Ronald Nigh, voz de la Tierra y los saberes ancestrales

Guilles Pollian[1]
CIESAS Sureste

Foto: Anabel Ford.

Ronald Nigh fue mi colega en CIESAS-Sureste por casi 20 años, pero no es en ese ámbito donde más nos conocimos, por lo alejado de nuestros temas de investigación (él era antropólogo, especialista de agroecología, medioambiente y tantos otros temas; yo, en la lingüística indoamericana). Desde antes de ingresar al CIESAS, fui amigo de su hijo Ian, con quien llevo mucho tiempo compartiendo la magia del son jarocho, música que Ron apreciaba mucho. También vi muchas veces a Ron en su restaurant-panadería familiar de la Casa del Pan, uno de mis lugares favoritos en San Cristóbal y que ha sido un pilar de la alimentación sana para las personas que ahí vivimos.

Donde tuve oportunidad de acercarme a su pensamiento fue en el seminario “Wallerstein” del CIDECI (Centro de Integración del Desarrollo del Emprendimiento y Capacitación Integral) – Universidad de la Tierra, espacio en el que por más de diez años (hasta 2019) muchas personas nos juntábamos una vez al mes para discutir sobre un libro que siempre nos invitaba a explorar otras maneras de comprender el mundo y las luchas para transformarlo. Ahí, Ron nos compartía su pasión por los saberes agroecológicos tradicionales y nos insistía sobre la importancia de entenderlos y rescatarlos por el papel fundamental que estos tienen que jugar frente a la destrucción causada por el modelo agroindustrial dominante. Esta postura ganaba mi simpatía, pero no fue hasta cuando me tocó estudiar su libro del Jardín forestal maya, escrito en coautoría con la arqueóloga Anabel Ford, que me adentré realmente en sus planteamientos y caí en la cuenta de su enorme alcance.

El Jardín forestal maya (publicado primero en inglés en 2015) es sin duda la obra maestra de Ron, la culminación de sus reflexiones de décadas. Aun sin ser biólogo, ni arqueólogo, ni agroecólogo, ni especialista de nada técnico de lo que este libro trata, fue para mi una fuente de aprendizajes importantes que quiero destacar aquí, puesto que son una parte esencial del legado de Ron. Insisto, es un libro que debe ser ampliamente leído y difundido.

Primero, este libro nos invita a un fascinante clavado a un pasado de hace varios miles de años, que al mismo tiempo es lejano y no tanto, ya que sólo nos separan de esas épocas unas cuantas decenas de generaciones de seres humanos. Nos habla de un momento, hace unos diez mil años, en que Chiapas y Centroamérica se veían muy diferentes de ahora. Las montañas eran las mismas, pero la vegetación no tenía nada que ver con la de hoy en día: era un lugar más frío y árido, todavía no existía la selva y los árboles eran más del tipo que vemos ahora alrededor del valle de Jovel: pinos y encinos. Los humanos eran unos recién llegados en este paisaje: estaban apenas terminando de poblar este continente. Les tocó un momento de cambio donde el clima se volvió poco a poco más cálido y húmedo, lo que resultó propicio para la aparición de la selva. El desarrollo de esta selva se dio al mismo tiempo que esas personas pasaban de ser cazadoras-recolectoras a agricultoras, y eso tuvo grandes consecuencias sobre el medio ambiente: efectivamente, entendemos ahora, gracias a este libro, que esas mujeres y hombres se fueron adaptando de forma creativa al mismo tiempo que su ambiente evolucionaba.

Así, fueron influyendo en la vegetación a su alrededor, seleccionando semillas, identificando frutas sabrosas, favoreciendo unas especies y no otras, diseñando lo que Anabel y Ron nos invitan a ver como un “jardín forestal”: una selva llena de biodiversidad, creada desde su inicio en interacción con las necesidades de los seres humanos que la habitaban. Muy lejos de la visión de la selva como universo natural prístino aislado de la influencia humana, nos invitan a entenderla como una creación conjunta: esas mujeres y hombres fueron copartícipes de la formación de la selva tal como la podemos ver hoy (en lo que queda de ella). La moldearon, la enriquecieron, y prosperaron en ella. De hecho, sin dejar de ser selva, sostuvo una alta densidad de población y permitió el florecimiento de centros urbanos y ceremoniales, así como una sociedad diversificada, lo que conocemos como la civilización maya clásica.

Al respecto, este libro nos lleva a repensar la narrativa muy difundida según la cual esa civilización maya se derrumbó a causa de la deforestación y el agotamiento de los recursos naturales. Nos muestran que, en realidad, esa es una proyección de lo que está pasando ahora con nuestra sociedad industrial capitalista.

Esta es una idea muy poderosa: al contrario de nuestra realidad actual, que es de colapso ambiental global, vemos en este libro un ejemplo muy concreto de cómo es posible sostener una población numerosa y enriquecer al mismo tiempo al medioambiente; es posible una agricultura forestal, que se nutre de la selva y la nutre de regreso. Hay gente que lo ha hecho en el pasado, y unas pocas personas, contemporáneas nuestras, lo siguen haciendo y siguen teniendo el conocimiento para eso. Es en este sentido concreto que urge que ese conocimiento se valore, se proteja y se difunda.

La pieza clave de este conocimiento es lo que llaman los autores la “milpa de alto rendimiento”, de la cual dan una descripción muy detallada: se trata de un ciclo de hasta treinta años, durante los cuales solo unos cuatro o cinco años corresponden a lo que entendemos generalmente como milpa, o sea la siembra conjunta de maíz, frijol y calabaza en un terreno talado. Durante los 25 años restantes, se lleva a cabo una reforestación controlada, con dispersión de semillas y selección de especies de árboles, en particular frutales, hasta regresar a la selva original. Al fin del ciclo de 30 años, se vuelve a obtener una selva alta, llena de biodiversidad, sin erosión del suelo y sobre todo con un suelo regenerado, listo para dar pie a unas nuevas cosechas abundantes de maíz y frijol.

De esta manera, en este sistema de milpa de alto rendimiento, una familia de agricultores lleva a cabo una rotación sobre un conjunto de parcelas, la mayoría de las cuales se encuentran en diferentes fases de reforestación controlada, todas útilmente aprovechadas. Esa familia vive en un paisaje de jardín forestal, compuesto mayoritariamente de selva. La rotación de tala y reforestación es la clave para crear un equilibrio con un medioambiente rico y diversificado. Es por lo tanto un sistema agroforestal que requiere una visión de largo plazo: una persona durante toda su vida no llegará a talar más que una o dos veces la misma parcela.

En síntesis, este libro tiene un enorme potencial para sacudir ideas preconcebidas y narrativas dominantes. Es un manifiesto para rehabilitar una agricultura campesina y cambiar de paradigma en términos de conservación del medioambiente:

Actualmente, la conservación ecológica y los esquemas de desarrollo oficiales para la región obligan a la exclusión de la gente de la selva y a la expansión de estrategias de agricultura industrial, ambas garantizando la destrucción de la cobertura forestal.

Lo anterior, sin comprender el valor del ciclo del jardín forestal milpero y los conocimientos tradicionales de los pequeños agricultores. De seguir este camino, los diseños de conservación para el futuro fallarán y se perderán tanto la Selva Maya como el conocimiento tradicional de sus guardianes, los pueblos mayas. (p.185)

En otra parte dice:

la conservación de la selva maya debe hacerse en compromiso con los campesinos tradicionales cuyas habilidades y conocimientos crearon, y continúan manteniendo, la selva y su cultura. (p. 18)

En conclusión, uno aprende mucho de las discusiones que contiene este libro y que la gente ajena a estos temas desconocemos, y nos permite varias tomas de conciencia importantes sobre la historia, nuestra relación con el medio ambiente y los mundos que queremos a futuro. Por eso me parece tan importante que el mensaje de este libro llegue a un público amplio, a pesar de que no se haya escrito con este fin, al ser un libro esencialmente escrito por académicos para académicos (en especial para arqueólogos e historiadores, para que conozcan a los “mayas actuales” y sus prácticas agrícolas), con secciones muy técnicas para gente no especialista (que afortunadamente se pueden saltar sin perderse lo esencial). Nos toca ahora a las y los que valoramos el legado de Ron desarrollar materiales de divulgación que difundan los planteamientos de este libro de manera accesible, incluyendo traducciones a los idiomas mayas.

Hasta el final de su vida, Ron no dejó de apasionarse por estas reflexiones. Una de las últimas veces que lo vi en persona, estaba leyendo con entusiasmo el libro El amanecer de todo de D. Graeber y D. Wengrow y me compartió la importancia de las tesis de estos autores, que en muchos sentidos se relacionan con las suyas. Efectivamente, este libro de algún modo proporciona un marco histórico más amplio para el Jardín forestal maya, al invitarnos a deconstruir las narrativas dominantes sobre la evolución de las sociedades humanas y cambiar nuestra mirada sobre la historia de nuestra especie. Tanto El amanecer de todo como el Jardín forestal maya enaltecen diferentes aspectos de la capacidad humana de ser creativos en relación con nuestro ambiente, sea social o natural, de maneras que los prejuicios que tenemos arraigados nos impiden ver. A los pocos días de iniciar este debate, encontré un ejemplar del libro de Graeber y Wengrow en mi escritorio, con una nota de Ron; él era de esas personas que siempre nos impulsan a llevar más lejos la curiosidad y los cuestionamientos.

Me quedo con esta imagen de Ron: alguien que hasta su último aliento mostró su anhelo por aprender, por desentrañar los secretos de la vida escondidos en la fertilidad de los suelos en sintonía con manos campesinas que los hacen florecer. Documentó y comprobó maneras en que el ser humano puede prosperar potenciando la vida y no solo extrayendo y destruyendo. Este es el mensaje de esperanza que nos deja.


  1. Correo: poliang@ciesas.edu.mx