Teodoro Kerlegand y su contribución a la educación
en Veracruz, Xalapa
(1842-1870)

Jorge Alberto Suárez Pérez[1]
Universidad Veracruzana

La historia de la educación en el estado de Veracruz es un entramado complejo de ideas, debates e interacciones que definieron su desarrollo a lo largo de las décadas. En este amplio proceso de formación intelectual influyeron diversos factores relacionados con los proyectos del Estado-Nación que fueron impuestos desde la esfera gubernamental. Dentro de las repercusiones favorables podemos contar la participación de los maestros y las maestras, que como actores claves del proceso educativo, desempeñaron roles cruciales tanto en la instrucción de la población como en la configuración de una identidad basada en principios y valores de carácter nacional.

El presente trabajo tiene como objetivo analizar la contribución educativa a la niñez y juventud porteña y jalapeña del maestro estadounidense Teodoro Kerlegand, quien radicó en ambas ciudades de 1842 a 1870. Para tales efectos se consultaron distintas fuentes primarias en archivos de Veracruz, Xalapa y la Ciudad de México, además de fuentes hemerográficas en repositorios de acceso abierto como la Hemeroteca Nacional. Es importante destacar que los argumentos que se desarrollan en este texto forman parte de una investigación de mayor alcance que actualmente se realiza sobre la vida y la obra educativa del personaje en cuestión.

Los orígenes de un maestro cosmopolita

De acuerdo con la historiografía tradicional veracruzana, Teodoro Kerlegand nació el 9 de noviembre de 1809 en la localidad de Wilsvery, cercana a la ciudad de Filadelfia en el estado de Pennsylvania (Olivo Lara, 1968: 19). Sin embargo su lugar de nacimiento continúa siendo una incógnita debido a que otros autores han sugerido distintas ciudades de nacimiento como Nueva Orleans (Mora Beristain, 1961: 22). La realidad es que aun cuando nació en suelo estadounidense, una parte de su infancia la vivió en La Habana, ya que su padre, un coronel retirado de origen francés, era copropietario de unas tierras cafetaleras en aquella parte de Cuba. Por su parte, al parecer su madre fue una mujer culta e instruida que, después de enviudar, abrió una “Academia para Niñas” a la que se presume asistieron las hijas de algunas familias habaneras conocidas con quienes había establecido relaciones amistosas (Olivo Lara, 1968: 19).

Fue en este contexto cultural del Caribe en el que nuestro personaje experimentó su primer acercamiento a la educación particular, primero recibiendo la instrucción directa de su madre y, después, como profesor en el conocido Colegio San Cristóbal de Carraguao, fundado en 1829 y dirigido por el educador español Antonio Casas y Remón. Entre las aulas de este colegio los alumnos recibieron una “enseñanza moderna sin castigos corporales”, y “se les inculcaba la disciplina consciente de sus actos” (Reynoso, 1984: 8). Es probable que en este espacio educativo, Kerlegand haya conocido al pedagogo cubano José de la Luz y Caballero, quien hacia 1834 ya había logrado inaugurar el curso de filosofía y desempeñarse como director del mismo colegio (Pichardo Viñals, 1979: 117).

Una vez adquirida la experiencia necesaria, Teodoro logró obtener su título de profesor y para 1841-1842 lo vemos dirigiendo el colegio Nuestra Señora de Santa Ana, ubicado inicialmente en la primera calle de San Miguel no. 27, y más tarde, en la segunda calle de los Dragones no. 39 frente al Tívoli. El colegio contaba con 3 profesores y varios ayudantes, quienes brindaban clases de latín, inglés, francés, mitología, historia y gimnasia, tanto a alumnos “pupilos”, “medios pupilos” y “externos” (Sosa y Penabad Félix, 2001: 16). Esto significa que el establecimiento contaba con las condiciones necesarias para alojar aquellos estudiantes regulares cuyos padres pagaban por una residencia dentro del colegio, o bien cubrían las cuotas de alimentación estipuladas en los programas de estudio.

Durante aquellos años, Kerlegand conoció al general Anastasio Bustamante, quien se encontraba exiliado en La Habana a consecuencia del golpe de estado efectuado por Antonio López de Santa Anna. Según parece, la Junta de Instrucción Pública de la ciudad de Veracruz solicitó a Bustamante el reclutamiento de profesores “competentes” en la isla, con el objetivo de que se trasladaran a Veracruz, debido a que el ayuntamiento tenía planes de instalar un colegio de instrucción pública denominado “Instituto Veracruzano”. Todo indica que Teodoro aceptó la propuesta y decidió traspasar el colegio que dirigía en La Habana, para después iniciar la travesía que lo llevaría al puerto de Veracruz (Olivo Lara, 1968: 19).

El arribo al puerto de Veracruz y los inicios de su labor educativa

Teodoro Kerlegand llegó a la ciudad de Veracruz en el mes de agosto de 1842 junto con un acompañante, y pronto se incorporó en la gestión del proyecto para la instalación del centro educativo que llevaría el nombre de Instituto Veracruzano de la Purísima Concepción. Cabe aclarar que en la organización de dicho establecimiento participaron la Junta de fomento municipal y una “sociedad anónima”, lo que sugiere una colaboración entre los sectores público y privado. De manera que, aun cuando la intervención del ayuntamiento otorgó legitimidad pública al Instituto, la participación de un colectivo del ámbito privado pone de manifiesto ciertos intereses particulares, de tipo económico o comercial.

El instituto abrió sus puertas presuntamente el mismo año del arribo de Kerlegand, en el edificio que ocupaba el Convento de San Francisco ubicado en las entonces calles de la Playa y San Francisco. Además de asumir la dirección del plantel, nuestro personaje también se encargó de contratar al personal docente que se encargaría de impartir las cátedras del siguiente plan de estudios: gramática castellana, geografía universal, inglés y francés estuvieron a cargo de Teodoro, primer curso de matemáticas bajo la tutela de Nicolás de la Cueva y Federico Domínguez, y la clase de dibujo a cargo de Bartolomé Anitúa.

Los primeros exámenes del Instituto fueron presentados en los primeros días de agosto de 1843, justo un año después de haber iniciado las clases. Como era natural, Kerlegand encabezó la ceremonia con la presencia de autoridades locales, y uno a uno los alumnos fueron realizando las lecturas y los ejercicios de cada una de las cátedras. En este punto es necesario mencionar que entre los primeros estudiantes del Instituto Veracruzano figuraron futuros hombres de la política y el comercio local como Francisco Mirón, Francisco y José Landero, José García Urdapilleta, Juan y Mariano Pasquel, Miguel Carrau, y otros.[2] Lo anterior nos permite afirmar que bajo la dirección de Teodoro, el Instituto fue en un semillero de personajes que años después ocuparían cargos públicos en la ciudad, contribuyendo de esta forma a la educación de la clase política y social de la región.

Durante los siguientes dos años, el Instituto Veracruzano continuó consolidándose como una institución relevante para la instrucción de la niñez y juventud porteña. La visión pedagógica de Kerlegand lo llevó a incorporar al plan de estudios nuevas materias como teneduría de libros, código de comercio y aritmética teórica y práctica,[3] con miras a formar estudiantes con las competencias adecuadas que les permitieran incorporarse de manera satisfactoria en el entorno laboral de la región. Es decir, de alguna manera adaptó los programas educativos a la realidad social dotando a los educandos de los conocimientos básicos para ejecutar las actividades operativas de una ciudad portuaria.

Para 1846 el Instituto Veracruzano de la Purísima Concepción cerró sus puertas debido a la invasión norteamericana, por lo que Teodoro abandonó la ciudad y se trasladó a su país natal. Regresó al puerto de Veracruz un año después, en 1847, y ya concluida la guerra decidió abrir la Academia de San Pablo, establecimiento de carácter particular que ofrecía instrucción primaria y secundaria. Algunos autores afirman que nuevamente los hijos de las familias porteñas distinguidas se educaron ahora en esta casa de estudio, entre ellos los más jóvenes de los Landero, los Velasco, los Latour, los Suárez y otros (Olivo Lara, 1968: 19).

De igual forma, los exámenes generales de la Academia de San Pablo fueron ceremonias públicas muy concurridas, esto porque los asistentes reconocían los avances educativos de los alumnos cuando manifestaban amplios conocimientos en cada una de las cátedras que componían el plan de estudios. Además, la distinción del público también estaba dirigida a nuestro personaje, quien gozaba con el reconocimiento de “buen preceptor” por las técnicas y métodos que desarrollaba en su práctica docente. Por ejemplo, Kerlegand se caracterizó por omitir los premios durante los exámenes públicos, porque en su lugar prefería que los asistentes fueran quienes aprobaran,[4] o en su caso desaprobaran, los razonamientos y saberes de los estudiantes.

A pesar de los esfuerzos de Kerlegand para mantener vigente la Academia, la realidad es que la falta de apoyos dificultó las operaciones del establecimiento. Este, afirmaba la prensa en 1849, “digno ciertamente de su fundador, no tiene la extensión ni los elementos que los particulares, corporaciones y autoridades superiores” proporcionaron al anterior Instituto Veracruzano. En su lugar, el diario local abogó para que el ayuntamiento llevara a cabo el proyecto que tenía en puerta sobre la instalación de un colegio de “gran escala”, “que [fuera] digno del pueblo que representa”, para el cual proponía a Kerlegand como director por los “superiores conocimientos” que tenía al frente de varias escuelas.[5] El proyecto al que hacía referencia El Arcoíris es aquel que propuso el regidor de instrucción Ildefonso Cardeña durante la sesión de cabildo del 5 de septiembre de 1848. En términos generales, el capitular planteó el establecimiento de un instituto de instrucción secundaria, mismo que fue aprobado por el ayuntamiento entre 1849 y 1852.

Justamente en este último año, Kerlegand se ausentó de la ciudad por dos o tres meses debido a problemas de salud y para resolver algunos “negocios de familia”. La academia continuó en funciones, pero el norteamericano tomó ciertas medidas en cuanto al sistema de cuotas, con el objetivo de garantizar su “subsistencia” y cubrir los gastos de alquiler del local, los honorarios de los profesores y el salario de los ayudantes. Solicitó a los padres de familia el pago del trimestre adelantado para con ello asegurar la “estabilidad, consolidación y fomento” de la Academia, que estaba por recibir nuevos materiales para el estudio.[6] Con tal estrategia Teodoro trató de cubrir los gastos esenciales y evitar la inestabilidad financiera, ya que en sus planes estaba continuar al frente del establecimiento y seguir contribuyendo a la formación de los veracruzanos.

A fin de cuentas, la Academia de San Pablo finalmente cerró sus puertas y Kerlegand envió al ayuntamiento porteño una propuesta para dirigir el Instituto Veracruzano. Dicho plantel se había inaugurado a finales de 1852 “bajo la autoridad de una junta directiva compuesta de dos regidores”, un síndico y dos vecinos designados por un Consejo. Pero la falta de una figura pedagógica como responsable del instituto, sumada a otras cuestiones como la falta de fondos para su sostenimiento, terminaron por definir la clausura del plantel en diciembre de 1853 (Herrera Moreno, 1923: 60-61). Apenas unos meses después, el ayuntamiento del siguiente año integró una comisión capitular para reformular el proyecto del centro educativo, cuya reorganización quedó definida a través de catorce reformas.

Durante la sesión del 22 de septiembre de 1854, el cabildo aprobó por unanimidad el nombramiento de Teodoro Kerlegand como director del Instituto Veracruzano.[7] Nuestro personaje inició la gestión del establecimiento y como primera medida propuso al regidor de instrucción Francisco de Paula César los nombres de Amadeo Pichón, Carlos Gagern, José A. López, Carlos Ritchie y Félix Sauvinet para que ocuparan las plazas docentes disponibles. Cada uno de ellos tenía conocimientos específicos en las diversas áreas del conocimiento que integraban el plan de estudios; algunas de las cátedras eran caligrafía, aritmética, geografía, matemáticas, economía política, historia, contabilidad mercantil, teneduría de libros, dibujo lineal y natural, música, entre otras.[8]

Por el desempeño de su función como director y profesor del Instituto Veracruzano, Kerlegand recibiría un sueldo de tres mil pesos anuales, para lo cual tenía que “vigilar” la conducta y el desempeño de alumnos y empleados del establecimiento, así como determinar los métodos a través de los cuales debían impartirse las cátedras. Además, debía informar trimestralmente a los padres de familia sobre el avance académico y los comportamientos de sus hijos, de manera que cada uno lograra terminar la carrera que mejor le conviniera.[9] Así pues, las responsabilidades de Teodoro al frente de Instituto abarcaban la enseñanza y el aprendizaje de los alumnos, y sobre todo con su formación integral orientada al éxito académico, pero sobre todo a su futuro desarrollo como profesionistas.

No obstante, ninguno de los anteriores compromisos logró llevar a cabo el profesor norteamericano. En esta ocasión, fueron la pobre matrícula de alumnos, la falta de recursos para el pago de los maestros y la restricción que se impuso en el “número de materias del programa de estudios” las condiciones que terminaron por derruir los propósitos de Teodoro como director del Instituto (Herrera Moreno, 1923: 62). Evidentemente renunció al cargo y hasta el 1 de marzo de 1855, el ayuntamiento en su lugar nombró como director al maestro habanero Bernardo Díaz Ozalla.

Posteriormente, los afanes pedagógicos de Kerlegand lo llevaron a intentar abrir una “Segunda Academia de San Pablo”, proponiendo como plan de estudios la enseñanza de la escritura, dibujo lineal, gramática castellana, lectura, moral, urbanidad, aritmética, geografía, inglés, francés, e historia universal. Las cuotas para los alumnos externos rayaban en los diez pesos mensuales, mientras que los internos pagarían treinta pesos, porque incluía habitación y alimentos.[10] Sin embargo, por la falta de recursos la apertura del colegio no se logró, por lo que entre abril y mayo de 1855 decidió abandonar el puerto de Veracruz para establecerse en la ciudad de Xalapa (Olivo Lara, 1968: 19-20).

En búsqueda de nuevos retos educativos: Xalapa, la ciudad de las flores

Según refiere Margarita Olivo Lara (1968), Teodoro Kerlegand decidió mudarse a la ciudad de Xalapa a consecuencia de la enfermedad de asma que padecía, aunque no podemos descartar que las malas experiencias académicas vividas en Veracruz también hayan influido en la búsqueda de nuevos horizontes. Ciertamente, el entorno xalapeño tenía un clima favorable y mejores condiciones de higiene y salubridad que la ciudad porteña, por lo que resultaba un espacio apropiado para quienes padecían enfermedades respiratorias.

Desde su llegada a Xalapa, Kerlegand procuró retomar sus actividades académicas, de manera que en el mes de julio de 1855 estableció un nuevo colegio de instrucción primaria que nombró “Liceo Jalapeño”. En esta casa de estudios

[…] así como en los otros planteles que antes había dirigido, consagró el señor Kerlegand todas sus energías a difundir la instrucción y educar a sus alumnos, haciendo de ellos hombres capacitados y aptos para desempeñar con éxito la carrera o actividad que eligiera. (Olivo Lara, 1968: 20)

Fue de esta manera como Teodoro retomó su trayectoria docente formando no sólo a los niños y jóvenes de la ciudad xalapeña, sino también a estudiantes de las principales ciudades del estado que se educaron bajo la tutela de nuestro personaje (De Salas y Medina, 1939: 47). Por ejemplo, en una lista nominal del liceo fechada en 1858, nuestro personaje registró una matrícula de veintiocho alumnos entre los que figuraban Teodoro Dehesa, futuro gobernador del estado, y varios jóvenes que pertenecían a familias distinguidas como Leonardo y Romualdo Pasquel, Roberto y Guillermo Esteva, Ramón y Pablo Lascuráin, Pedro Landero, Gilberto Crespo y Martínez, Eduardo Audirac, entre otros.[11]

Respecto al plan de estudios del Liceo Jalapeño, debemos referir que, a diferencia de sus anteriores experiencias educativas, Teodoro incorporó la enseñanza de nuevas materias como geografía e historia universal, religión y moral. Esta última cátedra fue impartida por él mismo utilizando materiales de estudio como el “Prontuario Moral” y “Los Consejos de un Anciano”, impresos que aparentemente recopiló de varias obras, entre ellas la doctrina moral del Padre Ripalda. A través de ambos textos, Teodoro desarrolló sus clases otorgando mayor “preeminencia a la teoría y práctica de una moralidad austera de trabajo, honradez y religiosidad”, ya que, según su pensamiento, “ninguna cultura espiritual o destreza mental” tenía un “valor perdurable” si no estaba fundamentada en los principios morales (Mora Beristain, 1961: 22).

El pensamiento pedagógico de Kerlegand, basado en la moral, pone de manifiesto su predilección por un enfoque educativo que se aleja de la simple transmisión de los saberes. Al priorizar la moral como fundamento inherente del desarrollo personal, espiritual y académico de los educandos, Teodoro buscó no solo dotar las mentes de conocimientos, sino estimular la idiosincrasia de los individuos. En este sentido, su visión refleja la importancia de los valores, el carácter y la conducta como elementos esenciales de la formación integral, misma que debía preparar a los estudiantes tanto para los logros profesionales como para desempeñar los roles de buen ciudadano.

Si bien es cierto que la moral fue un eje central en la práctica docente de Kerlegand, la aplicación de otras estrategias en el acto educativo también lo caracterizaron como un profesor innovador. En el desarrollo de sus clases se rehusó a implementar el “sistema rutinario” que privilegiaba el uso de la “memoria para adquirir conocimientos”, y en su lugar prefirió practicar una enseñanza basada en la “observación”, la “reflexión” y otras facultades que impulsaban el aprendizaje experimental (Olivo Lara, 1968: 20). A mi parecer, dicho enfoque sugería potenciar las habilidades de los alumnos a través del razonamiento, el cuestionamiento y la experiencia. Al establecer distancia con la enseñanza memorística, su metodología pedagógica impulsaba la formación de hombres con autonomía intelectual, pensamiento crítico y capacidad para ejercer una toma de decisiones.

Con el paso de los años, el Liceo Jalapeño fue forjando un reconocimiento y tomando un lugar destacado entre las escuelas y colegios de la ciudad. Los actos literarios, donde los alumnos demostraban conocimientos y habilidades sobre una materia en particular, fueron eventos de relevancia social a los que asistían tanto autoridades locales y estatales, como los padres de familia. De hecho, la participación de estos últimos estaba asociada con la idea de que a través de su presencia era estimulado el rendimiento y la participación de la juventud (Martínez Carmona, 2020: 506). En general, considero que este tipo de prácticas además de favorecer el prestigio de las escuelas y de los profesores responsables de la enseñanza, buscaba favorecer la socialización de los aprendizajes.

Baste decir que en los años de 1858, 1863, 1865, 1868 y 1869,[12] consultados en el archivo municipal de Xalapa, se contabilizó la participación de alrededor de ciento treinta y dos alumnos en los exámenes públicos del Liceo Jalapeño, confirmando de esta manera que era uno de los establecimientos más concurridos de aquella ciudad. Estos números nos hablan del alcance que tuvo la labor pedagógica de Teodoro Kerlegand en la formación de un gran número de discípulos, varios de los cuales seguirían la labor pedagógica en el entorno local como Carlos A. Carrillo, Manuel Rafael Gutiérrez y Antonio Franceschi Loza. Este último, en 1895 fundó una Academia mercantil particular que nombró “Teodoro Kerlegand”, en honor de la memoria del profesor norteamericano (Mora Beristain, 1961: 23).

Asimismo, aun cuando Teodoro Kerlegand nunca demostró abiertamente pertenecer a una facción política, sabemos que mantuvo relaciones cordiales con los distintos gobiernos locales. Sin duda, este proceder le permitió continuar activo en las labores pedagógicas sin importar lo complejo del entorno político de la época y sin comprometer sus funciones como director y profesor. Para ilustrar lo anterior diremos que durante la época del Segundo Imperio Mexicano, Kerlegand recibió la visita del emperador Maximiliano en el Liceo Jalapeño, luego de un recorrido que el monarca realizó por la ciudad. Como resultado de dicho encuentro, nuestro personaje recibió la Medalla de plata al mérito civil, la cual se otorgaba por la importancia de los servicios realizados en favor de “las ciencias, la industria, el comercio, la agricultura y las artes” principalmente (Segura, 1865: 367).

Una vez restaurada la república, Teodoro continuó al frente de la dirección del Liceo Jalapeño, aunque esta vez aquejado con mayor intensidad por la enfermedad que tenía. Al menos así lo hizo saber en la memoria que redactó sobre los exámenes generales de 1868:

[…] desde que disfrutamos de la proverbial hospitalidad de esta bella ciudad y la comarca a que pertenece, los esfuerzos repetidos y perseverantes que hemos hecho para no desmerecer, por falta nuestra, la confianza que no han cesado de dispensarnos nuestra clientela por un periodo de 14 años, durante los cuales, particularmente en estos últimos, lo único que se nos había escaseado era la salud del cuerpo, sin que por esto hayamos desmayado ni renunciado a nuestro propósito de consagrar cuanto somos y valemos al desempeño de nuestra misión en la tierra [que es el] fomento de todos los ramos que, con el de educación, han de consumar su regeneración social.[13]

Las palabras de Kerlegand revelan dos cuestiones sugerentes para reflexionar. En primer lugar, expresa su gratitud hacia la población xalapeña, que lo acogió de forma incondicional durante los catorce años de existencia del Liceo Jalapeño, a pesar de los problemas de salud que padecía. En segundo lugar, sus discursos confirman su visión pedagógica que va más allá del simple acto de enseñar; para él, la educación era la principal vía para mejorar la sociedad. Es decir, para Teodoro la enseñanza no comprendía sólo la transmisión de los conocimientos, sino también abrazaba la responsabilidad de formar ciudadanos que a través de sus propias habilidades y capacidades contribuyeran al progreso social.

A pesar de que el fragmento del discurso anterior parecía una despedida entre líneas, la realidad es que nuestro personaje continuó en la dirección del Liceo Jalapeño, hasta que en 1870 el colegio finalmente cerró sus puertas a causa de sus dolencias. De esta forma, Teodoro Kerlegand finalizó su trayectoria docente y aunque continuó radicando en la “ciudad de las flores”, se alejó definitivamente de la vida pública. Atrás quedaron casi cuatro décadas de entrega a la formación educativa de la niñez y juventud cubana, veracruzana y xalapeña. Falleció en marzo de 1886 probablemente debido a las enfermedades que lo aquejaban, dejando como principal legado de su labor pedagógica su preocupación por “inculcar la moral y la ciencia a sus discípulos”.[14]

Conclusiones

Es evidente que la trayectoria pedagógica de Teodoro Kerlegand estuvo influenciada por diversos aspectos educativos, culturales y sociales, que terminaron por moldear su visión pedagógica y ayudaron a definir su práctica docente. Los inicios de su carrera educativa en La Habana junto a pedagogos ilustres de esta ciudad como José de la Luz y Caballero fueron el punto crucial para la apropiación de ideas, estrategias y técnicas que terminaría llevando en la práctica dentro de las aulas de clases.

Su arribo al puerto de Veracruz significó otro punto de inflexión en su vida académica debido a que en diferentes momentos tuvo que sortear las amenazas del fracaso. Sus esfuerzos para establecer escuelas y colegios con programas de estudios adaptados a la realidad social y económica de la ciudad porteña hicieron visibles sus pretensiones de lograr la formación integral de sus alumnos. Su preocupación por ofrecer mayores oportunidades de estudio a los alumnos lo llevó a participar en proyectos municipales para la creación de escuelas y colegios, que a fin de cuentas no se lograron por falta de recursos. No obstante, su nombre está ligado a los orígenes del Instituto Veracruzano como uno de los primeros directores que intentaron poner este plantel en funcionamiento.

Por último, la apertura del Liceo Jalapeño significó la continuación de su misión educativa hacia el desarrollo integral de los estudiantes, mediante un programa académico que se basó en la educación moral y la enseñanza práctica como impulsores del pensamiento crítico. Durante aquellos años, dicho enfoque pedagógico resultó innovador debido a que minimizaba los ejercicios de memorización y privilegiaba las facultades de razonamiento y reflexión. Así, Teodoro Kerlegand favoreció el desarrollo intelectual de la región, y parte de ello fueron los logros que alcanzaron la mayoría de sus discípulos en el servicio público y privado desde el entorno local, estatal y nacional.

Fuentes primarias

Archivo y Biblioteca Históricos de Veracruz (ABHV)

Archivo Histórico Municipal de Xalapa (AHMX)

Archivo General de la Nación (AGN)

Fuentes hemerográficas

El Censor (1843)

El Arcoíris (1849)

El Constitucional (1852)

El Siglo Diez y Nueve (1855)

El Nacional (1886)

Referencias bibliográficas

De Salas y Medina, J. (1939). Jalapa y sus hombres de letras. Ábside, revista de cultura mexicana, 3(1), 46-56

Herrera Moreno, E. (1923). Historia de la educación secundaria en el Estado de Veracruz. Oficina tipográfica del gobierno del Estado.

Martínez Carmona, P. (2020). Dedicaciones de exámenes en escuelas primarias y colegios de la ciudad de México y Veracruz, 1824-1868. Historia y Memoria de la Educación12, 495-525.

Mora Beristain, P. (1961). Biografías. Don Teodoro Kerlegand. Revista Jarocha, (16), 22-23.

Pichardo Viñals, H. (1979). Biografía del Colegio de San Cristóbal de La Habana. Editorial Académica.

Olivo Lara, M. (1968). Teodoro Kerlegand. Revista Jarocha, (54), 19-20.

Segura, J. S. (ed.) (1864). Boletín de las leyes del Imperio mexicano: o sea Código de la restauración. Colección completa de las leyes y demás disposiciones dictadas por la intervención francesa, por el supremo poder ejecutivo provisional, y por el Imperio mexicano, con un apéndice de los documentos oficiales más notables y curiosos de la época (Vol. 4). Imprenta literaria.

Sosa Rodríguez, E., y Penabad Félix, A. (2001). Historia de la educación en Cuba (Vol. 6). Editorial Pueblo y Educación.

Reynoso, A. (1984). Selección de textos. Editorial de Ciencias Sociales.


  1. Maestro en Historia Contemporánea |Correo: alberto569@hotmail.com
  2. El Censor, 15 de agosto de 1843, pp. 3-4.
  3. AGN, Instrucción pública, caja 358, exp. 14, ff. 4-5.
  4. El Constitucional, 1 de enero de 1852, pp. 2-3.
  5. El Arcoíris, 1 de diciembre de 1849, pp. 3-4.
  6. AHBV, Año 1852, caja 205, vol. 284, f. 228.
  7. AHBV, Acta de cabildo del 22 de septiembre de 1854, f. 255.
  8. ABHV, acta de cabildo del 26 de septiembre de 1854, f. 259.
  9. ABHV, acta de cabildo del 17 de octubre de 1854, f. 272.
  10. El Siglo Diez y Nueve, México (19 de marzo de 1855), p. 4.
  11. AHMX, serie educación, caja 28, exp. 17, f. 18.
  12. AHMX, serie educación caja 21, exps. 2 y 3, f. 19 y f. 4; serie educación caja 27, exp. 17, f. 18; serie educación caja 29, exps. 7 y 25, f. 8 y ff. 102-103.
  13. AHMX, serie educación, caja 29, exp. 7, f. 7.
  14. El Nacional, 6 de marzo de 1886, p. 2.