Mario Rey[2]
UACM / UNAM
Escribo con comillas “Literatura Afrocolombiana”, como se debería hacer al hablar de “Literatura Afroamericana”, “Literatura Femenina”, “Literatura Feminista”, “Literatura Trans” o “Literatura Infantil”, para llamar la atención sobre la categoría, ya que, en sentido estrictamente literario no existen: no hay característica literaria alguna que las distinga de las contrapartes complementarias implícitas y no asumidas, “Literatura Euro-colombiana” o “Literatura Blanca Colombiana” o “Literatura Mestiza Colombiana”, o las literaturas “Masculina”, “Adulta”, o “Senil”. Los adjetivos afro, blanca, mestiza, femenina, trans o infantil sólo tienen sentido en términos sociológicos, políticos o de mercadotecnia, no literarios.
Cuando se habla de los géneros cuento, novela, poesía o drama, en cambio, se hace alusión a cualidades literarias particulares compartidas por un grupo de obras que, por ello, conforman un subconjunto literario distinto de otros: por ejemplo, al hablar de relato, al predominio de la función narrativa; al distinguir entre novela y cuento, al énfasis en la construcción y desarrollo de un personaje y su entorno en la novela, en contraste con el cuento, centrado en la anécdota.
Al hablar de literatura mexicana, francesa, cubana, estadounidense, colombiana, asiática o africana, el calificativo sólo se precisa la nación, la región o el continente del lugar de nacimiento o residencia del autor, o su nacionalidad, no se piensa en un género o una cualidad literaria especial.
Ni el color de la piel ni la edad, ni el origen, la nacionalidad o la residencia, ni la religión, la ideología o la filiación partidista, ni el sexo o las preferencias sexuales del escritor o escritora, ni las del lector, lectora o personajes marcan de manera significativa las características de las obras de arte producidas con palabras; tampoco las temáticas.
Lo que determina que un escrito sea considerado literario, más allá del color de la piel, blanco-negro, o la ascendencia continental, es su ambigüedad, su polivalencia o polisemia, su capacidad de producir música o imágenes con las palabras, su capacidad de conmover, de emocionar, de ver la realidad desde diversas y nuevas miradas, de cuestionar o complementar la realidad y la visión dominante sobre ella; asimismo, su carácter universal y su permanencia en el tiempo.
Los grandes temas de la literatura: la vida, el amor y la muerte, el placer, el desamor, la traición y el dolor, la identidad, la orfandad, el viaje y la migración, la relación con la naturaleza, el universo, el otro, la comunidad, sus deidades, la violencia y el poder son temas omnipresentes en las distintas culturas y épocas, más allá del color de la piel, el sexo o la edad, y las diferencias o similitudes radican en la manera como cada individuo los aborda y desarrolla. Manuel Zapata Olivella, por ejemplo, reconocido escritor colombiano cuya obra ha sido catalogada como “afrocolombiana” por el color de su piel, aborda magistralmente en Changó el gran putas (Premio Francisco Matarazzo Sobrinho, 1985, Brasil, traducida al inglés y el francés) la mitología y la migración africana hacia el continente americano, asunto nada distinto a lo que hacen los clásicos griegos, latinos, árabes o hebreos. En Chambacú, corral de negros (Mención Casa de las Américas, 1963) “pinta” la relación amorosa entre un negro y una extranjera blanca, y los conflictos propios del amor, la construcción o los problemas de la identidad y la relación con el otro, con el extraño, con el extranjero, nada exclusivo de una supuesta literatura afrocolombiana o afrolatinoamericana. Tampoco la reproducción de las formas dialectales del uso de la lengua determina un carácter especial: la muy blanca mexicana sor Juana Inés de la Cruz imita en el siglo xvii la pronunciación de los negros en algunos de sus villancicos, como hace el muy negro poeta cubano Nicolás Guillén a mediados del siglo xx.
Los premios Nobel Derek Walcott y Wole Soyinka, grandes poetas y dramaturgos, y el poeta Aimé Césaire, por ejemplo, son reconocidos universalmente como grandes escritores, más allá de su color y su ascendencia.
Aunque no es evidente, este tipo de categorías esconden, y reflejan, al mismo tiempo, tanto el imperante carácter colonial de nuestras sociedades como el de su canon artístico y literario: blanco, masculino y occidental. Los negros, los africanos, los orientales, los indígenas, las mujeres, los infantes, su ser, sus gustos, sus pensamientos, sus experiencias y sus producciones son segregados, o “admitidos” desde una benevolente superioridad paternalista blanca.
Felizmente, la progresiva toma de conciencia de amplios sectores de la humanidad sobre esas relaciones de poder y desigualdad, la lucha que los movimientos por los derechos humanos, contra el racismo, el colonialismo, el machismo, el patriarcalismo y el edadismo, así como la preocupación por ser políticamente correctos y aprovechar las posibilidades de éxito comercial, han conducido a una mayor visibilización de las culturas, el arte y la literatura producidos por comunidades “minoritarias” o sometidas, y sus miembros, y ahora se reconocen, estudian y promueven, aunque muchas veces de manera contradictoria y paradójica.
En esa línea, con el objetivo de dar a conocer y resignificar la diversidad cultural y el canon, en el 2010, a propósito de la celebración del bicentenario de la independencia de Colombia, el Ministerio de Cultura publicó y difundió ampliamente, en especial en el aparato escolar, 18 tomos de la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana,[3] con obras de los reconocidos Candelario Obeso, Jorge Artel, Helcías Martán Góngora, Hugo Salazar Valdés, Arnoldo Palacios, Rómulo Bustos, Zapata Olivella y Óscar Collazos, así como la de los menos conocidos Gregorio Sánchez Gómez, Hazel Robinson Abrahams, Carlos Arturo Truque, Lenito Robinson-Bent, Alfredo Vanín, Pedro Blas Julio Romero y Rogerio Velásquez.
En el tomo Antología de mujeres poetas afrocolombianas,[4] la Biblioteca presenta poemas de Alexandra Adress Guzmán, Amalia Lú Posso, Ana Milena Lucumí, Ana Teresa, Imelda y Bertulia Mina, Briceña Corpus Stephens, Clara Luz Guerrero, Claudia Patricia Silgado, Colombia, Yvonne América y Sonia Nadhezda Truque, Dionicia Moreno, Dora Isabel Berdugo, Edelma Zapata, Elcina Valencia, Elisa Posada, Emiliana Bernard, Eva Durán, Felipa Trifenia Castillo, Gudiela Milena Paternina, Hermilda Chavarría, Herminia Macariz Michell, Jenny de la Torre, Julia Simona, Karen Mindy Bowie, Kenia Martínez, Laura Victoria Valencia, Leida Viveros, Lorena Torres, Lucrecia Panchano, Luz Colombia Zarkanchenko, Lya Sierra, Lyda Cristina López, Mailen Quiñónez, María de los Ángeles Popov, María Teresa Ramírez, Marqueta Mckeller, Mary Grueso, Mayra Alejandra Sierra, Muris Cueto, Nelly Patricia Lerma, Nena Cantillo, Nidia del Socorro Bejarano, Nila del Socorro Castillo, Ofelia Margarita Benet, Paulina Cuero, Perla de Ébano (Maura Valentina González), Ruth Patricia Diago, Sayly Duque, Sindy Cardona, Sobeida Delgado, Solmery Cásseres, Sonia Solarte, Tania Maza, Teresa Martínez, Yesenia María Escobar y Yina Pérez. Este volumen tuvo como antecedente ¡Negras somos! Antología de 21 Mujeres poetas afrocolombianas de la Región Pacífica, publicada por la Universidad del Valle en 2008,[5] y el Encuentro de Poetas Colombianas —con sus ediciones El Embalaje— fundado en 1984 por la poeta y promotora estadounidense-colombiana Águeda Pizarro en el Museo Rayo,[6] que les dieron un impulso especial a las poetas de ascendencia afro.
Como suele ocurrir, las colecciones y las antologías dejan por fuera numerosos autores y obras, y generar polémica. En esta Biblioteca extraño a Juan José Nieto Gil —borrado, blanqueado y ninguneado tanto en la historia como en la literatura oficial—, escritor, periodista, masón, primer presidente negro —mulato— de Colombia, promulgador de la abolición de la esclavitud, fundador de la primera escuela oficial de niñas y autor de Ingermina o la hija de Calamar, la primera novela de la que se tenga conocimiento en la tierra de Jorge Isaacs y Tomás Carrasquilla (notables escritores blancos que abordaron el tema de los negros en María y La Marquesa de Yolombó), García Márquez, Álvaro Mutis y Fernando Vallejo, entre tantos cultivadores del género en el país. Asimismo, al poeta y ensayista Hernando Revelo, hermano del investigador y narrador Baudilo, recolector y compilador de Cuentos para dormir a Isabella, relatos populares del Pacífico incluidos en la colección; igual, las de los hermanos Aníbal y Fabio Arias (Farías), su primo Medardo y Cicerón Florez, poeta y periodista, entre muchos otros.
Es necesario acotar, porque pone en evidencia los límites de la categoría aplicada a la literatura, que en un país con un gran mestizaje de más de quinientos años es difícil —y quizás poco significativo, y ya casi anacrónico— definir quién es o no un escritor afro, quién se identifica genuinamente como tal, quién puede tratar o no los temas afro, etc., y, por tanto, a quién se incluye o no en los listados de la historia, la crítica y las publicaciones literarias “afrocolombianas”.
Dados los límites editoriales, me detendré brevemente en Manuel Zapata Olivella (Lorica, 1920-Bogotá, 2004), mestizo y mulato de la también mestiza ascendencia europea indígena y africana, a quien tuve la alegría de conocer cuando yo era casi un adolescente y coincidíamos en la mesa a las seis de la mañana, yo desayunando para ir al colegio y él tomándose el primer café del día, escribiendo y preparando la investigación y el documental que haría con el fotógrafo Pedro Nel Rey, mi tío, sobre el sombrero tradicional de los indígenas misak o guambianos y su triste e inevitable desplazamiento por los industriales sombreros de paño; ya lo había visitado con Pedro en sus oficinas de su histórica revista independiente Letras Nacionales en el centro de Bogotá.
De espíritu renacentista, curioso, sensible, apasionado y generoso, Zapata Olivella fue un médico y escritor nacionalista con vocación social, boxeador, recogedor de basura y modelo (de Diego Rivera, entre otros), mecánico, mesero, portero y empleado en un manicomio, periodista y maestro, investigador y promotor de la literatura, la música y la danza, la antropología, la religión, la medicina popular, la gastronomía y el folklor, la lucha por los derechos humanos, en general, y en particular por los de los indígenas y los afrodescendientes. Organizó y participó en numerosos encuentros, congresos, centros de estudio, semanas culturales, programas y cátedras en Colombia y varios países de América. Recibió el premio a la Vida y Obra del Ministerio de Cultura (2002), y la Biblioteca Pública El Tintal lleva en su honor su nombre.
Hizo su pionera labor en los estudios y promoción de la danza, la música y la cultura afrocolombiana a partir de la herencia de su padre, educador, junto a sus hermanos Juan, escritor, médico y diplomático, y Delia, célebre bailarina, coreógrafa, investigadora y maestra, fundadora de una licenciatura y varios grupos de danza folklórica con los cuales recorrió el país y varias regiones de Centroamérica, Estados Unidos, Europa, Rusia y China.
Zapata Olivella fue un gran viajero: su corazón, su mirada y su cabeza, su piel, sus narices y sus manos, sus zapatos gastados, su estetoscopio y su pluma transitaron distintas regiones de Colombia, Centroamérica y el Caribe, Estados Unidos, Canadá, Europa, África y China. En México ejerció como médico y periodista. Quiso vivir el doloroso y sangriento camino migratorio hoy tan amargamente recorrido hacia Estados Unidos, donde experimentó con asombro y dolor la segregación racial y los rezagos esclavistas. Experiencias que consigna en He visto la noche y en su amplia obra narrativa, ensayística y difusora, en plena sintonía con su sensibilidad social, médica y antropológica, su cercanía al arte comprometido y al realismo socialista. Asimismo, en la isla de Goré, Dakar, Senegal, quiso pasar la noche, solo y desnudo, en los restos de la cárcel, “la Casa de los Muertos”, donde hacinaban a los hermanos africanos esclavizados antes de embarcarlos en las naves negreras hacia América, experiencia clave en la escritura de su gran saga.
El futuro escritor de Changó, su obra culmen, emprendió el camino en busca de su mestiza identidad artística, negra, indígena, hispana, colombiana y latinoamericana. En New York buscó a Ciro Alegría para hacer un reportaje sobre él. El célebre escritor indigenista prologó Tierra mojada (1947) y recordó los ojos necesitados de acallar la tristeza de Manuel, quien durmió en la copa de un árbol, en un vagón de tren y en el suelo de una hacienda de Somoza para rendirle homenaje a Rubén Darío, se encontró en un pueblito perdido una gran biblioteca de filosofía, fue confundido con un oficial del ejército por el sombrero regalado que llevaba puesto y tuvo que pagar para cruzar un latifundio.
En su caminar y sentir, en su ver, escuchar y leer, Zapata se topó con los migrantes en los trenes, con los buses y los baños divididos para separar a los negros, con los restaurantes y hoteles donde no podía entrar por el color de su piel, con los desempleados héroes excombatientes de las guerras estadounidenses en la miseria, con la energía, las voces y la música de los negros en bares y teatros, con Duke Ellington y Louis Armstrong, Marian Anderson, Langston Hughes y Joe Louis, con Jacques Roumain, Paul Rivet y Nicolás Guillén, con una enfermera extenuada en el metro, con el pavor al Ku Klux Klan…
Manuel Zapata Olivella fue un prolífico escritor: además de Changó, Chambacú, He visto la noche y Tierra Mojada, fue autor de las novelas Los Pasos del Indio, La calle 10, Detrás del rostro (Premio Esso 1963), En Chimá nace un santo, Historia de un Joven Negro y Hemingway, el cazador de la muerte; de los dramas Hotel de vagabundos (Premio Espiral), Los pasos del indio y Caronte liberado; de los relatos Pasión vagabunda, China 6 a.m., Cuentos de muerte y libertad, El cirujano de la selva, El galeón sumergido, ¿Quién dio el fusil a Oswald? y Fábulas de Tamalameque; de los ensayos Tradición oral y conducta en Córdoba, El hombre colombiano y La rebelión de los genes; de numerosos artículos, entre ellos “Los ritmos populares” y los escogidos en Por los senderos de sus ancestros; y de la autobiografía ¡Levántate mulato! «Por mi raza hablará el espíritu» (Premio Literario de la Asociación de Nuevos Derechos Humanos 1987, Francia), título que refleja su paso por México, su conocimiento de la obra de José Vasconcelos y su espíritu integral latinoamericanista.
En su primera etapa literaria, Zapata, con gran fluidez, consigue una calidad narrativa que logra escapar a la ingenuidad y las intenciones de denuncia social propias de la literatura colombiana de sus contemporáneos. Por ejemplo, nos hace vivir la lucha que libran los campesinos negros, blancos, mulatos y mestizos por la tierra, contra los terratenientes y sus aliados políticos y religiosos en Tierra mojada (1947); en La Calle diez nos transporta al tristemente célebre y sangriento Bogotazo generado por el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán; en Detrás del rostro (1962) denuncia la situación de los gamines —niños de la calle— en la capital, y muestra la indiferencia, la deshumanización, el caos citadino y la violencia sin fin que aqueja al país; en Chambacú deja ver, además de los conflictos identitarios y culturales, las costumbres, la desigualdad, el racismo, el descuido y la segregación, la miseria, la corrupción y la violencia que aflige a los negros y a los habitantes de los barrios populares en la aristocrática y turística Cartagena de Indias; en Chimá, con personajes que pueden ser negros, blancos, mulatos, indios o mestizos, aborda el mito, los sentimientos y las prácticas religiosas, el sincretismo, el culto a los muertos, la brujería y la iglesia.
En Changó, el gran putas, una obra que le llevó alrededor de veinte años de trabajo, el maduro Manuel Zapata Olivella alcanzó la maestría: a su frescura y fluidez narrativa, sumó autenticidad, vivacidad y fuerza, gran conocimiento histórico y antropológico, intensidad y brillo; búsqueda de nuevas estructuras y estrategias; personajes más complejos y autónomos; profundas reflexiones ensayísticas y felices incursiones poéticas. Todo al servicio de la novela. En el gran putas confluyen el narrador, el novelista y el cronista, el dramaturgo, el investigador y el folklorista, el historiador, el pensador y el profesor. En ella supo encajar todos los temas que abordó en sus obras anteriores: la religión y el mito, el mestizaje y el rito, la música y la danza, la búsqueda identitaria, el viaje y la migración, el amor y la denuncia étnica y social —no sólo sobre los sufrimientos de los negros y los mulatos sino los de los indígenas y los mestizos, los de los pobres, en general—.
En las cinco partes de su monumental saga, Zapata Olivella cede la voz narrativa a los libres negros africanos esclavizados, al yoruba y su kora, a sus muertos y a sus dioses, a sus encarnaciones y sus orichas. Ellos narran sus penas y sus vergüenzas, el pecado original del incesto y la expulsión de Changó, su dolor, el destierro, su muy dura venganza y su alegre predicción liberadora; la captura, el fuego, la inmersión y el ahogo en cadenas en las inmensas y profundas aguas saladas de mar y lágrimas, las enfermedades y la muerte; la llegada al continente americano, el encuentro con los hermanos aborígenes, la nueva tierra, los nuevos ríos, los nuevos brillos, los nuevos cantos; el cultivo de su religión, sus danzas y sus rezos; la maldad y la bondad de los cristianos, la inquisición y sus interrogatorios, torturas y hogueras asesinos; sus levantamientos y su liberación; las traiciones, las alianzas y los triunfos; el reconocimiento con los reencarnados, “las sangres encontradas” y sus dioses, sangres y palabras negras, sangres y palabras blancas, sangres y palabras indias, sangres y palabras mestizas, sangres, palabras, cantos, danzas y marchas liberadoras: Benkos Biojó, María Angola, Pedro Claver, Makandal, Bouckman, Toussaint L’Ouverture, Dessalines, Bolívar, Padilla, Morelos, Alejadihno, Nat Turner, Agne Brown, Malcolm X, Martin Luther King, gritos de Changó, palabras, cantos, ejércitos y marchas liberadores que recorren América de sur a norte y de norte a sur…
Con Changó, Zapata Olivella trasciende los límites de la “literatura negrista” o la “literatura afrocolombiana” y se coloca en el mismo grupo de la potente narrativa colombiana y latinoamericana del último cuarto del siglo xx, reconocida a nivel mundial con autores como Alejo Carpentier, Álvaro Cepeda Samudio, Elena Garro, Elisa Mujica, Fanny Buitrago, Fuentes, García Márquez, Guimaraes Rosa, Héctor Rojas Herazo, Julio Cortázar, Jorge Amado, Manuel Mejía Vallejo, Marvel Moreno, Óscar Collazos, Roa Bastos, Rulfo, y tantos más.
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- Este artículo tiene como antecedente uno más extenso que publiqué en 1994: “Una mirada a la obra de Manuel Zapata Olivella”, en La novela colombiana ante la crítica 1975-1990 (Luz Mery Giraldo, coord.), publicado por la Universidad Javeriana y la Universidad del Valle. ↑
- Profesor Investigador de TC, UACM, y Profesor de Asignatura, FFyL UNAM) | Correos: mario.rey@uacm.edu.mx, mariorey@filos.unam.mx ↑
- “Esta Biblioteca de Literatura Afrocolombiana ha querido congregar un ancho y variado caudal de una expresión literaria elaborada en nuestro país por una multitud de voces, registros escritos y tonalidades sonoras que han venido labrando su presencia en la cultura colombiana desde hace más de doscientos años. Y aunque es una muestra no exhaustiva ni totalizante (…) involucra mucho más de lo que sus dieciocho volúmenes representan en sí mismos. No solo están los más significativos escritores, los casi veinte prologuistas y sus preparadas presentaciones (…), sino la voz de decenas de ancianos del Pacífico contadores de historias, los niños que las han interpretado en minuciosos dibujos, centenares de anónimos copleros y propagadores de leyendas, cantos e historias fantásticas, y también las decenas de mujeres poetas con su variedad y polifonía. Esta colección, en suma, pretende hacer patente la confluencia de la expresión y creatividad ancestral afrocolombiana …” (https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll7). ↑
- https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll7/id/15/ ↑
- https://bibliotecadigital.univalle.edu.co/server/api/core/bitstreams/ffffa50f-d449-4568-ae3e-8cf4c6fb323b/content ↑
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Creado en Roldanillo, Valle del Cauca, por el pintor Omar Rayo. ↑