Imágenes y textos: Mauricio Sánchez Álvarez
CIESAS Ciudad de México
“Yo no buscaba a nadie, y te vi”
Fito Páez (Un vestido y un amor)
Al amanecer del 4 de mayo de 2014, acudí con mi amiga y colega, Guadalupe López, a una ceremonia de petición de lluvias organizada por las Comunidades Eclesiales de Base que actúan en San Cristóbal de las Casas, la cual se realizaría en un ojo de agua dentro de las instalaciones del Sistema de Agua Potable y Alcantarillado Municipal (SAPAM). En ese tiempo, yo trabajaba para el Proyecto Etnografía de las Regiones Indígenas de México, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, que para ese momento estaba enfocado en procesos socioambientales. Habiendo investigado previamente la labor docente en las carreras de Desarrollo Sustentable de las universidades interculturales, ahora había decidido centrar mis averiguaciones en los estudiantes de esa carrera de la Universidad Intercultural de Chiapas y sus proyectos a futuro. O sea: ¿qué te gustaría hacer una vez egresado(a)? ¿Cómo te gustaría servir a la sociedad? Temas que se reiteran en las Universidades Interculturales, una y otra vez. Por su parte, Guadalupe había egresado de esa licenciatura y su tesis versaba sobre el funcionamiento del sistema de aguas en la ciudad. Conocía bien tanto aspectos sobre el servicio de suministro como los problemas de los usuarios, incluyendo el trato que recibían del SAPAM.
Y había sido ella quien me había contado, antes incluso de tratar la ceremonia de las CEB, que el 3 de mayo se celebraban peticiones de lluvias en todo Chiapas, en manantiales, arroyos y ríos. Y, si no estoy mal, que en esa fecha llegaban muchas grupos rurales a celebrar en San Cristóbal. A lo que yo agregué, de mi propia experiencia, los festejos a la Santa Cruz de parte tanto de campesinos como de albañiles (y acciones semejantes), que había visto y vivido en pueblos de Morelos y Veracruz. De modo que con lo que Guadalupe contaba, había razón para pensar que las peticiones de lluvias son momentos muy significativos en muchas localidades rurales de, al menos, el centro y sur de México. Pero, además, yo le tengo afecto a gente como las CEB, gracias a haber colaborado con misioneros seglares colombianos –para mí, gente de primera: comprometidos, nada dogmáticos y muy divertidos– en programas de educación bicultural (hoy intercultural) entre indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta a principios de los años ochenta del siglo pasado.
La idea de asistir a una petición de lluvias en un ojo de agua, coordinada por gente como la CEB, se me hacía muy atractiva, sugerente y también única, que quizá no se volvería a repetir pronto. ¿Cómo se forjaba aquí el vínculo intercultural, entre lo indígena, lo cristiano, lo militante, lo ciudadano? Que es quizá la pregunta que, de estar allí ahora, me habría formulado con más claridad, por lo que aquí, sólo voy a responder con impresiones, de por sí imprecesas.
Desde el primer momento me sentí algo así como entre amigos, aunque no supiera el nombre de nadie. Nadie me preguntó quién era, ni qué hacía, aunque tenía la cámara a la vista de todos. Se me permitó estar como uno más; o al menos, eso sentí. Sin ser muy consciente de ello, decidí fijarme en aspectos muy generales y observables de la ceremonia: en la presencia de las edades, los sexos y los roles, sin preguntar. Guadalupe venía a participar en algo que le era propio, no a explicarle al antropólogo qué pasaba y por qué. Yo era simplemente un testigo.
Dejé entonces que las cosas fluyeran y que yo las siguiera con la cámara, fijándome en lo habitual: el lugar, las acciones y los actores. Me emocioné con el altar cómo terminaron decorándolo, y también cuando nos dispusimos a saludar a los cuatro puntos cardinales, en que se me mezclaron dos experiencias de apego al terruño: el aprecio por lo aborigen y por la tradición hippie. Los cantos y la misa, en cambio, se me hicieron más conocidos; ahí me fijé más en la gente, en los niños, las mujeres. Mientras que en los círculos de reflexión me llamó la atención si discutían con respeto o no, si se escuchaban o no, y menos qué decían. En parte porque el temario de la reunión-ceremonia estaba definido de antemano y plasmado en carteles y avisos: se trataba de refrendar un doble compromiso: servir a las causas de justicia y equidad social y de cuidado a la naturaleza. En los hechos, el compromiso social se traducía en los grupos de reflexión, mientras que el cuidado de la natura se concretaría sembrando arbolitos en el terreno.
Mucho después, ha sido el orden cronológico de las fotos en mi compu lo que me ha permitido reconstruir la sucesión de los acontecimientos de ese día (y que he vuelto a revisar para este escrito). El registro de imágenes ha funcionado entonces a la manera de un diario de campo. Y como materia prima, ha servido para armar proyecciones en Power Point destinadas a conferencias, discusiones en clase y también como parte de una exposición fotográfica del INAH. Como material didáctico, las proyecciones hacen posible, por ejemplo, desglosar y precisar distintos aspectos de un ritual: sus elementos, significados y carácter secuencial. Casi como verlo varias veces en cámara lenta. Más de un alumno ha podido reconocer una práctica que ocurre en su pueblo o del que ha oído hablar. Y en una clase de metodología, esta proyección motivó al grupo a atestiguar una ceremonia de petición de lluvias en el oriente del estado de Morelos, a la que habíamos sido invitados por antropólogos fotógrafos que habitualmente acudían a la misma. De modo que, en esa ocasión, tuvieron lugar distintos tipos de experiencias profesionales. Para los alumnos (que en ese tiempo cursaban segundo semestre), era una de sus primeras prácticas de campo; y, para los colegas, era más un modo de refrendar un vínculo, registrando una práctica cultural de gente que conocen hace tiempo. Pero volviendo a la petición de lluvias en San Cristóbal: me dio gusto que, por medio de Guadalupe, le pude hacer llegar a uno de los dirigentes de las CEB archivos de muchas de las imágenes captadas ese día. No siempre he podido devolver lo aprendido. Qué bueno que pude esta vez.