Turismo, desarrollo y reflexividad. Un ejercicio desde la Península de Yucatán en tiempos de la 4 T

Gustavo Marín Guardado[1]
CIESAS Peninsular

Foto: Playa de Cancún por  Safa, CC SA 3.0 vía Wikimedia Commons

En este breve texto trataré de reflexionar acerca del turismo como una de las economías más poderosas y expansivas del mundo, fundamental para la globalización y los procesos de acumulación del capitalismo, y agente del desarrollo de diversos países y sociedades locales. Una industria creciente, depredadora e insustentable que muestra contradicciones que parecen insalvables entre lógicas del capital y requerimientos de sostenibilidad ambiental, justicia social y bien común. Todo ello, en un contexto de modelos hegemónicos de desarrollo que hacen casi imposible la reflexividad integral y la transformación de la industria turística.

Mi referencia principal será el desarrollo del turismo en México, más particularmente el caso de la península de Yucatán y específicamente la costa de Quintana Roo (concretamente en Cancún, la Riviera Maya y Costa Maya), uno de los principales destinos del turismo internacional que en 2022 registró una oferta de 123 mil cuartos de hotel, recibió 19 millones de turistas y una derrama económica de 19 mil millones de dólares (Sedetur, 2022). Uno de los destinos internacionales más pujantes y de mayor crecimiento en Latinoamérica.

El contexto de nuestras perturbaciones y cavilaciones

El siglo XXI nos sitúa y nos confronta ante el escenario alarmante de la catástrofe ambiental, producto de las dinámicas depredadoras de nuestra economía y formas de vida. En este sentido, diversos expertos y estudiosos del turismo reclaman la necesidad de reconocer la insostenibilidad del turismo masivo, tal y como lo conocemos hoy en día, como un paso necesario para romper con esta dinámica depredadora e imaginar un futuro para el turismo y para nosotros como sociedad. Textos como los de Fletcher et al. (2021), Noel Salazar (2022) y Ernest Cañada (2023) nos han ofrecido importantes reflexiones en este sentido, planteando la necesidad de trascender los actuales esquemas de pensamiento y continuidad sociológica, para repensar el turismo fuera de la lógica que hoy vivimos, lo que incluye pensar fuera de las mismas dinámicas del capitalismo.

Este reconocimiento es un reto enorme, que se vuelve extremadamente difícil entre los mismos científicos y expertos en estudios del turismo, sobre todo dada la construcción de modelos teóricos funcionales y administrativos sin ninguna capacidad crítica o reflexiva, pero también por los intereses económicos y políticos que dirigen las agendas internacionales de investigación. Entonces, este reconocimiento se vuelve casi imposible entre los organismos gestores de la industria turística y desde luego entre los gobiernos nacionales que dependen en buena medida del turismo, precisamente por todos los intereses económicos implicados y el enorme poder de los grandes capitales.

Una segunda consideración es que, en estas circunstancias, un imperativo para las industrias nacionales del turismo es contar con instituciones y mecanismos que les permitan evaluarse y proyectarse sobre una base sólida y sustentable, tanto en términos económicos como sociales y ambientales. John Urry define la “reflexividad turística” como el “set de disciplinas, procedimientos y criterios que posibilitan que cada lugar sea monitoreado, evaluado y desarrolle su potencial turístico en los patrones emergentes del turismo global”, además, que permitan “controlar, modificar y maximizar su ubicación dentro del turbulento orden global” (2002: 141-142). Bajo este entendido, estas mismas herramientas tendrían que ser útiles para evaluar las crisis emergentes, orientar sobre nuevas direcciones y formas de reinvención de la industria, pero hasta el momento nada ha sido de esta manera. Los observatorios de turismo en distintos países suelen ser instrumentos diseñados y orientados para generar y sistematizar información acorde a los mismos intereses (es decir, información sobre ingresos de turistas, divisas, infraestructura, etc., fundamentales para planificar y lograr mayor competitividad en los mercados mundiales), de modo que las preocupaciones sociales o ambientales suelen ser ignoradas sistemáticamente o subordinadas a los principios económicos.

La transformación de este modelo y toda su estructura reproductiva, sin embargo, es algo que requiere de una revolución económica, política y cultural, que supera los ideales y proyectos que hemos construido para afrontar el futuro, cuando menos en la agenda de la transformación nacional. Esta tarea es trascendente y va más allá de las transformaciones de los sistemas políticos y las posiciones de poder en los estados nacionales. Algo que nos puede ayudar entender esto es analizar la industria del turismo en la transición política en México y la instauración de un nuevo gobierno de izquierda a partir de 2018, que supone un rompimiento histórico y radical con las políticas del neoliberalismo que predominaron cuando menos los últimos tres decenios y que definieron las políticas y los rumbos del país.

El Tren Maya y otros trenes

El nuevo gobierno que se instauró en 2018, encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, propuso un nuevo proyecto de nación conocido como la “Cuarta Transformación”, o la “4T”, que se basa en cuatro principios: 1) la lucha contra la desigualdad social, 2) el combate a la corrupción, 3) el fin de la alianza entre élites del poder y la oligarquía empresarial, y 4) el mantenimiento de un estado austero. Esta agenda supone para el gobierno mexicano un cambio drástico en lo que respecta al modelo económico, y el fin de las políticas diseñadas e instrumentadas por los gobiernos neoliberales. Es decir, se trata de la redirección del país orientada por un proyecto de nación con mayor igualdad, democracia, prosperidad y justicia.

En este contexto político, la orientación de la industria del turismo nacional tendría que ser cuestionada críticamente, no por sus magníficos ingresos sino por todo lo que hay detrás. Si bien las estadísticas básicas de cuartos de hotel, ingreso de turistas y divisas representan, en abstracto, un aspecto muy positivo para la economía nacional, en realidad se trata de una industria que genera enorme riqueza para unos pocos, un negocio controlado por trasnacionales y elites de poder, con grandes costos sociales y ambientales para las sociedades locales. Se trata de una industria altamente expansiva basada en la urbanización, la segregación socioespacial, la privatización de los espacios y la precarización de la fuerza laboral, por no hablar de los grandes problemas de contaminación ambiental en las ciudades. El camino para corregir el rumbo se presume claro. Sin embargo, en este sector en particular, la 4T no ha propuesto una idea para la transformación, ni sus principios se han traducido en políticas públicas y proyectos de desarrollo que contrasten con el pasado, quizás porque no existe intención alguna de modificar la industria.

Esto parece ser cierto si consideramos que su propuesta principal en este sector ha sido la construcción del Tren Maya, un megaproyecto que plantea un nuevo ordenamiento territorial del sureste del país, y la operación de un tren que recorrerá 1 500 kilómetros a lo largo de un circuito por los estados de Chiapas, Tabasco, Campeche, Quintana Roo y Yucatán, lo que supone servirá para impulsar el turismo y el desarrollo en todo el sureste de México. Un tren de carga y pasajeros que cruza diversas áreas de selva y que implica la construcción de estaciones y la edificación de nuevos centros de población con fines residenciales, comerciales y de consumo turístico; todo esto, en buena medida, en tierras ejidales de los pueblos mayas y áreas naturales protegidas. Consecuentemente, se propuso un programa de asociación entre el sector público y el privado, y apoyo a la inversión nacional y extranjera, para el financiamiento de obras de infraestructura con todas las ventajas y garantías. Un proyecto que parece inspirado en los ideales de modernización y voluntarismo estatista de los años sesenta del siglo pasado.

Una perspectiva del desarrollo a través del turismo acorde con los principios de la 4T debería partir de una postura gubernamental que fuera capaz de recuperar la experiencia y los logros relevantes de la industria, pues evidentemente deben estimarse sus logros comerciales, pero, al mismo tiempo, de dar prioridad a sus propios principios como rectores de nuevas políticas públicas e inéditos modelos y programas de desarrollo orientados a la conservación de los territorios y al beneficio de los más necesitados (“primero los pobres”, como lo anuncia su eslogan político).

En México, el turismo ha sido una industria gestionada exclusivamente por criterios empresariales, y por tanto sus fórmulas de evaluación se han dado exclusivamente en esos términos. El éxito de un lugar turístico se mide casi exclusivamente por la cantidad de infraestructura hotelera, el número de turistas recibidos y los ingresos de divisas. Existe casi una obsesión nacional por celebrar año con año el incremento constante de estos indicadores, así como la posición de la industria en los rankings del turismo mundial. Se trata de una “historia de éxito”, donde se ignoran sistemáticamente las enormes repercusiones ambientales y sociales de la industria y las dinámicas de depredación que sostienen el crecimiento de la industria. Tampoco existe referencia alguna a los enormes retos de enfrentar toda una serie de problemas derivada de ello.

Elemental que un nuevo proyecto de nación y sus ejes rectores conduzcan a una nueva orientación de la economía, la política y el desarrollo. En el caso del desarrollo del turismo cabría esperar una posición más crítica y reflexiva (en el sentido que expongo arriba y no solo para lograr la eficiencia competitiva en el mercado mundial), con mayor compromiso social y ambiental, y sobre todo un sentido de transformación urgente que vaya más allá de las notas discursivas y que se traduzca en política públicas que respondan a esto.

Es cierto que la 4T ha comenzado a realizar transformaciones estructurales importantes en la orientación de la política y la economía de México, enfrentando a poderes fácticos e intereses sectoriales que durante décadas han exprimido y quebrado las industrias estratégicas del país. No obstante, hasta ahora, no ha mostrado ninguna disposición de transformar en modo alguno el sistema de desarrollo turístico que, ciertamente, genera una enorme riqueza, pero no prosperidad, y que no responde a intereses de sustentabilidad ecológica, beneficio social y prevalencia del bien común.

Precisamente ahora, en Quintana Roo, en especial en Cancún y la Riviera Maya, están en curso otros procesos de una dimensión expansiva preocupante. La industria hotelera mantuvo un crecimiento intensivo al pasar de 41 mil cuartos de hotel en 1999 a más de 115 mil en 2020. Ni siquiera la idea de la saturación de Cancún y los estragos de la pandemia del COVID 19 impidieron que la industria hotelera dejara de crecer velozmente (o quizás aprovechó esta coyuntura) pues justo en estos tres años se construyeron más de 8,000 cuartos, y se estima que para 2025 la entidad llegará a tener 130 mil cuartos. El impacto de 130 mil cuartos de hotel a todo lo largo del litoral (otro tren) y la dinámica de crecimiento es brutal, y esto desde luego tiene grandes repercusiones socioespaciales y ambientales en las que nadie parece reparar. De hecho, este crecimiento vertiginoso es celebrado por políticos y empresarios en los diarios locales y nacionales como verdaderas hazañas del crecimiento y la prosperidad, sin ninguna preocupación ni nociones de regulación, como si los hoteles solo dejaran dólares, empleos y propinas.

Foto: Vista de la playa de Cancún por The Archive Team, CC A 3.0 vía Wikimedia Commons.

En la actualidad, el proceso de expansión urbana a través del turismo se ha dispersado e intensificado en toda la península de Yucatán, no sólo a través de la hotelería sino fundamentalmente mediante dinámicas del “turismo residencial”, con la construcción de complejos turístico-residenciales (con marinas, campos de golf, piscinas, centros comerciales, etc.) y un extraordinario boom inmobiliario que se ha extendido por la costa y selvas interiores. Un caso perturbador es la expansión intensiva y fragmentaria hacia el norte de Mérida y hasta la costa. En general, una expansión asociada al auge del capital financiero, la especulación inmobiliaria, el despojo de tierras ejidales, invasión de áreas naturales protegidas y selvas de gran valor ambiental, una expansión que no responde ni respeta planes urbanos ni ordenamientos territoriales, sino exclusivamente dinámicas de mercado .

A esta lógica de expansión urbana neoliberal, se suma la construcción del Tren Maya como una obra magna de ordenamiento territorial, construcción de infraestructura y urbanización, que pretende incentivar e intensificar las mismas dinámicas hacia todo el sureste del país, aunque adaptadas a las características estratégicas y operativas de los distintos territorios.

Un proyecto que además ha sido duramente cuestionado en su legitimidad por las medidas oscuras, arbitrarias y autoritarias con las que se ha realizado: por el cruzamiento y devastación de enormes extensiones de selva y sus consecuencias ecológicas, por la falta de proyectos públicos e información sobre la construcción, por la simulación de las consultas previas e informadas a las comunidades mayas, y por la omisión de estudios científicos de factibilidad e impacto ambiental, o que simplemente fueron inaccesibles.

La última (reflexión) y nos vamos

Ernest Cañada ha señalado que tradicionalmente la izquierda ha sido incapaz de pensar e imaginar una propuesta propia para el desarrollo del turismo, porque siempre han visto a la industria como parte de un sistema de expoliación capitalista o como un tema superfluo y que en cualquier caso no merece discusión, pese a que estalla como un tema fundamental de la globalización capitalista. Así, la izquierda un poco perdida, “ha llegado tarde y mal a esta discusión, con el pie cambiado, porque no hay una propuesta concreta que defender” (Cañada, 2023), ni tampoco las bases para emprender ninguna reflexión que permita ya no digamos reinventar el turismo sino transformarlo en sus aspectos más onerosos.

Entonces, señala Cañada, una forma alternativa de pensar el desarrollo del turismo tiene que basarse en una pregunta básica: ¿cómo el turismo puede contribuir a mejorar la vida de la gente? Pues bueno, podemos decir que una transformación y una nueva perspectiva del desarrollo del turismo en México, desde el Estado, tendría que incorporar a las metas económicas una propuesta para lograr una industria con un mínimo de sentido de sustentabilidad e inclusión social. Con mayor capacidad de distribución de la riqueza, mayor participación social en los negocios y los proyectos estratégicos, y más responsabilidad respecto a los impactos y los costos ambientales. Es decir, conformar las bases de un Estado con capacidad de regulación integral, hacia una industria turística sustentable, inclusiva y participativa.

En la península de Yucatán, como en el resto del país, el turismo tiene lugar en un contexto social de gran desigualdad y es fundamental, aunque no exclusivamente, un negocio de élites. Se trata de una industria global controlada por grandes consorcios internacionales, en la que al mismo tiempo empresarios y políticos en posiciones estratégicas controlan bienes territoriales, instituciones e instrumentos legales para orientar los proyectos, generalmente en beneficio de todos sus socios y del interés propio.

En este sentido, el proyecto del Tren Maya no se fundamenta en los principios rectores de la 4T, ni en nuevas políticas de desarrollo y gestión del turismo. En realidad, representa un modelo que garantiza la continuidad del desarrollo neoliberal, porque es este un negocio de élites y se alimenta del despojo territorial, la especulación inmobiliaria, la urbanización de los espacios de la diversidad biocultural, y la mercantilización de la naturaleza y la cultura.

Es imperativo ampliar el reconocimiento de que el turismo masivo tal y como lo hemos practicado y desarrollado es insostenible. Es un imperativo “politizar el turismo”, colocarlo en el centro de las reivindicaciones, resistencias y debate público (Milano, 2018); dimensionarlo en su importancia económica y social en nuestra vida cotidiana, y ampliar los horizontes de la reflexividad turística a fin de desarrollar las capacidades para pensar, imaginar y promover eficientemente nuevas formas de hacerlo.

Referencias bibliográficas

Fletcher, Robert, Asunción Blanco-Romero, Macià Blázquez-Salom, Ernest Cañada, Ivan Murray Mas, y Filka Sekulova
2021 Caminos hacia un turismo post-capitalista, Barcelona, Alba Sud (Serie Informes en Contraste, 18).

Cañada, Ernest
2023 “¿Es posible un turismo post-capitalista?”, Alba Sud. Investigación y comunicación para el desarrollo, 02-02-2023, https://www.albasud.org/blog/es/1552/iquest-es-posible-un-turismo-poscapitalista

Milano, Claudio
2018 “Overtourism, malestar social y turismofobia. Un debate controvertido”, PASOS Revista de turismo y patrimonio cultural, vol. 16, pp. 551-564.

Salazar, Noel
2022 “El futuro del turismo… no está (completamente) en las manos del turismo”, conferencia magistral de apertura, Diplomado Internacional Turismo, Espacios y Culturas en Transformación, CIESAS/UNAM/UADY, 12 de agosto de 2022.

Secretaría de Turismo del Estado de Quintana Roo (Sedetur)
2022 Indicadores Turísticos Enero – Diciembre 2022, Chetumal, Sedetur, disponible en https://sedeturqroo.gob.mx/ARCHIVOS/indicadores/Indicador-Tur-EneDic-2022.pdf (consultado el 26 de abril de 2023).

Urry, John
2002 The Tourist Gaze, Londres, SAGE Publications.


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