Trazando el camino. El legado educativo de Dª. María Ignacia Mosquera a través de su obra Tratado práctico de pedagogía para uso de los institutores de la República del Ecuador
(1899)

Sofía Mena Haro[1]
CIESAS Peninsular

Introducción

En este trabajo se realiza un análisis del pensamiento de la maestra María Ignacia Mosquera, reconocida como una de las primeras mujeres en Ecuador en escribir sobre pedagogía. Realizó importantes contribuciones al desarrollo de la educación en el país a finales del siglo XIX. Su visión didáctica a través de su obra titulada “Tratado práctico de pedagogía para uso de los institutores de la República del Ecuador”, publicada en 1899 en la ciudad de Quito, impresa en la Escuela de Artes y Oficios de la misma ciudad, ofrece una perspectiva pionera en la pedagogía en Ecuador, destacada no solo por su contenido innovador, sino también por su relevancia dentro del proceso de modernización educativa. Este artículo analiza el contexto histórico y pedagógico en el que surge su obra, una parte de su vida, la visión de varios maestros sobre su obra, los principales enfoques educativos que defendía y su aporte a la educación femenina.

Breve contexto histórico

Durante la última parte del siglo XIX, Ecuador atravesaba un proceso de transformaciones políticas y sociales. El enfoque de la educación se encontraba en transición, los reformadores liberales influyeron en las políticas educativas en toda América Latina. En Ecuador a partir de 1895, con la llegada de la Revolución Liberal,[2] se implementó un sistema de educación pública y gratuita, promoviendo un Estado laico y moderno, “la educación fue secularizada y puesta bajo el control del Estado” (Paz y Miño, 2012: 24). Este proceso de secularización de la educación fue fundamental para la construcción de un Estado que respondiera a las necesidades de una sociedad en transformación, debilitando la autoridad eclesiástica y fortaleciendo el Estado laico, moderno y progresista, pues “recobró el control sobre las amplias esferas de la Sociedad Civil, que estaban en manos de la iglesia. La educación oficial, el Registro Civil, la regularización del contrato matrimonial, la beneficencia, etc., fueron violentamente arrebatadas de manos clericales y confiadas a una nueva burocracia secular” (Ayala Mora, 1988: 88).

En este contexto, la obra de Mosquera se inserta como un intento de formalizar y sistematizar la enseñanza en el país. Adopta métodos pedagógicos europeos, especialmente franceses, como parte de su propuesta educativa, lo que evidencia su intención de elevar los estándares educativos en Ecuador. En un contexto donde los maestros eran aún considerados en muchos casos como figuras poco relevantes, ella subraya la importancia de la formación profesional y metódica para los docentes.

Su vida como maestra

María Ignacia Mosquera se erige como una figura trascendental en la historia de la educación ecuatoriana hacia finales del siglo XIX, al destacar como una de las primeras mujeres en sistematizar y estructurar la enseñanza en un periodo de profunda transformación social. Durante este tiempo, la educación en Ecuador se convirtió en un escenario de contienda entre dos fuerzas antagónicas: la Iglesia y el Estado. La Iglesia católica, con su papel preponderante en la vida pública, concebía la educación como una extensión de su misión espiritual y un mecanismo de control moral sobre la sociedad. En contraposición, el liberalismo radical, representado por figuras como Eloy Alfaro,[3] aspiraba a instaurar un sistema educativo laico que rompiera con los moldes tradicionales. La Revolución Liberal de 1895, encabezada por Alfaro, constituyó un punto de inflexión en esta disputa, al generar un proceso de modernización institucional que limitó el poder acumulado por la Iglesia. En este marco, las reformas liberales incluyeron medidas como la confiscación de los bienes eclesiásticos, la secularización de la enseñanza y la eliminación de los privilegios de los que gozaba el clero, elementos clave para la transformación del sistema educativo ecuatoriano (Paz y Miño, 2012: 25).

Nacida en un contexto en el que las oportunidades educativas para las mujeres eran limitadas, Mosquera rompió barreras al convertirse en institutora de primera clase,[4] además de directora de una de las escuelas de niñas de la época.

Formada en el prestigioso Colegio de las Hermanas de los Sagrados Corazones, María Ignacia Mosquera adquirió una educación sólida que le permitió desarrollarse profesionalmente en un ámbito predominantemente masculino. Este colegio, conocido por su enfoque riguroso y su énfasis en la formación moral y académica, fue el lugar donde Mosquera no solo cultivó sus conocimientos, sino también donde se forjaron los cimientos de su vocación pedagógica. Su paso por esta institución marcó el inicio de una carrera dedicada a la enseñanza y al mejoramiento del sistema educativo en Ecuador.

A lo largo de su carrera, Mosquera ocupó diversos cargos, siendo el más destacado el de directora de la Escuela de Niñas[5] de Primera Clase[6] de Cayambe en 1899. Bajo su dirección, la escuela se convirtió en un referente en la educación femenina, acogiendo a 185 niñas y contando con el apoyo de dos ayudantas,[7] lo que revela la magnitud de la responsabilidad que asumió. En su rol de directora, Mosquera no solo se ocupaba de la gestión de la institución, sino que también estaba profundamente involucrada en la enseñanza y la formación de las jóvenes, asegurándose de que recibieran una educación integral que les permitiera desarrollarse tanto en lo intelectual como en lo moral.

Mosquera fue autora de la primera obra de pedagogía escrita por una mujer en Ecuador. Su obra, “Tratado práctico de pedagogía para uso de los institutores de la República del Ecuador” publicada en 1899, no solo marcó un hito en la historia educativa ecuatoriana, sino que también fue un testimonio del esfuerzo y dedicación personal de Mosquera hacia el avance educativo del país. Esta obra, que es de autoría exclusiva de la Mosquera, refleja su profunda reflexión pedagógica y su dedicación a la enseñanza, abarcando temas como la higiene escolar, el desarrollo físico de los estudiantes, la disciplina y la importancia de los métodos pedagógicos en la formación de los docentes. Esta obra no solo fue pionera en cuanto a su autoría femenina, sino que también estableció un nuevo estándar en la enseñanza, desafiando las prácticas tradicionales que relegaban a las mujeres a un papel secundario en la educación.

Su papel como institutora de primera clase fue crucial en la consolidación de un modelo educativo que ponía en el centro la figura del maestro como guía y formador, no solo de conocimientos, sino también de valores y principios cívicos. Este enfoque es coherente con su visión pedagógica, expuesta en la obra, donde aboga por una educación que atienda las necesidades físicas, intelectuales y morales de los estudiantes, anticipando las corrientes pedagógicas modernas que buscan el desarrollo integral del ser humano.

Percepciones de otros maestros sobre su obra

El análisis de las opiniones de otros maestros, publicadas en el misma volumen, refleja una valoración general positiva de su contribución al campo de la pedagogía en Ecuador. A través de su obra, varios maestros y educadores elogiaron su método, simplicidad y enfoque innovador, subrayando la importancia de su trabajo tanto por su valor intrínseco como por el hecho de ser pionera en el ámbito educativo, particularmente como mujer en un campo dominado por hombres.

Por ejemplo, el maestro Quintiliano Sánchez destacó el mérito de Mosquera, señalando que su obra estaba escrita con sencillez y gracia, lo cual facilitaba la comprensión y aplicación de sus ideas en el contexto educativo. Sánchez también resaltó que la obra de Mosquera representaba un avance significativo, pues era la primera de su tipo escrita por una mujer en Ecuador, lo que la hacía digna de apoyo y reconocimiento por parte de la comunidad literaria y educativa del país.

Antonio Rodríguez, maestro en el Colegio Nacional “San Gabriel”, también elogió la obra de Mosquera, afirmando que su tratado metodizaba la enseñanza de manera efectiva y era un recurso valioso para los institutos educativos del país. Rodríguez expresó su admiración por el trabajo minucioso de Mosquera y su capacidad para organizar el contenido pedagógico de forma accesible y útil para los maestros, destacando la necesidad de un tratado como el suyo en un momento en que muchos educadores carecían de una guía metodológica adecuada.

Otro importante testimonio provino de Enrique Faura, un sacerdote jesuita, quien calificó la obra como completa y adecuada para el uso de los maestros de primeras letras, así como para los profesores encargados de la educación juvenil. Faura hizo hincapié en la pertinencia del trabajo de Mosquera para el sistema educativo ecuatoriano, recomendando su uso no solo en la práctica diaria de los docentes, sino también como texto en las escuelas normales, instituciones dedicadas a la formación de futuros maestros.

Fray Valentín Iglesias, por su parte, subrayó el equilibrio que Mosquera lograba en su obra al abordar tanto el desarrollo físico como el moral e intelectual del ser humano. Iglesias elogió particularmente el enfoque de Mosquera en la salud y la higiene escolar, un tema poco tratado en la pedagogía de la época, pero que él consideraba esencial para una educación integral.

Finalmente, un educador anónimo, quien escribió el prólogo de la obra, destacó la vocación profesional de Mosquera, afirmando que su dedicación a la pedagogía iba más allá de la mera repetición de ideas ya establecidas. Aunque reconoció que muchas de las ideas de Mosquera provenían de influencias europeas, especialmente francesas, este maestro consideraba que su obra contribuía a diseminar conocimientos esenciales en un contexto donde los maestros a menudo carecían de formación especializada​.

En conjunto, los maestros que comentaron la obra de Mosquera coincidieron en la relevancia de su tratado pedagógico para el contexto educativo ecuatoriano de finales del siglo XIX. Valoraron su enfoque innovador, su capacidad para sistematizar la enseñanza, y su atención a aspectos integrales del desarrollo infantil, como la higiene, el ejercicio físico y la educación moral. Además, reconocieron el impacto de su trabajo en la profesionalización del magisterio y en la mejora de las prácticas educativas en las escuelas primarias del país.

Su método pedagógico

El método pedagógico desarrollado por María Ignacia Mosquera marca un punto importante en la historia de la educación en Ecuador, no solo por su contexto histórico, sino también por su enfoque innovador y sus contribuciones significativas a la práctica educativa. Una de las características más sobresalientes de su obra es la concepción de la “pedagogía como arte”, que según Mosquera implica guiar a los niños hacia su “futuro destino”, y una nueva forma de concebir la disciplina. En la obra de María Ignacia Mosquera, la disciplina escolar ocupa un lugar central como pilar en la formación integral de los estudiantes. Su enfoque sobre la disciplina, lejos de basarse únicamente en la obediencia ciega o en el castigo, refleja una comprensión profunda de la pedagogía como un proceso formativo que debe guiar el desarrollo moral, físico e intelectual de los niños.

Para Mosquera, la disciplina no es un fin en sí misma, sino un medio para lograr que los estudiantes adquieran buenos hábitos y se formen en la virtud. En este sentido, su enfoque es coherente con la pedagogía de la época, que subrayaba la importancia de inculcar valores morales a través de la educación. La autora entiende la disciplina como una herramienta esencial para que los estudiantes aprendan a discernir entre lo correcto y lo incorrecto, enfatizando la obediencia a la conciencia y el deber como fundamentos de la conducta moral.

Un aspecto destacado de su visión sobre la disciplina escolar es el equilibrio que busca entre la firmeza y la razón. Para Mosquera, la autoridad del maestro debe ejercerse con un sentido de justicia y moderación, evitando los excesos del castigo físico, práctica común en los métodos tradicionales. La disciplina debe guiarse por el ejemplo y la persuasión, especialmente en las primeras etapas de la vida escolar, donde se fomenta la obediencia como un mecanismo necesario para la formación del carácter.

Además, Mosquera destaca que la disciplina debe ser vista como un proceso de aprendizaje progresivo, en el cual los estudiantes, a medida que crecen, sustituyen la obediencia estricta por la reflexión y el juicio personal. Esta transición es clave en su visión, ya que la educación no solo debe formar individuos obedientes, sino también personas capaces de razonar y tomar decisiones morales basadas en principios.

Su visión, aunque innovadora en muchos aspectos, se alinea con el pensamiento moralista de la época, donde la disciplina servía para moldear a los futuros ciudadanos en función de los valores predominantes en la sociedad. En su enfoque se aprecia una profunda preocupación por formar no solo buenos estudiantes, sino también buenos ciudadanos, capaces de contribuir al bienestar social y familiar.

Mosquera clasificaba la educación en tres grandes categorías: física, moral e intelectual. Esta organización refleja un ideal de formación humana en el que la persona no solo debe ser instruida en conocimientos teóricos, sino también preparada para interactuar adecuadamente en el mundo físico y social. Integra la higiene y el ejercicio físico como pilares esenciales en el proceso educativo, argumentando que estos no solo complementan la enseñanza, sino que son fundamentales para el desarrollo integral del alumno. En un contexto donde las prácticas pedagógicas tradicionales se enfocaban en el desarrollo intelectual, dejando de lado el bienestar físico, Mosquera introdujo una visión que desafiaba este paradigma al proponer un enfoque más amplio, donde el bienestar físico es inseparable del desarrollo cognitivo y moral.

Mosquera subraya la importancia de garantizar que las condiciones físicas de las escuelas sean adecuadas para el aprendizaje. Aspectos como la ventilación, la iluminación y el mobiliario deben ser óptimos para crear un entorno saludable, ya que un espacio insalubre afecta negativamente el rendimiento académico y el bienestar de los estudiantes. Este enfoque muestra una comprensión avanzada para su tiempo sobre cómo el entorno escolar influye en la capacidad de los estudiantes para concentrarse y aprender de manera efectiva, anticipando así principios pedagógicos que serían más ampliamente adoptados en las décadas siguientes.

Además, Mosquera insiste en que el ejercicio físico debe formar parte integral del currículo escolar. En una época en la que el castigo físico y la inmovilidad prevalecían en las aulas, Mosquera abogó por un enfoque progresista, donde la actividad física y los descansos regulares serían clave para evitar el agotamiento mental y físico, promoviendo un desarrollo equilibrado del cuerpo y la mente. Sus ideas sobre la necesidad de evitar la sobrecarga de los estudiantes reflejan una anticipación de las teorías educativas modernas que priorizan el bienestar integral del estudiante como un componente crucial del aprendizaje.

Más allá del bienestar inmediato de los estudiantes, Mosquera también vinculaba directamente la higiene y el ejercicio físico con el futuro productivo de los mismos. En un contexto histórico marcado por la expansión industrial y el crecimiento económico de Ecuador, la autora entendió que la educación no solo debía preparar a los niños para ser académicamente competentes, sino también físicamente aptos para enfrentar los desafíos de una economía en transformación. Su célebre frase “el niño de la escuela es el obrero del mañana” ilustra cómo percibía el vínculo entre la educación y la futura capacidad de los estudiantes para contribuir al desarrollo económico del país.

El auge industrial de finales del siglo XIX y principios del XX demandaba una fuerza laboral sana, eficiente y adaptable a las crecientes exigencias productivas (Ayala Mora, 1996: 93). Para Mosquera, la higiene y el ejercicio físico en la escuela eran inversiones en la productividad futura de los estudiantes, quienes, al gozar de buena salud, serían capaces de convertirse en trabajadores más eficientes y productivos. Esta visión premonitoria revela cómo Mosquera entendía que el desarrollo económico de Ecuador estaba intrínsecamente ligado a la formación integral de sus ciudadanos desde la infancia.

En su enfoque, Mosquera también puso de relieve que el equilibrio entre el desarrollo físico e intelectual era fundamental para que Ecuador pudiera integrarse en el emergente mundo industrial. Las nociones de productividad y eficiencia, centrales en el discurso sobre modernización, se reflejan en sus propuestas educativas, donde la higiene y el ejercicio físico son factores que no solo aseguran el éxito académico, sino también la capacidad de los futuros ciudadanos para contribuir al crecimiento económico de la nación. En este sentido, la educación no era solo una herramienta para formar ciudadanos cultos, sino también para preparar una fuerza laboral saludable, capaz de enfrentar los retos de un país en transición hacia la modernidad.

Así, María Ignacia Mosquera se adelantó a su tiempo al comprender que la educación integral es esencial para el desarrollo de una nación. Su énfasis en la higiene escolar y el ejercicio físico como elementos inseparables del aprendizaje académico revela una visión humanista y productiva que trasciende el aula, vinculando directamente la educación con el progreso económico y social de Ecuador. Al preparar a los estudiantes para ser ciudadanos productivos y saludables, Mosquera contribuyó al proceso de modernización que estaba redefiniendo la economía ecuatoriana a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

María Ignacia Mosquera y la educación de las mujeres

Otro aspecto fundamental de su obra es su tratamiento de la educación femenina. Mosquera, en su rol de educadora y pionera, abogaba por una igualdad de oportunidades en la formación de niñas y niños, un concepto radical en su contexto. En su visión, las mujeres no debían limitarse al aprendizaje de labores domésticas y valores morales, sino que debían tener acceso a la misma formación intelectual que los hombres, con el objetivo de capacitar a las mujeres para contribuir activamente en la sociedad.

Mosquera también abogaba por que la educación de las niñas incluyera áreas de conocimiento que tradicionalmente habían sido exclusivas para los varones. Este enfoque representaba un cambio significativo en las dinámicas de poder educativas, ya que reconocía el valor intrínseco de la educación formal para las mujeres y su potencial impacto en el desarrollo de la nación. En palabras de Mosquera, la formación de las mujeres debía contribuir no solo a su bienestar individual, sino también al progreso social general. Pues el discurso predominante de la época sobre el trabajo de la mujer se centraba en que la mujer necesitaba lograr independencia y seguridad económica a través del trabajo y que un salario justo no solo protegía su moral, sino también su dignidad. Pues darles la oportunidad de trabajar contribuía a mejorar la sociedad ya que al permitir que las mujeres participaran en profesiones e industrias legítimas y bien remuneradas, se duplicaban las fuerzas productivas del país y se impulsaba el progreso nacional.[8]

María Ignacia Mosquera fue una figura transgresora en la educación ecuatoriana por sus innovaciones y su defensa de la educación femenina. Sin embargo, aunque promovió la inclusión de las mujeres en áreas de conocimiento tradicionalmente masculinas, mantenía una visión tradicional en cuanto al rol de la mujer en la sociedad, y aseguraba que las niñas debían convertirse al crecer en “mujeres de su casa”. A pesar de abogar por una educación integral para las mujeres, Mosquera reforzaba las expectativas sociales de su tiempo, donde la educación femenina debía prepararlas para cumplir roles domésticos y familiares, razón por la cual defendía la enseñanza de las materias de “costura” y “economía doméstica” en las escuelas de niñas.

El pensamiento pedagógico de María Ignacia Mosquera, aunque progresista en ciertos aspectos, estaba inscrito en las normas y expectativas de género del siglo XIX, lo que era común en el contexto histórico en el que desarrolló su obra.

El legado de Mosquera, aunque su obra no fue ampliamente conocida en su tiempo, se destaca por su enfoque en la formación integral del individuo y su insistencia en la profesionalización del magisterio, aspectos que se alinearon con las políticas educativas liberales posteriores. Además, su énfasis en la higiene escolar y en la adaptación de la pedagogía a las capacidades y necesidades individuales de los estudiantes anticipaba muchas de las teorías educativas que ganarían relevancia en el futuro.

Conclusión

El método pedagógico de María Ignacia Mosquera no solo refleja las corrientes pedagógicas progresistas de su tiempo, sino que también anticipa muchos de los desarrollos posteriores en la educación moderna. Su énfasis en el bienestar integral del estudiante, su lucha por una educación igualitaria para las mujeres y su enfoque en la profesionalización docente destacan su obra como un aporte significativo para la historia de la educación en Ecuador. Mosquera, a través de su trabajo, fue una precursora en la reivindicación del rol de la pedagogía como una herramienta de transformación social, moral y cívica.

Fuentes Primarias

Mosquera, M. I. (1899). Tratado práctico de pedagogía para uso de los institutores de la República del Ecuador. Imprenta de la Escuela de Artes y Oficios (Quito).

Informe del Ministerio de Instrucción Pública, No. AL-MIM-XIX-00-046_6 de 10,

Quito, 1899, p. IX. Archivo Biblioteca de la Función Legislativa.

Informe del Ministerio de Instrucción Pública, No. AL-MIM-XX-00-047_4 de 8, Quito,

1900, p. XII. Archivo Biblioteca de la Función Legislativa.

Fuentes secundarias

Ayala Mora, E. (ed.) (1996). Nueva Historia del Ecuador, Volumen 9, Época Republicana III. Corporación Editorial Nacional.

Ayala Mora, E. (1988). Federico Gonzáles Suárez y la Polémica sobre el Estado Laico. Corporación Editorial Nacional.

Paz y Miño Cepeda, J. J. (2012). Eloy Alfaro, Políticas Económicas. Ministerio de Coordinación de la Política Económica.

Freire Heredia, M. (1984). Eloy Alfaro. Pedagógico Freirhe.

Potthast, B. (2010). Madres, obreras, amantes… Protagonismo femenino en la historia de América Latina. Bonilla Artigas Editores.

Normativa

Ley Orgánica de Instrucción Pública, de 24 de septiembre de 1906, del Palacio de Gobierno, Quito: Imprenta de la “Gutemberg”.

Ley de Instrucción Pública, de 30 de junio de 1897, publicada en el Registro Oficial 06-VII-1897, Año III, Asamblea Nacional.

Archivos consultados

Archivo Biblioteca de la Función Legislativa.

Biblioteca Nacional del Ecuador “Eugenio Espejo”.


  1. Doctorante del posgrado en Historia| Correo: s.mena@ciesas.edu.mx
  2. La Revolución de 1895 fue consecuencia de una serie de factores que, en ese contexto, desataron una crisis profunda. El Estado oligárquico y terrateniente, dominante en el siglo XIX, empezó a colapsar tras la crisis económica de 1892 y el debilitamiento de una política progresista que intentaba conciliar a conservadores y liberales, en medio del avance de un conservadurismo clerical rígido. En respuesta, la burguesía tomó el poder con un proyecto que buscaba no solo gobernar, sino también transformar el Estado. Este proyecto contó con el apoyo de latifundistas de la costa y de sectores populares, que exigían reforma agraria y el fin del concertaje (una forma de servidumbre). Al mismo tiempo, artesanos y obreros de Guayaquil se unieron al movimiento con demandas específicas de tierra y derechos laborales, combinando así un proyecto burgués de transformación estatal con un proyecto popular de justicia social (Ayala Mora, 1996: 122-123).
  3. José Eloy Alfaro Delgado fue presidente del Ecuador en dos periodos (1897-1901 y 1906-1911) y líder de la Revolución Liberal. Conocido como el Viejo Luchador, nunca llegó al poder por elección popular, sino mediante golpes de Estado legitimados por asambleas constituyentes. El 28 de enero de 1912, fue detenido y linchado en Quito junto a sus familiares y seguidores. Sus cuerpos fueron arrastrados hasta el parque El Ejido y quemados por una turba. El legado de Alfaro destaca por su defensa del laicismo, la modernización del Ecuador, la promoción de la educación, la unidad nacional y el desarrollo de infraestructuras de transporte y comunicación (Freire Heredia, 1984).
  4. Durante el periodo histórico analizado, el sistema de clasificación docente en Ecuador diferenciaba entre maestros de enseñanza primaria y profesores de secundaria y superior. En la educación primaria, los docentes se clasificaban en tres grados: preceptores de tercer, segundo y primer grado. Esta estructura permitía la promoción progresiva basada en experiencia y la superación de exámenes. Para ingresar como preceptor de tercer grado, era necesario tener 21 años, un diploma, un certificado de buena conducta y un informe médico que garantizara la ausencia de enfermedades. Sin embargo, quienes poseían un Bachillerato en Filosofía o formación en una Escuela Normal podían acceder sin requisitos adicionales. La promoción de tercer a segundo grado requería cinco años de experiencia y la aprobación de un examen. Para ascender a preceptor de primer grado, era necesario acumular otros cinco años de ejercicio y superar un examen teórico-práctico sobre pedagogía escolar (Artículos 47, 48, 49, 56, 59, 60, 61, Título II, De la Enseñanza Primaria, Capítulo V, del Personal Docente, Ley Orgánica de Instrucción Pública, de 24 de septiembre de 1906).
  5. El Artículo 38 de la Ley de Instrucción Pública de 1897 establecía la segregación por género en la educación, prohibiendo la enseñanza mixta y estipulando que las escuelas de niñas fueran atendidas exclusivamente por mujeres. Esta medida reflejaba las normas sociales de la época, que veían la educación no solo como instrucción académica, sino también como formación moral. La segregación buscaba proteger la virtud y la pureza moral de los estudiantes, evitando distracciones e influencias negativas entre niños y niñas. Asimismo, se consideraba que las mujeres, por ser guardianas naturales de la moralidad y virtud, eran las más adecuadas para educar y proteger a las niñas, reforzando los estereotipos de género sobre las capacidades femeninas, ya que por lo general el tipo de enseñanza que recibía la mujer estaba, como bien lo menciona Barbara Potthast en su libro Madres, obreras, amantes… Protagonismo femenino en la historia de América Latina, “dirigida a prepararlas para desempeñar el papel de una esposa o ama de casa instruida” (Potthast, 2010, 216).
  6. La Ley de Instrucción Pública de 1897 estructuró el sistema educativo ecuatoriano al establecer la obligatoriedad de tener al menos una escuela para niños y otra para niñas en cada parroquia. Estas escuelas se clasificaban en: primera clase: más de 20 estudiantes y enseñanza completa y segunda clase: menos de 20 estudiantes y pensum reducido. También impulsó la educación rural, disponiendo la creación de escuelas en zonas alejadas: tercera clase: si había al menos 50 estudiantes y cuarta clase: para grupos entre 25 y 50 alumnos. La ley buscaba garantizar cobertura educativa mínima tanto en áreas urbanas como rurales. (Artículos 30, 34, 38, Título II, De las enseñanzas, Sección 2ª., De la enseñanza primaria, Ley de Instrucción Pública, de 30 de junio de 1897).
  7. Informe del Ministerio de Instrucción Pública, No. AL-MIM-XIX-00-046_6 de 10, Quito, 1899, p. IX. Archivo Biblioteca de la Función Legislativa.
  8. Informe del Ministerio de Instrucción Pública, No. AL-MIM-XX-00-047_4 de 8, Quito, 1900, p. XII. Archivo Biblioteca de la Función Legislativa.