Santos, vírgenes y dueños: religiosidad étnica de don José Chi, un maya peninsular de Campeche

David de Ángel García
CEPHCIS-UNAM
corle_spck@yahoo.es


Don José Chi ante su altar doméstico. Nunkiní, Campeche, 31 de julio 2019.

Don José vive en el poblado campechano de Nunkiní, donde nació hace 87 años. Es bilingüe maya-español, aunque la primera es su lengua materna. Viudo desde hace 8 años, tiene siete hijos, cinco de los cueles tienen sus viviendas en el terreno familiar donde don José tiene su propia residencia. Desde los diez años, hasta la fecha, se dedicó al trabajo del campo, sembrando maíz, calabaza, frijol, chiles, y otros productos de temporada, propios del sistema de milpa peninsular.

Don José se autodefine como católico, aunque reconoce que no acude a la iglesia más que un par de veces al año, debido a la gran demanda de tiempo que le exige su trabajo en el campo. Sin embargo, destaca la importancia que la religión ha tenido siempre en su vida, y la considera como la principal herencia que dejará a sus hijos y nietos. En este sentido, la práctica religiosa de don José se encuadra a la perfección en lo que diversos autores consideran “catolicismo popular de las áreas indígena” (Bartolomé, 2006) o las “religiones étnicas” (Barabas, 2006), en las que conviven una doble lealtad hacia ciertas entidades sagradas originarias del catolicismo tradicional de origen colonial (cristos, santos y vírgenes), y otras propias del universo cultural mesoamericano (dueños de los espacios, la naturaleza y los fenómenos naturales). Más allá del origen de cada uno de los destinatarios de las prácticas y creencias de don José, lo cierto es que para don José, el “estar a mano” y cumplir en tiempo y forma con sus obligaciones hacia estas entidades poderosas, es motivo de orgullo y la principal causa de que en toda su vida nunca le haya faltado nada de lo que considera esencial en la vida de un hombre de bien: ánimo y fuerza para trabajar cada día, salud y una familia unida. Finalmente, destaca el papel central que tuvo su difunta madre en la transmisión de la importancia que tiene la religión en su vida, cuenta que le decía: “Cuando regresas de tu trabajo, acuérdate de la virgen, acuérdate del san Diego. Todas las imágenes, adóralos. El día de mañana, si no estoy, adóralo, acuérdate, es el único que te pido […] que te dan salud, fuerza, que te dan ganas de trabajar para buscarte algo de comer a tus hijos”.

En la particular práctica del catolicismo, o “catolicismo a su manera” (Parker, 2008), de don José, destaca la existencia de un dios padre y creador, denominado indistintamente Jajal Dios o Tatá Dios, quien reside en lo alto del cielo, junto al sol, y a quien cada jornada le dedica rezos, al levantarse y acostarse, con el fin de contar con su apoyo y agradecerle su ayuda. La fórmula del rezo es, con muy pocas variaciones:

Dios te estoy pidiendo una Santa Bendición a Ti / Dios ayúdanos / Estamos trabajado diario, estás viendo que nosotros estamos trabajando / Parecemos animales diariamente, pero es para vivir / Nosotros estamos trabajando el monte / ahora queremos que nos tires tu bendición / que nos regales el Santo alimento que trabajamos / así pedimos al Santísimo / Porque nosotros cuánto trabajo hacemos, diario, diario / Estás viendo como estamos trabajando / Nosotros parecemos animales, no descansamos, pero es para vivir / Estamos trabajando (porque) a los chamacos hay que criar / No les enseñamos a robar a ellos porque es vergüenza para nosotros / Eso pedimos al Señor Dios / Esa bendición pedimos.[1]

Sin embargo, dada la lejanía espacial de esta deidad, cuando lo que se busca es obtener ayuda inmediata y solicitar favores circunscritos al ámbito personal y familiar, entonces se recurre a entidades mucho más cercanas, a las que don José considera pertenecientes al ámbito local. Dichas entidades cuentan con una o varias representaciones materiales en el espacio doméstico del altar de don José y en la iglesia de Nunkiní, y son, además, las destinatarias de la mayoría de las devociones y peticiones que realizan, tanto don José y los miembros de su familia extensa, como los vecinos de Nunkiní en su conjunto. A este conjunto de entidades don José las denomina genéricamente con el apelativo de “santos”, y su importancia en la religiosidad vivida de nuestro protagonista se justifica por sus intervenciones, directas y milagrosas, en algún episodio concreto de su vida. En este sentido, los santos no son tenidos por figuras históricas de la tradición católica, sino por deidades del ámbito local que se caracterizan por su capacidad de obrar “milagros” en beneficio de sus fieles.[2]

Así, en primer lugar, destaca la figura de san Diego de Alcalá, santo patrón de Nunkiní, y a quien don José considera “el jefe” o “el macizo” de su panteón particular, tanto por la calidad como por el número de acciones milagrosas que se le adjudican en el ámbito comunitario y a nivel personal. El propio don José recuerda, emocionado, un favor que le solicitó al santo patrón hace ya muchos años, cuando se extravió un semental de su madre en el monte, y cómo, después de varios días de búsqueda, el santo apareció en sus sueños para indicarle el lugar exacto donde encontrarlo. Por tal motivo, además de asistir cada año con su familia a los actos religiosos de los dos periodos festivos que la comunidad realiza en honor a san Diego de Alcalá, coincidiendo con esas fechas don José realiza ofrendas de velas y flores ante los dos retratos del santo que tiene en su altar doméstico, y paga a dos rezadoras para que hagan un rezo.

Otro “santo” de gran trascendencia en la vida de don José es el Ts´uulilK´áak o Caballero de Fuego, una entidad sagrada de ámbito exclusivamente local, profundamente vinculada con el santo patrón en la tradición oral, y a la que se considera “muy milagrosa”. Desde hace muchos años don José participa activamente en la celebración de esta entidad como “socio” de la sociedad encargada de la organización y realización de sus festejos, aportando cada año su donativo (en especie) y acudiendo a trabajar en la construcción de la imagen y en la recolecta de fondos que se hace por toda la comunidad para poder sufragar los gastos derivados de la fiesta. El origen de su implicación en esta celebración está en las enseñanzas de su madre, quien fue muy devota del Caballero de Fuego y, como tal, durante muchos años participó en sus celebraciones, pues aseguraba que siempre le había ayudado en su trabajo como partera: “para que nazcan bien los bebés, que crezcan bien, es lo único que te pido señor; así le dice al Ts´uul. Pues salen bien todos los niños”. Cuando su madre cumplió los 76 años le pidió a don José que ocupara su lugar en la sociedad del Ts´uulil K´áak, algo que ha venido haciendo hasta la fecha. Ya como socio, don José se ha podido beneficiar del milagro del Caballero de Fuego, a través de la sanación de los pavos que habitualmente cría en su solar.

Otra figura que adquiere gran relevancia en la religión vivida de don José es la imagen de la virgen de Guadalupe que, desde hace poco más de una década, tiene en su altar, y la cual fue traída desde Mérida por una de sus hijas. Al poco de llegar don José decidió ofrendarle una novena, en la cual se implicaron todos sus hijos y no tardaron en sumarse varios vecinos. A día de hoy la novena cuenta con más de treinta nocheras, que se encargan de sufragar los gastos derivados de las nueve noches de rezos y reparto de alimentos. La última noche de la novena está a cargo del propio don José, quien sacrifica un cerdo adulto en honor a la virgen, y ofrece tacos de cochinita pibil a todas las personas que deseen acompañarlos durante el rezo. En este sentido, en torno a las imágenes se coordina un sistema de relaciones y acciones que agrupa al grupo familiar extenso y a varios vecinos, quienes se organizan para ofrecer una novena a la virgen de Guadalupe (Cohen y Mottier, 2016). La devoción de don José hacia la virgen se sustenta, de nuevo, en sus probadas cualidades milagrosas, de la que ha hecho gala en dos ocasiones. Apareciendo en sus sueños, la virgen lo sanó de una grave enfermedad y, en otra ocasión, le solicitó la construcción de un muro para evitar que la gente que pasaba por la calle pudiera verla, a cambio de este trabajo le premió con un gran pavo de monte.

Por último, además de su participación en devociones hacia entidades del universo católico, como el santo patrón, el santo Cristo o la novena en honor a la virgen de Guadalupe, don José realiza periódicamente ofrendas rituales a los “dueños” milenarios de los espacios mayas o Yuumtzilo´ob. Para cumplir con esta obligación, cada seis meses un jmeen o especialista ritual realiza en el solar familiar los rezos oportunos y las ofrendas de saká,[3] veladoras, copal, tabaco y trago, con que se alimentan los aluxes y balames en el ritual denominado ukli´solar o bebida de solar. De esta forma, los “dueños” sobrenaturales del espacio doméstico renuevan su protección hacia los moradores. En caso de no realizarlas, los agraviados dueños causarán enfermedades a los infantes o provocarán la muerte de los animales domésticos, para recordar a los humanos su milenaria obligación de retribuirles. Asimismo, cada año la familia de don José debe realizar otro ritual de ofrendas: el jaanlikool o comida de milpa. Se trata de un ritual más complejo y costoso que implica la elaboración, por parte del especialista ritual, de varios guisos a base de maíz, frijol, pepitas de calabaza y un pavo, sacrificado especialmente para la ocasión. La finalidad de este ritual es agradecer a los “dueños” los productos obtenidos en la milpa, y renovar el permiso y su protección para quienes la trabajan, pues como el propio don José menciona:

Para los aluxes, para baalmika´ax. Nosotros hacemos la promesa de la milpa, porque hay veces enfermamos, o tus criaturas, tus hijos, hay veces no duermen, están llorando. Entonces los jmeen, vamos para que saquen su suerte y ver lo que está pasando. Entonces dice: mare, están castigando al niño por los aluxo´ob, ya es hora para que le das algo a ellos, para criar a los aluxes. Cuando viene el jmeen que va a dar está listo: mete su azúcar, tiene que moler el cacao, después lo sube en la mesa y empieza a cantar el señor. Después lo baja y empieza a repartir a todos. Después el pom (incienso) lo mira y dice que ya lo recibieron. Como nosotros estamos haciendo milpa tenemos que hacerlo. Cada año tienes que dar su comida porque cuando te hacen mal no te dejan dormir, enferman los chamacos todo. Los aluxes, cuando hacen el saká para ellos, te cuidan la milpa, ya no vuelven a comer los animales. De noche ellos andan en la milpa, hacen ruido, pues no entran los animales. Así está su historia. Por eso le tienes que dar sus rezos, su pib, su pavo, todo eso, porque si haces eso te cuidan.

El enfoque metodológico de la “religión vivida” (Ammerman, 2007; McGuire, 2008) aplicado a este trabajo ofrece mayor visibilidad a ciertos aspectos, personales e íntimos, de la práctica cotidiana y la fe de don José, más allá de su pertenencia al universo cultural indígena. Estos elementos individualizantes han sido tradicionalmente obviados en los trabajos antropológicos sobre las religiones étnicas en México, en los que la comunidad ha sido la unidad mínima de análisis. Bajo esta premisa de la “religión vivida”, y pese a la tensión que se genera al explicar el culto a un santo patrón desde la óptica de un solo individuo, poner el foco sobre el testimonio de don José nos permite apreciar y recrear con lujo de detalle, el tipo de relación que, con los años, ha ido tejiendo con las deidades y conformando sus propias prácticas religiosas. Además, aproximarnos a la trayectoria vital de don José nos permitió conocer sus decisiones y sus motivaciones, las que confeccionaron su particular itinerario devocional.

Bibliografía

Ammerman, Nancy (2007), Everyday Religion: Observing Modern Religious Lives, Oxford, Oxford University Press.

Barabas, Alicia M., (2006), Dones, dueños y santos. Ensayo sobre religiones étnicas en Oaxaca, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia y Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa.

Bartolomé, Miguel Alberto (2006), Gente de costumbre y gente de razón, México, Siglo XXI Editores.

Cohen, Anouk y Damien Mottier (2016), “Pour une anthropologie des matérialités religieuses”, Archives de sciences sociales des religions, núm. 174, pp. 349-368.

McGuire, Mary (2008), Lived Religion. Faith and Practice in Everyday Life, Nueva York, Oxford University Press.

Ruz Sosa, Mario H. (2006), “La familia divina. Imaginario hagiográfico en el mundo maya”, en De la mano de lo sacro. Santos y demonios en el mundo maya, Mario H. Ruz Sosa (ed.), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, pp. 21-66.

  1. Traducción del maya al español gentileza de mi amigo don José Suárez Chi, Nunkiní, Campeche.
  2. Mario Ruz ha ilustrado cómo los santos patrones son “una de las fórmulas más creativas y exitosas que diseñaron los pueblos mayas coloniales, y continúan recreando sus descendientes, para amalgamar su propia historia —pasada y futura— con el universo ideológico que les fue impuesto hace ya casi 500 años, sin por ello perder su elemental derecho a la diferencia cultural y religiosa” (Ruz, 2006b: 17).
  3. Bebida ritual elaborada a base de maíz nuevo no nixtamalizado, azúcar o miel, y granos de cacao tostados.