Rosa Cruz Pech
Universidad Autónoma de Yucatán | yucatan.147@gmail.com
Marcha “Yo marcho contra el acoso”. Foto: Alejandra Casanova.
Durante el año 2017 se revivió el movimiento llamado “#Metoo” en México, para realizar denuncias anónimas de casos sobre violencia sexual que por miedo habían quedado en silencio, se usaba la etiqueta #MeToo (en español “Yo también”) en cada publicación para que sea más fácil localizar todas las denuncias. En México el movimiento se fue desarrollando en contextos específicos y creando campañas virtuales sobre #MetooAcadémicos #MetooEscritoresMexicanos #MetooMúsicosMexicanos y #MetooCineastasMexicanos. Dichas movilizaciones evidenciaron lo complejo de las agresiones sexuales como el acoso y hostigamiento sexual, hasta más fuertes como abusos sexuales y violaciones. El #Metoo demostró que la violencia sí es un ejercicio de poder, de alguien que sabe que tiene poder sobre otras personas, en este caso, sobre otras mujeres, pues se encuentran en una posición de autoridad frente a nosotras, lo que ocasiona que nos invada el miedo y forje nuestro silencio. Y nos hizo entender que no son casos aislados, que son problemas estructurales y que los únicos culpables son ellos, no nosotras. A pesar de que estas movilizaciones ocurrieron en plataformas como Twitter y en el centro del país, lograron llegar a otros contextos a modo de inspiración para replicarlo, tal como pasó en la Universidad Autónoma de Yucatán con el #MetooUADY y el proyecto que fundé junto a compañeras universitarias llamado “UADY Sin Acoso”.
En el año que revive el #Metoo en México yo me encontraba estudiando la Licenciatura en Historia en la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), trabajaba como becaria del área de Cultura UADY y ya me había desempeñado como consejera alumna de la Licenciatura en Historia ante el consejo académico de la facultad, así como delegada nacional de la misma en los congresos estudiantiles. Conocía la organización interna de la institución y empezó a interesarme la política estudiantil.
Las movilizaciones feministas dentro de la universidad aún no se formaban, yo solía escuchar entre pasillos sobre las feminazis, incluso dentro de las aulas de clase de la voz de algunos profesores y compañeros, pero ninguna agrupación me resultaba cercana o conocida. En aquel momento ya poseía cierta popularidad entre la comunidad estudiantil por mi trabajo, razón por la que algunos profesores y alumnos se tomaban la libertar de opinar y desmeritar mi trabajo e incluso tildarme de feminazi (aunque aún no me reconocía como feminista), y también aprovechaban para realizarme propuestas que, en aquel momento, no sabía nombrar como hostigamiento sexual. En el salón de clase realizaba preguntas sobre la participación de las mujeres en la construcción y escritura de la historia, o como sujetos históricos para el estudio, admito que era más curiosidad que una postura feminista, necesitaba conocer ejemplos de mujeres para saber a qué aspirar. Salvo la intervención de dos profesores que dieron luz verde a mis dudas, lo demás eran burlas o simplemente desinterés.
A finales del 2016 decidí involucrarme en la política estudiantil más allá de mi facultad y me postulé para entrar al Consejo Universitario de la UADY representando a la comunidad estudiantil de la Facultad de Ciencias Antropológicas. Gané las elecciones, siendo la primera mujer electa de la Licenciatura en Historia en tener ese cargo. Durante mi gestión abrí espacios para hablar sobre educación sexual, feminismo, diversidad sexual, derechos humanos y violencia sexual. Cabe reconocer que estas actividades fueron realizadas por compañeras que tenían interés y conocimientos más profundos sobre estos temas, y contaban con el apoyo de docentes mujeres, quienes ya estaban hablando en sus aulas sobre feminismo y violencia por razón de género.
Universidades Libres de Violencia. Foto: Gaby González.
Yo trabajaba para poder estudiar y ya me encontraba viviendo sola, así que disfrutaba de la libertad que esto me concedía hasta que un día, durante una salida nocturna, me tocó vivir en carne propia la violencia sexual por parte de un desconocido. Fui drogada y raptada por un hombre, situación de la cual logré huir, pero que me dejó tres heridas: la física, con los daños en todo mi cuerpo, tanto internos como externos; la emocional por sentirme rota, cansada y con miedo; y la social por sentir vergüenza de hablar y decir lo que me había pasado, por sentir que se burlarían de mí o me tendrían lástima.
Ante esa situación de violencia pensé en dos situaciones: vivir el miedo que me detiene, donde sólo queda guardar el dolor y suplicar el olvido, o vivir el miedo que me induzca a actuar y buscar justicia. Me detuve pensando en la primera opción y teniendo claro que era la mejor, pero poco a poco la segunda terminó por habitarme. Las daños en mi cuerpo ya eran notorios, ya era 2018, había pasado un año y no había contado nada, por el contrario, me esforcé en mostrarme feliz y fuerte como solía ser, sin saber que esto sólo me desgastaría más. Mis amistades y familiares sabían que algo me estaba pasando, hasta que finalmente, ante un grito de dolor, me llevaron de urgencias para así enterarse de todo el dolor que traía cargado en el cuerpo.
A diferencia de muchas compañeras, mi familia sí me creyó y me sentí tranquila. Inicié todo un proceso permanente de sanación, en él me planteé muchas preguntas: ¿Por qué alguien siente que tiene derecho sobre el cuerpo de una mujer que no conoce? ¿En qué momento se sienten con esa libertad de hacerlo? ¿Por qué mi abusador iniciará sus días como si nada? irá al trabajo o a la escuela como cualquier otro día, mientras yo me derrumbo cada día un poco más. Algo que nunca sentí fue culpa, y eso es gracias a la educación que me dio mi mamá. Nunca sentí que fue mi ropa, el horario o el alcohol. Pero no podía responder lo demás. Fue hasta que en redes sociales empecé a escuchar el movimiento #Metoo, un movimiento nacional de mujeres que estuvieron en situaciones parecidas a la mía y que decidieron hablar, eso sí, no podía entender la libertad que tenían los hombres para agredirnos con la seguridad de nuestro silencio.
En Mérida, Yucatán, la organización feminista estaba cobrando más fuerza, incluso escuchaba a más mujeres y profesores hablar del tema, pero no terminaba de entrar y expandirse por toda la universidad. De manera individual empecé a leer libros sobre género, ver vídeos de conferencias, leer notas del periódico, mirar más la calle… Poco a poco empecé a ver lo que nos enseñan a no ver: la violencia que nos habita y nos rodea.
Llegó agosto de 2018 y el estado de Yucatán era testigo de uno de los actos más deplorables e indignantes que había leído; el primer feminicidio de una niña que se juzga en Yucatán. En todos los diarios y noticias se escuchaba el nombre de Ana Cristina, de seis años, víctima de una violación, estrangulada y tirada en un pozo en el municipio de Tahziú Yucatán. En mi mente sólo pensaba “alguien sufrió lo mismo que yo, pero yo sí sabía lo que me estaban haciendo, ella no, ella nunca supo qué le hicieron, ella era una niña”. Y lo más doloso, ella no sobrevivió. Continué leyendo el caso, busqué y leí sobre las activistas y académicas que se manifestaban, intenté entender sobre los procesos de justicia y me aterroricé. Luego dieron la noticia de su agresor, un joven de 19 años. ¿19 años? ¿Qué orilló a un joven de 19 años a cometer ese delito?
En ese momento sentí que tenía la responsabilidad de hablar y hacer algo en agradecimiento de que, al menos, yo sigo con vida. No sabía qué hacer, no conocía a ninguna agrupación feminista, no sabía de leyes, no sabía sobre violencia, no conocía instituciones, no sabía bien con quién hablar y pedir asesoría, pero ¿por qué no sabía?, ¿por qué las mujeres no conocemos nuestros derechos?, ¿por qué no sabemos a qué instituciones ir?, ¿por qué, en general, desconocemos estos casos?, ¿por qué no sabemos cómo nombrar nuestro dolor?, ¿por qué en la universidad no se está tratando estos temas?, ¿por qué se guarda silencio y no se posiciona ante situaciones dolosas?, ¿por qué no nos enseñan sobre esto?
Durante una sesión del Consejo Universitario, al cual pertenecía representando a la Facultad de Antropología, pedí la palabra y me dirigí hacia el rector y la mesa directiva para hablar en voz alta sobre Ana Cristina y preguntar ¿qué está haciendo la universidad para que la juventud conozca sus derechos? Y, sobre todo, ¿qué está haciendo la universidad para prevenir que jóvenes de 19 años se vuelvan asesinos?, ¿cómo trabaja la universidad estos temas? Frente al gran vacío en sus respuestas, decidí que quería iniciar un proyecto de prevención de la violencia en la universidad.
UADY Sin Acoso
UADY Sin Acoso es una agrupación integrada por estudiantes mujeres de diferentes licenciaturas de la Universidad Autónoma de Yucatán: Historia, Literatura Latinoamericana, Comunicación Social, Antropología Social, Psicología, Derecho y Preparatoria. Todas las integrantes han estudiado temas relacionados con la perspectiva de género en su formación, y se encuentran dentro de los movimientos feministas del estado.
El nombre lo elegí de manera estratégica para apropiarme de las siglas de la universidad y visibilizar de manera directa que en nuestros centros educativos existe la violencia sexual y que la agrupación se ocupará de denunciarla. La palabra acoso me resultó muy importante de nombrar, pues considero que es una agresión grave y no leve como se le clasifica. El acoso lo entiendo como aquel ejercicio de poder en el que una persona empieza a ejercer control sobre un cuerpo que no es suyo, sea con miradas lascivas, acercamientos innecesarios, chiflidos, o expresiones verbales de connotación sexual. Es el momento preciso en el que el agresor empieza a aprender hasta dónde puede hacerlo, no importa que sea en espacios públicos o privados, si se dice que es una agresión “leve”, será tolerable. De ahí se desprenden las demás agresiones como el hostigamiento sexual, el abuso sexual, el estupro y violación.
En un principio se habló con la titular del programa de género de la universidad para trabajar en conjunto, pero la reunión no fue tan favorable como se pensó. Finalmente decidimos accionar de manera autónoma y autogestora. Nos metimos a clases optativas de derecho para aprender sobre derechos humanos, hablamos con maestras que trabajaban temas de género y empezamos a diseñar el proyecto, desde la elaboración del marco teórico, árbol de los problemas, visión, misión, estrategias y demás. Hasta los colores, diseño del logo, creación de la página y cómo impulsarlo en la universidad. Lo presentamos a finales de 2018 como parte de un proyecto en mi gestión de consejera estudiantil. Nuestra primera acción era diseñar un protocolo de atención hacia violencia, porque en nuestro estudio notamos que el sistema de atención era revictimizante. Nos enteramos que ya existía un protocolo desde hace años, pero no lo habían considerado para someter a votación dentro del consejo universitario. Así que durante un par de sesiones tomé la palabra para preguntar sobre el protocolo, pero sólo me decían que en las siguientes sesiones lo harían, nunca se discutió.
En febrero de 2019 terminé mi gestión como consejera y presentamos de manera oficial el proyecto ante la comunidad universitaria. El objetivo inicial era enfocado en la prevención sobre los delitos sexuales, sin embargo, en cuanto fue avanzando el proyecto nos encontramos con una situación alarmante en la universidad. El miedo, aquella sensación de angustia, rodeaba los muros de la universidad. En él había compañeras que estaban sobreviviendo a situaciones dolosas, aguantando violencias porque no sabían qué hacer, o porque se sentían solas. UADY Sin acoso representó un espacio seguro para ellas, un espacio en donde saben que nuestra primera regla es creerles a las víctimas, porque preferimos errar por crearle a una mentirosa, que errar por creerle a un violador. Además, la desconfianza a las autoridades universitarias era mayor, nosotras al ser parte de la misma comunidad estudiantil, generamos una confianza directa.
Lo más cansado ha sido acompañar emocionalmente otras experiencias parecidas a la propia, fue como abrir una herida que sabes que no sanará hasta que todas tengan acceso a la justicia. La rabia se siente al escuchar por parte de las autoridades que todo marcha bien referente a la resolución de las quejas, cuando por otro lado escuchas a compañeras que no recibieron el apoyo que por derecho les correspondía. Cuando no escucharon las palabras que a mí me levantaron, cuando a pesar del daño siguieron callando y conviviendo con su agresor. Cuando las tildaban de culpables por ser provocadoras, o locas por denunciar. Cuando no escucharon voces que les ayudaran a vencer el miedo y alzar la voz, sólo escucharon que la única opción era acostumbrarse a habitar ese miedo, guardar silencio y sentir culpa. Era eso, o abandonar tus estudios superiores, esos mismos que tanto trabajo nos costó como mujeres tener. Alzar la voz se vuelve entonces un acto de resistencia en un espacio en donde nos obligan al silencio, pues no somos las víctimas quienes callamos, son las circunstancias quienes nos hacen callar.
Tantos testimonios retumbaban en los muros de la universidad, voces en Medicina que pedían un mejor trato en su servicio social. Mujeres en Derecho, Ingeniería, Veterinaria, Matemáticas, sufriendo discriminación por creerlas menos inteligentes. Compañeras hostigadas sexualmente por profesores que pedían servicios sexuales para aprobarles el semestre, sin importar que fuesen menores de edad. Autoridades que preferían callar y ocultar las voces de las estudiantes al no proceder con sus denuncias y así salvaguardar el prestigio universitario, la principal prioridad. Más de quinientos casos que hemos registrado en estos tres años de campaña, incluyendo discriminación por religión, por ser maya hablante, por la orientación sexual y más, mismos que lograron que los muros se derrumbaran para que juntas gritemos ¡justicia!
La violencia no existe hasta que alguien nota su presencia, y para evidenciar su existencia se tuvo que gritar más allá de los muros que la rodean. Quizá no de las mejores formas, pero de algún modo, como pudimos lo hicimos. Nuestras acciones giraron en organizarnos como comunidad estudiantil, a pesar de los intentos por derribarnos. Marchamos por un caso de abuso sexual a una menor de edad de la Preparatoria Número Uno, y marchamos con la comunidad estudiantil y con familiares. En ese momento la comunidad entendió que tal acción estuvo mal y que, a pesar de la negligencia de las autoridades, tenían voz con UADY Sin Acoso para hacer público el caso y obligar a las autoridades a actuar, Más de 50 mensajes de estudiantes denunciando al profesor, qué buen síntoma de ya no callar eso que quieren que callemos, qué buen síntoma de no tolerar la violencia. Este caso sirvió para exigir la pronta aprobación del Protocolo para prevenir, atender y erradicar la violencia, mismo que fue puesto a discusión una semana después y aprobado por unanimidad.
A lo largo de estos tres años hemos dado acompañamiento a algunos casos a través del Protocolo para la Prevención, Atención y Sanción de la Violencia de Género, Discriminación, Hostigamiento, Acoso y Abusos Sexuales de la Universidad Autónoma de Yucatán, y de manera pública a través de las redes sociales virtuales, cuidando los datos personales tanto de la víctima como del presunto agresor. Quizá hemos errado en algunos casos, pero no hay que olvidar que nosotras somos estudiantes haciendo la tarea que les corresponde a las autoridades universitarias. No hay que olvidar que nuestra única responsabilidad es cumplir con nuestro desempeño académico y social, sin embargo, habitamos la universidad con miedo de ser discriminadas o agredidas sexualmente, y ante esto, trabajar sin remuneración, con cansancio emocional y con triples jornadas de trabajo para poder protegernos entre nosotras, aprendiendo a cuidarnos solas. Esto último bien lo pudiese denunciar como violencia institucional.
Desde UADY Sin acoso hemos impulsado la creación de colectivas en la universidad y de prepararlas en materia de derechos humanos, así como brindar talleres a toda la comunidad estudiantil sobre sus derechos, pero no a sido un camino nada fácil, pues a la par de trabajar directo en las denuncias, hemos sido víctimas de ataques al proyecto. En dos ocasiones intentaron lastimar el proyecto; la primera antes de la presentación oficial en 2019, cuando alguien hizo pública la situación de violencia que viví en el 2017 (la cual describí en los primeros párrafos), exponiendo a detalle mi situación emocional y física. Sentí quebrarme en aquel momento y quise echarme para atrás, esconderme y llorar. Me calumniaron diciendo que era amante del rector, diciendo que tenía VIH, diciendo que siendo dirigente me acosté con diferentes autoridades, discriminando mi forma de vestir como “india”. Pero resistí al leer el apoyo de diferentes colectivos, amistades y principalmente mi familia. Salimos como equipo y como amigas a presentar lo que ahora es UADY Sin Acoso. La segunda ocasión fue durante el 2020 con daños más profundos, pues trascendió de los virtual a lo físico. Después de apoyar las actividades tituladas “tendederos”, en los cuales salieron expuestos cientos de agresores de la universidad, desde alumnos hasta autoridades y el propio rector, recibí mensajes a través de la plataforma Facebook, en la cual me informaban que sabían mi ubicación y los lugares en los que me movía, así que no les costaría nada agredirme sexualmente y en esta ocasión asesinarme. Me dieron veinticuatro horas para bajar toda la información recabada en redes sociales y calmar las diferentes movilizaciones que de manera simultánea se realzaron en diferentes facultades. El miedo llegó de nuevo a mi vida cuando me percaté de que dañaron el coche de mi familia, alterando las llantas. Ahí sí lloré de miedo, de angustia, de pánico. Afortunadamente, varias activistas reconocidas en el estado, activistas de mi generación, organizaciones locales y nacionales, hasta docentes junto a la comunidad estudiantil, salieron en mi defensa. Se volvió una noticia nacional que me permitió entrar al Mecanismo Nacional de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas. Y nos permitió como UADY Sin Acoso ser una organización reconocida, protegida y arropada por varios actores. Se entendió que no es tarea fácil la labor que realizamos las universitarias, que no es sólo un cansancio físico y emocional, también es un riesgo hacia nuestras vidas.
Mujeres integrantes de UADY Sin Acoso. Foto: Mariana Beltrán.
No somos la primera ni la última organización en trabajar la violencia por razón de género, dentro de la universidad existieron intentos previos de armar campañas estudiantiles sobre este tema, que por falta de presupuesto o planeación se quedaron en el camino. La ventaja que tuvimos fue que nos preparamos cada integrante dentro de nuestras áreas de estudio, y que, siendo dirigente estudiantil, tuve herramientas para conocer el funcionamiento de la universidad, los reglamentos, mayor cercanía a la comunidad universitaria, saber diseñar y gestionar proyectos y algo muy importante, no tener miedo. A esto le sumo el invaluable apoyo de mis amigas y compañeras de lucha, quienes de manera genuina se sumaron a este proyecto y han ofrecido su cariño y su trabajo, el cual valdrá la pena leer o escuchar de sus propias letras y voces. UADY Sin Acoso es un proyecto de universitarias para universitarias. Sin presupuesto hemos logrado posicionar en la agenda universitaria un tema del que no se quería hablar, hoy existen diversas colectivas feministas e incluso de la diversidad sexual dentro de la institución que ya no toleran estas situaciones, que las han desnormalizado y, sobre todo, que se organizan para denunciar y exigir juntas ¡justicia! ¡justicia!