Un acercamiento a mi historia desde la práctica textil en Santa María Yuku Itī

Alma Cristina García García[1]
Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca

“Saber del huipil y usar el huipil es fundamental
para resistir y reclamar modos de vida y memoria
comunitaria que hemos olvidado”.
Ariadna Solís

Imagen 1. Guadalupe. Buenavista, Oaxaca (28 de abril 2022). Tomada de la página de Facebook de Gesmujer A.C. https://www.facebook.com/gesmujer.rosario.castellanos.ac/photos/5078899118892136


Para este artículo es necesario señalar desde dónde expreso mi perspectiva individual y colectiva, ligado a las mujeres en la producción de textiles tradicionales. Pertenezco al municipio de Santa María Yucuhiti, lugar que forma parte de la nación Ñuu Savi, enclavado en las grandes montañas de la Mixteca Alta Oaxaqueña. Desciendo de personas que tienen su origen en este territorio; nací, crecí y vivo en Reyes Llano Grande.

Sus habitantes, hablamos el Tu’un Ñuu Savi o Sa’an Savi,

de acuerdo con lo que señala el filósofo (Tatyisavi, 2018) la lengua es tonal, glotal y nasal; lo primero se puede mostrar desde lo auditivo; lo segundo se marca con un apóstrofo entre sílabas; lo tercero se escribe con una n al final de cada palabra.

Para comunicarnos, uno de los pilares fundamentales, es el idioma, un medio en el que pensamos, expresamos y compartimos nuestro conocimiento. Entiendo el Tu’un Ñuu Savi como un entramado filosófico, una memoria colectiva y un saber basto para el entendimiento de nuestra cultura. Nombrar nuestro entorno y representarnos a través del habla, es resistir y luchar por nuestra vida, por nuestra historia comunitaria y por nuestro territorio como un espacio en el que se consensuan distintas ideas, frente a las diversas violencias que nos atraviesan.

En Oaxaca, existe una problemática que surge de la folklorización y la explotación de los saberes comunitarios inscritos en los textiles tradicionales. En donde un conglomerado de personas de la élite hegemónica; sea el gobierno, las y los diseñadores, modistas, extranjeros y personas reconocidas en los medios de comunicación; crean un sinfín de discursos que “dan valor”, “apoyan”, “reconocen” “enaltecen” e “inspiran” en la vestimenta de distintos pueblos indígenas, es decir, lucran con elementos identitarios y que tienen un sentido y significado colectivo, apuntando contra la autonomía y las formas de organización de cada lugar.

Estas personas van vendiendo la idea de que el progreso de las comunidades tiene que ver con la innovación, mutilación y estilización de la vestimenta desde sus ideas, sus gustos y sus intervenciones; dejando a un lado lo verdaderamente importante para nosotras y nosotros: el valor histórico y el proceso subjetivo que atravesamos las personas de cada pueblo. Esto es un ejemplo claro del despojo, racismo y clasismo que vivimos en la cotidianidad pero con palabras bonitas.

Lo que buscan estas prácticas es que los quehaceres comunitarios estén sometidos a las dinámicas del mercado, del turismo y del capitalismo global y no reconocen que somos agentes de cambio y en nuestras relaciones sociales y de coexistencia tejemos nuestros propios medios para sostener la vida local. Es por ello que me gustaría hablar desde mi experiencia en el pueblo de la lluvia, para dar cuenta de que las comunidades indígenas, particularizando en Yucuhiti somos sujetos políticos y accionamos desde hace miles de años.

Escribir desde mi ser y pensar como mujer de Yuku Itī Ñuu Savi, ha sido un proceso complejo y lleno de miedo, por todas las opresiones y violencias estructurales e históricas, que se nos han asociado por el hecho de nacer mujeres. Sin embargo, desde pequeña crecí en un ambiente con mujeres poderosas: mi abuela materna, Imelda; mi abuela paterna, Gilberta; mi madre Margarita y todas mis antecesoras; quienes se enfrentaron a pensamientos y prácticas que las señalaban, por cuidar y cobijar la importancia que conllevaba defender sus ideas y nombrar la existencia desde su propia percepción. De ellas aprendí a caminar entre las veredas de la sabiduría, la rebeldía y la resistencia; de cada una guardo y cuido distintas memorias, ya que del lugar que habitamos se adelantaron, para ser una nueva luz y un nuevo motivo.

Recordar a las nana ña’nuabuelas– y a las mujeres que nos precedieron tejiendo telares de cintura y la vida misma en Yuku Itī, es visibilizar que nuestra historia comenzó a escribirse desde muchos años atrás en la trama del tejido. Ellas han sostenido la vida desde distintos lugares de enunciación y hoy sus hijas, a través de las compartencias orales, escritas, sentires y quehaceres cotidianos, podemos conocer su labor y su contribución en la acción colectiva-comunitaria.

En mi vivir dentro del Ñuu Savi, nace el interés por conocer mi historia a través de los hilos y la praxis de realizar y usar tejidos en telar de cintura: xikīn jin xiyo nee. Un componente que para la comunidad representan un sentido de pertenencia y que generalmente está entrelazado y sostenido por las mujeres. Al hablar de comunidad me refiero a la construcción coordinada de ideas, sentires, haceres y pensamientos para sustentar el bien común. Compartidos desde la experiencia, los valores, el conocimiento, la sabiduría, el respeto y el territorio para el mantenimiento de la vida; más allá de un espacio geográfico dado.

Más que referirme al textil como patrimonio cultural de un pueblo y bajo los términos ejercidos desde el Estado para nuestra representación, como un bien de consumo visual, económico y de rentabilidad. Quiero apuntar y precisar, que daré cuenta de la indumentaria como propiedad colectiva, sujeta a la manera en la que me he acercado y conocido este entramado comunitario como parte de la herencia de las abuelas; con mujeres que se dedican a la elaboración del huipil, del rollo, y su uso, construyendo discursos e ideas de representación individual y conjunta alrededor de este elemento de identidad local.

En esta misma vertiente y para entender el aporte de las mujeres en la historia, retomo lo que la investigadora zapoteca (Solís, 2022) señala,

 en la gran mayoría de estas investigaciones, se ha dejado fuera justo aquello que hace que un textil se vuelva indumentaria: el cuerpo de quien lo produce y lo porta. Por lo tanto, la voz, los saberes y los deseos de las personas que resguardan su producción y su uso, generalmente quedan invisibilizados en la producción académica.

Es decir, comúnmente en los estudios dirigidos a los textiles y la vestimenta tradicional se pasa por alto la agencia que las mujeres tenemos y creamos, desde nuestras vidas particulares y con nuestras compañeras.

Una imagen atraída por mis ojos y guardada en mis recuerdos es la de mi abuela, sentada en el patio de la casa, con su telar por un lado sujetado a ella y el otro extremo amarrado a un árbol de níspero. Probablemente, en esos momentos de niña me haya hecho sentido dicha vivencia pero con el tiempo e inmersa en las ideas construidas y asignadas hacia las personas indígenas, para fortalecer una cultura hegemónica como es el Estado-Nación y eliminar otros saberes, del vestir, del hablar como en Yucuh Iti se hace; me llevó por un lado a orillar ese interés y por el otro había conocimientos que me eran transmitidos en mi día a día, en la comunicación, en el observar y en la práctica dentro de mi entorno familiar, siendo los motivos para seguir conociendo.

De pequeña, mamá me vestía con un par de huipiles que la abuela había tejido para mí, cuando ya no me quedaban pasaban a pertenecer a mi hermanita Viri. Algunas ocasiones vi a mi hermana mayor Mari, ponerse su huipil y su rollo pero no lo hacía sola, mi mamá le ayudaba y le decía cómo hacerlo. Mi madre nos contaba, que el huipil que las abuelas usaban era amplio arropando hasta la altura de los codos y largo por debajo de las rodillas, pues estaba compuesto de tres lienzos tejidos en telar de cintura con dos técnicas: kīn xi’yo jin kīn ita y que al ser terminadas de tejer eran unidas por una costura a mano.

Las piezas del tejido de cada extremo del xikīn eran más delgadas que la que queda en la parte de en medio, el tamaño del textil terminado respondía a que anteriormente las abuelas buscaban cubrir su cuerpo y doblaban su huipil hasta la cintura sujetándolo al ceñidor, con la finalidad de crear un espacio en el que guardaban los productos que compraban en las plazas, que obtenían del trueque y alimentos que les retribuían en la gueza (sa’a), a las que asistían, hayan sido fiestas o ritos funerarios.

Continuando en esta misma narración, en la parte baja del cuerpo seguida del torso hasta la altura de las pantorrillas, las abuelas se cubrían con un tejido que nombramos xiyo nee (rollo), compuesto de dos piezas unidas con un bordado que localmente se conoce como tiku yīkī, utilizando varios colores para enmarcar la línea de unión en la parte alta de la prenda y el ceñidor tejido en telar de cintura con la técnica de yakuin, sostenía el xiyo.

Al comenzar mi secundaria en la localidad vecina de Guadalupe Buenavista, me integré al grupo de danza, puesto que me gustaba mucho bailar y es que la música y el movimiento corporal me daban felicidad. La profesora Abigail Hernández era la responsable del equipo, y un día nos mencionó que presentaríamos un baile del municipio, portando la indumentaria tradicional. Ese hecho por una parte me hacía feliz, porque yo sabía que podía conseguir el traje, ya sea con mi hermana, con alguna tía o con las señoras que lo prestaban en la comunidad y vestir con el xikīn y xiyo nee de alguna forma sostenía la historia de mi pueblo.

Por otro lado, sentía temor porque dentro del pueblo también existen distintas violencias, de las que hace falta cuestionarnos y hablar; por ejemplo, las burlas que surgen por utilizar los tejidos tradicionales, producto del racismo sistémico; por lo regular, denigrar a través de comentarios, gestos y rechazos a las personas que nos expresamos desde el hablar el idioma, del vestir la indumentaria tradicional como una forma de reivindicar, reconocer y representarnos como Ñivī Ñuu Savi, ha sido la barrera con la que tropezamos.

Lo que menciono, no nace en el municipio, sino son ideas que se dan desde contextos ajenos al de los pueblos indígenas y que con el tiempo han sido adoptadas y normalizadas por las y los pobladores.

Gracias a los apuntes de la lingüista (Aguilar, 2018) podemos tener en cuenta que, el Estado mexicano ha diseñado políticas públicas, promulgando leyes y ejercido presupuestos para borrar la existencia de otras naciones y otras lenguas, conllevando nuestro proceso histórico y político colectivo hacia al olvido.

Caminé contra la corriente y contra el miedo; ese día al llegar a casa, le hice saber a mi madre que iba a tener una participación con un baile del municipio, y utilizaríamos el rollo y el huipil, ella en todo momento me apoyó. Yo no recuerdo antes haber vestido con la indumentaria tradicional completa, hasta los 12 años, solía únicamente usar el huipil. El día que nos tocó bailar me acompañaba mi mamá y a mí me urgía terminar de vestirme; pero para ella era fundamental e indispensable decirme cómo ponerme el rollo, pues no se trataba de sólo envolverme en él, sino era puesto con cuidados, de una manera especial, delicada y sobre todo con respeto; también me mencionó como usar el huipil, sujetándolo al ceñidor.

Con ello, iba comprendiendo que el uso del textil tradicional, en el ámbito familiar, vestir la indumentaria asume un vínculo a una serie de entramados afectivos, de memoria, de significación, de honrar a mis abuelas y que me eran compartidos a través de la comunicación desde la vivencia, no es un saber individual sino más bien se nutre de manera colectiva y bajo la resistencia por sobrevivir. En esta misma sintonía en la comunidad de Yalálag, Oaxaca (Solís, 2022) nos compartió que, “Hablar de la indumentaria y sus usos, es por eso, para las mujeres indígenas, una herencia de lucha contra la colonialidad, contra el sistema patriarcal y contra la precarización y el despojo de la riqueza de nuestras vidas”.

Desde aquel día que mi madre me ayudó a vestirme y a saber cómo se coloca el xikīnxiyo nee jin vatu entendía el respeto que ella junto con mis abuelas le atribuían a estas prendas y sabía lo que implicaba valorar ese saber que me era transmitido, conllevando un compromiso: el de mantenerlo vivo y compartirlo. Con el pasar de los años y por las eventualidades de la vida, en este camino sufrí la perdida de mis abuelas y posteriormente la de mi madre, y aún me hacía falta concebir el textil desde su elaboración para entender el vínculo que pudo tener para mi familia y para la historia comunitaria.

Fue a partir de ahí, que en el 2018 me acerqué al colectivo de mujeres que sostienen los tejidos en telar de cintura en Yucuh Iti, señoras y abuelas de San Lucas Yosonicaje, Guadalupe Buenavista y la delegación municipal. Me presenté con ellas, por ser una persona joven, las abuelas y personas adultas no me reconocieron en seguida, pero dije quiénes eran mi padre, mi madre, mis abuelas, abuelos, dándose así la idea de quién era yo.  

Les compartí mis sentires y los motivos de mi investigación, por un lado académico y por el otro personal, y ellas me recibieron de manera amable comentando que estaban de acuerdo en enseñar a jóvenes de Yucuh Iti interesadas e interesados en aprender a tejer en telar de cintura, siempre y cuando sea bajo el respeto, por el bien común y para la preservación de este conocimiento.

Imagen 2. Alma García, Guadalupe, Buenavista, Oaxaca (30 de julio del 2018).


A través de las narraciones compartidas mencionaron que actualmente el textil tradicional generalmente se utiliza como un traje de gala, para ocasiones particulares como eventos religiosos, escolares y culturales, espacios que han sido utilizados para reforzar la pertenencia comunitaria. Cuentan cómo anteriormente era utilizada y elaborada la vestimenta y buscan las maneras de seguir tejiendo:

El tejido en telar de cintura es de años, nuestras abuelas, las abuelas de sus |madres y de sus abuelas realizaban este trabajo, eran ellas mismas quienes elaboraban la ropa que usaban. Sabían con quiénes obtener la materia prima, pues mantenían un intercambio de productos con las personas de la Costa, de allá adquirían el algodón puro y aquí realizaban todo un proceso para hacer los hilos, lo limpiaban, suavizaban, hilaban, teñían, hacían las bolas de hilo, urdían y tendían en el telar para tejer.

Con el tiempo muchas abuelas murieron, y también se nos olvidaron muchas cosas, algunas aprendimos a tejer viendo, tomando hilos a escondidas, otras aprendimos preguntando y practicando porque nos daban el telar, unas aprendimos de pequeñas otras ya de grandes aquí en el grupo. Es importante seguir tejiendo, y recordar a nuestras abuelas y lo que hacían porque es parte de nuestra cultura y porque aquí vivieron. El grupo es un espacio en el que compartimos, platicamos, aprendemos, reímos y nos ayudamos a salir adelante. (conversación personal con: doña Beatriz España, Sergia García, Sótera García, Delfina Silva, Felicita López, Felipa López, Petra López, Magdalena López, y doña Cleotilde)

Lo que anteriormente se menciona es un aporte del grupo de mujeres tejedoras de Buenavista, cada una de ellas contribuyó al narrar estos sucesos, dando cuenta de que cada saber que tienen es válido y se construye de manera unida. Escucharlas es saber que generan discursos y representaciones, nombrando su lucha e historia en el día a día.

En algunas visitas al pueblo de Yosonicaje, compartí con las abuelas y mujeres del grupo de tejedoras “Pavo Real”, en donde la práctica textil es particular. Por lo regular, la mayoría de ellas trabaja con la lana; desde la obtención de la materia prima, su lavado, suavizado, cardado e hilado para posteriormente urdirlos y tejerlos en telar de cintura, elaborando gabanes, cobijas, bolsas y rebozos. Esto se debe a que en la comunidad predomina el clima frío por su ubicación a más de 2 500 metros sobre el nivel del mar.

Imagen 3. Alma García, San Lucas Yosonicaje,17 de agosto 2022.


Nuestras pláticas fueron en Tu’un Ñuu Savi-mixteco, porque ellas, desde la lógica comunitaria, consideran necesario nombrar sus haceres, vivencias, sentires y conocimientos desde el idioma. Por ejemplo, el contar los hilos, las acciones que implica el tejido, el dar nombre a cada madera que conforma el telar, el reconocer las técnicas de tejido, el significado de la iconografía, el compartir las influencias que tiene el clima con los hilos desde la lengua de la lluvia, nos deja ver que tejer también responde a nuestro entorno geográfico, filosófico y epistémico, sin la lengua no entenderíamos muchas cosas. También decían que no todas saben tejer el huipil, pero vieron como lo vestían sus madres, abuelas y el textil tradicional que utilizan es una herencia que conservan de sus antepasadas.

Siguiendo esta misma línea, en la delegación municipal he convivido con las mujeres que tejen el telar de cintura. Dentro de sus vivencias cuentan que actualmente el huipil y el rollo ha sufrido una serie de cambios debido a la modernización, resultándoles a las personas más práctico utilizar una blusa de huipil por su tamaño.

Un asunto que creen importante a la hora de hacer sus tejidos es tener el conocimiento de cómo es la vestimenta tradicional, la dedicación, el interés, la paciencia, la ayuda y sobre todo la relación que se crea con el tejido hoy día. Ellas agregan lo siguiente:

Ahora es muy diferente la forma en la que se teje un huipil, por ejemplo, ya no se hace de tres lienzos separados sino a la hora de urdir los hilos, agregamos el de algodón de color natural, y agregamos los hilos rojos que simulan la unión y así se tejen, las flores del huipil ahora son más grandes, antes eran figuras pequeñas, es una representación del huipil como blusa. De la misma forma es con el rollo, ya no es de dos piezas, es sólo una y a la hora de terminar el tejido hacemos el bordado por encima, parece que antes el rollo era de color negro o azul oscuro porque las abuelitas pintaban sus hilos, otras tías tejen con otros colores su rollo, azul oscuro con franjas rojas, dicen que así también era el de las abuelitas más grandes.

Es bueno tejer porque aprendes a hacer muchas cosas y es un pequeño apoyo económico el que ganas cuando vendes tu prenda, pero así como tejes debes recordar cómo era antes y compartirlo con las personas de la comunidad. Tejer tiene muchas creencias, y debes respetar lo que se piensa porque si no a veces lo compruebas con la experiencia. Cuando tejes vas descubriendo cosas acerca del telar u otras te las dicen las mujeres que llevan más tiempo tejiendo, para algunas de nosotras si resulta verdadero y para otras no, no sabemos por qué sea. Es bonito este trabajo, también cuesta y tiene sus dificultades pero si te gusta e interesa, aprender resulta más fácil; así mismo es delicado, es como si tu tejido sintiera o supiera lo que sientes y piensas. (conversación personal grupo delegación: doña Salomé López, Margarita López, Juana Ortiz, Isabel López y Leonila García)

Para este análisis, retomo lo que la investigadora mixe (Díaz, 2022) apunta:

El huipil tejido en telar de cintura es un testimonio vivo de la resistencia y la lucha por la vida de los pueblos indígenas, en un sistema que ha negado y combatido sistemáticamente la existencia de los pueblos, negando y desvalorizando sus lenguas, sus conocimientos, el hecho de que en muchas de las comunidades todavía exista es gracias a la defensa de la vida y la resistencia cotidiana, sobre todo de las mujeres.

Muchas veces el discurso del falso reconocimiento de una nación pluricultural por un lado configura los quehaceres de las comunidades indígenas orillándolas a ajustarse a las dinámicas de consumo y por el otro, de manera local se crea una serie de acciones desde el plano individual hacia el interés común, sujetando la memoria viva.

Imagen 4. Alma García, Delegación municipal, 31 de julio de 2022.


Es necesario problematizar que, más allá de guiarnos por lo visual de un huipil o dejarnos llevar por lo estético, es indispensable reflexionar acerca de la vestimenta tradicional como un vínculo de pertenencia y vida comunitaria. Guardar, cuidar y compartir los saberes que se tienen de nuestro pasado y vincularlos a nuestro presente con las nuevas generaciones, para mí es recuperar y defender nuestra comunidad e historia contra el despojo.

Las mujeres han sostenido este saber sobre toda una serie de actividades que no se les reconocen y frente a las opresiones a las que se enfrentan, siguen creando los medios en los que se transmite y resiste desde el tejido. Gestionan los recursos para la compra de hilos y materiales que utilizan, se organizan en asambleas, reuniones y toman acuerdos de manera conjunta, dentro de la red de tejedoras de las 9 localidades de Yucuhiti, en coordinación con la regiduría de cultura y la autoridad municipal. Reconfiguran sus prácticas y hacen saber que tejer no es una labor únicamente de mujeres, sino de todas las personas como parte de un pueblo. La memoria, la práctica y el uso del textil tradicional están íntimamente ligadas; sobreviviendo en la compartencia hasta nuestros días.


Bibliografía

Aguilar, Gil Yásnaya Elena (2018), ¿Nunca más un México sin nosotros?, San Cristobal de las casas y Oaxaca, CIDECI-Unitierra Chiapas.

Díaz, Robles Tajëëw (2022), «Escribir desde el vestir. Aproximaciones a las economías textiles y al racismo multicultural», en Ichan Tecolotledición especial Hilvanando, agosto 2022, num. 362.

Solís Bautista, Ariadna Itzel (2020), «Vestir huipiles: Reflexiones en torno a los textiles, la pertenencia y el racismo en México», en Hysteria, núm. 37, s.p.

——————– (2022) «De todas las veces que he usado el huipil de mis abuelas: la importancia del cuerpo y el uso en el estudio de textiles», en Ichan Tecolotledición especial Hilvanando, agosto 2022, núm. 362.

Tatyisavi, Kalu (2018), Na’an jie’e tii-ni Huellas del nagualDurango, México, Malpaís Ediciones.


[1] Pasante de la carrera de Antropología Social en el Instituto de Investigaciones Sociológicas, Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.

agcristin11@gmail.com | Fb. Alma García |Instagram. Crhist_a / ALMA GARCÍA