Señorita Albina Muñoz Valdivia, profesora y alfabetizadora
en León, Gto.
(1934-ca. 1960)

Cirila Cervera Delgado[1]
Mireya Martí Reyes
Universidad de Guanajuato

Introducción

En este artículo se presenta el caso de la señorita Albina Muñoz, quien es recordada en el Barrio de San Miguel, en León, Gto., por su obra educadora, enseñando a leer y escribir y a hacer las operaciones matemáticas básicas a niñas, niños y adolescentes, fuera de un contexto escolarizado, en un periodo que va de mediados de la década de 1930 y hasta 1960. El texto está construido con base en los testimonios de mujeres que vivieron la obra de Albina, y recurriendo a datos que aportan a la construcción del contexto histórico; estos son los mínimos, pues el enfoque metodológico impele a ceder el espacio protagonista a las voces vivas. Es muy probable que Albina no palpara la influencia de su obra, pero su memoria permaneció en las personas que fueron parte de su iniciativa. Más improbable es que se percatara de que impulsó un modelo de enseñanza humanista y en libertad, muy adelantado para la época.

Los primeros pasos

Albina Muñoz Valdivia nació en el Barrio de San Miguel, de León, Gto., en octubre de 1922. Fue hija de don Timoteo Muñoz y doña Tula Valdivia. Fue la menor de diez hermanos.[2] San Miguel tuvo su origen en una antigua población otomí, y se ubica al sur de León, muy cerca de la estación del ferrocarril. Es atravesado por la Calle Real (hoy Independencia), que comunicaba ese punto con la iglesia Catedral, en el centro de la ciudad. Por la Calle Real circularon las mercancías trasladadas por el tren, el tranvía y las primeras rutas de los camiones de pasajeros.

El encuentro de Albina con la docencia sucedió cuando apenas contaba con escasos 12 años, en 1934. Entonces, don Antonio Saldaña Sánchez era el párroco de San Miguel. El cura, formado a la vieja usanza como “Padre” de todos los fieles, manifestó una fuerte necesidad y disposición de catequizar a la población infantil. Esos años no fueron fáciles para el común de la gente del lugar: la amenaza de un gobierno socialista apuntaba especialmente a la Iglesia, y el cura Saldaña interpretó que debía incrementar su labor evangélica con la enseñanza del catecismo a todas las niñas y niños de San Miguel, cabecera de un decanato que abarcaba varias colonias. “Él y el sacerdote vicario no eran suficientes para atender las ceremonias propias de una iglesia ni, mucho menos, hacerse cargo de adoctrinar a niñas y niños”, declaraba Lucita Gómez, vecina del barrio y maestra de la Escuela de San Miguel.

Con la misión de enseñar la doctrina cristiana a la niñez sanmiguelense, y, de paso, las primeras letras, don Antonio Saldaña reunió un grupo de adolescentes del barrio para instruirlos, para que, en poco tiempo, f ueran ellos los catequistas de otros. Así fue como Albina se encontró con una vocación que perduraría en el tiempo. Albina, a esa edad, ya estaba alfabetizada gracias a una serie de circunstancias que facilitaron su aprendizaje. Don Josafat Lira, un vecino y pariente lejano, viajaba periódicamente como emigrante legal a los Estados Unidos para la época de las cosechas; él aprendió a leer allá y, en cierta ocasión, trajo a México unos boletines que llegaron a manos de Albina. Don Josafat y don Timoteo platicaban largas tardes sobre temas de política —ambos partidarios de una idea de democracia que se traduciría, un poco más adelante, en el Sinarquismo, que tuvo como cuna la ciudad de León, Guanajuato—. Apegada a su padre, Albina no fallaba en esas tardes de plática y lectura de los dichos boletines y algún ejemplar de periódico. Así aprendió a leer, pero no a escribir.

Saber leer sería una ventaja en el grupo que conformó el párroco. Albina destacó rápidamente, no sólo en la técnica, sino también en la vocación de enseñar. Enfrentó, sin embargo, una barrera invisible, pero férrea: ella podía enseñar sólo a niñas, en modo alguno debía interactuar con los niños que asistían a la doctrina. A la larga, ese hecho se convirtió en uno de los incentivos que la llevó a concebir de otro modo su labor catequética y alfabetizadora. Por el momento, pasaba sus tardes en la parroquia, haciendo que las niñas aprendieran de memoria el catecismo católico, que comenzaba con la pregunta “¿Quién te creó?”, a la que, en coro, se debía contestar con énfasis “¡Me creó Dios!”; “¿Para qué te creó?”, “Dios me creó para que lo conozca, lo ame y aprenda sus mandamientos”. Proseguía la recitación de expresiones repetidas en coro. Además, el párroco dispuso que su grupo de adolescentes se formara también en áreas básicas de lectura, escritura y dibujo, sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Algunas lecciones las dieron él y el vicario y, muy probablemente, haya contratado a alguna profesora. De esa forma, Albina aprendió las herramientas básicas para ser maestra.

Los inicios de una vocación

A los pocos meses de ser catequista, el padre Saldaña incorporó a Albina a su planta docente en la Escuela de San Miguel o “la escuela del cura”, como se conocía al colegio anexo al templo: propiamente una extensión de la construcción parroquial.[3] Claro, en esos tiempos no era obligatorio contar con estudios especializados para ser profesora en un plantel con esas características y, finalmente, Albina contaba con lo esencial: saber leer y escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir, temas básicos de historia y geografía, y tener vocación. Por lo tanto, a los 13 años era maestra de niños casi de su misma edad y varios menores y mayores que ella.

Entre 1942 y 1945 Albina fue profesora de Lucila, quien la describe así:

La señorita Albina era bajita y delgada, de tez muy blanca. O es que yo la veía más blanca por la vestimenta negra o azul marino que usaba. No sólo ella. También la señorita Felisa vestía igual… y la señorita Angelina y la señorita Irene. Llevaba su pelo recogido en un chongo alto, pocas veces la vi en la escuela con el cabello suelto, que tenía muy negro, largo y lacio.

Lucila dibuja la imagen de las profesoras de esa época, a mediados del siglo pasado. No sólo el color y el estilo de la vestimenta: de tonos oscuros, con vestidos de cuello alto, de manga larga o tres cuartos y por debajo de las rodillas. Las blusas y faldas, en su caso, debían ajustarse a ese patrón. Lucila también confirma la manera de referirse a las maestras: señoritas. El término se apegaba a la condición de célibes y solteras de muchas profesoras, pero también a su juventud: eran casi adolescentes cuando empezaban con su labor magisterial.

Lucila recuerda que había dos textos fundamentales en las clases de la señorita Albina durante el primer año: el catecismo (es probable que se tratara del Catecismo de la infancia, muy en uso en aquella época) y el diccionario. Posteriormente, sería la historia sagrada (estudio del Antiguo y Nuevo Testamento) y un diccionario más completo. Lucila recuerda que se llamaba Tesoro de la Lengua Castellana o Española. También era común el uso del ábaco. Las clases eran repetición de memoria de los datos que la señorita Albina decía y el grupo respondía a coro. El grupo de Lucila era de sólo niñas, unas 15 o 20. Iban a clases en las mañanas y en las tardes. También acudían a la misa de ocho de la mañana todos los viernes y, cuando ya habían cumplido con el sacramento católico de la primera comunión, era obligatoria la confesión con el mismísimo cura, quien era, a la vez, el director del colegio. Estas actividades no eran extraescolares: formaban parte de la programación obligatoria del plantel, y en periodos cercanos a la fiesta del Santo Patrono se incrementaban las horas de catecismo, a fin de que cumplieran con este precepto la mayor cantidad de niños y niñas durante las fiestas del barrio, siendo el día mayor el 29 de septiembre, dedicado a San Miguel Arcángel.

La señora Francisca Ramírez, o Pachita, recordaba también las clases con la señorita Albina. Para ella había sido muy significativo aprender a leer. Por como describía este proceso, la señorita Albina debió seguir el método silábico, siguiendo una cartilla, como el Silabario de San Miguel[4] (herramienta muy eficaz en la enseñanza de la lectura y la escritura que la Iglesia había puesto en uso muy frecuente desde la época virreinal), en combinación con el método onomatopéyico o fonético, atribuido a Gregorio Torres Quintero y cuyo origen, descripción y aportes pueden ser consultados en el trabajo de Aguirre y Rodríguez (2008).

Pachita fue a la Escuela de San Miguel muy poco tiempo. No concluyó el segundo grado de primaria, pero aprendió a leer y escribir y a hacer sumas y restas. Albina fue su profesora en ese periodo escolarizado y, unos años después, fueron compañeras en un grupo semejante a un colectivo de teatro, en el cual ensayaban sainetes y las típicas pastorelas, características de las décadas de 1940, 1950 y 1960 en el barrio de San Miguel. Esta especie de práctica teatral exigía la memorización del libreto completo de la obra. Pachita, a sus casi 80 años, reproducía los textos de su personaje, “Gila” o “Gilita”, y los de los demás participantes, entre ellos los de Albina, que hacía el papel de la Virgen María y era la directora de la pastorela.

Es muy probable que la participación de la señorita Albina en estas actividades, no normadas por el párroco y director de su escuela, le mostraran un horizonte más amplio de su vocación de enseñante, porque pronto comenzó a dar indicios de inconformidad con las reglas disciplinarias del plantel. Manuelita, sobrina directa de Albina, relataba que muchas veces se le veía triste cuando regresaba de trabajar y hacía comentarios sobre los castigos que el resto de sus compañeras infligían a los niños y niñas. La aún jovencita profesora Albina no estaba de acuerdo con el lema “La letra con sangre entra”, usado como sinónimo, incorrecto pero aceptado, de disciplina. Sin embargo, aceptaba que ella no sabía cuál era la alternativa a una pedagogía basada inclusive en la crueldad. No entendía las razones para no tener grupos mixtos ni para que a los alumnos se les prohibiera convivir con las niñas y viceversa.

Un nuevo comienzo: otro horizonte pedagógico es posible

A manera de hipótesis, se puede suponer que la normatividad y prácticas llevaron a Albina a dejar su trabajo en la escuela de San Miguel, pero, lejos de renunciar a su labor educadora de niñas y niños de su barrio, y casi sin darse cuenta, se convirtió en una alfabetizadora que inspiró varias vocaciones magisteriales.

El párroco Antonio Saldaña concedió a Albina que continuara como catequista, una labor que extendió de los salones de la escuela a su casa, distantes entre sí apenas unas ocho cuadras. Como muchas casas típicas de esa zona y ese tiempo, la de la familia Muñoz Valdivia contaba con un patio grande, en donde crecían los mezquites. Estos árboles daban la sombra necesaria en las tardes en que Albina acomodaba a las niñas y niños que iban para aprender el catecismo, que, muy pronto, se transformó en clases de alfabetización.

En un marco actual de interpretación pedagógica, se puede afirmar que la señorita Albina tenía una enorme conciencia social y educadora. Convirtió el patio de su casa en un aula en donde todos los días recibía entre cinco y siete niños y niñas diferentes, pues se iban rolando la asistencia por turnos, entre dos y tres días por semana. Sin las restricciones reglamentarias de una escuela, Albina instituyó su centro alfabetizador. No cobraba una colegiatura y no hizo discriminaciones entre géneros, aunque no tenía manera de certificar los conocimientos adquiridos. Pero hay que recordar que era lo que menos importaba en esa época,[5] porque el valor estaba en aprender a leer y escribir y a hacer las operaciones básicas y, además, en un ambiente de total libertad.

Lucila atestiguaba que la señorita Albina tenía una habilidad innata para la enseñanza, pues se las ingeniaba para construir un pizarrón con una lámina y un gis con un trozo de carbón o de yeso endurecido. La introducción de las libretas en lugar del pizarrín facilitó a las niños y niños hacer los ejercicios y las tareas, aunque estas eran actividades que se realizaban en las dos horas de “clase” que daba Albina. Como asientos tenían unas tablas elevadas por bloques de tabiques.

Cuando llegó el programa de alfabetización a León, la señorita Albina ya se había adelantado enseñando a leer y escribir a muchos niños y niñas del barrio y muchos muchachos. Los dueños de las tiendas grandes como “El puerto”[6], y “Río bravo”[7], le pedían a la señorita Albina que les enseñara a sus dependientes a hacer cuentas. Le ofrecían un pago, pero ella prefería recibirlo en especie: con manteca, frijol, azúcar, velas y petróleo… yo creo que no cobraba, [pero ellos] le agradecían de esa manera.

Como se señaló antes, Albina no se propuso ser maestra, ni inspirar a algunas muchachas a que lo fueran, pero su obra sí animó esas vocaciones. Lucila es un ejemplo. La cercanía de sus familias y hogares pudo haber influido, por supuesto, más declara:

Mi mamá y mi papá no se esperaban que les dijera que quería estudiar la secundaria y luego la Normal; hasta creo que les costó mucho ver que me iba hasta Guanajuato. Fueron y me encargaron con la familia en donde llegué a vivir, por el rumbo de Las Embajadoras. Pero regresé con un título y una plaza que me llevó a ser maestra por casi 40 años. Para entonces, ya no supe más de la señorita Albina. Me dijeron que se había ido a Arandas [Jalisco] con su mamá (su papá había fallecido antes). Nunca más supimos de ellos…

También por ella estudió Rosita y Sabina. Éramos contemporáneas. Y también trabajaron durante mucho tiempo. Llegaron a ser directoras de sus escuelas. Este barrio destacó por tener muchas maestras, más cuando se abrió la Normal aquí… pero esa vocación tiene raíces en lo que hizo la señorita Albina y el camino que nos enseñó a otras.

Pero, además, Chimina, Chelo, Evarista y Petra aprendieron a leer con la señorita Albina. No recuerdo otros nombres, pero te apuesto que muchas muchachas de la [calle] Honda, Río Conchos, Río Nazas, Centenario, Calle Real y hasta de la Luz [colonia “La Luz”]… conocieron lo que hacía: que enseñaba gratis y tomaron sus clases.

Las declaraciones de Lucila se comprueban. En efecto, el barrio de San Miguel aportó muchas alumnas y alumnos a la escuela Normal, sobre todo en las décadas de los 70 y 80. Es arriesgado atribuir este hecho a la labor de la señorita Albina Muñoz Valdivia sin evidencias concretas, pero su influencia sí estuvo presente durante los años que corrieron a mediados de 1930 y hasta 1960, aproximadamente, cuando se muda de residencia. Lucila, Manuelita y Pachita, entre otras personas grandes, la recordaban en sus tardes de pláticas. Pachita, particularmente, agradecía haber aprendido a leer sin ir a una escuela formal. Para ella, la alfabetización fue un regalo que le llevó a conocer horizontes culturales impensables para su condición.

Lucila repetía una y otra vez: “la señorita Albina nos abrió las puertas a otro mundo. Nos regaló las letras y el saber de los números […] a otras nos hizo pensar en ser maestras. Y nosotras enseñamos esta profesión o los que vinieron después”. Este es parte del legado de Albina, una señorita que se dedicó a educar fuera de una institución que le constreñía por sus formas y que le llevó a realizar una obra que traspasó a otras vidas.

Conclusiones

Visibilizar la obra educadora de las profesoras hace posible conocer la evolución de una tarea y quehacer de alto valor social: el magisterio y la docencia. La historia de la señorita Albina Muñoz Valdivia muestra una forma de convertirse en una educadora, acaso por circunstancias fortuitas como su inicio como catequista, pero, a la larga, es manifestación de una toma de conciencia de la enseñanza como una labor humanitaria, alejada de los cartabones de la época. Tal vez sin saberlo, Albina desafió la costumbre y, luego de una breve incursión como profesora de la Escuela de la Parroquia de San Miguel, se alejó de las prácticas discriminatorias (separando a las niñas de los niños) y de los castigos severos que aplicaban profesores y profesoras como medidas disciplinarias.

La señorita Albina destinó el patio de su casa y su tiempo a alfabetizar a niños, niñas y adolescentes de su barrio de San Miguel, sin mediar un pago, horarios ni medidas rígidas de control. Los testimonios de personas que le fueron muy cercanas confirman que instituyó su propia escuela y sus recursos didácticos. Un juicio actual, probablemente, indique que su preparación no fue profesional, y, por tanto, que sus enseñanzas no fueron sólidas. Sin embargo, su obra, además de contribuir a alfabetizar a un barrio, inspiró a maestras como Lucila.

Finalmente, la historia oral como recurso para construir la historia local, aun con sus alcances, requiere de la fundamentación o complemento de otras fuentes; para la construcción de este artículo no fue posible localizarlas. Esto obliga a persistir en el planteamiento y desarrollo de proyectos para visibilizar la historia de las maestras, con nombre y apellido, y, por tanto, la historia de la educación.

Referencias

Aguirre Lora, M. E., y Rodríguez Álvarez, M. de los Á. (2008). El método onomatopéyico: Un diálogo a la distancia de Torres Quintero con Comenio. Memoria, Conocimiento y utopía, 4(5), 51–73. https://doi.org/10.29351/mcyu.v4i5.495

Canales Sánchez, A. (2011, 7 de abril). Un mayor nivel de calificación escolar. Campus Milenio, (410). https://www.ses.unam.mx/publicaciones/articulos.php?proceso=visualiza&idart=1026

Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) (s/f. Posterior a 2020). Analfabetismo. Cuéntame de México. https://cuentame.inegi.org.mx/poblacion/analfabeta.aspx?tema=P#:~:text=En%20M%C3%A9xico%2C%20durante%20los%20%C3%BAltimos,no%20saben%20leer%20ni%20escribir

Muñoz Mancilla, M. (2017). Evolución de los procesos de alfabetización en México: de silabarios a prácticas sociales de lenguaje. Trayectorias Humanas Trascontinentales, (2). https://doi.org/10.25965/trahs.476

Rendón, C. (2020, 26 de mayo). Historia del templo de San Miguel. Bonito León. https://bonitoleon.com/christianrendon/historias/historia-del-templo-de-san-miguel/

Entrevistas

Gómez, Ma. de la Luz (Lucita). Notas de diálogo en talleres de actualización realizados en el verano de 1991.

Ramírez, Francisca (Pachita). Notas de diálogo en diferentes visitas a su casa, entre 1990 y 1995.

Ramírez, Lucila. Entrevista realizada en 2004.

Valdivia, Manuela (Manuelita). Entrevista realizada en 2004 y notas de diálogo en visitas a su casa, entre 1993 y 1998.


  1. Departamento de Educación. |Correos: cirycervera@ugto.mx y mireya@ugto.mx
  2. Información construida con base en entrevista con la profesora Lucila Ramírez, discípula y sobrina de Albina.
  3. La Escuela Parroquial de San Miguel Arcángel fue fundada en 1878 por el párroco de ese entonces, Jesús Alcaraz, originalmente solo para niños. Es el origen de la escuela “Fray Bartolomé de las Casas”, denominación que le dio, en 1921, el señor cura don Antonio Saldaña Sánchez, quien fuera párroco por más de 40 años de la Parroquia de San Miguel. A este sacerdote se le reconoce como un gran formador en las aulas de la escuela parroquial, inspirador de vocaciones docentes y sacerdotales en todo el barrio. (Notaría de la Parroquia de San Miguel).
  4. Según Barbosa (1971), a Nicolás García de San Vicente se le atribuye uno de los silabarios que más se utilizaron para la enseñanza de la lecto-escritura en el mundo de habla hispana, ampliamente conocido como silabario de San Miguel o de San Vicente. (Citado en Muñoz, 2017: 10).
  5. Canales (2011) reporta que en 1950 alrededor del 44% del total de población en México mayor de seis años era analfabeta. Para 1970, este índice se ubicaba en 25.8%, según información del INEGI. Dado que este último dato toma la población mayor de 15 años, se presupone una cifra mucho mayor al incluir a niñas, niños y adolescentes de entre 6 y 15 años.
  6. Tienda de abarrotes ubicada en la esquina de Independencia (o calle Real) y Río Conchos.
  7. Tienda de abarrotes localizada en el Jardín de San Miguel, a unos pocos metros de la entrada a la Parroquia del mismo nombre.