Un campo fértil por cultivar: los afrodescendientes en la minería del México colonial

David Navarrete G.
CIESAS Ciudad de México


Imagen tomada del sitio https://0201.nccdn.net/


Descentrar las temáticas que han dominado el estudio de la minería colonial es un importante desafío para quienes nos dedicamos a este campo de la investigación histórica. Al igual que sucede en otros campos historiográficos, en las agendas de investigación sobre la minería novohispana han predominado ciertos temas y problemas que ha sido imprescindible acometer y que, dada su relevancia, amplitud y complejidad, pese al paso de los años, siguen brindando ricas y fecundas vetas de indagación. Algunos de los temas favorecidos han sido: el sitio de la minería en la organización económica de la Nueva España, su papel como activador económico interno, las dinámicas de los ciclos productivos mineros, los grandes empresarios y sus empresas, la génesis y evolución de los distritos mineros, las técnicas y métodos de extracción y refinación del mineral y los sistemas laborales utilizados. En cada uno de estos frentes, y varios más que por motivo de espacio no mencionamos aquí, se han alcanzado sustantivos adelantos de conocimiento. Sin embargo, a la par se han producido desbalances en el estudio de otros aspectos que en algún momento pudieron parecer secundarios pero que hoy día han revelado su centralidad para el entendimiento de áreas sensibles, incluso determinantes, de la historia minera del México colonial.

Uno de estos temas es la participación de la población afrodescendiente. En las páginas siguientes ofrecemos una sintética reflexión al respecto, encaminada a atraer la atención del lector, la contribución de ese grupo social en el funcionamiento y desarrollo de la minería, extendiendo la mirada más allá del espacio de las minas y haciendas de beneficio para situarla en otras actividades que también fueron primordiales en la economía de los pueblos y zonas mineras. Focalizamos nuestro abordaje en la segunda mitad del siglo XVIII y, como caso ilustrativo, traemos a colación algunos datos puntuales sobre el distrito de Pachuca-Real del Monte, por ser el espacio en el que he centrado mis investigaciones sobre la minería novohispana.

El decir, que la población afrodescendiente es un actor descuidado en los estudios sobre la minería colonial no debe llevar a pensar que se trata de terreno ignoto. Su participación en la minería durante el periodo tardío colonial es un hecho conocido y al que han aludido muchos historiadores. Ceñidos al siglo XVIII, casi cualquier estudio que se refiera a la composición social de pueblos y zonas mineras y sobre su población trabajadora contiene información acerca del componente afrodescendiente.[1] En cambio, son muy pocas las publicaciones donde se les examina de manera diferenciada.[2]

En la etapa final del periodo colonial, los afrodescendientes eran el grupo minoritario de la población total del virreinato. Se ha estimado que los mulatos representaban el 6%, muy por debajo de los indios (60%), españoles y criollos (18%) y mestizos (16%). Los esclavos negros equivalían a sólo 0.2%.[3] Estos porcentajes tuvieron importantes variaciones dependiendo del espacio y tiempo que se examinen. En lo que toca a las poblaciones mineras, hubo diferencias notables entre el norte y el centro del virreinato, en buena medida por la contrastante densidad de la población prehispánica en ambas regiones y por los también distintos procesos de poblamiento de la conquista y colonización españolas. En la última década del siglo XVIII, en Zacatecas fueron un grupo porcentualmente prominente (38%), al igual que en Sombrerete (24.1%) y Parral (20%). Hacia la parte central se registraron porcentajes menores, como en Guanajuato (17.6%) y Pachuca-Real del Monte (9.4%).

Más allá de estas diferencias porcentuales, es innegable la sensible presencia del ingrediente de ascendencia africana en los espacios mineros. Por lo mismo, llama la atención que nos hayamos sentido confortables en nuestra comprensión de aspectos relevantes la sociedad y economía mineras refiriéndonos a ellos sólo de manera tangencial. Hablando del centro de la Nueva España, en general se les ha visto como un actor secundario respecto de otros grupos situados en la base de la pirámide de las sociedades mineras, como los indígenas y los mestizos. Cuando se les menciona, la atención se ha dirigido principalmente a su función como trabajadores manuales en los tiros de las minas y en las haciendas de refinación de la plata. Las investigaciones han priorizado otros actores, temas y preguntas antes que ponderar la contribución del segmento social que aquí nos interesa. Fuera de un grupo reducido de especialistas, continúa predominando una idea vaga sobre su intervención en los distintos sectores de la vida de los pueblos mineros en el último siglo de la época colonial.

Un estudio recientemente publicado sobre la población afrodescendiente en el distrito de Pachuca-Real del Monte permite hacer algunos apuntes y reflexiones de interés para los propósitos que animan este escrito.[4] Este destacado y antiguo centro productor de plata ubicado en la parte central de la Nueva España, fue asiento desde el siglo XVI de población de origen africano. Aunque negros y afrodescendientes fueron siempre grupos minoritarios, en el siglo XVIII representaban casi el 10% de la población del distrito, calculada en 1777 en cerca de 15 mil habitantes. Su presencia numérica era manifiesta en las calles, barrios y sitios de trabajo de aquellos pueblos mineros. Al igual que en otras zonas mineras (Sombrerete, Zacatecas, Tlalpujahua, Guanajuato, entre otras muchas), tuvieron una convivencia cotidiana y en muchos casos estrecha −por ejemplo, a través del matrimonio− con los restantes grupos socioétnicos del vecindario de Pachuca y Real del Monte.

Una buena radiografía sobre su participación en la economía local ha sido obtenida a partir de los censos parroquiales de los reales de Pachuca y Real del Monte realizados en 1768. La información registrada −que no incluye a las mujeres− muestra que la población masculina adulta participó en prácticamente todos los sectores de la economía. Como es de esperar, su principal ocupación fue en las minas: en Pachuca casi uno de cada cuatro trabajadores afrodescendientes laboró en esos espacios, mientras que en Real del Monte la proporción fue de siete de cada diez. La importante bonanza en la producción de plata que entonces e vivía en este último y la fuerte demanda de trabajadores de la empresa Vizcaína −una de las más grandes de la Nueva España− ayuda a entender esta diferencia. En Pachuca la mayoría de sus minas estaban inactivas.

En los tiros de las minas, los afrodescendientes fueron empleados en prácticamente todas las ocupaciones. Aunque en número menor que otras ocupaciones, algunos realizaron trabajos altamente calificadas como barreteros y malacateros, lo que les permitió tener ingresos más altos, incluyendo, en el caso de los barreteros, una participación del mineral que extraían en cada jornada. La mayoría fueron trabajadores no especializados: operarios, faeneros, peones, albañiles, etc. Esto no debe conducir a minimizar su rol en las empresas mineras, al contrario. Su participación era fundamental para la producción, pues realizaban labores de suma importancia y con frecuencia extenuantes, como el acarreo de mineral, la extracción de agua de los tiros inferiores, la conducción de herramientas de trabajo y como auxiliares en el mantenimiento de las máquinas y de las instalaciones dentro y fuera de las minas.

Sin embargo, como hemos venido insistiendo, la intervención y contribución de los afrodescendientes en el funcionamiento de la economía de las zonas mineras fue mucho más amplia. También participaron en la producción local de bienes y mercancías, en el surtimiento estratégico de materias primas (leña y carbón, por ejemplo), en actividades comerciales (como tenderos y trajinantes, y también en el comercio de plata), en la elaboración de artesanías (como zapateros, sastres, curtidores, carpinteros, etc.), el transporte de mercancías (como arrieros) y en actividades terciarias (sirvientes, cocineros, cocheros). Extendámonos brevemente en las implicaciones de la agencia de los afrodescendientes en estas otras esferas de la economía minera y, a partir de ello, en su posición social. El caso de los artesanos ofrece elementos de particular interés. Su labor era esencial, por ejemplo, para atender las necesidades de vestido y alimentación del vecindario. Adicionalmente, algunos de estos oficios suponían un alto grado de calificación, permitiendo a quienes los desempeñaron un grado de autonomía para el trabajo y niveles de ingresos superiores a los de los trabajadores manuales empleados en las minas. Su relevancia en, por ejemplo, la sastrería destaca si se considera que uno de los sastres afrodescendientes que figuran en el real de Pachuca era “maestro” y otro “oficial”. En toda la parroquia de Pachuca, de un total de 17 sastres, había sólo un “maestro” más (español) y otros dos “oficiales” (españoles). También de un grupo selecto y reducido de artesanos especializados, fue el mulato registrado como “herrador maestro”, de los cuales había únicamente tres en toda la parroquia (los otros dos eran españoles). Una condición similar deben haber gozado un mayordomo de hacienda y dos rescatadores mulatos (comerciantes de plata) que figuran en el padrón. Sobre estos últimos, conviene recordar que la compra y venta de plata al menudeo era una actividad muy importante en los pueblos mineros y, muchas veces, muy rentable para quienes la practicaban. Esta actuación de naturaleza mercantil les debió haber permitido, además, ejercer influencia en otras esferas de la vida de aquellas comunidades. De esta forma, algunos individuos y familias afrodescendientes llegaron a formar parte de los estratos medios de los pueblos mineros de la Sierra de Pachuca. Sin embargo, en el estudio citado del que extraemos estas referencias, se reporta que no se localizó información que hable de que lograron escalar hasta los niveles superiores de la pirámide social. No hubo entre ellos grandes dueños de minas ni comerciantes, ni funcionarios civiles ni religiosos.

A manera de cierre, una reflexión final. El propósito central de este ensayo ha sido traer a la atención del lector la conveniencia y necesidad de ampliar y profundizar el estudio de la presencia y contribución de la población afrodescendiente al funcionamiento y desarrollo de la minería colonial. Además de situar a este segmento en el lugar que le corresponde como agente destacado de las sociedades y economías mineras, nos anima el interés de contribuir al trazado de líneas de investigación que amplíen las concepciones y modelos explicativos que han dominado la historiografía minera del México colonial. La novedad, insistimos, no consiste en reparar en la existencia de negros y mulatos, pues eso ya se ha hecho, sino en examinarlos en función de la importancia que tuvieron al intervenir en esferas y actividades económicas que han sido vistas como secundarias y dependientes de la producción minera, no como soportes interdependientes de la misma. Afortunadamente, la aparición y desarrollo de una producción histórica preocupada por el esclarecimiento de este tipo de cuestiones está ya en curso.

Bibliografía

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Vinson III, Ben y Bobby Vaughn (2004), Afroméxico. El pulso de la población negra en México, México, FCE.

  1. Dentro de una larga lista de publicaciones al respecto, sirvan como ejemplos las siguientes: Brading (1972), McCaa (1984), Swann (1990), Carbajal (2008), Gavira (2006), Mentz (2010), Cramaussel (2014), Velasco (2016), Montoya (2016), Arenas (2020).
  2. Por ejemplo, Guevara (1994, 2001), Povea (2020), Navarrete (2021).
  3. Tanck y Marichal, 2010: 471.
  4. Navarrete, 2021.