San Rafael

Olivia Vivanco

 

Llegaba el señor de la nieve con su carrito de ese de

cuatro rueditas con sus botes de nieve y gritaba: “la nieve de

limón, la nieve de limón”. Y ahí todos los chiquillos salíamos a

comprar la nieve de limón, rica la nieve también. Y eso era

diario, todas las tardes era el señor de la nieve.

María Luisa Vivanco, 63 años.



 

Guadalupe de 16 años, de Tamaulipas y Luis de 24, proveniente de Michoacán, coincidieron en la ciudad de México en 1950. Fue en la colonia San Rafael en donde se conocieron (en la calle de Velázquez de León), se hicieron novios (en el Cine Ópera), se casaron (en la Iglesia de los Santos Cosme y Damián) y vivieron toda su vida (en Icazbalceta y Velázquez de León). Tuvieron ocho hijos, cinco de los cuales continuamos viviendo en la colonia.

Al igual que ellos llegaron en esos años a la San Rafael, así como a la Santa María, Tabacalera y Guerrero, muchas familias de otros estados atraídas por el auge económico del milagro mexicano y las promesas de trabajo, modernidad y progreso. Colonias populares, ubicadas en el primer cuadro de la ciudad y con rentas accesibles, albergaron a esos migrantes que se arraigaron a ellas, crearon redes, prosperaron y las enriquecieron con sus tradiciones y costumbres. Consideradas durante muchos años como “viejas”, poco glamorosas e incluso “riesgosas” están siendo ahora, por su excelente ubicación y acceso a todos los servicios, víctimas de la especulación inmobiliaria y de la gentrificación.

Debido justamente a la accesibilidad de las rentas, pocos habitantes buscaron hacerse propietarios de una vivienda, por lo que la exorbitante alza en los arrendamientos los ha orillado al desplazamiento. En los últimos meses, he visto desocuparse casas y departamentos que llenan mudanzas con su historia, cerrar fondas, tintorerías, peluquerías, farmacias y papelerías, construcciones de seis pisos que se levantan en tres meses, abrir tiendas de diseño, salones de tatuaje, “barber shops” y galerías de arte contemporáneo en los lugares más insólitos. Los servicios que ahora se ofertan, están dirigidos a la población de mayores ingresos que llega, no a quienes han habitado la colonia, muchos de los cuales, no tienen la capacidad económica para acceder a ellos. La supuesta modernización y artificiosa “rehabilitación” de estas colonias que durante años funcionaron con una estructura barrial establece, se convierten poco a poco para los antiguos residentes en exclusión. Es así que la paulatina salida de la población que por décadas residió en esta zona, devasta no sólo solo el paisaje, vulnera también la memoria colectiva y resquebraja el tejido social.

A partir de recorrer mi colonia con una constante sensación de extrañamiento y advertir día con día la velocidad con la que los cambios se están sucediendo, advertí de la urgencia y valor los registros visuales específicamente en video. Mi intención con estas imágenes es, a partir de la contemplación del cotidiano en diversas calles, fachadas y locales de la colonia, revelar por un lado los ritmos que conforman sus dinámicas y por otro, contextualizar al espectador con el espacio. Paralelamente, considero importante detonar la memoria de los residentes evocando espacios que ya no existen. Que los describan y revivan a través de las palabras, es una forma que encuentro de materializarlos y hacerlos permanecer.

Es así que mi propuesta para el Diplomado en Antropología del Arte integra ambos registros, conformándose por una serie de videos monocanal integrados cada uno a su vez, por nueve ”estampas en movimiento” (tomas fijas en video) de espacios de la colonia San Rafael. De forma simultánea la narración se sucede y cuando ésta termina, las estampas desaparecen para dar paso a la imagen que el espectador se ha formado en su mente.

La gentrificación es un fenómeno imparable, sinónimo inevitable de desplazamiento, documentar y generar registros es un intento de detener el tiempo.