San Quintín: laboratorio de la interculturalidad. Hacia un proyecto de universidad decolonial

Anayeli Bautista Tenorio, Ramón Guzmán Rojas, Selvio Ibáñez Guzmán
Grupo Gestor de la Universidad Intercultural de San Quintín

Everardo Garduño[1],
Asesor del Grupo Gestor de la Universidad Intercultural de San Quintín


Créditos de la imagen: Enrique Botello


Introducción

En la década de los ochenta, Néstor García Canclini (1989) calificó a la ciudad de Tijuana como un laboratorio de la posmodernidad. Durante esos mismos años, sin embargo, a tan sólo 430 kilómetros al sur de esta ciudad fronteriza, San Quintín comenzaba a erigirse en el laboratorio de la interculturalidad por excelencia del siglo XXI. El presente trabajo es una reflexión sobre el origen y las características de este laboratorio que ha sido propuesto por representantes de las comunidades locales, como sede de una universidad intercultural. Se trata de una institución de educación superior que da acceso a los sectores histórica y socialmente en desventaja, y que sea sensible a la diversidad cultural regional, no sólo a la expresada a través de las culturas indígenas, sino a todas las expresiones populares mestizas y afrodescendientes; una casa de estudios que sea un espacio para el diálogo de saberes en una forma dialógica, con particular énfasis en el conocimiento producido ancestralmente por los grupos locales; una universidad de la cual egresen no sólo profesionistas que satisfagan las necesidades del mercado laboral local, sino que forme actores sociales que impulsen el autodesarrollo y la transformación de sus comunidades.

División étnica del trabajo, poblamiento y diversidad cultural en San Quintín

En la década de los ochenta, San Quintín, Baja California, experimentó un inusitado auge de la actividad agrícola que propició un fenómeno de poblamiento y diversificación cultural. Por una parte, llegaron a la región jornaleros agrícolas de origen mixteco, zapoteco y triqui, “enganchados”[2] en su lugar de origen para trabajar estacionalmente en las actividades ligadas al ciclo vegetativo del tomate durante el verano; por otra parte, arribaron mestizos también “enganchados” en los valles de Culiacán y Guasave para trabajar en San Quintín en el empaque del mismo tomate. Esta división étnica del trabajo tenía sus ventajas para los productores: se designaba a los indígenas al trabajo más pesado, pensando que por sus limitaciones en el lenguaje español ignoraban sus derechos laborales y si llegaban a conocerlos, no protestaran por el temor a ser despedidos y quedar a la deriva a más de 2, 600 kilómetros de su tierra.

En esos primeros años, la producción hortícola en San Quintín se centraba casi exclusivamente en el tomate, cuya cosecha tiene lugar en el verano. Por esa razón, la migración fue inicialmente estacional, individual y masculina, y el patrón de asentamiento era fundamentalmente el campamento temporal dentro de las tierras de los horticultores: en esa época solamente había 3 colonias fundadas por inmigrantes, fuera de los ranchos de sus propios patrones, y 20 campamentos estacionales que se erigían dentro de dichas propiedades (Garduño, García y Morán, 1989).

En la década de los noventa, sin embargo, la creciente demanda de productos hortícolas en el mercado internacional impuso la necesidad de intensificar, diversificar y extender la horticultura regional. Se introdujeron entonces los cultivos de invierno, como la fresa y el cebollín, y la actividad hortícola se extendió más allá del valle de San Quintín, abarcando los poblados que se encuentran desde Eréndira hasta El Rosario, e incluso, hasta Baja California Sur. En este contexto, la demanda de fuerza de trabajo se amplió a todo el año y se impuso la necesidad de incrementar el número de trabajadores y de que éstos estuvieran dispuestos a quedarse a vivir en la zona. La búsqueda de mano de obra se extendió entonces a otras regiones indígenas del país, además de Oaxaca, dando como resultado el incremento de la población permanente o de residencia prolongada y de diverso origen étnico en la región. Además, el patrón migratorio y el de asentamiento cambiaron, al empezar a llegar familias enteras que buscaban alojarse fuera del campamento y que empezaron a protagonizar movimientos populares que demandaban tierra para construir viviendas lejos del patrón. El resultado fue la reducción del número de campamentos,[3] y la multiplicación del número de colonias y del volumen de la población residente. En la actualidad hay solamente 10 de los asentamientos estacionales y 59 colonias permanentes (Garduño, 2018),[4] y de acuerdo con INEGI (2010), de 1970 a 2010, la población localizada en la región de San Quintín creció de 8 mil 500 a 92,000 habitantes, de los cuales, el 52% es inmigrante y el 5% monolingüe. Esta población es en su mayoría de origen mixteco, zapoteco y triqui, aunque también hay amuzgos, mixes, huicholes, mayas, mazahuas, mazatecos, otomíes, purépechas, tarahumaras y tlapanecos (Garduño, Navarro, Ovalle y Mata, 2011). Incluso, de acuerdo con un censo elaborado por las propias organizaciones indígenas del lugar, en San Quintín se hablan hasta 42 lenguas originarias.[5] De esta manera, el valle de San Quintín se consolidó a lo largo de casi cuarenta años, en un escenario pluriétnico y multicultural.

Créditos de la imagen: Enrique Botello

San Quintín: laboratorio de la interculturalidad

En los años ochenta, Tijuana fue definida, junto con Nueva York, como un “laboratorio de la posmodernidad” (García, 1989: 293). Esto se debió básicamente a que en esta ciudad fronteriza se observaron procesos de hibridación cultural, de emergencia de nuevas identidades, y la configuración de identidades múltiples. Todo ello expresión de una rica diversidad cultural, resultado de procesos migratorios de distinto origen. En nuestra opinión, en San Quintín ‒a cuatro horas al sur de Tijuana‒ han tenido lugar procesos similares, aunque con marcadas particularidades que, sin embargo, dieron origen a lo que nosotros identificamos como un laboratorio de la interculturalidad. Las diferencias entre lo observado en Tijuana y San Quintín son las siguientes: mientras que en la ciudad fronteriza algunos flujos migratorios tienen un origen de clase diverso o han experimentado acelerados procesos de dispersión y diferenciación social, en San Quintín, los migrantes indígenas de distinto origen han estado vinculados a una misma situación de clase durante décadas. Esto ha permitido el reagrupamiento de estos migrantes en asentamientos o colonias indígenas que corresponden con un origen familiar, étnico, lingüístico o regional, en donde recrean, lejos de la mirada vigilante del patrón, elementos importantes de su cultura con los que hacen frente a las carencias derivadas de sus difíciles condiciones de vida y explotación. Así también, estos asentamientos han permitido que los migrantes interactúen y convivan de una manera horizontal con los otros grupos indígenas de diferente origen regional o lingüístico, y con el mismo objetivo de la supervivencia, lleven a cabo préstamos, transferencias y apropiaciones de carácter cultural;[6] más aún, sobre la base de la misma experiencia intercultural, los distintos grupos indígenas, algunos de ellos acérrimos enemigos en su lugar de origen, han diseñado alianzas organizativas y de movilización en este su nuevo lugar de residencia, como parte de una estrategia de resistencia para luchar por sus derechos frente a un dominante-Otro común.[7]

De esta manera, la reterritorialización de las culturas indígenas, acompañada de la práctica cotidiana de la interculturalidad en las colonias de este valle agrícola, subvierten aquel antiguo precepto de la aculturación que establecía como inevitable la ecuación migración-contacto-asimilación cultural,[8] Como se puede observar a través de un recorrido etnográfico por las colonias de migrantes residentes en la zona, después de casi cuarenta años de permanencia en el lugar, sigue estando presente la práctica de la herbolaria y la producción de maíz, fríjol y calabaza para el autoconsumo; en algunos casos se puede encontrar el tradicional baño de vapor, o temascal, y la presencia del telar de cintura, artefacto con el que estos indígenas elaboran su ropa tradicional y que ahora ponen al servicio de nuevos proyectos cooperativos de producción artesanal, en los que también se elaboran los antiguos cestos de palma, ahora con nuevos materiales de la región o incluso plástico. En un simple recorrido a lo largo de estos asentamientos, no sería extraño encontrarse con la celebración de una quinceañera, un bautizo colectivo o un funeral que observen las pautas dictadas por alguna de las tradiciones que aquí conviven, o con aspectos de varias de ellas (Garduño 2003). Incluso, si se acude en noviembre, se puede ser testigo de la celebración de la calenda con un desfile acompañado de bandas musicales interpretando los más variados estilos musicales, desde la tradicional chilena, la pirecua, el son, el jarabe o el huapango, hasta la cumbia, el pasito duranguense, la canción ranchera o el sonidero; así también, se puede observar la convivencia de los diversos “grupos culturales” de los indígenas migrantes de la región. Estos grupos culturales son agrupaciones con miembros que pertenecen a una misma etnia, como el Grupo Cultural Zapoteco, el Grupo Cultural Carnaval Mixteco, el Grupo Cultural Náhuatl o el Grupo Cultural Purépecha, aunque también son grupos conformados por miembros de un mismo pueblo, como el de San Juan Mixtepec, San Juan Copala, San Miguel El Grande, San Martín Itunyoso, Chalcatongo, San Agustín Tlacotepec, etc (Garduño, Mata y Navarro, 2010).[9]

Hacia un nuevo tipo de universidad intercultural decolonial en San Quintín

María Berteley (2013: 44) precisa que los procesos interculturales pueden ser analizados desde dos perspectivas, “unas dedicadas al análisis y evaluación de los procesos de planificación educativa de arriba hacia abajo y otras generadas de abajo hacia arriba, con la activa participación de las organizaciones indígenas”. Desde arriba, explica esta autora, el concepto de interculturalidad es utilizado para realizar diagnósticos y evaluar el impacto de la educación bajo distintas perspectivas, enfoques, programas y estilos en regiones indígenas y contextos de marcada diversidad cultural. Sin embargo, desde abajo, el concepto de interculturalidad puede ayudarnos a identificar procesos de apropiación, autonomía de facto e intermediación étnico-política, las tensiones y negociaciones que tienen lugar en los espacios intersticiales que posibilitan las políticas gubernamentales, a partir de las expresiones variadas y creativas asumidas a últimas fechas por el movimiento social e indígena en México (Bertely, 2013: 44-45).

En el caso particular del valle de San Quintín, desde abajo se puede dar cuenta del proyecto de creación de la Universidad Intercultural en la zona, como un propósito surgido en el seno mismo de las comunidades locales. Se trata de la iniciativa de cómo jóvenes que participan cercanamente con la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, egresados de la Universidad Autónoma Indígena de México y miembros de las comunidades indígenas que residen en este valle: Anayeli Bautista Tenorio (mixteca), Selvio Ibáñez Guzmán (mixteco), Ramón Guzmán Rojas (mixteco), Miguel Hernández Velazco (mixteco) y Leobardo Núñez Rivera (kiliwa), quienes constituidos en el Grupo Gestor y Promotor de la UISQ, han venido perfilando este proyecto desde 2012. En el último año, este grupo se ha dado a la tarea de reflexionar con sus comunidades, el Comité de Seguimiento de este proyecto (conformado por 36 representantes de los grupos indígenas y las comunidades, organizaciones sociales y los sectores público y privado de la localidad), la Comisión Académica para el Estudio de Factibilidad, representantes de la Dirección de Universidades Interculturales y de la Secretaría de Educación Pública del Estado de Baja California, acerca del tipo de universidad que pueda responder a las particularidades de este laboratorio de la interculturalidad del siglo XXI.

Como parte de estas reflexiones se ha reconocido, primero, que en el valle de San Quintín existen instituciones que han hecho visible y promovido durante décadas las múltiples expresiones de la diversidad cultural: este es el caso de la radiodifusora XEQIN La Voz del Valle, que lleva a cabo la promoción de la música tradicional indígena y de asesoría legal en materia laboral; el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, ahora Programa de Acciones Culturales Multilingües y Comunitarias, el cual ha apoyado a la producción artesanal y la organización de fiestas patronales; el Instituto Nacional Indigenista, luego Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y ahora Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, quien ha financiado proyectos productivos diversos; el Instituto Nacional de Educación para los Adultos y el Consejo Nacional de Fomento Educativo, quienes además de desarrollar un importante trabajo de alfabetización y nivelación educativa, han incidido en la divulgación de la tradición oral de los grupos locales.

Segundo, el análisis conducido por el Grupo Gestor con las demás instancias de este proyecto ha dado cuenta que a pesar del relevante trabajo de estas instituciones, no existen en la región programas que potencialicen la riqueza que la diversidad cultural ofrece en términos de sus múltiples saberes ancestrales y locales y sus variadas expresiones lingüísticas. En particular, en el valle de San Quintín están ausentes las oportunidades de educación superior con sensibilidad cultural, que abran la brecha de la movilidad social de los residentes más desfavorecidos e impulsen el desarrollo comunitario autosostenido.

Tercero, estas reflexiones colectivas han revelado cómo la educación media-superior y superior en la región están diseñadas para satisfacer las expectativas de los jóvenes mestizos de clase media y residentes de las zonas urbanas, y para atender la demanda inmediata de un mercado laboral dispuesto fundamentalmente por el sector privado. Se trata de un conjunto de instituciones, en su mayoría privadas y escasamente públicas, cuyos programas buscan el éxito comercial y se desentienden de una planificación a futuro en atención a las potencialidades de sectores económicos alternativos y emergentes, así como de los sectores público y social.

Más aún, estas reflexiones que señalan la ausencia de instituciones con una visión a futuro de las necesidades potenciales de la región, y la presencia de universidades carentes de sensibilidad social y cultural, han ayudado a identificar los costos que esto tiene para la región: 1) mientras que las universidades existentes en San Quintín ofrecen a los jóvenes la posibilidad de estudiar una carrera convencional que les permita encontrar empleo como administradores o contadores de una gran empresa, como agrónomos en la agroindustria tradicional de la región, o como técnicos en informática que los lleve a migrar y acomodarse en las grandes ciudades, los puestos de trabajo que requieren alguna formación técnica o profesional en las actividades emergentes antes señaladas (como la enología, la biotecnología o la acuacultura), son cubiertos por una élite de profesionistas-migrantes no-indígenas, procedentes de las grandes ciudades e incluso del extranjero; 2) debido a la falta de profesionistas formados para el sector público en el valle de San Quintín, las instituciones responsables de la atención a la salud, la educación, los derechos humanos, la prevención de la discriminación, la relaciones laborales, la actividad agropecuaria a pequeña escala, el sistema legal, la atención a la mujer, e incluso a la cultura, dependen siempre del personal transferido de las cabeceras municipales, quienes llegan a la región desconociendo su fisiografía, sus problemas sociales, la cultura local, incluso sin estar preparados profesionalmente para desempeñar el puesto para el que fueron contratados; 3) por la falta de profesionistas o técnicos comprometidos con ‒o que sean parte de‒ sus comunidades, los proyectos productivos o de negocios propios en el sector secundario y terciario, desarrollados por los segmentos sociales más pauperizados en San Quintín ‒entre ellos los indígenas‒, poseen horizontes muy limitados de crecimiento, y 4) todo esto explica por qué, aun cuando han transcurrido ya cuarenta años de la consolidación del valle de San Quintín como una zona altamente próspera, se sigue perpetuando la división étnica del trabajo basada en la designación de los trabajos menos remunerados y más pesados a los hablantes de alguna lengua indígena, mientras que las actividades mejor pagadas y que requieren de una mínima especialización, son reservadas para los mestizos con estudios mínimos de primaria o secundaria. Esto también explica por qué los propietarios de los pequeños negocios o líderes de proyectos productivos en la región siguen teniendo una condición precaria, marcada por los bajos niveles de ingresos y altos estándares de autoexplotación.

A través de estos innumerables diálogos y reuniones, se fueron gestando las ideas sobre lo que la UISQ debía ser. Esto es, una universidad formadora no únicamente de profesionistas, sino de actores que trabajen para y con sus comunidades; una universidad que se aleje de la investigación extractiva y aliente la investigación colaborativa; una universidad que cuestione al colonialismo epistemológico y reconozca y sustente su enseñanza e investigación en los saberes ancestrales de las comunidades locales; una universidad que coloque al centro de su actividad a las lenguas originarias, no sólo como objeto de estudio, sino como práctica habitual de comunicación y creación; una universidad que promueva la interculturalidad no solamente como contenido de su plan curricular, sino como experiencia cotidiana de comunicación dialógica y democrática entre todos los grupos y sectores de la comunidad, pues como lo señaló un estudiante de bachillerato en uno de los foros virtuales realizados por la doctora Guadalupe Tinajero, durante el proceso de esta investigación: “Hay que poner en práctica el respeto […] y que no sólo nos apoyemos de las otras culturas [sino que] aprendamos de ellas, sino que analicemos las otras culturas. Si vienen de otros estados o países hay que aprender de ellas y respetarlas por lo que son. Para enriquecernos”.

De esta forma, inspirados en el documento de Reconocimiento y re-orientación de las Universidades Interculturales con énfasis en la vinculación y el trabajo comunitario en interdependencia (SEP, CGEIyB, Dirección General de Educación Media Superior y Superior, 2019), como Grupo Gestor y Promotor se ha propuesto la creación de la Universidad Intercultural en San Quintín con una mirada decolonial que reconozca y fomente la diversidad de sistemas de conocimiento existentes ‒incluyendo a las epistemologías locales‒, a través de un diálogo permanente de saberes que no privilegie a algunos por encima de los demás; que sea socialmente incluyente y promueva la participación de las comunidades, pueblos y colonias del valle de San Quintín, tanto en la planeación como en el diseño y ejecución de las funciones sustantivas y adjetivas de esta institución; que no sólo responda al mercado laboral de los distintos sectores de la economía regional, sino a las necesidades particulares de las comunidades; que sea culturalmente sensible y se sustente en el reconocimiento y respeto de las culturas indígenas y no-indígenas y de los grupos afrodescendientes, así como de la diversidad no únicamente en su sentido étnico-cultural, sino en el sentido más universal de la palabra; una universidad que sea accesible para los grupos más desfavorecidos y que incida en la transformación de las relaciones de desigualdad y dominación entre los distintos grupos y promueva los lazos entre ellos; finalmente, una institución de educación superior que incorpore a las distintas lenguas presentes en San Quintín, como base para la construcción del conocimiento intercultural (SEP-CGEIyB, 2019;. 63).


Créditos de la imagen: Enrique Botello


Créditos de la imagen: Enrique Botello


Las imágenes muestran el proceso de negociación ante las autoridades para la apertura de la Universidad Intercultural del Valle de San Quintín, Ensenada, Baja California. Fotografías propiedad de Selvio Ibañez Guzmán (20 de septiembre de 2020).


Bibliografía

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  1. Anayeli Bautista Tenorio es socióloga rural egresada de la Universidad Autónoma Indígena de México; Selvio Ibáñez Guzmán es Licenciado en Turismo, egresado de la misma universidad; Ramón Guzmán Rojas es Licenciado en Educación, egresado de la Universidad Autónoma de Baja California. Ellos constituyen el Grupo Gestor de la Universidad Intercultural de San Quintín. Everardo Garduño es antropólogo y asesor invitado del Grupo Gestor de la UISQ.
  2. Este es el término que utilizan tanto los jornaleros como los productores para referirse al proceso de búsqueda y reclutamiento de trabajadores en sus pueblos de origen. La persona encargada de hacerlo es “el enganchador”.
  3. Las movilizaciones en San Quintín iniciaron en 1987 con una huelga de jornaleros en el campo Llamas, exigiendo: pago de horas extras, vacaciones, respeto a los días no laborables, incremento salarial de acuerdo con la inflación anual, seguro social, libertad de sindicalización, etc. En los años noventa surgieron movilizaciones que demandaron el derecho a una vivienda digna y facilidades para adquirir un lote para construirla fuera del predio del patrón. Recientemente, en 2015, surgieron nuevamente las movilizaciones con demandas laborales, pero aunadas con aquellas específicas de la mujer indígena (Garduño, 2017)
  4. Este proceso de asentamiento que transformó a los jornaleros en colonos es descrito ampliamente por Velasco,Zlolniski y Coubès en el libro “De jornaleros a colonos: residencia, trabajo e identidad en el Valle de San Quintín”

    (2015).

  5. El 50% de esta población está constituido por mujeres que en algunos segmentos del mercado laboral han llegado a ocupar hasta el 100% de los puestos de trabajo (Niño, 2005). La feminización de ciertos segmentos del mercado laboral en San Quintín ha tenido como resultado la emergencia de la mujer como actora social importante en la región. Como lo documentan Gisela Espinosa (2013) y Espinosa, Ramírez y Tello (2017), después de largos años de invisibilidad de la mujer indígena en esta región, sus problemas específicos empezaron a dar origen a demandas de contingentes femeninos organizados que en 2008 fundan La Casa de la Mujer Indígena, y que en 2015 irrumpen por primera vez en las movilizaciones de jornaleros exigiendo: alto a la explotación, respeto al descanso por maternidad, servicios ginecológicos y de guardería, no a la discriminación laboral, y alto a la violencia y al acoso sexual fuera y dentro del hogar.
  6. Esto no significa que en Tijuana no existan determinados enclaves de interculturalidad como en San Quintín. Como lo documenta Laura Velasco en su libro Tijuana indígena (2010), en esa ciudad existen también comunidades indígenas importantes que recrean de manera vibrante su cultura ‒como la colonia Obrera‒-, aunque dentro de una diversidad cultural no-indígena más amplia que ocupan posiciones de clase distintas.
  7. Este es el caso de mixtecos y triquis con conflictos ancestrales en su lugar de origen, y que, en los años ochenta, llegaron a protagonizar batallas campales en los campamentos de San Quintín (Garduño, García y Morán, 1989: 113). Actualmente, estos grupos junto con zapotecos, han conformado organizaciones como el Frente Indígena Oaxaqueño Binacional, o, junto con otros grupos lingüísticos han constituido organizaciones como la Alianza de Organizaciones por la Justicia Social.
  8. Andrés Fábregas explica cómo el paradigma de la interculturalidad se contrapone al paradigma de la aculturación (ver Fábregas, 2012). Por su parte, Abner Cohen (1974) afirma que la migración de un grupo indígena no conduce necesariamente a la asimilación cultural, sino que esto depende de la forma en que este grupo se incorpore a la estructura de clase en la sociedad que los recibe. En su estudio comparativo de los ibo y los hausa que migran a Nigeria, Cohen descubre que mientras los primeros se asimilaron rápidamente a la cultura dominante en el lugar de destino, los segundos permanecieron culturalmente diferenciados. Esto se debió a que mientras los ibos se incorporaron a diferentes posiciones de clase, los hausa se incorporaron a una sola. De manera similar, Valenzuela (1992) argumenta que la proximidad con el Otro no conduce necesariamente a la asimilación, si las asimetrías de clase persisten.
  9. En una investigación realizada en 2010, se documentó la evolución del fenómeno musical entre los migrantes indígenas en San Quintín, desde la década de los años ochenta a esa fecha. En esta investigación se ilustra la manera en que se multiplicaron los grupos musicales en la región y la enorme diversificación de géneros interpretados por ellos. Esto incluye a las típicas chilenas entre los mixtecos, hasta las piezas ejecutadas con instrumentos electrónicos, como la cumbia sonidera y el hip hop. El estudio ilustra además la relación que existe entre este fenómeno y las etapas por las que atravesó el fenómeno migratorio y los patrones de asentamiento, y lo explica como una expresión de la reterritorialización cultural indígena, que fue posible gracias a la multiplicación de colonias y barrios indígenas fuera de los predios propiedad de los patrones (Garduño, Mata y Navarro, 2010).