Chiapas. Año de 1950. Al reverso se incluye información sobre la inundación de Ciudad Real en 1651”, Fondo Diocesano, carpeta 5264, expediente 15.

  6. AHDSC, “Carta dirigida a fray Eugenio Flores en la que el remitente expone la importancia de San Francisco respecto a las inundaciones que ha sufrido la ciudad de San Cristóbal. San Cristóbal, 5 de mayo de 1885”, Fondo Diocesano, carpeta 4420, expediente 43, f. 1.

  7. AHDSC, “Transcripción de una carta de Joaquín Gregorio López sobre su ordenación, sobre la celebración de sus primeros oficios en la Semana Santa y una inundación”, Fondo Diocesano, carpeta 5114, expediente 1, f. 9.

  8. Idem.

  9. Ibidem, ff. 7-8.