Un futuro justo con nuevos horizontes

Jaime Torres Burguete[1]
Universidad Intercultural de Chiapas

Un grupo de personas jugando en el piso

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Foto tomada de la página de Facebook de la UNICH

Al escribir estas reflexiones, resurgen con fuerza los recuerdos de mi formación en etnolingüística. Aquellos años marcaron un umbral en mi vida, aunque el tiempo haya desdibujado algunos detalles. Hoy, desde la distancia, busco reinterpretar esas experiencias fragmentadas que dieron forma a mi visión crítica del indigenismo.

En 1983, me encontraba en San Pablo Apetatitlán, Tlaxcala, México, junto a hombres y mujeres indígenas provenientes de diversas partes del país, todos egresados de normales y de educación media superior, para estudiar la Licenciatura en Etnolingüística. Hoy reconozco que fui un privilegiado al formar parte de la segunda generación de este programa. Durante mi formación, mis ideas comenzaron a ordenarse y surgieron interrogantes y dudas sobre cuál sería mi labor como etnolingüista. Fue en los largos debates y en la diversidad de opiniones, tanto en las sesiones de aula como en otros momentos formativos, donde mis pensamientos se fueron perfilando. Hoy comprendo que aquella diversidad de perspectivas reflejaba los diferentes intereses académicos y visiones del mundo de los estudiantes, pues éramos un grupo diverso, tanto en género como en origen.

En las aulas aprendí que Luis Echeverría Álvarez, en su política de «apertura democrática», intentó frenar la agitación estudiantil y neutralizar las críticas por los hechos de 1968. Fue durante su gobierno (1970-1976) cuando se expandieron por todo el país los Centros Coordinadores Indigenistas. Además, entendí que el indigenismo, como política de Estado, tenía como objetivo la asimilación de los pueblos indígenas, constituyendo, en realidad, «una política en contra de lo indígena». Según Jacinto Arias, la aculturación en México se interpretó como sinónimo de transformación, incorporación e integración, con el fin de absorber a las comunidades indígenas dentro de la llamada sociedad nacional (Arias, 2020).

Esta política indigenista planteada por el Estado fue definida por Caso de la siguiente manera: “Existen grupos atrasados que forman comunidades a las que se debe ayudar para que logren su transformación en los aspectos económico, higiénico, educativo y político; es decir, en una palabra, la transformación de su cultura, cambiando sus aspectos arcaicos, deficientes y en muchos casos nocivos, por aspectos más útiles para la vida del individuo y de la comunidad. Lograr esta transformación es lo que se llama aculturación” (Caso, 1958: 35). En otras palabras, la política indigenista del Estado se basaba en la intención de convertir a los indígenas en algo que no eran, lo que se tradujo en un colonialismo interno.

A medida que avanzaron los semestres y a través de las discusiones con maestras, maestros, compañeras y compañeros, comencé a cuestionar si el Programa de Etnolingüística podría estar cayendo en un neoindigenismo. Sin embargo, en ese momento no podía afirmarlo, ya que el proyecto aún era muy joven. Dejé pendientes algunas dudas y preguntas como: ¿cuál sería nuestro rol fuera de una política indigenista? ¿A quién serviríamos? Con el tiempo, estas cuestiones han comenzado a responderse.

En este contexto, tuvo una gran importancia la visión política y académica del maestro Luis Reyes García, coordinador del programa de etnolingüística, quien propuso desde el Estado una formación académica para hombres y mujeres indígenas hablantes de alguna de las lenguas originarias del país. En la malla curricular de nuestra formación, estaba claramente establecido un enfoque crucial de reflexión, que consistía en revisar la política indigenista y ver las lenguas como un elemento fundamental para la construcción del conocimiento. Es decir, esta reflexión tenía un componente crítico hacia el indigenismo, que surgió de la propuesta de antropólogos no indígenas y que no tomaba en cuenta la perspectiva de los propios pueblos indígenas.

Terminamos la carrera, y siempre recordé lo que aprendí con Andrés Fábregas en una de sus clases de cultura: «La cultura es la capacidad que tiene el ser humano de crear su propio mundo». Al egresar, hombres y mujeres regresamos a nuestros lugares de origen, con una nueva mirada, para comprender la existencia de esos muchos mundos, interconectados tanto en lo natural como en lo espiritual, con el propósito de buscar construir un paradigma pluriversal posible.

Una vez de vuelta en mi tierra, tuve la oportunidad de desempeñarme en distintos espacios laborales y académicos, lo que me permitió conocer las perspectivas de colegas y compañeros sobre el ser indígena, no solo en su esencia, sino también en sus vivencias y experiencias en el mundo contemporáneo. He observado cómo compañeros y compañeras, originarios de pueblos indígenas y que por diversas razones han salido temporal o definitivamente de sus comunidades, han mantenido su vínculo con lo indígena de diferentes maneras. A partir de lo que he podido reconocer en esta diversidad, considero que es posible identificar cinco vertientes de profesionistas indígenas, que me parece interesante caracterizar.

1.- Profesionistas indígenas en la cultura: Aquellos que trabajan desde la visión de la coexistencia con sus propios elementos culturales, como la poesía, la conservación del patrimonio cultural, las instituciones culturales, museos y bellas artes. Es decir, su trabajo se desarrolla principalmente con instituciones del Estado, las cuales no dependen directamente de los creadores de la cultura. Este trabajo, aunque en ocasiones presenta propuestas muy interesantes, está más vinculado al ámbito estatal.

2.- Profesionistas indígenas en los movimientos sociales en México: Aquellos que trabajan en organizaciones sociales indígenas independientes, luchando por los derechos y demandas de sus comunidades ante el gobierno. En su labor, destacan las injusticias históricas y la discriminación que han enfrentado y siguen enfrentando los pueblos indígenas, lo que ha dado lugar a movimientos de resistencia y organización en las comunidades.

3.- Académicos indígenas: Profesionales que se desempeñan en instituciones académicas y educativas en los niveles medio superior y superior. En este grupo se encuentran aquellos que proponen nuevas epistemologías para realizar investigaciones en colaboración con las comunidades, que promueven investigaciones transdisciplinarias o trabajos comunitarios enfocados en la formación de liderazgos indígenas, el análisis de cuestiones de género, entre otros temas.

4. Líderes de opinión indígenas. Profesionales que destacan en lo político y empresarial, que pueden pertenecer al mismo tiempo a cualquiera de los otros tres grupos anteriores, siendo creadores de su propio destino, perfilándose como verdaderos personajes capaces de atraer la admiración de los propios indígenas y de la población en general y son y serán referentes importantes y clave en el reposicionamiento de las nuevas formas de pensamiento y la descolonización.

5.- Juventudes indígenas en formación: Como señala Rossana Reguillo, las juventudes están planteando nuevas formas de acuerdo social, protesta y organización colectiva, dejando atrás esas formas arcaicas de concebir y vivir el ser indígena, “desetiquetando las etiquetas”, adaptándose e incorporándose a las nuevas formas de ver la vida, incluidas las redes sociales, las nuevas tecnologías, las modas y hasta la incursión en la creación de contenidos que alimenten la incipiente inteligencia artificial. Están generando nuevas preguntas que buscan dialogar con las profundas transformaciones sociales que agitan el panorama contemporáneo, desvinculándose de los determinismos y las obsesiones adultocéntricas (Reguillo, 2017).

En este grupo también es posible que surjan esos liderazgos indígenas que se mencionaban en el párrafo anterior. En estas juventudes en formación se están rompiendo los muros de las lamentaciones. Tienen una visión más crítica que está ayudando a explicar cuál es el México nuevo: qué se ha hecho bien, qué se ha hecho mal, dónde se han perdido oportunidades, cómo se ha dado la resimbolización y cuáles son las nuevas reconfiguraciones en nuestros pueblos. En resumen, están contribuyendo a definir el nuevo paradigma de los pueblos indígenas.

La historia de México, en sus distintos períodos, demuestra que los pueblos indígenas han sido excluidos en la construcción de la nación, y que los modelos de desarrollo implementados no han sido adecuados, ni en el ámbito productivo ni en el social.

Los diversos movimientos indígenas han surgido como respuesta a las desigualdades sociales. El levantamiento armado de 1994 por el EZLN reveló profundas reconfiguraciones sociales en los pueblos indígenas, puso en evidencia la crisis de la “comunidad” que había sido analizada por la antropología culturalista, y abrió el debate sobre qué son las comunidades indígenas en el México contemporáneo.

Desde esta perspectiva, los pueblos indígenas ya no son lo que eran. Hay una crisis interna, ya que las instituciones y organizaciones no se han adaptado a los tiempos actuales. Los pueblos indígenas no son procesos concluidos; están en constante transformación, reformulándose con nuevas capacidades. Existen grupos de metaleros, rockeros, bandas musicales, raperos y cineastas, tanto hombres como mujeres jóvenes, que han ganado premios nacionales e internacionales. Hay una diversidad de formas de expresión que están en constante movimiento.

Esto nos muestra que ya no podemos seguir construyendo sobre la base de ciertos estereotipos. Debemos reconocer que ya no existe una mirada única dentro de los pueblos indígenas; hay diversas formas de ver el mundo. No negamos el pasado, ya que ahí está nuestra historia y nuestra visión del mundo, pero ese pasado ya no representa la realidad del presente.

El Popol Vuh narra la creación del mundo maya. En la primera creación, los hombres fueron hechos de lodo, pero no pudieron sobrevivir. En la segunda, fueron hechos de madera, pero tampoco sobrevivieron. En la tercera creación, fueron hechos de maíz, y lograron sobrevivir. Entonces, esparcieron su semilla en veredas, montañas y cuevas, y, gracias a las lluvias y vientos propicios, floreció una gran civilización.

Hoy el mundo enfrenta una crisis civilizatoria, y nuestras comunidades indígenas también. ¿Cuál debe ser el nuevo contenido de lo indígena? ¿Qué debe tener una comunidad indígena en la actualidad? Por ello, creo que es necesaria una cuarta creación, a partir de la cual nazca la grandeza de un nuevo horizonte.

Ante estos retos, ¿será posible descolonizar las universidades para forjar un nuevo tipo de sociedad?

La globalización y la diversidad cultural plantean nuevos desafíos para las universidades en el siglo XXI, especialmente en México, donde conviven múltiples grupos culturales e identidades. La integración de la interculturalidad en las universidades es fundamental para abordar las problemáticas locales de manera más efectiva y relevante.

Fábregas (2024) enfatiza la necesidad de una investigación que refleje las realidades de las comunidades indígenas de México. Esto se alinea con el reto de las universidades de incorporar diversas voces y perspectivas en sus currículos. Es decir, la interculturalidad en las universidades no solo debe reconocer la diversidad cultural, sino también fomentar un diálogo crítico que permita entender cómo las diferentes identidades impactan en la vida social y política. Por esta razón, es necesario avanzar hacia una formación académica que sea no solo crítica, sino también inclusiva y sensible a la diversidad, contribuyendo a la construcción de un futuro más justo y equitativo en el contexto del siglo XXI.

Sin embargo, surge la pregunta de cómo lograr que las universidades participen en este proceso, si son precisamente ellas las que han reproducido el colonialismo. Esta decisión debe ser tomada desde el Estado, al reconocer la diversidad e incluir otras perspectivas del mundo. Es fundamental repensar el nuevo quehacer de las universidades, de manera que las preguntas sobre interculturalidad surjan desde sus propios espacios, y que su práctica educativa deje de ser colonizadora y excluyente, evitando reproducir desigualdades.

Para descolonizar las universidades, es esencial cuestionar los marcos epistemológicos hegemónicos y crear espacios donde los saberes indígenas no sean folclorizados, sino reconocidos como sistemas válidos de conocimiento. Esto implica reformular los planes de estudio, fomentar la investigación colaborativa con comunidades y priorizar la participación indígena en la gobernanza universitaria.

Reflexiones finales

Si bien el Estado ha respondido de distintas maneras a las demandas de los pueblos indígenas, estas respuestas no abarcan aún la gran diversidad de las concepciones del mundo que actualmente poseen estos pueblos. Es decir, hay expectativas, visiones, necesidades, transformaciones que no se han reconocido plenamente por parte de las instancias estatales generadoras de los programas de atención a la población indígena, por lo que se mantiene una distancia entre lo que se pretende lograr y lo que realmente se logra.

Por esta razón es muy importante que profesionistas indígenas y no indígenas, así como las diversas instituciones involucradas, contribuyan al análisis y la reflexión en relación a cuál debe ser el papel de cada uno en un contexto tan complejo; es decir, como plantea Jacinto Arias (2020), en su libro El mundo numinoso de los mayas, qué valores nativos aún permanecen en los pueblos de Chiapas y de México, o cómo han influido simbolismos externos para generar un proceso de transición en estas poblaciones.

Referencias

Arias, J. (2020). El mundo numinoso de los mayas. Universidad Intercultural de Chiapas.

Caso, A. (1958). Indigenismo. Instituto Nacional Indigenista.

Fábregas, A. (2024, 16 de octubre). Las ciencias sociales en Chiapas: ecos de un conversatorio. Chiapas Paralelo. https://www.chiapasparalelo.com/opinion/2024/10/las-ciencias-sociales-en-chiapas-ecos-de-un-conversatorio/

Reguillo, R. (2017). Paisajes insurrectos. Jóvenes, redes y revueltas en el otoño civilizatorio. NED Ediciones.

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