Un héroe de pluma y espada: Vida y obra de Ángel Palerm Vich (1917-1980) de Patricia Torres Mejía

Mauricio Sánchez Álvarez

Laboratorio Audiovisual CIESAS


Militante anarcosindicalista, soldado republicano durante la Guerra Civil Española (en que llegó al grado de mayor con sólo 19 años), refugiado español en México, vendedor de máquinas de escribir, bodeguero en La Merced, impresor, historiador, antropólogo, alto funcionario de la OEA, especialista en planificación, profesor universitario, reformador de la antropología mexicana, fundador, director e inspirador de instituciones de investigación social y formador de nuevas generaciones de antropólogos. Ángel Palerm fue todo esto, según nos cuenta nuestra colega Patricia Torres Mejía en esta sugerente biografía acerca de quien co-fundara el actual CIESAS y fuera su primer director. Fue todo eso y bastante más, por cuanto cada experiencia solía aquilatar a las anteriores, cosa que se haría evidente en la multiplicación de vínculos que hizo a lo largo de su vida. Así, el texto sigue la trayectoria de Palerm como una historiografía a ras de piso: va paso a paso, en un constante ir y venir entre países e instituciones, que eventualmente se enfocaría en el desarrollo tanto teórico-metodológico como institucional de las ciencias sociales, particularmente en México. Y la narración respectiva se elabora primordialmente con fuentes de primera mano. Patricia fue alumna de Palerm, trabajó con él y fue muy cercana a su familia. Pero además, también cuenta con una fuente único: Palerm mismo, entrevistado por otra alumna suya, Marisol Alonso, en los meses antes de su muerte. Y para curiosos, el texto trae dos anexos: una bibliografía completa y comentada de Palerm, desde sus artículos semi clandestinos de la Guerra Civil hasta los más consolidados y clásicos, seguida de una línea del tiempo que permite situarlo en los contextos sociopolíticos e intelectuales nacionales e internacionales de su época.

Cuenta Patricia que Palerm demarcaba su vida posterior a su salida de España en tres períodos de exilio, cada uno aproximadamente de 15 años: primero México (1939-1952), luego Estados Unidos (1952-1964) y finalmente México otra vez (1964-1980). Como cualquier refugiado político, anheló volver lo más pronto posible a su país natal para proseguir la lucha. Pero ese deseo se le fue disipando a medida que dentro del mismo entorno de exiliados se fueron presentando suspicacias y traiciones, y también porque él fue echando raíces e iniciando búsquedas propias en el país que lo albergó. Fue en México donde se casó, también con una refugiada española, Carmen Viqueira, con quien tendría cuatro hijos y también fue allí donde emprendió sus primeros estudios, inicialmente en historia y luego en antropología. En los cuarenta, la enseñanza de esta última se basaba en preceptos boasianos: la visión multidisciplinaria que integraba arqueología antropología física, lingüística y etnología (esta última de corte culturalista y descriptiva), mientras que el ejercicio profesional estaba atado a las políticas de integración indígena. Palerm tuvo la fortuna de empezar a afilar y consolidar sus aprendizajes en las investigaciones arqueológicas y etnológicas que efectuaba la antropóloga estadounidense Isabel Kelly en Veracruz. Como alumno destacado de la ENAH, que en ese tiempo controlaba monopólicamente la formación de antropólogos, obtuvo una beca para trabajar en la Unión Panamericana (que hoy es la OEA) en Washington. Y allí fue forjando una carrera tan académica como administrativa que no sólo lo llevó a ocupar el segundo puesto en jerarquía de la institución, sino también a realizar diversas investigaciones, reuniones y publicaciones en el ámbito de las ciencias sociales que le permitieron contribuir a innovar en la reflexión sociocultural de ese momento y también relacionarse con destacadas figuras de la antropología y la historia, como los antropólogos Richard Adams, Ralph Beals y Julian Steward y el historiador Karl Wittfogel.

Ya desde su tiempo en México, y gracias a que había conocido al antropólogo Pedro Armillas (también español refugiado), quien estaba influido por el materialismo de Wittfogel y el arqueólogo Gordon Childe, Palerm había participado en discusiones y trabajos que llevarían a plantear una de las hipótesis más sugerentes emanadas de la antropología: el origen de las primeras sociedades complejas o estatales a partir del desarrollo de la tecnología del riego. Idea que, además, modificó la entonces caracterización del desarrollo de Mesoamérica, basada más bien en cambios en la cultura material y la arquitectura. En 1954, siendo funcionario de la OEA, asistió a una reunión en San José de Costa Rica en la que también estuvo Gonzalo Aguirre Beltrán, en que se fraguó una concepción más sociológica y contemporánea de la antropología para América Latina, incluyendo la formación en posgrado, y de la que emergerían eventualmente, entre otras, la FLACSO y el CIS-INAH (hoy CIESAS).

Estas ideas renovadoras, narra Patricia, cobrarían realidad durante el segundo periodo de Palerm en México. En medio de las airadas discusiones que animaron los movimientos estudiantiles de 1968, la ENAH, donde Palerm se había puesto a enseñar, también entró en crisis respecto al carácter y la enseñanza de la antropología. Y la Escuela, en vez de atender el debate, optó por cesar a Palerm, junto con otros profesores, como Guillermo Bonfil y Arturo Warman. Fue entonces la Iberoamericana, que ya contaba con una escuela de antropología, la que le abrió sus puertas. Allí, Palerm plasmó varias de sus ideas pedagógicas clave: la importancia de la teoría antropológica, la incorporación del trabajo de campo y el rescate de la tradición sociológica. También amplió los temas de investigación más allá del indigenismo, agregando temas rurales y urbanos, así como de otros grupos socioculturales, para lo cual resultaría fundamental su experiencia en la OEA en temas de planificación regional. Eventualmente, Palerm también lograría crear un programa de posgrado y obtener el reconocimiento oficial de un plan de estudios distinto al de la ENAH y que más bien hacía hincapié en la noción británica de la antropología social (en vez de la antropología cultural estadounidense).

Este conjunto de ideas serían básicas para nuevos centros de investigación y programas de enseñanza en antropología social que Palerm impulsó o apoyó, de los cuales el primero sería el CIS-INAH, luego la UAM-Iztapalapa y después el Colegio de Michoacán. Instituciones a las que se integrarían muchos profesionales formados por él. Patricia deja en claro que Ángel Palerm dejó una impronta significativa en el modo como se concibe hoy el trabajo científico-social, en un sentido tanto conceptual como institucional. Viendo de nuevo la trayectoria de este ser singular, comprometido, pensador e implementador, tiene sentido que ella lo considere un héroe de nuestra disciplina que supo blandir tanto la pluma como la espada.