David Navarrete G.
CIESAS CDMX
Rafael Loyola. Fotografía cortesía de Teresa Rojas
En nuestro camino profesional todos nos hemos topado con presencias y compañías que nos impulsan a crecer y que marcan un cambio positivo en nuestra trayectoria. Cuando la relación con esas personas se extiende del plano laboral al personal y toca al de la amistad, pasan a formar parte del selecto grupo de aquellos con quienes estamos agradecidos y a quienes queremos. Rafael Loyola se ubica para mí en esta categoría. Utilizo el tiempo verbal presente porque su reciente partida de esta dimensión en la que vivimos no desplaza al pasado mí agradecimiento y aprecio por él, antes bien, los actualiza. Comparto aquí dos momentos y algunos trazos de mi relación con él ocurridas hace ya algunos años, pero que considero bien pueden abonar al merecido homenaje que se rinde en este número del Ichan a su memoria y a su destacada participación en la construcción del CIESAS que hoy conocemos.
Primer momento. A principios del año 2000 me reincorporé al CIESAS, luego de una estancia de cuatro años fuera del país para realizar mis estudios doctorales. Era entonces un joven y entusiasta investigador en el inicio de su carrera, con una formación académica continua de 10 años en el campo de la historia, pero con una corta experiencia de trabajo práctico en el Archivo General de la Nación y como asistente de investigación en algunos proyectos institucionales sobre historia. A mediados de ese año, Rafael dio luz verde para que yo asumiera la dirección del Archivo Histórico del Agua (AHH), a la cual había sido invitado por Marta Eugenia García, entonces Subdirectora de Docencia del CIESAS. El AHH fue resultado de un convenio de colaboración entre el CIESAS y la Comisión Nacional del Agua (CNA), que en pocos años y de la mano de la intensa labor de sus directores y equipos de trabajo previos había alcanzado una merecida notoriedad e importancia en el campo de los acervos históricos del país. No obstante, la conducción del archivo era en esos momentos compleja, entre otras razones por retrasos en las asignaciones presupuestales convenidas con la CNA y, de ahí derivado, los paréntesis que se generaban en el flujo de los recursos necesarios para la operación del archivo. Además de dar servicio de consulta al público y atender las solicitudes de información de la propia CNA, había diversos proyectos en curso, como el traslado a la sede del archivo de dos importantes fondos documentales, la digitalización del fondo fotográfico, la elaboración de la guía general del archivo, la publicación del boletín y el montaje de una sala de exposición documental, entre otras acciones. Mi “bautizo” al frente del AHH fue, pues, intensa en muchos sentidos.
En el 2000, a nivel personal, Rafael y yo nos conocíamos poco. Habíamos conversado en un par de ocasiones en su oficina en el CIESAS de la Ciudad de México, durante dos viajes de trabajo de archivo y campo que hice a México como parte de mi investigación doctoral. No obstante, cuando me entrevisté con él antes de formalizar mi nombramiento al frente del AHH me transmitió una seguridad total en su decisión de nombrarme director del archivo y en mi persona. Rafael tenía clara la importancia del AHH para el CIESAS, así como sus requerimientos y dificultades operativas y hacia dónde había que conducir el proyecto para reforzarlo y hacerlo crecer. Salí de aquella reunión con la seguridad de que contaría con el apoyo del director del CIESAS para lo que se necesitara, sintiéndome depositario de su confianza y con la convicción y responsabilidad reforzadas de quedar yo al frente de un importante encargo institucional. Charlando después con otros compañeros y compañeras que ingresaron al CIESAS entre 2000 y 2004 ‒el segundo periodo de Rafael como director general‒, pude apreciar que su apoyo, confianza y apuesta en investigadores jóvenes era parte de su resolución de sumar nuevos miembros a la sólida base del cuerpo académico ya existente, para enriquecer y fortalecer nuestro Centro en la etapa que entonces transitábamos como institución y para su desarrollo en los años siguientes.
Segundo momento. Mi labor al frente del AHH se extendió hasta mayo de 2001. Entonces acepté un nuevo encargo de Rafael: la dirección del Programa Internacional de Becas de Posgrado para Indígenas (PIBI), que recién iniciaba su funcionamiento en México y que el CIESAS había tomado bajo su responsabilidad a invitación, en sociedad y con el financiamiento de la Fundación Ford. Este programa formó parte del International Fellowships Program (IFP), el más importante hasta ese momento en la historia de esta fundación norteamericana por el monto de su inversión total y por su amplitud geográfica (operó en 21 países, además de México). Para el CIESAS, para Rafael y para mí, el hacerse cargo del PIBI significó incursionar en un campo de acción nuevo y desconocido en nuestras respectivas trayectorias. De hecho, en nuestro país no había antecedentes de un programa similar, dirigido a otorgar becas de maestría y doctorado a indígenas para estudiar en México y en el extranjero en cualquier disciplina del conocimiento.
No fueron pocas las críticas dirigidas a Rafael por esta decisión, argumentando, no sin razón, que significaba un alejamiento de los quehaceres fundacionales del CIESAS. Él era consciente de ello, pero también vio y apostó por los beneficios que resultarían de ampliar el perfil y capacidades institucionales de nuestro centro, de enriquecer nuestras redes dentro y fuera de México, y de ser responsables de un programa pionero, y socialmente relevante, dirigido a apoyar el desarrollo de los pueblos indios mediante la ampliación de sus oportunidades de acceso y participación en la educación superior.
Los años iniciales del PIBI fueron de acciones y aprendizajes particularmente intensos y acelerados. Rafael me brindó entonces absoluta confianza y total libertad para trabajar, tal como lo hizo cuando dirigí el AHH.[1] Su respaldo en aquella etapa ‒que entre otros retos conllevó movilizar múltiples recursos humanos y logísticos en el CIESAS y entablar trato y acuerdos con distintas instituciones nacionales y extranjeras‒ fue clave para el desarrollo ulterior del programa, el cual continuó hasta 2013.[2] Su puerta y escucha estuvieron siempre abiertas para intercambiar impresiones sobre los varios problemas de diseño y ejecución que íbamos enfrentando y sobre las oportunidades de proyección que se abrían al CIESAS a partir de nuestra labor con el PIBI. Siempre respondió de manera oportuna a mis solicitudes de contar con el director del CIESAS en eventos y reuniones de trabajo relevantes para el programa.
Rafael dejó el CIESAS en 2004, en una etapa aún temprana de la vida del PIBI. No alcanzó a conocer directamente sus resultados finales, pero siempre se mantuvo interesado en su curso y evolución, enviándome de vez en vez comentarios elogiosos a los que por distintos medios y canales de difusión y divulgación dábamos a conocer sobre el PIBI. Por mi parte, cuando el programa concluyó en 2013 retomé de tiempo completo mis labores académicas.
Dicen que el tiempo es el mejor evaluador de nuestras decisiones y acciones. Hoy día, los “jóvenes” investigadores que ingresaron al CIESAS en la primera mitad de la década de 2000 forman parte nuclear del cuerpo académico que nutre y sostiene nuestro quehacer y prestigio en la investigación y la docencia. En el segundo plano al que me he referido arriba, el CIESAS ha extendido hasta el presente su involucramiento en el manejo de programas de becas de posgrado para indígenas ‒desde 2012 en sociedad con el Conacyt‒[3] y se ha convertido en un referente de la operación de este tipo de programas y también en el campo del conocimiento y estudio de la población indígena con estudios de posgrado. Como resultado de esta labor ininterrumpida de 20 años, ha apoyado y acompañado la formación de 363 mujeres y hombres indígenas en posgrados de México y en el extranjero ‒la mayoría en ciencias sociales‒, quienes en su gran mayoría hoy participan y contribuyen al desarrollo de sus pueblos y regiones de origen desde distintos ámbitos de acción. Los diversos conocimientos y experiencias institucionales así acumulados, sin duda, influyeron para que en 2018 el CIESAS fuera invitado por el propio Conacyt y el International Development Research Center de Canadá a operar el Programa de Estancias Posdoctorales para Mujeres Indígenas en campos STEM (PEPMI), otra acción pionera de impulso a la formación y desarrollo de jóvenes científicas de nuestros pueblos originarios.
Mi contacto y comunicación con Rafael continuaron después de su salida del CIESAS. Tuve oportunidad de asistir a algunas reuniones que organizó en su casa, donde junto con otros colegas y amigos ‒y acogidos también por la calidez de Liliana, su esposa e investigadora de Flacso México, conocí su vertiente de generoso anfitrión y excelente gusto culinario. Las opiniones y reflexiones de Rafael sobre diversos temas y problemas de nuestro país, en particular los tocantes a la situación del sector de ciencia y tecnología, fueron siempre para mí objeto de interés, aprendizaje e incitación a la reflexión crítica. Para él había una articulación indisoluble entre el quehacer científico, la labor intelectual y la acción social comprometida. Ese fue uno de los sellos y herencias de los que dejó constancia a su paso por los distintos espacios institucionales donde trabajó, incluyendo el CIESAS. Sus palabras de aliento y apoyo decidido donde se necesitaban fueron otras, y no menos importantes.
- El acompañamiento de Marta Eugenia García fue también importante. Para el funcionamiento y progresión del PIBI, debo mencionar también el inestimable apoyo brindado por varios colegas académicos y administrativos de lasdistintas unidades del CIESAS, pero por cuestiones de espacio no los enlisto aquí. ↑
- El IFP y, por ende, el PIBI, concluyeron su funcionamiento en 2013, conforme al plan original de la Fundación Ford. ↑
- Ese año se firmó el primer convenio entre el CIESAS y el Conacyt para continuar con el tipo de apoyos y acciones que el CIESAS venía encabezando en México a través del PIBI, dando así origen al actual Programa de Becas de Posgrado para Indígenas (Probepi). ↑